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Luz de la humanidad
Buscando la luz...

profetas 09

 

 
 










TEMA 9:
LA FUERZA DEL ESPIRITU DE VIDA


 

 
 

TEXTO: Ez 1-24; 33-37; 47 (para la reunión comunitaria: Ez 47,1-12)



 

 
 

CLAVE BIBLICA


 

 
 

0. UBICACION DEL TEMA


 

 
 

0.1. Ezequiel, un profeta singular


 

 
 

0.1.1. Ezequiel, profeta difícil de ubicar


Ezequiel no es un profeta fácil para la hermenéutica bíblica. Frente a su persona y escritos, se en­cuentran muchas contradicciones, con ese algo de verdad de cada posición.

En cuanto al tiempo, hay quien dice que Ezequiel es un profeta del siglo VIII, adaptado al s. VI por un redactor posterior; hay quien sostiene que es más bien un personaje del s. V, o un escrito pseudoepígrafo del s.II; y hay quien niega la existencia de Ezequiel, reduciéndolo a un escrito del s. VII, renovado más tarde en el s. III.

En cuanto al sitio, mientras unos hablan de que Ezequiel ejerció su ministerio en el destierro de Babilonia, otros lo colocan en Jerusalén; otros lo sitúan activo en ambos sitios, y otros lo ponen activo en tres sitios (Babi­lonia‑Jerusalén‑Babilonia).

En cuanto a su personalidad, es leída desde los ángulos más diver­sos: para unos como la de un extático, para otros como la de un visionario, o la de un místico, o un neurótico, o un psicótico, o un esquizofrénico.

En cuanto a los fenómenos de su vida, cada quien habla de los que más le interesan: de trances, de visiones, de levitación, de mudez, de esta­dos catatónicos, del don de ubicuidad, del de clarividencia, etc.

 

 
 

Finalmente, unos leen a Ezequiel en clave psicoanalítica, otros en clave para‑psíquica, o psicológica existencialista, o histórica, o simbólica etc.


 

 
 

0.1.2. Ezequiel, una luz para las tendencias espiritualistas actuales


 

 
 

Para el momento presente de nuestra historia, tan lleno de tendencias de espiri­tualidad orientalista y de espiritualismos carismáticos, y tan amigo de fenómenos psíquicos y para‑psíquicos, es necesario refrescar qué define a Ezequiel como profeta. Frente a tanta opinión y tantas tendencias recorde­mos: un profeta en Israel puede servirse de los fenómenos y de las técnicas que acompañan al profetismo general del Oriente, pero no son estos fenómenos en sí, por espectaculares que sean, los que definen al profeta bíblico.


 

 
 

0.1.3. Principios para entender a Ezequiel


 

 
 

Frente a los escritos co­leccio­na­dos bajo el nombre de Ezequiel, vale la pena recoger una serie de princi­pios que nos pueden orientar en su lectu­ra. Esto nos ahorra el gastar tiempo y humor en lecturas sin ningún fruto espiritual. Una falta de defini­ción en este punto nos llevará a intentar for­mas de lec­tura o artificiales, o a base de tecnicismos, o de rebuscamien­tos sin nin­gún fruto espiritual. Tengamos, pues, en cuenta qué principios de técnica literaria subyacen en la obra de Ezequiel:



a) A pesar de todas las alusiones personales, no nos encontramos con una biografía del Profeta Ezequiel. Debemos dejar a un lado la pretensión de reconstruir su vida. Esto no significa que prescindamos del acontecer histó­rico del profeta. Los datos que se nos dan nos pueden servir como puntos ne­cesarios de referencia. Pero hay que superar el dato concreto biográfico, pa­ra llegar a la interpretación que el profeta quiere hacer de la vida del pueblo, que es lo que verdaderamente le interesa. Es decir, los datos bio­gráficos sirven para reconstruir la figura teológica del profeta, no para tomarlos al pie de la letra, como si se tratara de una crónica de desterra­dos. En los escritos de Ezequiel nos encontramos con una fantasía que lo lleva en ampliar, modificar y darle el máximo relieve posible a los hechos que lo afectan, para sacar la mejor lección de ellos. Entendamos también que hay experiencias interiores que sólo pueden ser comunicadas a través de rela­tos a los que no hay que pedirle valor de crónica. Convenzámonos de que la persona y vida del profeta son secundarios en relación a su misión. La vi­da de un profeta se lee desde su misión.


 

 
 

b) No nos olvidemos de la carga simbólica que contienen la mayoría de los relatos visionarios de Ezequiel. Aquí nos encontramos con verdaderas expre­siones simbólicas. Frente a una expresión de esta clase, no tenemos más remedio que reconocer que es más lo que el profeta quiere que intuyamos en su relato, que lo que realmente él sabe contarnos. Por eso acumula y acumula imágenes, abre caminos, se imagina cosas, buscando que su lector llegue a vivir lo que él ha percibido en los acontecimientos. Por eso a veces no logra siquiera decirnos lo que vio: "vi como..." repetido muchas veces (1, 2­4‑28). Los acontecimientos no valen tanto por sí mismos, como por la carga de con­tenido que el escritor les ha querido poner.


 

 
 

c) Podemos decir que la obra profética de Ezequiel no fue escrita por el mismo profeta interesado. Las investigaciones confirman, cada vez más, que las escuelas proféticas fueron las encargadas de poner por escrito el mensa­je que heredaron de su maestro, dándole su propia interpretación, aña­diendo, quitando y actualizando. Y cuando todo un grupo se coloca frente a una he­rencia de esta clase, es mucho el corazón que ponen, mucho el arte que fa­brican y mucho el estudio que elaboran para colocar fechas, sitios, perso­na­jes, anécdotas, etc. con los que ellos quieren relacionar a su maestro y su mensaje.


 

 
 

d) Lo que decimos frente a otros libros de la Biblia, vale también para Ezequiel y todos los profetas: lo que tenemos delante es una interpre­tación religiosa de un período de la historia. Es precisamente por esto que nuestro profeta puede ser ambiguo. Colocarse frente a la historia de Israel es po­nerse ante una serie de contradicciones con las cuales tuvieron que vi­vir y dialogar y en las cuales se realizaron, muchas veces en contradic­ción con los ideales que se habían propuesto. Esto no justifica su proceder. Sólo trata de explicarlo.


 

 
 

e) No nos olvidemos que Ezequiel y los profetas, a partir del profeta Amós y de su escuela, escriben su mensaje profético en forma de oráculo, que es lo que se llama la "forma profética". El oráculo es un juicio que se hace a alguien. El profeta Ezequiel, como los otros profetas, se lo hace al Esta­do, a la monarquía y dinastía davídica (17,16; 12,11‑12;19,5‑9); a las ins­titu­cio­nes que representan al Estado de Israel: Jerusalén (21,24‑27; 4,1‑3. 16­‑17; 5,12) y el mismo templo (24,21‑23). Pero también le hace juicio a las naciones implicadas en el pecado y ruina de Israel. Casi todo el libro de Ezequiel está compuesto en clave de oráculo o de juicio, cuyos elementos son: 1. El juez (Dios‑Yahvéh); 2. El reo (El Estado: Israel, Jerusalén, tem­plo); 3. El delito (lo que el profeta configura como pecado); 4. El cas­tigo, pen­sado como correctivo del Israel vivo. No es difícil descubrir esta forma de oráculo o juicio en cada una de las partes de la obra de Ezequiel, que tiene esta división general:

 

 
 

* 1‑3: llamada del profeta (visión‑vocación‑misión: ejecutores del jui­cio).

 

 
 

* 4‑24: juicio contra Jerusalén‑Judá

 

 
 

* 25‑32: juicio contra las naciones opresoras

 

 
 

* 33‑37: balance final: juicio absolutorio de Israel, juicio condena­to­rio de su opresor.

 

 
 

* 40‑48: consecuencia del juicio absolutorio: posibilidad de un nuevo pro­yec­to.

Todo lo anterior significa que el contenido de Ezequiel, lo mismo que el de los otros profetas, es adaptado a esta forma de juicio. Este hecho desauto­riza toda interpretación literal que se quiera hacer de los escritos profé­ticos de Ezequiel.


 

 
 

f) Si partimos de estos principios, es imposible que tomemos como cla­ves de lectura las fechas, los sitios, los personajes. El relato es un vehí­culo de una verdad; por lo mismo, su valor es relativo. Debemos buscar esa verdad, superando lo externo del relato. Con esto no queremos indicar, de ninguna manera, que determinados datos sobren en el escrito, sino que a todos ellos hay que darles, en general, un sentido que supere la interpreta­ción literal.


 

 
 

g) Cuando el libro de Ezequiel se terminó de escribir y pasó al domi­nio de la comunidad, ya Ezequiel y sus contemporáneos no existían, ni Jeru­salén y la monarquía funcionaban. El libro fue escrito para una nueva gene­ración. Este hecho, además de ser un truco literario, fue también un truco teológi­co. Porque el libro le dirige unos mensajes a unos oyentes que ya no exis­ten, para que los entiendan los lectores que existen y así se conviertan y no les pase a ellos lo que les ocurrió a las personas de las cuales hablan los relatos.


 

 
 

h) Finalmente, anotemos que el libro de Ezequiel fue escrito mucho tiempo después de los hechos. Esto quiere decir que no son tanto los hechos en sí mismos lo que busca la conciencia profética, como el significado de los mismos para la nueva generación.



 

 
 

1. NIVEL HISTORICO

 

 

 
 

1.1. Experiencia originaria de Ezequiel


 

 
 

1.1.1. Miembro fiel de la clase cultual


 

 
 

Antes de ser desterrado, Eze­quiel era sacerdote del Templo. Y en cuan­to servidor del culto de Yahvéh, va a estar siempre convencido del valor de este ministerio. Su propia vida, vivi­da en fidelidad, según él mismo lo pro­clama (4,14) le va a dar esta convic­ción. Esta es la razón por la cual Eze­quiel, en su visión de la socie­dad futura, no va a prescindir de los elemen­tos culturales de un pasado que lo marcó para siempre. Las raíces de la cul­tura templaria, en la cual se formó, van a marcar para siempre su esquema mental simbólico. Ezequiel re­gresa a él, fingiendo regresar a su Jerusalén y a su templo inolvidables (40,1ss).


 

 
 

1.1.2. Cambio de clase social


 

 
 

Ezequiel fue el primer profeta del des­tierro. Profetizó en Babilonia a donde fue deportado en el año 597 a.c. Recibió su vocación de profeta el año 592, en Tel Abib, junto al río Kebar, el quinto año del cautiverio del rey Joaquín (1,1‑2). Cuando fue deportado a Babilonia, Jerusalén todavía estaba en pie. Por mal que estuvieran las co­sas, en la mente de un sacerdote no ca­bía la idea de que Jerusalén pudiera ser destruída. Con esta convicción fue llevado Ezequiel al destierro. El sistema de los vencedores era arrancar y alejar de la propia tierra a los vencidos que tuvieran algún tipo de re­pre­sentatividad social. De esta mane­ra, el grueso del pueblo vencido, el que permanecía en la tierra, quedaba sin sus jefes, sus líderes y su personal preparado (2 R 24,14‑16). Así cual­quier proceso popular perdía fuerza, ya que el pueblo se mantenía desorgani­zado y desmoralizado, siempre a merced de los vencedores, que iban llegan­do a la tierra de los vencidos con la inten­ción de disfrutar de su condición de nuevos amos.


 

 
 

1.1.3. Desafío del cambio de clase social


 

 
 

Ezequiel no había sido pro­feta en su experiencia de sacerdote del tem­plo, en Jerusalén. Comienza a serlo ahora, precisamente en el destierro. Muy posiblemente era de esos sacerdotes convencidos de su causa que, aunque hubieran pertenecido a la estructura opresora, trataban de guardar fidelidad a la Palabra de Dios (3,3). Esto, tarde o temprano, rendiría su fruto (3,7). En el destierro no había templo dónde ejercer el ministerio. Este vacío de culto lo llena Eze­quiel con una especie de pastoral del destierro en su pro­pia casa (8,1; 14,1; 20,1). Podemos decir que la experiencia de ser deste­rrado cambió a Ezequiel. Ahora, en Babilonia, es de verdad un profeta pastor y muy crítico. Se ha distanciado del poder y está preocupado por la suerte de su pueblo.



 

 
 

1.1.4. Las contradicciones de una doble experiencia


 

 
 

A Ezequiel hay que en­tenderlo desde esta doble experiencia de su vida: la de sacerdote del templo y la de profeta desterrado. Esto es lo que hace com­prensible que estén pre­sentes en un mismo hombre cosas tan contradicto­rias como éstas: los detalles rituales de un sacerdote y la visión social de un profeta, la presentación barroca y a veces pedantesca de la visiones con el hondo conte­nido social de las mismas, la poesía elegante de un culti­vado y la prosa pomposa de un improvisado, la cercanía de un morador del templo y la lejanía de un desterrado de Babilonia. A Ezequiel no se le debe recortar. Hay que comprender tanto lo que pertenece a su experiencia sacer­dotal como lo que es propio de su experiencia de desterrado. Ninguna de estas dos rea­lidades es secundaria. Por eso muy bien puede ser un Moralista templario con visión profética, que un Profeta desterrado que adopta la justicia como norma.


 

 
 

1.2. La dura realidad de ser desterrado


 

 
 

* "Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros". Ezequiel recoge aún en su misma forma lite­raria las quejas y reclamos de la comunidad: "se han secado nuestros huesos" (37,11), que expresaba la dura realidad de quienes, habiendo sido amos y se­ñores en su tierra, sufrían ahora la dura realidad de ser esclavos. Se tra­taba de una clase social, llena antes de privilegios, y ahora rebajada de clase. El destierro los convertía en clase social de siervos que tenían que refugiarse o en trabajos del campo, o en esos otros oficios que hace todo e­xilado que vive en ciudad y que termina arrinconado en la periferia de la gran urbe. En realidad, pasar de señor a ser siervo era una realidad muy du­ra. La palabra desterrado en sí misma lleva la fuerza del que ha sido arre­batado de su tierra, un expulsado de la misma por la fuerza. El que antes tenía un sitio propio donde vivir y trabajar, queda ahora convertido en un desarraigado que no sabe dónde terminará viviendo, dónde acabará tra­bajando.


 

 
 

1.3. Proyectos plurales entre los exiliados


 

 
 

1.3.1. El peligro de la falsa ilusión


 

 
 

El punto de partida de Ezequiel fren­te al destierro era que había que tomar­lo en serio; que el pueblo no debía pensar que Yahvéh iba a arreglar las cosas prontamente; que era una falsa ilusión creer que Dios se hubiera com­prometido a ciegas con la casa de Da­vid, sin importarle la injusticia que esta casa cometiera; que no se podía pensar a Dios como un alcahuete de la opresión; que era la injusticia de todo el pueblo la que imposibilitaba el cumplimiento de las promesas. El peligro de la falsa ilusión es creerse hijo de Dios por derecho, sin respon­sabilidad alguna. Era difícil digerir ‑como también lo es hoy‑ la relación existente entre gracia y responsabilidad, en­tre elección de parte de Dios y sentimiento de privilegio de parte del ele­gido, entre libertad de Dios y obligatoriedad de sus promesas, entre fide­lidad de Dios e injusticia huma­na, entre promesa y cumplimiento. Lo único cierto para la conciencia profé­tica era que jamás Dios se casaría con la in­justicia de un grupo, sólo por­que había de por medio una palabra de pro­tec­ción y supervivencia. Según la posición que se tome, así mismo será la reac­ción frente a la calamidad por la que atraviesa el pueblo. Había un grupo que estaba confiado en que todo era pasajero y que las cosas volverían a su cauce normal, sin ninguna exi­gencia de conversión. Un verdadero profeta no podía contemporizar con esta posición. Por eso Ezequiel enfrentaba a quienes pensaban así (12,21‑28).


 

 
 

1.3.2. El problema de la fidelidad de Dios


 

 
 

La posición de Ezequiel era cla­ra: hay que tomar en serio el castigo que se viene encima. El hundimiento del pueblo no era asunto de sólo fideli­dad de Dios, sino de responsabilidad de todos frente a la injusticia. Frente a la conciencia infatuada de muchos que se creían una institución indestruc­tible, Ezequiel reexamina la historia y hasta llega a corregir las promesas anteriores hechas en favor de la mo­narquía. Reformula las profecías mesiáni­cas, porque sencillamente lo anun­ciado no se ha cumplido (34,23‑24). ¿Se e­quivocó Yahveh? ¿Se equivocó el profeta anterior que las pronunció? ¿Eran ver­daderas promesas o esperanzas turbias de los hombres?


 

 
 

1.3.4. Utopía y responsabilidad


 

 
 

Cuando alguien cree vanamente en pro­mesas de Dios que no exigen con­versión, su posición frente a la calamidad es de en­trega, de pasividad, de derrotis­mo. Para esta clase de personas toda la culpa la tiene Dios, que no hace nada por el pueblo, que no escucha las oraciones de los oprimidos. Con gente de esta clase le tocó enfrentarse a Ezequiel. En cambio, cuando al­guien acepta su responsabilidad y la de su institución en los fracasos de la historia, su preocupación es corregirlos, cambiar, destruir el pasado gene­rador de injusticia y reconstruirse sobre un futuro totalmente nuevo. Estas eran las intenciones de Ezequiel, tan recha­zadas por sus mismos compa­ñeros de opresión (3,4‑11.27).


 

 
 

1.3.5. El simple hecho de ser oprimido no genera liberación


Esto nos indi­ca que se trataba de dos generaciones distintas, no tanto en el tiempo como en la posición espiritual que guardaban frente al futuro. Esto obedece a la gran verdad social de que no todos los oprimidos, por el simple hecho de serlo, buscan liberación. La opresión puede ser una causa objetiva, que dispone para la liberación. Pero siempre habrá necesidad de una causa sub­jetiva (una utopía absorbida como causa) que ponga en movi­mien­to las propias fuerzas liberadoras que están en lo profundo de cada ser huma­no. Ezequiel necesita la palabra, dejar de ser mudo, para avivar esta causa subjetiva (24,27; 29,21).


 

 
 

1.4. Un inconsciente monárquico que no pudo morir


 

 
 

Aunque Ezequiel no emplea la palabra "monarquía" y aunque busca acabar con determinado modelo, no se supo sacudir la dinastía davídica, que parece se aferró a su alma como hiedra. La memoria del templo de Jerusalén lo marcó para toda la vida. Su conversión en el destierro no le destruyó la convic­ción de que la monarquía todavía podía dar frutos de bendición para el pue­blo, siempre y cuando fuera manejada por un digno pastor, según el modelo David, "pastor único", "siervo de Yahveh" (34,23.24; 37,24.25). Ezequiel no llegó a darse cuenta de que hay modelos de sociedad que estructuralmente son malos, independientemente de quien los maneje. Esto le impidió pensar en un nuevo modelo de sociedad, diferente al monárquico. Criticó y denunció la monarquía, descubrió sus pecados. Pero la historia de la misma pesaba dema­siado. En sus sueños y fantasías sobre el futuro, siempre apareció el monar­ca, así fuera en forma de un pastor servidor de su pueblo (45,9), más fruto de una utopía irreal, que de una utopía objetiva. Esta era la imposi­bilidad que la honestidad de los profetas quisieron exigirle a la monarquía, sin darse cuenta de que una estructura de esa clase no podía generar lo que ellos le exigían.



 

 
 

2. NIVEL LITERARIO


 

 
 

2.1. Lenguaje y conciencia: Ezequiel y su doble historia


 

 
 

2.1.1. El lenguaje va unido al esquema mental simbólico


 

 
 

El lenguaje es fruto siempre de un proceso cultural en el que la his­toria del grupo está presente, sea ésta una historia de opresión, sea de li­beración. Pero si el lenguaje refleja la historia, es porque esta historia de liberación u opre­sión marca el esquema mental simbólico de los grupos y de las personas. Y es este esquema mental el que a su vez genera y gobierna nuestro lenguaje. El empleo, pues, del lenguaje es la expresión de nuestra propia historia, como fruto de este proceso: la historia marca la cultura, la cultura toca el esquema mental simbólico y este esquema simbólico afecta el lenguaje. La historia que cada uno ha vivido queda marcando el uso del propio lenguaje. Nadie logra prescindir de su propia historia. Esta marcará, a lo largo de toda la vida, todas las expresiones humanas.


 

 
 

2.1.2. Ezequiel y las dificultades de su lenguaje


 

 
 

Frente al lenguaje de Ezequiel nos encontramos siempre con esta difi­cultad: uno cree que las realidades que en determinado momento critica, de­nuncia y conde­na, van a desa­parecer de la mente del profeta como alterna­tiva de futu­ro. Pero no es así. Más tarde, o en otro lugar, apare­cen como parte del proyec­to de reconstruc­ción, así sean modificadas. Parece que el profeta no es capaz de prescindir de ellas, de repensar la historia sin ellas.


 

 
 

2.1.3. El lenguaje revela la propia historia y la propia conciencia


 

 
 

Eze­quiel tuvo claridad profética: constató el mal de las estructuras, las de­nunció, fijó responsabilidades, quiso que las cosas fueran distintas, soñó y proyectó el futuro... Pero en su alma, debido al trabajo que la his­toria hace en la cultura, al que la cultura efectúa en la conciencia del pueblo y al que la conciencia del pueblo realiza en el esquema simbólico de las per­sonas, podemos decir que Ezequiel, en parte, se quedó anclado en el pasado. Quiso ser destructor del pasado injusto y constructor de un futuro que él pensaba sería totalmente nuevo. Pero, su diseño de novedad, a última hora, falló. Su inconsciente estaba aferrado a los valores de su experiencia pri­mera.


 

 
 

2.2. El lenguaje del sacerdote y el del deportado


 

 
 

2.2.1. El sacerdote de la tradición "P"


 

 
 

Frente al lenguaje de Eze­quiel, no nos olvidemos de la doble experien­cia de su vida: la de Jerusalén, como sacerdote, y la de Babilonia, como deportado. En la primera experien­cia, Ezequiel perteneció a la clase sacer­dotal, la del ministerio cúltico en el templo de Jerusalén. Esta experiencia dejó una huella imborrable en su es­quema mental simbólico. Todo se mantuvo vivo en su alma (8,11; 40‑48). Las palabras Jerusalén y templo, altar y sacrificio, puro e impuro, santo y profano, gloria de Dios etc. recogen esta experien­cia. En este sentido, Ezequiel pertenece a la tradición sacerdotal, la que se denomina tradición "P" (cf. Introd. al Pentateuco).


 

 
 

2.2.2. El deportado de la tradición "D"


 

 
 

Sin embargo, Ezequiel no es una expresión pura de la tradición "P". Lo sepa­ran de ella los innumerables elementos de crítica a las instituciones tra­dicionales y sus ricos conteni­dos sociales, a veces revolucionarios, pro­pios de la tradición "D". Por eso decimos que Ezequiel fue "atrapado" por la tradición sacerdotal, que no lo dejó moverse con libertad, frente a su nueva vida de deportado "convertido". Esta nueva realidad de desterrado y descla­sado liberó a Ezequiel. Esto se nota en su lenguaje libre frente a todas las estructuras e instituciones a las que él juzga responsables de la ruina acae­cida. Quizás quede por aclarar en qué medida el Ezequiel "libera­do" del destierro asimiló la mentalidad "D", o en qué consiste propiamente la "con­versión" de alguien. Pero lo que no podemos negar es que a Ezequiel cierta­mente lo liberó espiritualmente el cautiverio.

 

 

 
 

2.3. Síntesis de dos esquemas mentales


 

 
 

Hay un modo práctico de comprender esta dimensión de lucha interior del pensamiento de Ezequiel: acercarse a su vocabulario y palpar, siquiera sea en algunos conceptos claves, cómo las palabras son formas de expresión de lo que pudo haber sucedido en el alma del profeta. Esto mismo nos hará ser más cautos frente al pensamiento de Ezequiel, que nunca es tan tajante y defi­nido como su fuerte carácter de profeta. Veamos unos ejem­plos:

 

 
 

2.3.1. En cuanto a Dios:


 

 
 

¿Se trata del Dios de la ley o del Dios de la vida? Frente a Dios, Eze­quiel defiende su trascendencia, entendida como superación de toda ten­dencia a mezclar o confundir a Dios con la naturaleza y también como santi­dad, en­tendida ésta como separación de toda impureza o contaminación legal (22,26; 36,25) por la cual todos pueden ser destruidos (7,4). Hasta aquí estaría­mos pensan­do en un Dios que se define desde el cumplimiento de las leyes de pureza. Sin embargo, en Ezequiel Yahveh es también el Dios de la vida que, obviamen­te, ofrece una calidad diferente; para el hombre que espe­ra la muerte en razón de sus crímenes, la respuesta es: "no me complazco en la muerte, sino en que el malvado se convierta y... viva... ¿Por qué habéis de morir?" (33,10‑11)­... Y "yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere" (18,32; cfr. 18,23.30b‑31).


 

 
 

¿Se trata de un Dios de castigo o de un Dios de perdón? A veces pue­de pa­re­cer que en Dios predominara la imagen del Dios ofendido que no per­dona (5,11; 7,4.9; 8,18; 9,5.10; 24,14); sin embargo, se trata en reali­dad de un Dios que pactará de nuevo con su pueblo. Yahvéh volverá a ser "su Dios" y ellos volverán a ser "su pueblo" (16,62‑63; 36,28; 37,23.27).


 

 
 

¿Se trata de un Dios cercano o de un Dios lejano? Para Ezequiel, ambas cosas: A Dios hay que sentirlo tan cercano como a un vecino del case­río: "habitaré en medio de los hijos de Israel para siempre" (43,7) pero lo hará a través de elementos de máxima pureza (1,13.24.26).


 

 
 

2.3.2. En cuanto a la justicia:


 

 
 

¿Se trata de una justicia legal o de una justicia social? Ambas apa­recen a veces en el mismo nivel, como si no hubiera mayor o ninguna dis­tin­ción entre ellas: ¿Es lo mismo acercarse a una mujer menstruante que oprimir al próji­mo, que cerrarle el corazón al hambriento o al desnudo, que prestar a usura, o no hacer un juicio recto? (18,5ss) ¿Es lo mismo no tener respeto por las cosas sagradas que maltratar al forastero, oprimir al huér­fano y a la viuda, calumniar y verter sangre? (18,7ss).


 

 
 

¿Se trata de una justicia aérea, o de una justicia concreta, aterri­zada, dolorosa? Da la impresión de que se tratara de una serie de ordenanzas y reglas que hay que cumplir (5,5‑8). Sin embargo, Ezequiel habla de una o­pre­sión concreta (usa la raíz ynh "explotar"), relacionada con el despojo de la tierra que ha sufrido el pueblo por parte de la monarquía (45,8; 46,­18); se trata de una explotación de los más débiles ((18,7.12.16; 22,7.29), de una violencia institucionalizada (7,23; 8,17; 12,19).


 

 
 

¿Se trata de una justicia equilibrista? Justicia equilibrista es a­quella que, viendo que el oprimido tiene la razón, no se la da, por no ofen­der al opresor. Es cierto que Ezequiel responsabiliza a los poderosos lo mismo que al pueblo, por la participación que cada uno tuvo en la catástro­fe. Pero, cuando toca el tema de la explotación sabe ser claro: no busca el equilibrio entre pobres y ricos, sino que está seguro de una cosa: en una sociedad justa, los ricos deben desaparecer (34,16).


 

 
 

¿De quién es la responsabilidad: del pueblo o de los poderosos? Se habla de hacer un juicio para pedir cuenta de "las abominaciones" (7,3; 20,4). Y si en algún momento todos son culpables: sacerdotes, jefes, profe­tas, pueblo (Ez 22,25‑29), los más culpables de todos son los reyes: se han aprovechado del pueblo (45,8s), y para esto se han acompañado de la clase pudiente (34,­1‑10).


 

 
 

¿Cuál es el pecado de las naciones poderosas? Es la arrogancia que domi­na a ciertas naciones la que pone en peligro el equilibrio del mundo (29,3­.9.; 30,6; 31,10s; 32,11) y también lo es su riqueza (27,3-36; 28,1‑4). La riqueza no es inocente; por ejemplo, el comercio de Tiro es crimi­nal, ya que hacerse rico, a costa del trabajo de otros, es un crimen.


 

 
 

¿Cómo se salvan las naciones dominadoras de las otras? Sólo si re­nuncian a dominar y a colocarse por encima de los demás. Ezequiel señala una posición clara en política internacional: es delito alzarse frente a las otras naciones e imponerse a ellas. Pero también lo es seguir a las grandes naciones en sus planes de codicia y darles la propia confianza (29,13‑16).


 

 
 

2.3.3. En cuanto a Israel:


 

 
 

¿Se trata de un pueblo profano o de un pueblo injusto? Unas veces parece que el gran pecado de Israel fuera el de la falta de práctica legal (20,20), o la idolatría (8,16). Otras veces deja bien claro que es la injus­ticia, entendida esta vez como violencia (8,17).


 

 
 

¿Es Ezequiel el responsable del judaísmo? Para muchos Ezequiel pone las bases del futuro judaísmo o teologización del legalismo. Su concepto de alianza y de elección de Israel sobre todos los pueblos (16,55) es peligro­so porque será mal entendido, ya que se basa en la seguridad de que Yahveh vive con él para siempre. Sin embargo, también Israel es llamado a juicio, a dar cuenta de sus actos (7,3; 20,4). Aquí la elección es exigencia, libre res­ponsabilidad. Además, el perdón se ofrece gratuitamente, sin condiciona­mien­tos legales (18,31).


 

 
 

¿Porvenir sólo para los deportados? Los deportados de Babilonia ‑los del tiempo de Ezequiel y los posteriores‑ tienen este problema: ven el futu­ro de Israel sólo desde la visión de los deportados, sin que les interese gran cosa la visión de los campesinos que se quedaron en Palestina y que sufrie­ron también como ellos la humillación y la destrucción de la derrota. Aunque le den al campo alguna bendición (36,8.24.29), será siempre en orden a los deportados: "para mi pueblo Israel ‑los deportados‑ porque está a punto de volver" (36,8). A los que se quedaron ‑a los campesinos de la tie­rra‑ no les preguntan si quieren o no la restauración de la monarquía, o el templo o el centralismo de Jerusalén. El proyecto de reconstrucción lo traen los que se fueron. Y lo imponen, según sus intereses o su mentalidad.


 

 
 

La tendencia a unir gracia de Dios con estructuras de poder. Los va­lores de siempre serán restablecidos: Jerusalén, templo, realeza davídica, ciuda­des, tierra prometida... Y la reconstrucción de esto se hará por gracia de Dios (37,24‑28), puesto que por sí solos no podrán salvarse del hundi­miento del exilio. Pero, ¿es gracia de Dios que se salve toda esta es­truc­tura, demostrada históricamente como opresora?


 

 
 

Un pueblo unido, pero... ¿al servicio de quién? Hay que recuperar la uni­dad previa a la división de las tribus (37,15‑23)... pero para que "un solo rey sea rey sobre todos" (37,22), o para "poner mi santuario en medio de ellos" (37,26).


Una redistribución de la tierra, pero... ¿para beneficiar a quién? La redistribución de las áreas del templo y de Jerusalén deben también con­side­rar a los sacerdotes y levitas, "para que tengan solares para sus casas y pastos para el ganado" (v. L. Alonso Schökel), y "ciudades dónde habitar" (45,4‑5). También al príncipe o rey se le asignarán tierras, con la cándida esperanza de que "así mis príncipes ya no explotarán a mi pueblo" (45,8). Se hace una reforma agraria que origina un nuevo mapa de Israel, diseñando unas 14 franjas de tierra: 12 para las tribus, 1 para sacerdotes y levitas y 1 para el rey. Y hasta hay reubicación de tribus, para darle tierras al rey y a los servidores del templo que deben quedar cerca del mismo (47,13‑ 48,29).


 

 
 

¿El rey le respetará a Yahveh su puesto de verdadero Rey? Es cierto que Ezequiel proclama que el verdadero rey es el Señor (20,33). Pero se indi­ca que Yahveh le dará al pueblo un rey, que es el nuevo David (34,23; 37,2­4). ¿Dónde quedará Yahveh, a la hora de la verdad?


 

 
 

2.4. El género literario "visiones"


 

 
 

* Las visiones de Ezequiel, ¿algo más que enfermedad? El estudio de las "visiones" de Ezequiel ha suscitado mucha polémica. Hay quienes sostie­nen que Ezequiel fue atormentado por visiones obsesivas acompañadas de sín­tomas corporales que tenían toda la apariencia de alguna forma de enfermedad mental. No nos proponemos reivindicar la personalidad de Ezequiel. Sólo que­remos remarcar algunos elementos que hay que tener en cuenta frente a este tipo de profecía, para llegar a comprender el empleo de ese extraño, exhube­rante y fantástico mundo de imaginación y creatividad que aquí reflejan las visiones. Son muchas las posibles fuentes de las "visiones de Ezequiel". Por eso tengamos en cuenta:


 

 
 

- El fondo apocalíptico que tiene esta profecía. Todo apocalipsis está cargado de imágenes que ocultan y revelan al mismo tiempo algo que tortura y se quiere denunciar, prevenir, explicar. El género apocalíptico tiene len­guaje, figuras y licencias muy suyas.


 

 
 

- A nivel personal, podemos darle a Ezequiel el carácter de un poeta cultivado para el servicio del templo, pero al mismo tiempo enriquecido con el dolor del destierro, enardecido por el deseo de no sucumbir y proyectado hacia el futuro con propuestas e imágenes que levantaran el ánimo a los desterrados. Todas sus imágenes son pocas para expresar la inmensa riqueza que llegó a acumular su personalidad profética.


- Además, detrás de Ezequiel está la profecía comunitaria que su grupo descubrió y practicó en Babilonia, cuando sintió necesidad de los otros her­manos para poder sobrevivir.


- Y, finalmente, recordemos que detrás de Ezequiel no hay sólo una per­sona, sino toda una escuela profética que retomó las visiones originales del maestro, las enriqueció, corrigió y aumentó a gusto, porque creyó ‑con razón‑ que todo ello hacía parte de su pensamiento.



 

 
 

3. NIVEL TEOLOGICO


 

 
 

3.1. La vocación de Ezequiel

 

 

 
 

3.1.1. La tierra de los deportados es tierra de opresión


 

 
 

El año 593 a.c. Nabucodonosor, rey de Babilonia, se propone castigar a Joa­quín, rey de Judá, a quien él considera vasallo suyo. Lo acusa de rebe­lión. A los habi­tantes de Jerusalén se les aplica la ley de los vencidos: el rey debe ser deportado y derrocado; el nuevo rey debe ser de la confianza del vencedor; los jefes de Israel, los notables, los líderes espirituales y populares y los artesanos deben marchar al destierro, a Babilonia. La suerte de estos deportados no es fácil: deben vivir en trabajos forzados o en con­diciones de inferioridad, sea en trabajos del campo, sea en los suburbios de las grandes ciudades. Están, como en los tiempos de la esclavitud, lejos de la tierra prometida, de la ciudad santa, de la morada de Dios que es el tem­plo, de las funciones del culto. Es decir, los desterrados están sin piso religioso, cultural, social y político (2 R 24,1-20). Su monarca se consume en la cár­cel, no tie­nen culto oficial, se encuentran sin profeta que les anuncie la voluntad de Dios, sienten como si Dios estuviera ausente. Las preguntas fundamentales surgen: Un deportado, ¿tiene derecho a ser conside­ra­do pueblo elegido? ¿Sus nuevos amos los dejarán regresar a la tierra?


 

 
 

3.1.2. En la tierra de opresión Dios se hace presente


 

 
 

Sin embargo, de re­pen­te todo cambia: Dios se deja sentir con fuerza (1,1ss), llama a Eze­quiel como profeta (2,1ss) y le encomienda una misión (3,1ss). La experien­cia espiritual de Ezequiel, cuando estaba en la tierra de Israel, era la de un sacerdote del templo que tenía clavado en su mente y en su corazón cómo la presencia de Dios se daba con plena intensidad sólo en la tierra escogida por El. Israel, Jerusalén y el templo eran los sitios en donde había que buscar a Dios. Estos eran los lugares escogidos por él para revelarse en plenitud al hombre. La sorpresa de Ezequiel es que ahora Yahveh lo está llamando en la misma tierra de opresión. El punto de partida de su llamada es el convenci­miento de que ahora Dios ha trasladado su morada y su gloria y las ha puesto junto a los desterrados, los desclasados, los israe­litas opri­midos de Babilonia. La revolución espiritual en el alma de Eze­quiel comienza a darse: su vocación como profeta parte del redescubrimiento de que su Dios sigue siendo el Dios del éxodo: Yahveh sigue estando con la causa de los oprimidos. Por eso ha trasladado su gloria a Babilonia: "Me le­vanté y fui al valle y he aquí que la gloria de Dios estaba parada allí, semejante a la gloria que yo había visto junto al río Kebar" (3,23).


 

 
 

3.1.3. Es obra del Espíritu la nueva conciencia que nace en el oprimi­do


 

 
 

Es el Espíritu quien pone en pie al oprimido ‑al desclasado‑ y se hace soli­da­rio con él (3,24). Lo que no podía entender Ezequiel como miembro de la clase privilegiada en Jerusalén lo comprende ahora como miembro de la co­mu­nidad desterrada de Babilonia, por la fuerza del Espíritu: Dios está con la causa de los pobres. Dios acompaña al oprimido, sigue el mismo camino de los desterrados, que tenían que subir al norte y luego bajar al sitio de su castigo: "vi un viento huracanado que venía del norte"... (1,4).


 

 
 

3.2. Consecuencias de la llamada


 

 
 

3.2.1. Estar por el oprimido es abandonar la causa del opresor

 

 
 

Eze­quiel propone, a lo largo de toda su obra y con verdadero arte lite­rario, abando­nar la causa de los opresores. Lo hace de la siguiente mane­ra: se traslada en visión y como desterrado a Jerusalén; ve la opresión del pueblo; palpa el daño que causan las estructuras (monarquía, Jerusalén y templo)... Trasla­da a Babilonia todo lo que es trasladable. Aquí todo debe ser puri­ficado, para que pueda volver de nuevo a su lugar de origen, cuando los desterrados regresen a Israel. Esta es una forma artística de expresar una gran verdad teológica: la causa de los oprimidos exige abandonar la causa de los opreso­res. Es por esto que Ezequiel saca a la luz públi­ca tanto los pecados de Israel (6,1ss), como los de Jerusalén (8,1ss). Así mismo, el templo debe ser desmantelado, debido a su responsabilidad en el pe­cado de Israel (8‑11). El Estado monárquico debe ser destruido (Ez 17 y 20), aun­que no del todo, ya que tendrá algún papel en el proyecto del futu­ro.


 

 
 

3.2.2. El espíritu lleva a destruir el opresor que se tiene dentro


 

 
 

En lo que acabamos de ver, nos encontramos con un Ezequiel que cae en cuenta de la realidad opresora que existe en su interior. Lo interesante es que nos da también información del proceso seguido para destruir al opresor inte­rior. Este papel se lo pone al Espíritu que lo lleva a dos lugares muy dife­rentes. Primero, al lugar de los oprimidos, para que su conciencia palpe sus sufri­mientos: "y me quedé allí siete días, abatido en medio de ellos" (3,14‑15). Palpar esta realidad, insertarse en ella, vivir el dolor de los otros, ayuda a ver más clara la maldad de la estructura opresora. Después lo lleva a recorrer los sitios de pecado, respaldados y aprobados por la es­tructura oficial. Y repite este estribillo: "Hijo de Hombre, ¿no ves lo que están haciendo?" (8,6.12.15.17). Ya sabemos porqué el desterrado Eze­quiel ha querido regresar a su antigua morada: para tomar conciencia, a nivel profun­do, de esa realidad opresora.


 

 
 

3.2.3. También el profeta necesita conversión


 

 
 

Al recibir la llamada como profeta (que se define como el hombre que debe transmitir pura y limpia la verdad de Dios), Ezequiel es consciente de la tentación que va a sufrir, como profeta, de ocultar esta verdad a los poderosos (3,18), o a las perso­nas convencidas de otra verdad (3,4‑11). El las tenía delante de sí, en la comunidad del destierro, ya que muchos por sus intereses personales, no querían ver un futuro nuevo que los obligara a cambiar a ellos mismos. "Si tú no adviertes, si tú no hablas... yo te pediré cuentas" (3,18). Ezequiel es consciente de que debe destruir el falso pro­feta que lleva dentro, el que se puede vender, o puede contemporizar fácil­mente con el opresor (Ez 13,1s­s). Es que también el profeta, como profeta, necesita permanente conversión.


3.3. Los frutos del dolor compartido


 

 
 

3.3.1. La profecía comunitaria


 

 
 

El Espíritu lleva a Ezequiel a compar­tir con los deportados que forman comu­nidad en Tel‑Abib (3,14‑15). Esto nos puede llevar a entender, de una manera más honda, las reuniones comunitarias que se tenían en la casa de Ezequiel (8,1; 14,1; 20,1). No debemos ver a Eze­quiel como a un Sumo Sacer­dote deste­rrado, con un poder ahora reforzado por el don de la profecía, que convoca majestuosamente en torno suyo a los demás. Más bien pensemos, lo cual es lo único obvio en la condición de deste­rrados en que se encuentra el grupo, en una reunión de personas que se necesitan unas a otras, para poder enfrentar los problemas que presupone un destierro. Se ve que en estas re­uniones había discusiones, replanteamientos, protestas, quejas, exposición de casos y hasta reclamos al mismo Dios (18,1­9.25.29; 33,24.30‑33; 37,­11; 37,18 etc.). Todo esto lo recoge Ezequiel en su profecía, que es dura y polémica, precisamente porque se hace así, en comunidad, en confrontación de pareceres. Sin duda alguna que ésta es una nueva forma de hacer profecía. Y no es la peor. Quizás le quita brillantez a la profecía individual, pero la misma profecía adquiere una dimensión que nos acerca al N.T.: "donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 2­0). En realidad, Ezequiel no es promotor de ningún individualismo, como algunos lo presentan afianzados en su doc­trina sobre la retribución.


 

 
 

3.3.2. ¿Es Ezequiel promotor del individualismo?


 

 
 

Uno de los puntos que se consideran claves en la teología de Ezequiel es el de las relaciones entre lo comunitario y lo individual. No falta quien presenta a Ezequiel como el abanderado de lo individual, hasta soste­ner que en su profecía apa­rece el individuo como destinatario principal de la acción de Yahveh. Quizás nuestro contexto social trata de buscar justificantes que alimenten en el pueblo el individualismo. En Ezequiel hay muchísimas frases que, sacadas de su contexto, pueden ser interpretadas como promotoras del individualismo y anuladoras de lo comunitario: "¿Por qué andáis repitiendo ... los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren la den­tera?... El que peque es el que morirá... al justo se le imputará su justi­cia y al malvado su maldad... juzgaré a cada uno según su proceder"... (18, 2.4.20.30; etc.). Todas estas frases son ciertas. Lo que no es cier­to es que con ellas se anule o se merme el compromiso comunitario.


 

 
 

3.3.3. Lo individual es llamado a juicio


 

 
 

El contexto histórico de Ezequiel era éste: ha sucedido una catástro­fe, la peor de toda la historia de Israel y nadie quiere responsabilizarse de la misma. Todos creen que la culpa está en el pasado, en los pecados de los padres. Dios está cobrando lo que ellos no deben. Y por no sentirse cul­pa­bles, no examinan su conciencia para ver qué responsabilidad tiene cada uno en el mal comunitario ocurrido. Por eso la tesis de Ezequiel es clara: hay que despertar la responsabilidad indivi­dual, a fin de ver la culpa de cada uno en el mal comunitario. Eze­quiel avanza teológicamente no en la exalta­ción del individualismo, sino en la conexión que hace de lo personal con lo comunitario. Y esto es cosa dis­tin­ta. Lo que sale aquí más reforzado es el valor de lo comunitario; y para salvarlo, el individuo debe reconocer su responsabilidad. Yahvéh es el pri­mero en señalarla.


 

 
 

3.3.4. Lo individual está supeditado a lo comunitario


 

 
 

Ezequiel, sin duda, desea corregir el desvío que se ha hecho de la idea comunitaria, en­tendida ésta como la negación de la responsabilidad per­sonal o como el ab­surdo de pagar por lo que no se ha hecho, lesionándose así los derechos individuales. La idea comunitaria que Ezequiel quiere ahora de­jar clara es ésta: cada uno de los miembros de Israel ha tenido que ver en el mal que azota a todos. Por lo mismo, es indispensable que cada miembro vea su res­ponsabilidad, su propia capacidad individual de generar sufrimien­to. Eze­quiel no es tan indi­vidualista como algunos creen (18 y 33). Ezequiel no perdona a nadie. Todos son llamados a la conversión personal (18,4.20). En el proceso comunitario de la alianza, todo hombre cuenta: "os haré en­trar, uno a uno, por el aro de la alianza" (20,37); el ideal es reconstruir la comunidad: "os acogeré amorosamente, cuando... os reúna de en medio de los países en los que habéis sido dispersados (20,41); es un delito poner los intereses individuales sobre los comunitarios: "¡mis ovejas tienen que pas­tar lo que vuestros pies han pisoteado y beber lo que vuestros pies han entur­biado!" (34,17‑22). La meta final es lo comunitario, no lo individual: "yo les daré un solo corazón, poniendo en ellos un espíritu nuevo" (11,19).




 

 
 

3.3.5. Lo individual es llamado a juicio


Es necesario, pues, que el indivi­duo vea y corrija sus deficiencias persona­les, para que se pueda pen­sar en una renovación comunitaria. Lo que ha suce­dido no es castigo por herencia. Lo comunitario, pues, no queda supe­rado por lo individual. Lo comunitario queda limpio y listo para el futuro en la medida en que lo per­sonal lo haga. La posición de Ezequiel es clara: la meta sigue siendo lo comunitario, pero para ello hay que purificar lo in­dividual. Es necesario que el individuo se dé cuenta de que su irresponsabi­lidad individual socava los cimientos de la sociedad comunitaria futura. Por eso Ezequiel llama al arrepentimiento al individuo y le aconseja cambio de vida (3,17‑21; 14,1‑­11; 18; 22,1‑16; 33,1‑9).


 

 
 

3.4. Llamada para construir el futuro


 

 
 

3.4.1. Sólo el Espíritu hace posible lo imposible


 

 
 

Tomamos el capítulo 37 como un punto cumbre del contenido profético de Ezequiel. De hecho, es el Espíritu el que le da el título al presente folle­to. Lo que nunca se imaginó el pueblo que iba a suceder, ya ha sucedido: Je­rusalén ha quedado destruida y su destrucción amenaza arrasar hasta las mis­mas esperanzas del pueblo. El Profeta recoge este grito: "se han secado nues­tros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para noso­tros" (37,11). Frente a esta confesión de impotencia, aparece el Espíri­tu como única posibilidad (37,14). El mismo Espíritu de la primera llamada (2,2) se hace presente ahora que el profeta percibe en plenitud la razón de su llamada: hay que darle vida a tanta muerte esparcida por las ambiciones humanas.


 

 
 

3.4.2. El pasado opresor asumido, despierta utopías de futuro


 

 
 

La con­dena­ción más grande que el profeta hace de la monarquía es pal­par y mostrar sus efec­tos: la muerte del pueblo: "Por su espíritu, Yahvéh me sacó y me puso en medio de la vega, la cual estaba llena de huesos. Me hizo pasar por entre ellos en todas las direcciones" (37,1‑2). El profeta toma concien­cia de los frutos de muerte que produce la historia que ha liderado la mo­nar­quía. Y se da cuenta del mal tan profundo: "los huesos eran muy nume­rosos por el suelo de la vega y estaban completamente secos... ¿Podrán vivir estos huesos?" (37,2b‑3). Sin esta toma de conciencia, no se avivará la utopía del futuro, lo alternativo de este pasado de muerte.


 

 
 

3.4.3. Ser llamado para construir el futuro


 

 
 

Ezequiel nos da una gran lec­ción y una definición de profeta, respon­diéndo­nos esta pregunta: ¿Sólo se es profeta ‑se dice la verdad de parte de Dios‑ cuando se denuncia? También se es profeta haciendo propuestas de futu­ro. Nos hemos quedado con la idea de que profeta es sólo denunciar. Esto sirve, cuando la denuncia activa la conciencia crítica del pasado para gene­rar, a partir de aquí, un proyecto alternativo. Ezequiel no duda en decirnos que este proyecto debe ser el de una opción clara por la vida: "¿Podrán vivir estos huesos?... Voy a hacer entrar el Espíritu en vosotros y vivi­réis" (37,3‑5). Ezequiel intuyó la gran propuesta del futuro: opción por la vida. Quizás llegue a fallar cuando nos diga por qué medios se va conse­guir la vida. A un profeta hay que calibrarlo más por la calidad de su uto­pía ‑de su propuesta‑ que por la cantidad de sus denuncias. Por eso Jesús será, en este sentido, el mayor de los profetas: los superó a todos en pro­puestas de futuro.


 

 
 

3.4.4. Un proyecto de vida no debe destruir valores


 

 
 

El proyecto en favor de la vida comienza para Ezequiel reconstruyendo al ser humano desde su misma realidad terrena: sus nervios, su carne, su piel. Todo lo que con­forma su realidad cósmica, toda esa herencia que su ser recibe de la tierra de la cual tomó origen, todo eso hay que devolvérselo al ser huma­no, pues él con­forma un proyecto conjunto con el cosmos, a quien tiene que redimir, a par­tir de sí mismo (Rm 8,18ss). El hombre fue tomado de la "ada­máh", la tierra, de aquí su nombre de Adán, que indica la honda rela­ción que hay entre la una y el otro (Gn 2,7). La realidad corporal del hom­bre aparece como un valor que no puede ser menospreciado en el nuevo proyec­to de vida. Es una tarea difícil, ya que esta realidad terrena, carnal, va a ser el punto de partida de mucho pecado. Sin embargo, el nuevo proyecto debe comen­zar aquí. El Espí­ritu de Dios redimirá esta carne, inhabitando en ella. Y sólo cuando él la inhabite, el hombre es realmente creado. El hombre es hecho verdaderamente hombre por la inhabitación del Espíritu de Dios. La mi­sión del profeta no es destruir la carnalidad del hombre, sino elevarla, transformarla, vivificar­la, hacerla un Adán vivo. No olvidemos que a Eze­quiel se le recuerda cons­tantemente su realidad corporal: se le llama "Hijo de Adán" unas 93 veces.


 

 
 

3.4.5. El futuro no es reproducción del pasado


 

 
 

El relato de los huesos secos (Ez 37) prácticamente repite la creación del ser humano, como punto de par­tida originante de la historia. Es por esto que decimos que en Ezequiel se trata de una nueva creación. En Génesis se trata siempre de dos elementos que conforman un nuevo ser: carnalidad mascu­lina y femenina animadas por la imagen de Dios (Gn 1,27); polvo de la tierra animado por el aliento de Dios, que da la realidad de un "ser viviente huma­no" (Gn 2,7). Así mismo en Eze­quiel: "miré y vi que estaban recubiertos de nervios, la carne salía y la piel se extendía por encima, pero no había espíritu en ellos" (37,8). La meta es poner en marcha una humanidad nueva que sea capaz de construir una sociedad nueva: "el espíritu entró en ell­os; tomaron vida ( de la raíz hyh = vivir, tomar vida, llegar a existir) y se pusieron en pie". Ezequiel in­siste en un futuro totalmente nuevo, cuya meta es la vida.


 

 
 

3.4.6. Síntesis de una nueva cosmovisión


Todas las figuras de Ezequiel están llenas de una fantasía impresio­nante, que hace aflorar el inmenso depósito de utopía que Ezequiel acumula en su inconsciente y al cual quiere darle salida. Esta salida se convierte en verdadera explosión, configurada en el relato más bello y más clave de la literatura de este profeta: el relato de los huesos secos (37,1‑14), uno de los más bellos himnos a la vida. Un breve recuento de éste capítulo nos puede ayudar a reordenar y asimilar más sus contenidos:

 

 
 

* El pueblo está sin vida, sin esperanza y abocado a su final en la historia (v. 11). Esta es la realidad en que los ha sepultado el esquema so­cio‑económico que practicó la monarquía.

 

 
 

* Hay que adquirir conciencia honda de esta realidad que causa muerte: "Me hizo pasar por entre los huesos, en todas las direcciones: eran muchos y estaban totalmente secos" (v. 2).

* En la medida en que se adquiera conciencia de la muerte, se refuerza el deseo de luchar contra ella: "He aquí que yo abro vuestras tumbas para haceros salir de ellas" (v. 12‑13).

 

 
 

* El Espíritu y el ser humano logran lo imposible: de un valle de ase­si­nados, una multitud de vivos: "Revivieron y se incorporaron...era un enor­me, inmenso ejército" (v.10).

 

 
 

* El compromiso por la vida conlleva el doble tiempo de lo vital: los temores del comienzo y el suspenso de la necesaria espera: "Mientras yo rea­lizaba el conjuro, resonó un trueno, luego hubo un terremoto y los huesos se ensamblaron... aún no tenían espíritu" (v. 7‑8).


 

 
 

* Y es que los "cadáveres" de que hablan nuestras traducciones no son simples cadáveres. Son "cadáveres de gente asesinada". Así lo dice la pala­bra hebrea harugím (de la raíz hrg = matar, asesinar) (v. 9). Detrás de un cadáver de esta clase, de un asesinado, está quien lo asesinó. Y esto siem­pre infunde miedo.

 

 
 

* Los nuevos seres vivos están, en su interior, en completa disconti­nui­dad con los cadáveres asesinados. Ahora tienen una nueva vida: "penetró en ellos el Espíritu" (v. 10).

 

 
 

* Se trata de una dura y larga lucha entre la muerte y el Espíritu. Por eso en la visión se oye la palabra huesos 8 veces y 8 veces también el tér­mino espíritu‑viento‑aliento (v. 1‑14).

 

 
 

* Toda esta novedad tiene una finalidad: establecer gente nueva en su propia tierra (v. 14). Se tendrá que dar, por lo mismo, un nuevo éxodo: hay que vivir creando y recreando la "tierra prometida", la cual será siempre el espacio de la autonomía y de la libertad; hay que salirse de la sombra de los faraones y de los imperios.


 

 
 

3.4.7. A pesar de todo, el pasado turbio dejó sus huellas en Ezequiel


 

 
 

Esta es, sin duda, la gran limitación de Ezequiel: soñó y soñó en un futuro nue­vo, pero su esquema mental simbólico no pudo librarse de las som­bras del pasado. A Ezequiel lo persiguieron unos ancestros que no pudo asi­milar crí­ticamente para poderlos transformar o eliminar: Jerusalén, su tem­plo, su rey, su ley... Tuvo la gran intuición ‑como otros profetas‑ de saber cuál era el mal. Pero no percibió cuál era el verdadero remedio. Tuvo tam­bién la gran intuición de saber cuál es la verdadera utopía de la historia: la vida. Pero no supo poner los medios para conseguirla. Demasiada carga histórica tenían sus instituciones político‑religiosas, demasiado peso de conciencia era el tener unificados a Dios y el Estado, a Yahveh y la dinas­tía davídica. Esto le impidió a Ezequiel y a muchos otros percibir la maldad estructural de un sistema que si producía algunos elementos de bondad, era a pesar de su estructura y no como fruto de la misma. De su primera experien­cia sacerdotal en Jerusalén, de esta vieja estructura, le siguieron rondando en el alma, como imprescindible nostalgia del pasado, cosas como éstas:


 

 
 

Las tribus. Ciertamente adquieren en Ezequiel un papel destacado. To­davía no pierden su importancia. Pero Ezequiel no piensa en recobrar los valores del sistema tribal, pensado desde lo popular. Piensa más bien en la unión de los dos reinos, para volver al ideal del estado davídico (37,15ss).


 

 
 

El nuevo David. Ezequiel insiste en la unión de las tribus con David (Ez. 37,24; 34,23‑24). Es cierto que este nuevo David deberá ser diferente y no un pastor explotador, como los reyes que lo han precedido. Ezequiel no quie­re que el nuevo davidismo llegue a ser repetición del viejo. A este nuevo David se le exige: renunciar a sus poderes de extorsión y a su sistema que justifica la explotación del pueblo (34,2ss); deberá seguir las pisadas de Yahveh, que busca las ovejas descarriadas y golpeadas (34,16); los prín­cipes deben de­jarle la tierra a las tribus (45,8), deben suspender sus sis­temas de re­pre­sión y violencia, deben practicar la justicia, liberar al pue­blo de los impuestos y usar balanzas justas (45,8‑10). Pero se le olvidó a Ezequiel que un rey, para hacer todo eso, debe dejar de ser rey. Esto sólo lo intuirá y llevará a cabo Jesús de Nazareth.


 

 
 

- El nuevo templo. Ezequiel sueña en verse de nuevo cerca de la mora­da de su Dios (37,26‑27). Para él el templo de Jerusalén debe ser algo defini­tivo, válido para siempre (37,26). La presencia de Dios en el destie­rro era una solución pasajera, por poco tiempo (11,16).


 

 
 

La nueva Jerusalén. Ezequiel sigue pensando que la alianza de Yahveh con Jerusalén es una alianza especial, eterna (16,60). Uno esperaría que, des­pués de los capítulos de condenación (8‑11), la solución sería no pensar más en esta ciudad destruida. Sin embargo no es así. La vieja Jerusalén no puede desaparecer del corazón del profeta.


 

 
 

Las leyes. Al lado de la propuesta del nuevo templo (40‑47), va colo­cando Ezequiel un sinnúmero de prescripciones legales que enturbian más y más su utopía. Parece que para Ezequiel no cuenta la orfandad en que quedó el cam­pesinado en Palestina y su esfuerzo por sobrevivir a la catástrofe. El re­greso de los desterrados debe significar para esta gente una especie de purga espiritual de impuros e impuras.


 

 
 

El sacerdocio. Está ligado, como es obvio, al templo y a las leyes. Eze­quiel les señala su razón de ser: "enseñarán a mi pueblo a distinguir lo sagrado de lo profano y le harán saber la diferencia entre lo puro y lo impuro" (44,23). Antes había acusado al sacerdocio de lo contrario (22,26). Ezequiel lleva en su ser un horror inmenso por la contaminación. No pudo desprenderse del mismo (8,11). Su conciencia necesita el "sacerdote puri­ficador".


 

 
 

Las ciudades. En la realización de su proyecto, Ezequiel tiene más preo­cupación por la ciudad que por el campo. Las ciudades serán reconstrui­das y habitadas (36,33.36) y se llenarán de gente hasta rebosar (36,38).


 

 
 

3.4.8. Entonces, ¿es que Ezequiel no se convirtió del todo?


 

 
 

Y, ¿qué es con­versión? Según el hebreo es "regresarse del camino em­prendi­do", conside­rado o declarado injusto (de la raíz shub = volverse, regresar­se). Creemos que Ezequiel lo hizo y con sinceridad. El problema es ver hasta qué punto el proceso de conversión provoca un cambio total en la conciencia. En ésta juegan su papel los procesos culturales de los cuales no es fácil desprenderse como punto de partida. La conciencia se construye junto con el esquema men­tal simbólico que pertenece al campo de lo cultural. ¡Qué difícil es lograr una revolución espiritual, si no se trabaja lo cultu­ral! Lo que la cultura absorbe como valor, toma tiempo para modificarse o cam­biarse del todo. Es la conciencia crítica, con su capacidad de distancia­miento, la que va puri­ficando y trans­formando el esquema mental simbólico, despertando y haciendo crecer su capa­cidad utópica. A Ezequiel y a todos los otros profe­tas críti­cos de la monar­quía les faltó una conciencia crí­tica que los llevara a distan­ciarse de la misma. En la conciencia del desterrado la nostalgia de la patria ausente y sus instituciones jugó un papel impor­tante. Por eso, cierto tipo de nostal­gia no siempre es bueno. Muchas veces adormece la con­ciencia crítica.


3.4.9. ¿Quién es, pues, Ezequiel?


 

 
 

* Ezequiel fue un profeta honesto frente Dios, cuya Palabra supo cap­tar y transmitir. Y fue un hombre limpio frente a los hombres de su tiem­po, cuyas acciones supo pulsar, teniendo en cuenta la justicia como medida. No supo ni quiso ocultar la verdad, aunque ésta fuera muy dolorosa. Su vida quedó marcada por su experiencia primera: sacerdotal, templaria, cúltica, capita­lina y monárquica. Y aunque de ella se sacudió la injusticia, no pudo ni supo sacudirse su dañino recuerdo y su nostalgia. Esto le quitó valor a su propuesta de nueva sociedad que él creyó que era alternativa. De este proce­so contradictorio queda una gran lección: la cultura y el esquema men­tal simbólico que la absorbe son fuerzas que no se pueden menospreciar. Hay que trabajar lo cultural, si se quieren verdaderos procesos de transforma­ción social.


* Ezequiel, hijo de Buzi, nos enseñó a valorar lo que significa la fuerza de la conciencia solidaria de grupo, cuando se vive en la cercanía y en la vida compartida de otros seres oprimidos. Sufrir la opre­sión del des­tierro cam­bió a Ezequiel. Y su mayor grandeza es que supo leer, desde esta realidad, a Dios y sus atribu­tos, a la historia de su pueblo y a sus insti­tu­ciones. Lo más valioso de Ezequiel es su proceso. En él se aprende honra­dez, base sólida de toda utopía.


* Su ambigüedad final no nos prueba otra cosa que la necesidad de no absolutizar a ningún ser humano, por grande que parezca. La mente de Eze­quiel estuvo dividida entre la justicia social del Deuteronomista y la fide­lidad a la ley del Presbiterial. Por fidelidad al sacerdote que llevaba dentro, no supo coronar su obra como se esperaba de un desterrado. Dejémo­nos guiar por el Ezequiel Deuteronomista y llegaremos lejos. Y sonriamos un poco ante el nostálgico Ezequiel Presbiterial. Ni Ezequiel ni ningún profeta pudo parar el pasado para indicar el final de la montaña. Ezequiel fue sólo un eslabón de una larga cadena: la de las luces y ambigüedades del ser huma­no, la de la verdad que se va descubriendo poco a poco. Por eso su obra tiene ambigüedades. Pero la ambigüedad descubierta y denunciada, según la clave hermenéutica que se aplique, también alecciona y evangeliza. Cuando hacemos esto con genuina honradez, podemos llegar a ser profetas de los mismos profetas, aún después de siglos. Y esto nos servirá siempre para descubrir el absoluto sólo en Dios Padre, en su Hijo Jesús de Nazaret y en su Espíritu.



 

 
 

SUBSIDIOS



 

 
 

EL BUEN PASTOR: ALGO MAS QUE PRAXIS PASTORAL


1. Una imposible tarea para el rey: convertirse en buen pastor. Todo autor del N.T. que cite al A.T. busca darle plenitud, en Jesús, al texto que cita. Y siempre que hace esto lo primero que tiene en cuenta es el sentido origi­nal del texto. Por eso es importante ver qué sentido tiene determinado texto en la mentalidad de los escritores del A.T. En el caso de Ezequiel (34,1ss) el buen pastor es la figura alternativa del rey futuro: éste debe pasar de explotador del pueblo a su favorecedor, de chu­pador de la vida del pueblo a donador de la propia. Ezequiel se re­fiere al rey y en particular a los reyes de la dinastía davídica. Porque sueña en un nuevo rey, lo sueña bajo la visión de un buen pastor que busque a su pueblo opri­mido, el cual es la oveja descarriada, golpeada y empobre­cida. Piensa en un pastor que no explo­te a sus ovejas, sino que les sepa entregar todo lo suyo. Y al recrimi­nar a los pastores de Is­rael, está pensando en los monarcas que oprimieron a Is­rael.


 

 
 

2. Yahveh es el Rey modelo; por eso es el mejor Pastor. Para la men­tali­dad israelita, Yahveh será eternamente su Rey (Sal 10,16). No nos olvi­demos que los títulos de la divinidad obedecen siempre al esquema simbó­lico que en ese momento tenga el pueblo. Según los parámetros de juicio que se tengan, así mismo será el título que se le imponga. Si el paráme­tro de juicio es el poder, los títulos serán de poder. Si los pa­rámetros de juicio son de justicia o de amor, así mismo se le llamará a Dios. En el título de pastor, Ezequiel depende de Jeremías (Jr 23,1‑8), tanto en la aplicación del título de pastor a Yahveh como en su aplica­ción al rey. Jeremías se mueve frente a Dios en parámetros de amor y de ternura. El Ezequiel deportado, cuando experimenta en su propia carne el dolor, tam­bién comienza a llamar a Dios de esta forma. La opresión des­pierta en él ternura. En el fondo de la imagen del Buen Pastor, está presente la ima­gen de Yahveh‑Rey que es el modelo de los reyes, ya que siendo él rey del universo, se porta con el pueblo con el amor y ternura de un verda­dero pastor. Esto es lo que también celebra el Salmo 23. El amor, la ternura y la entrega siguen siendo la mejor profecía mesiánica del Dios futuro. Jesús le dará razón a esta profecía en la medida en que le quita la ambigüedad en que estaba montada: querer hacer una sola rea­lidad de dos cosas contradictorias: rey opresor y pastor mártir. Jesús renuncia­rá, para siempre, a lo que no tiene cercanía a Dios: al poder político‑ económico creador de desigualdades sociales y multiplicador del dolor en el mundo.


 

 
 

3. Jesús de Nazareth, pastor verdadero porque deja de ser rey. Cuando el Nuevo Testamento habla de Jesús Pastor (Jn 10,7‑16), hace cla­ra alu­sión a Ezequiel: está pensando en el descendiente de David que por fin reali­za las cosas como son: entregar la vida por su propio rebaño ‑el pue­blo‑ sin esquilmarlo. Es cierto que Juan, aplicando a Jesús la figura del pastor, quiere aludir también a los oficiales del Sanedrín y del templo, a los que considera falsos pastores. Pero esto no quita que también ha­ble del cumplimiento de una espera mesiánica, cansada de tanta explota­ción. En Jesús acontece el cumplimiento de eso que la estructura monár­quica nunca pudo generar: ser monarca con estructuras de poder a su ser­vicio y convertir­se, al mismo tiempo, en servidor de los demás. Se tra­ta, por el contra­rio, de dejar de ser rey, para ser otra cosa totalmente distinta: pastor al servicio de los otros. Por fin en la historia se hizo posible lo im­posible: que alguien desde den­tro, con las posibilida­des del uso del poder, renunciara al mismo para con­vertirse en servidor, dejara de eli­minar vidas para con­servar el propio poder y prefiriera renunciar al poder y en­tre­gar la propia vida.


4. El Pastor que ilumina para siempre a la iglesia del A.T. y del N.T. ¿Qué significado puede tener el celebrar a Jesús como rey, bajo cual­quier forma, si ya él renunció para siempre a esa categoría? El Buen Pas­tor del N.T., leído con el fondo profético de Ezequiel, se convierte en la mejor crítica del poder abusivo, de ese poder que se enseñoreó del esquema social de Israel, casi a lo largo de todo el A.T. y del cual no




se sabía cómo salir. El horizonte del Buen Pastor no hay que ponerlo sólo en los pastores espirituales del pueblo, en la estructura religio­sa, en el templo. El verdadero horizonte está en la misma monarquía en sí, en la ambición de poder que domina todas sus estructuras, pero prin­cipalmente la principesca que es la que envuelve y daña la estructura religiosa, siempre que a los funcionarios de esta estructura se les dé por querer ser o por portarse como príncipes o señores. El Buen Pastor del N.T. es una verdadera crítica a la monarquía, una renuncia a la mis­ma y una demostración de que en el N.T. ya no debe haber continuidad de las formas de poder del A.T.






 

 
 

LA MUJER, "ENCANTO DE TUS OJOS'


 

 
 

1. "Voy a quitarte el encanto de tus ojos". "La Palabra de Yah­veh me fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, mira, voy a qui­tarte de gol­pe el encanto de tus ojos. Pero tú no te lamentarás, no llo­rarás, no te saldrá una lágrima. Suspira en silencio, no hagas duelo de muertos... Yo hablé al pueblo por la mañana y por la tarde murió mi mu­jer... Así dice el Señor Yahvéh: he aquí que voy a profanar mi santua­rio, orgullo de vuestra fuerza, encanto de vuestros ojos, pasión de vue­stras almas... El día en que yo les quite su apoyo, su alegre ornato, el encanto de sus ojos, el anhelo de su alma, ese día hablarás... y ya no seguirás mudo. Serás un símbolo para ellos"... (24,15 ss).


 

 
 

2. Templo y mujer, realidades "codiciables". La interpretación básica del texto no es difícil: el atractivo físico que tiene el templo para el pueblo es comparado con el atractivo físico que tiene la mujer para el hombre; y así como la muerte le arrebata a Ezequiel a su mujer ‑"el en­canto de sus ojos"‑ así Yahvéh le arrebatará al pueblo su templo, otro "encanto de sus ojos". Israel había convertido el templo sólo en fuente de orgullo y de codicia para sus ojos y su alma. Sencillamente, lo había convertido en in­justicia, en fuente de pecado. El templo no transformaba su interior, sino más bien todo lo contrario: la belleza y el atractivo de su exterior llevaba a más codicia, a más negocio y a menos oración (Mc 11,15ss). Todo esto, a su vez, lo conducía a mayor apariencia. Y en los tiempos de decadencia espiri­tual, la apariencia es la que remplaza la carencia de esos niveles profundos de reflexión que colocan al ser humano en verdadera oración ‑contemplación‑ frente a Dios.


 

 
 

3. ¿Es lo femenino sólo tentación? La mujer, en estos textos bíbli­cos, está jugando un papel de signo. La realidad de su cuerpo se presta para ello: el atractivo de sus formas bellas, la exaltación de las mis­mas, el deseo que se centra en ellas como en objetos codiciables etc., todo esto la convierte en un signo negativo que, a la hora de la verdad, va a ser des­truido por la muerte. Y la pregunta que se hace un sano feminismo es: ¿qué valor tiene la belleza femenina en este tipo de religión? La mujer, para esta clase de religión que va a marcar al cris­tianismo, ¿vale sólo como tentación a la que hay que destruir y a la que, en el mejor de los casos, hay que mantener marginada?


 

 
 

4. El amor codicioso que todos llevamos dentro. Pasemos al tex­to bí­blico para ver qué luz nos da. La palabra que traduce el texto como "en­canto" es mahmád. Pero, si atendemos a su raíz hebrea hmd, significa lo codi­ciable, lo deseable, lo placentero a la vista, lo que encanta, lo físico que atrae, lo físicamente atractivo que invita al amor. Este es el con­tenido del título dado por Yahvéh a la compañera de Ezequiel. Y, en rea­lidad, hay algo negativo cuando alguien queda cautivado sólo por el a­tractivo exterior, que es lo que llamaríamos amor de compensación.




La lección que Ezequiel recibe es precisamente ésta: es necesario pasar del amor codicioso de lo externo al amor profundo de los valores. Y esto hay que hacerlo en relación a lo religioso que conlleva la tentación de sus estructuras atra­ctivas, lo mismo que en relación a la mujer, cuya pérdida es tragedia cuan­do sólo se mira su exterior, cuando sólo se tie­nen en cuenta las compensa­ciones que ofrecen sus atractivos femeni­nos.


 

 
 

5. La mujer, un templo profanado. Esta es la gran lección, qui­zás hoy más necesaria que nunca: apoyarse en la mujer, quererla al lado sola­men­te por las compensaciones que ofrece, sin descubrir y vivir las pro­fun­di­dades de su ser, todo lo que ella le da a lo masculino de com­ple­mento espi­ritual, de hondura frente a la vida, de riqueza de los mil valores que es­conden cada una de las partes de su cuerpo, todo esto es profanar­la. ¿Y qué ha ocurrido en la historia con los templos profana­dos? Eze­quiel reconfirma: "te pagaste de tu belleza... para prostituir­te" (16, 1­5). Vale la pena valo­rar las formas exteriores, cuando ellas acompañan a una vida interior, cons­truida en la triple dimensión que humaniza: en profundidad, en anchura y en altura.


6. A Jesús tampoco lo convencieron las "bellas piedras" de su tem­plo. Los primeros cristianos se plantearon lo mismo en el Nuevo Tes­tamento. Re­cordemos lo que ocurrió frente a las espléndidas construccio­nes del tem­plo de Herodes: "Como dijeran algunos, acerca del templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida" (Lc 21,5‑6). La historia del templo de Ezequiel se repite otra vez. ¡Qué peligrosa es la fascinación exterior de una religión, sin con­tenidos interiores de justicia! De esta misma forma se repetirá a lo largo de la historia la suerte de la mujer: cuando sólo se la valore desde la belleza corporal, siempre codicia­ble para el varón, estará con­denada a la explotación, que es la mejor forma de destruirla.


 

 
 

7. El día en que Yahveh mató mi codiciado amor. El texto profé­tico dice que el mismo día del comienzo del asedio de Jerusalén muere su es­posa. El texto señala exactamente la fecha: "era el décimo día, del dé­cimo mes, del año noveno de la deportación" (era el 5 de enero del año 587 a.c.) (24,1). Si queremos interpretar históricamente el texto, ten­dríamos que aceptar el profundo traumatismo que esta muerte le causó a Ezequiel: no llora a su compañera, no se lamenta, sólo enmudece. Y lo hace por largo tiempo. Ezequiel ha sido ya golpeado en lo físico: el pueblo israelita está entre los vencidos y debe pagarlo con la servi­dum­bre. Ezequiel y su mujer eran unos desterrados. Ahora también el pro­feta queda golpeado en lo moral: pierde su mejor amor y debe pagarlo en la soledad y en el silencio. Ambas realidades son aplicables a las rela­cio­nes entre Dios y el pueblo. Ezequiel incorpora su propia vida como signo de su misión (16,24). Pero, de paso, nos da una gran lección acer­ca de lo que debe ser la mujer para el varón y de la tarea que todo va­rón y aún toda mujer deben realizar: destruir la mujer y la religión que sean "sólo atractivo deseable", para que aparezca la mujer y la reli­gión "compromiso" que también sabe vivir con la hermosura que humaniza.


 

 
 

8. Los valores se realizan en un cuerpo. El título que le da Yahvéh a la mujer es significativo: "lo codiciado por tus ojos" (mahmád eynéka). Este título, pese a todo, no deja de revelar una gran verdad. Tampoco se puede esconder la belleza de lo femenino, para quedarse fal­samente an­clado en sólo una belleza espiritual. La mujer está llamada a reflejar belleza en todo su ser. De hecho su ternura, su delicadeza, su entrega, su intuición etc. son cualidades psico-físicas que se transparentan en todo su cuerpo femenino. La mujer tiene muchas formas de ser bella que cabalgan sobre su ser corpo­ral. Todas ellas tienen un sentido hondo para la crea­ción, todas ellas están destinadas a humanizar al hombre. Basta ser con­sciente de las mismas y no convertir en fuerza destructora a a­quello que está destinado a darle más profundidad y más humanidad a la vida (cf. Gn 2,23ss).



"LAS PAISANAS METIDAS DE PROFETISAS" (Ez 13,17)


1. El falso profetismo femenino. "Y tú, hijo del hombre, vuél­vete hacia las hijas de tu pueblo que profetizan por su propia cuenta" (13,1­7). Con estas palabras Ezequiel enfrenta el falso profetismo feme­nino. Un tema que nos descubre sutilmente las causas que pueden conducir a un falso femi­nismo y que, por lo mismo, complementan el tema anterior.


2. "Las mujeres pretensiosas" o la persecución de un falso mo­delo. Eze­quiel (13,1ss) hace una diatriba contra los falsos profetas y las falsas profetisas. A ambos los llama a juicio. El falso profeta se ca­racteriza por no decir la verdad que Dios le pide que diga. Por eso, falso profeta es el que "aflige con embustes" (v. 22a) o "el que apoya al malvado (v. 22b). Esta imagen del falso profeta es tentadora, ya que los poderosos la emplean para sus fines, manipulando así, una vez más, la estructura religiosa. Hay mujeres que andan detrás de este modelo, emulando así con los "falsos profe­tas masculinos". A las que tienen la pretensión de ser visionarias como ellos, a las pretensiosas que "profe­tizan por su propia cuenta" (v. 17) Yahveh les dice que "no veréis más visiones vanas, ni pronunciaréis más presagios" (v. 23).


 

 
 

3. "Las Brujas de segunda clase", o la competencia con lo mas­culi­no. Tam­bién la mujer tiene derecho a acceder a la estructura profé­tica, como lo tiene el hombre, pero no debe caer en la tentación de imi­tar el falso profetismo del hombre. Ordinariamente el falso feminismo establece una lucha de conquista de derechos, pero teniendo el modelo masculino, casi siempre machista y, por lo mismo, opresor. El resultado de esto es que la mujer queda masculinizada y, sobre todo, alienada; pero además explo­tada, ya que coloca la meta de su liberación en un modelo falso. Repro­ducir el esquema opresor de los hombres no es liberación femenina. La mujer, en la reivindi­cación de sus derechos, debe tener creatividad. De lo contrario no pasará de ser una "bruja de segunda clase", pues están imitando a unos "insensatos" (13,3). La mujer no debe reproducir o pro­longar las formas alienadas mascu­linas, que tanto han entristecido la historia. Será siempre un falso femi­nismo el que la mujer compita con el hombre en aquello que menos lo dignifi­ca.


 

 
 

4. "Las muertas de hambre": sobrevivir en una sociedad que mar­gina. El afán de reproducir, a nivel femenino, la estructura del falso profe­ta, convierte a la mujer en una figura odiosa: es una felina cazadora de gente y una interesada en adquirir poder (v.18); un ser que se vende por un mendrugo de pan (v.19); una embaucadora del pueblo (v.19). Ezequiel entiende la nece­sidad de la mujer que busca sobrevivir en una sociedad que le niega derechos para mantenerla más dependiente. Sólo que ella debe entender que su libera­ción no puede estar en la reproducción del esquema opresor del hombre. Cuando sepa enfrentar con dignidad su pro­pia hambre, estará liberada ella misma y podrá también liberar, "soltar al hombre para que vuele" (v.20). Esta es la tarea más bella de un ge­nuino feminismo.



 

 
 

EL AMOR EN EZEQUIEL

 

1. ¿Se le olvidó el amor al Dios de Ezequiel? Ezequiel usa muy rara­mente el verbo amar. Para muchos, Dios es despojado de todo senti­miento, con­virtiéndose en un Dios duro. La figura de Dios como el "es­poso de Is­ra­el" no es la imagen de un Dios‑amante para el futuro, sino sólo la ima­gen del Dios‑traicionado del pasado (16,1‑63).


2. El amor lastimado de Ezequiel. Sin embargo, Ezequiel tiene mucho de esa clase de amor‑dolor que se siente frente a un par de aman­tes des­tro­zados: él (Dios), injustamente abandonado... ella (el pueblo) injus­ta­mente explotada por los poderosos... Esta clase de amor‑ternura las­ti­mados está patente en el capítulo dedicado a los pastores de Israel que han esquilmado al rebaño, que "no han fortalecido a las ovejas débi­les, ni cuidado a las enfermas, ni curado a la que estaba herida, ni se han preocupado por la descarriada, ni han buscado a la perdida... mi rebaño anda disperso por toda la superficie de la tierra, sin que nadie se ocu­pe de él ni salga en su busca"... (34,1‑6); "Yo mismo cuidaré de mi re­baño y velaré por él... las reuniré de los países y las llevaré de nuevo a su suelo... yo las haré repo­sar... Buscaré a la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enfer­ma"... (34, 1­1‑16). ¿Puede haber más ternura? Ezequiel está viviendo un amor adolo­ri­do. Y la ternura que nace de este amor ofendido es más queja que re­quie­bro, más lamento que caricia. El problema está en que, a ve­ces, sólo llamamos amor a esto último.


 

 
 

3. Los "besos del alma" de Ezequiel. Pasemos a Ez 37. Si la amada (el pueblo) estuviera viva, valdría la pena un beso en sus labios como lo va a decir más tarde el Cantar de los Cantares (Ct 1,2); pero si la amada está muerta (así se imagina el profeta a Israel después de la destruc­ción de Jerusalén) sólo vale la pena besarla en el alma, ya que un beso así le de­volverá la vida: "infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis" (37,14), "os cubriré de nervios, haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os infundiré espíritu y viviréis" (37,5‑6). El pueblo no estaba viviendo noches de amor. Estaba pasando por la noche más oscu­ra de su historia. Y en esta clase de noche hay que vivir el amor en otra forma. La amada está en­ferma, moribunda. Y así, no puede engendrar vida, ya que ella misma no la tiene.





 

 
 

CLAVE CLARETIANA


 

 
 

CENTINELA DE LA CASA DE ISRAEL


 

 
 

Claret nos ha dejado tres listas de textos en los que descubrió su vo­cación misionera, una cuando era seminarista, otra de 1856 a raíz de la pri­mera visión del Angel del Apocalipsis y la tercera cuando escribe la Auto­biografía. Ezequiel entra en la segunda (EA p. 429) y pasa a la tercera con esta introducción:

 

 
 

"Lo mismo me sucedía al leer el profeta Ezequiel, singu­larmente el capítulo III. Con estas palabras: Hijo del hombre, te he puesto por centine­la a la casa de Israel; y oirás la palabra de mi boca y se la anunciarás de mi par­te' (v.17).

 

 
 

Si diciendo yo al impío: de cierto morirás; tú no se lo anunciares ni hablares para que se aparte de su camino impío y viva, aquel impío morirá en su maldad, mas la sangre de él de tu mano la demandaré (v.18)

Mas si tú apercibieres al impío y él no se convirtiere de su impiedad y de su camino, él ciertamente morirá en su maldad, mas tu salvaste tu alma (v. 19)» (Aut 119).


 

 
 

Claret, Arzobispo de Cuba, usa este texto en la Pastoral al pueblo como base de su actuación y, al final, se pregunta ¿Me puedo quedar tran­quilo? ‑ No. La caridad de Cristo me urge y me impulsa a insistir de nuevo hasta alcanzar la conversión. Y para ello, nada ni nadie le puede ameden­trar. La Palabra de Dios, que le ha sido confiada, le ofrece la luz necesa­ria para juzgar las situaciones y valor para afrontar a quienes se oponen a ella y al plan de salvación que nos revela. No le espanta la posibilidad del martirio. Aquí aparece claramente como el profetismo de Claret encuentra su ple­ni­tud en Cristo.






 

 
 

CLAVE SITUACIONAL



 

 
 

1. ¿Dónde está Dios para el profeta? Esa gran pregunta "existencial" de la fe -¿dónde está Dios?- se vuelve crucial para los llamados al ministerio profético. Ezequiel, acostumbrado al Templo, vivió una "revolución espiri­tual" cuando descubrió la presencia de Dios "en la tierra de opresión"... El Abbé Pierre (capuchino francés, fundador de los Traperos de Emaús) no se cansa de contar dos hechos reveladores en su larga vida de profeta. Un mecá­nico ateo que lo vio desvivirse y clamar por los "sin techo", le dijo un día: "yo no sé si Dios existe, pero estoy segurísimo de que, si existe, está en lo que tú haces!" Y el otro hecho: abandonado a la muerte en un naufragio rumbo a Argentina, el Abbé Pierre "vio" que "que quien ha dado una mano a los pobres sufrientes, encuentra en ellos la mano de Dios". Para el profeta, como para todos, "Ubi charitas et amor...donde hay amor, ahí está Dios", pero, en este mundo humano e inhumano, ¿dónde está el amor?. Dios tiene su presencia más "llamativa" en el maltratado y el despreciado; donde actúan los "poderes de la muerte", ahí está Dios -Amor y Vida- oculto y callado, pero, activo, "llamando" a quienes en la historia deben clamar en su Nombre por la vida... El Dios de Jesús está en los crucificados...


 

 
 

2. "Itinerancia profética": hacia los lugares de muerte. TV, radio y prensa nos traen a casa algunos lugares y situaciones de muerte: no todos, ni en toda su verdad. ¿A quién le bastarán para ser profeta? Hay que estar en el lugar del sufrimiento para "ver" y anunciar los cambios que Dios proyecta allí. Cuando Ezequiel cambió su posición de sacerdote por la de desterrado junto al pueblo, cambió sus esquemas mentales a la profecía. El cambio de posiciones espirituales para poder "ver" al Dios que cambia la muerte en vida, no lo alcanzó sino cuando cambió de posición ministerial (lugar y dedicación). A Ezequiel lo liberó precisamente el cautiverio. La itinerancia profética -movida del Espíritu- lleva consigo desarraigos y cambios profun­dos. Todos podemos ver si hay suficiente "movilidad" (cambios de posiciones) en nuestra Iglesia y Congregación hacia los lugares de muerte (y si la "in­culturación" se toma en serio) o si hay inamovilidad y falta de imaginación y de audacia profética.


 

 
 

3. "Profecía comunitaria". Hoy los colectivos marcan el funcionamiento de mucha gente (realizaciones, denuncias y reivindicaciones) en todos los ámbi­tos, civil, económico, político, laboral, educativo, ecológico, familiar, cultural, lúdico, religioso... Colectivos, grupos, comunidades... lo de menos es el nombre, lo de más es que activen los valores comunitarios de las personas y que "funcionen" históricamente: colectivos proféticos. Un informe reciente de "Pastoral Juvenil y Vocacional" en una Provincia claretiana, subrayaba que a los jóvenes les atrae mucho más el liderazgo colectivo que el liderazgo personal; "en su misma música, en los conciertos, ya no les dice gran cosa un cantante solo, ni siquiera Michel Jackson, Sting, Madonna o cualquiera de los grandes; les cautivan los grupos, los conjuntos". La pro­yección personal iría más a ser "alguien" en un grupo, en un colectivo o comunidad, que a ser "alguien" en solitario: no ya el misionero, sino el grupo misionero; no el claretiano, sino la comunidad claretiana; ni siquiera Claret solo, sino el grupo de Claret. La "profecía comunitaria" no es una novedad, pero hoy puede encontrar buen clima y buenas razones.






 

 
 

CLAVE EXISTENCIAL



 

 
 

1. ¿Qué lecciones ofrece, para mi vocación claretiana, la doble experiencia de Ezequiel como sacerdote y como profeta?


 

 
 

2. Nuestra itinerancia profética, personal y comunitaria: ¿Qué cambios de posiciones (mentales, espirituales, materiales y "de lugares") nos pide?


 

 
 

3. La "evangelización inculturada" es un gran desafío eclesial para to­dos. Abrirse a los esquemas simbólicos de los otros es indispensable para cual­quier servicio "inculturado" de la Palabra (cf. MCH 167ss.; SP 16.3): ¿Qué empeño pongo en esto? ¿es una preocupación habitual nuestra, nos ayudamos en la comunidad?


 

 
 

4. En mi servicio de la Palabra, ¿qué abunda más: la protesta frente al presente, la añoranza del pasado o las propuestas de futuro? ¿Hay en mi proyecto personal (y en los comunitarios y el provincial) una clara opción por la vida y por la defensa de la vida? ¿Generamos actitudes y procesos alternativos de vida, según la novedad de Jesús?


 

 
 

5. Nuestros documentos insisten en que la comunidad sea el sujeto de la mi­sión de todos y de cada uno (cf. CC 13; SP 7; 15.1; 17.1): ¿Cuál es mi expe­riencia en esto? ¿Qué nos sobra y qué nos falta para ser comunidad que hace "profecía comunitaria"? Tratemos de intuir y proyectar posibilidades de "profe­cía colectiva" en nuestros campos pastorales.


 

 
 

6. ¿Que me sugiere, en mi proceso personal, eso de "matar al falso profeta" que todos llevamos dentro?





 

 
 

ENCUENTRO COMUNITARIO



 

 
 

1. Oración o canto inicial.


2. Lectura de la Palabra de Dios: Ez 47,1-12


 

 
 

3. Diálogo sobre el tema IX en sus distintas claves.


 

 
 

4. Oración de acción de gracias o de intercesión a partir de lo compartido en la comunidad.


 

 
 

5. Canto final.


.....Escuela Bíblica Dabar Elohim - Parroquia de Ntra. Sra. de Chiquinquirá - Cl 45 30-62 - Tel 3795319 - 3184301 - Barranquilla - Colombia
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