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Luz de la humanidad
Buscando la luz...

profetas 08













TEMA 8:
CAMBIAR EL CORAZON


 

ESCUELA DE JEREMIAS


 

TEXTO: Jr 7‑20; 24‑25; 30‑33; 46‑52 (para el encuentro comunitario: Jr 7,1-28)




 

CLAVE BIBLICA


 

1. NIVEL HISTORICO


 

1.1. El pueblo tras la caída de Jerusalen


 

Cuando Nabucodonosor sitió Jerusalén el año 597, el joven rey Joaquín se sometió y fue llevado cautivo a Babilonia junto con "su madre, sus servido­res, sus jefes y eunucos". Además de los tesoros del Templo y del palacio que se llevó, "deportó a todo Jerusalén, todos los jefes y nota­bles: diez mil deportados" (2 Re 24,13‑16). Entre los notables deportados se cuentan los cortesanos más próximos al rey (ya señalados), muchos sacerdotes (como el caso del joven Ezequiel) y otros funcionarios más (como profetas, según aparece en Jr 29). Hoy nos puede extrañar ver en la lista a los herreros y cerrajeros; pero eran profesionales tan cualificados como ingenieros y arquitectos en nuestras cultu­ras. Esta misma gente era la dueña del dinero y de los campos, ya que explotaba al campesinado, como hemos visto denunciado en muchos profetas y queda reflejado en las leyes que lo prohiben.


 

Dejó a la "gente pobre de la tierra", que no se nos dice cuántos eran; aunque debía tratarse de una cifra varias veces superior a esos 7.000 ó 10.000 deportados. Su debilidad y su impotencia les sirven ahora de salvación: no pertenecen a las élites y no tienen ni dinero ni capacidades técnicas rentables. Quedarán en la misma tierra, trabajando ahora para nuevos dueños. Nuevos en doble sentido: porque quedan sometidos a tributos para el imperio invasor, y porque se les dejan nuevos jefes, impuestos por Nabuco­donosor. Se trata de Mattanías, hermano de Josías y tío del cautivo Joaquín, al que se le cambia el nombre por Sedecías; y con él la línea de consejeros cortesanos que se habían opuesto a la rebelión. Tener que mantener casi una doble estructura de poder no augura ningún respiro para esta pobre gente de la tie­rra, tanto los campesinos como los siervos de la ciudad. Estos son los que forman "el pueblo de la tierra" que aparece en Jr 34,19; 37,2; 44,21 y 52,6.25, además de 1,18.


Al rebelarse Sedecías contra Babilonia, vino Nabucodonosor contra Jerusalén, la cercó y la tomó el año 587, destruyendo su Templo y cegando los ojos del rey, tras presenciar el degüello de sus hijos y "todos los jefes de Judá". Es llevado a Babilonia y allí muere en prisión, a diferen­cia de su sobrino Joaquín que es agraciado por el sucesor de Nabucodonosor. Así termina en fracaso la doble confianza judaica en el Templo de Yahveh y en la Dinast­ía de David; cosas ambas anunciadas por Jeremías. También ahora afecta la muerte y la deportación sobre todo a las élites políti­co‑religio­sas; pero la cifra de deportados es bastasnte menor: apenas 832 personas (o tal vez cabezas de familia; pues así los 3.023 que pone para la del 597 pueden coincidir con los 10.000 de que nos habla 2 Re 24,14 y 16). Todavía nos habla de una tercera deportación, unos cinco años después, compuesta de 745 adultos o jefes de familia.


 

El jefe de la guardia, Nebuzaradán, deja en la tierra "a algunos de entre la gente pobre como viñadores y labradores" (Jr 52,16). Esos son "la plebe baja, los que no tienen nada", a los que en aquella ocasión "les dió viñas y parcelas" (Jr 39,10). Esta pobre gente se queda sin ciudades y sin líderes, sin las instituciones del Reino y el Templo, casi sin Ley ni proyecto social ni menos histórico. Pero además se queda en campos arrasa­dos, con doble tributación (a sus jefes actuales y al imperio dominante), y en un cautiverio o destierro interior, tan duro o más que el de Babilo­nia. Sin embargo no faltaban hombres con capacidad de liderazgo entre los que se quedaron: el mismo Jeremías y su secretario Baruc, el gobernador Godo­lías, nieto del cronista real Safán, y sin duda muchos otros; por tanto, también aquí se pudo releer a Jeremías.


 

1.2. Diversos proyectos históricos


 

Evidentemente había divisiones internas dentro de las élites judai­cas. Sobre todo hubo tendencias proegipcias y tendencias probabilónicas, que se equiparaban de algún modo a la rebelión contra el imperio dominante o a la sumisión política. Jeremías estuvo siempre decididamente por esta última, como un signo de sometimiento a Dios y un medio de librarse de lo peor. Pero, tras la primera y principal deportación se crea otra división impor­tante, dentro de la dinastía y dentro de la comprensión del pueblo de Dios: unos apoyan la línea de Joaquín (entre ellos está el deportado Eze­quiel); mientras otros más bien estarían con Sedecías, como es el caso del mismo Jeremías, que le augura futuro si se mantiene sumiso a Babilonia y hasta evitar lo peor si se le somete tras la rebelión (34,2‑5;38,17‑20). Tal vez por esta postura ante Joaquín y contra el Templo es conscientemente ignorado por la "Historia Deuteronomista", junto con Miqueas.


 

Más difícil y decisiva va a ser la opción entre los deste­rrados y los que se quedaron en la tierra. Jeremías, aunque es de los que se quedan, parece que optó por los deportados. Así aparece en los cc. 24 y 27 y en la famosa "carta a los deportados" del c. 29; pero es muy posible que se trate de una relectura deuteronomista en los cc. 24 y 27. Y en la carta del c. 29 advirtió a los deste­rrados que se prepararan para un largo exilio, contra las falsas esperanzas de un pronto regreso que les vaticinaban sus pseudo­profetas. Él no fue al destierro babilónico; sino que mantuvo posturas de sometimiento a Babilonia, desde el principio y hasta el fin de su historia conocida. Hizo el doble gesto profético de comprarse un campo en Anatot, su patria, en el momento del asedio (cc.32‑33) y de hacer arrojar al Éufrates una maldición sobre Babilonia (51,59‑64). Eligió quedarse voluntariamente en la tierra tras la segunda deportación (40,1‑6) y vislumbró un futuro para los quedados (40,6; 42,10); y anunció de parte de Dios que "todavía se comprarán casas y campos en esta tierra"y habrá pastores y ganados (32,15 y 33,12s).


 

En 33,14ss hay una relectura de 23,5‑6, cambiando la alusión a Sedecías por Jerusalén; y de 31,35‑37, reformulando más clara­mente en térmi­nos de Dios Creador su fidelidad indefectible, no ya con el pueblo de Israel, sino con los Davídidas y Levitas. Aquí aparece tal vez el contras­te mayor entre los dos proyectos históricos del exilio : unos sueñan con la vuelta al pasado, con su trono y su altar (33,17s.21s), es decir con una "Restauración": Mientras que otros, más fieles a los profetas, esperan "novedad", en el corazón y en la sociedad; no una vuelta al pasado, sino un nuevo comienzo, posibilitado por una Gracia novedosa y creadora de posibi­lidades inéditas; esperan una "Renovación" profunda, una novedad que deje pequeña la memoria del mismo Éxodo (Jr 16,14‑15, reiterado tal cual en 23,7‑8). Unos miran el presente desde el pasado; los otros miran el pasado desde el presente y hasta desde el futuro; pero un futuro espe­rado de la fidelidad y misericordia de Dios.


 

1.3. La escuela jeremiana y los deuteronomistas


 

Los discípulos de Jeremías, o tal vez mejor, la escuela que se formó en torno a su figura, sus oráculos y la "biografía" de Baruc, estuvo en una relación cierta con los Deuteronomistas (=Dtr). No es fácil determinar las partes, ya que se trata más bien de una reelaboración general ‑o varias‑ de su obra; y, por otro lado, tambien el Dtr es más una Escuela Dtr que un autor o un par de editores. Aunque está presente en muchos pequeños retoques, aparece más claramente en un grupo de textos como el famoso "Discurso en el Templo" de 7,1‑8,3; 11,1‑14 y 17,19‑27, que tratan de la "Alianza" y del "Sábado"; 16,1‑13; 18,1‑11; 21,1‑10; 22,1‑5; 34,8‑22 y 35,1‑19. Tal vez hay que añadir las "Confesiones", que pueden ser auténti­cas del profeta; pero estan releídas como unas "Lamentaciones" individuales utilizables por todos los exiliados física o psíquicamente. Y, por supuesto, las amenazas contra Edom y especialmente Babilonia (cc.49‑51) y el apéndice histórico, común a Jr y al Dtr (52=2 Re 24‑25).


 

La "Historia Deuteronomista" pudo surgir perfectamente ya en tiempos del rey Josías, y tener una primera redacción en medio de su clima de euforia reformadora religiosa y nacionalista. Pero ciertamente se volvió a editar tras la catástrofe del 587; tal vez después del 560, ya que termina con una noticia del año anterior: la liberación del cautivo rey Joaquín de su pri­sión, por obra de Evil Merodak, sucesor de Nabucodonosor (2 Re 25, 27‑30). Más dudoso es el lugar de su redacción; pues aunque sabemos que gran parte de las élites fueron deportadas a Babilo­nia, y que tuvieron una gran creatividad literaria, tampoco faltaron líderes entre los que se quedaron, como ya señalamos. Si en Palestina se escriben las "Lamentacio­nes", no tiene nada de extraño que también aquí se pudiera escribir la "Historia Deute­ronomista". Se ubica mucho mejor que en el clima esperan­zado del segundo Ezequiel (34‑48) o del Deuteroisaías (40‑54) o el "Sacer­do­tal"(="P").


Pero Jeremías fue releído igualmente por los desterrados, ya que ‑como pocos‑ ayudaba a entender toda la catástrofe ocurrida, como un castigo de Dios, bien merecido por la continua rebeldía de los líderes y del pueblo. Esto acabó siendo aceptado por todos, lo mismo en el exilio (Eze­quiel, Deuteroi­saías,"P") que entre los que se quedaron (Lamentaciones, Deuterono­mista y la misma relectura de Jeremías.) Pero en la Escuela de Jeremías, la relectura deuteronomística ‑o, al menos, una de ellas‑ acentúa claramente la esperanza de futuro para el pueblo de Dios, de exiliados y de quedados. Ya no se trata tanto de que se conviertan y cumplan las normas de la Alianza, sino de que el mismo Dios los perdonará y les dará un "corazón nuevo" y les pondrá la Ley en su interior y sellará así una "Alianza Nueva", una Alianza hecha de gracia y perdón (31,31‑34; 24,7; 32,39‑40).



 

2. NIVEL LITERARIO


 

2.1. La prosa exhortatoria y las "confesiones"


 

Las partes "programáticas" tanto del Dt como del Dtr se caracte­rizan por ese tono exhor­tatorio de los discursos o sermones que se ponen en boca de Moisés o de otros personajes importantes; o incluso de la propia voz del redactor. Este tono exhortatorio está presente también en los textos de Jr que hemos seña­lado como próximos al Dtr y tal vez obra de las mismas manos; si bien otros opinan que es más bien un estilo epocal. Aunque divergen las explica­ciones de los exégetas, se suele admitir esto comúnmente. En cambio es más novedo­sa, y menos aceptada por la generalidad, la opinión de que las "Confesio­nes", más que un testimonio íntimo y personalísimo de Jeremías, son una ex­presión lírica de los sentimientos del pueblo tras la catástrofe del 587 y la experiencia del exilio. No estaríamos así muy lejos de lo que suele admitirse de las "Lamentaciones", también atribuídas por la tradición al profeta; cosa que hoy se rechaza con razón.


 

2.2. Fórmulas estereotipadas deuteronomistas


 

La mejor prueba de la relectura deuteronomista del libro de Jeremías está en una serie de expresiones estereotipadas que aparecen lo mismo en el Dt, especialmente en sus partes más recientes, y en el Dtr. Sólo podemos señalar aquí algunos:


 

"Yo...los saqué/hice subir de Egipto" Jr 7,22.25; 11,4.7; 31,32; 32,21; Dt 1,27; 29,24; 1 Re 8,21; 12,28; 2 Re 17,36

 

"...con mano fuerte y tenso brazo" Jr 21,5; 27,5; 32,21; Dt 4,34; 5,15; 11,2; 26,8; 1 Re 8,42; 2 Re 17,36.

"La tierra que di a sus padres". Jr 7,7; 30,3; 32,22; 35,15; Dt 1, 8.36; 3,18; 4,1; Jos 1,13; 2,9; 21,43; 24,13.

 

"Tierra que mana leche y miel". Jr 11,5; 32,22; Dt 6,3; 11,9; 26,9. 15; 27,3; 31,20; Jos 5,6; 23,16.

 

"(No) escuchar / hacer caso a la voz de Yahveh ". Jr 7,23.28; 11,4.7; 18,10; 22,21; Dt 4,30; 28,1.2.15; 30,2.8.10; 2 Re 18,12.

 

"por medio de mis siervos los profetas,". Jr 7,25; 25,4; 26,5; 29,19; 35,15;44,4; 2 Re 17,13.23; 21,10; 24,2.

 

"Ir en pos de/ servir a otros dioses". Jr 7,6.9.; 11,10; 16,11.13; 25,6; Dt 13,3.7.14; 17,3; 29,25; 1 S 8,8.

"Y (no) derramar sangre inocente...". Jr 7,6; 19,4; 22,3.17; 26,15; Dt 19,10.13; 21,8.9; 1 S 19,5; 2 Re 21,16; 24,4.

"Irritar a Yahveh...con las obras de sus manos". Jr 7,18s; 11,17; 25,7; 32,29; 44,8 Dt 4,25; 31,29; 1 Re 14,9.15; 2 Re 22,17

 

"Los desterré/arrojé de mi presencia". Jr 7,15.29; 32,31; 52,3; Dt 29,27; 2 Re 13,23; 17,18.20.23; 23,27; 24,3.20.


Basten estos pocos ejemplos para captar ese lenguaje exhor­tatorio deuteronomista; y para notar, sobre todo en los últimos ejemplos, la relectura exílica tan clara del libro de Jeremías.


 

2.3. Constantes terminológicas y claves de la relectura


 

2.3.1. "Volver" al Señor y "Retornar" a la tierra de Israel".


 

El libro de Jeremías utiliza unas 112 veces el verbo "volver". Tiene el significado corriente de vuelta física; pero tiene muchas veces otros dos significados, que nos interesan más. El de una "vuelta" psíquica y moral, afectiva y de conducta correcta: es la "conversión" a Dios y a las exigen­cias de su Voluntad. Y tiene también el sentido fuerte de "retornar" del destierro a la Tierra prometida; esto se dice en forma peculiar de Dios que "hace volver" o "cambia la suerte" de los exilados, otorgándoles ese favor no merecido. Así no es un "sacar/hacer salir" de Egipto al pueblo oprimido; sino una nueva Gracia, inaudita, de Yahveh; de suerte que ya no se recorda­rá tanto el Éxodo como esta Vuelta del Exilio (16.14s=23,7s).


 

2.3.2. La "Tierra" abandonada y recuperada en el "Retorno" tiene un peso muy grande en Jeremías. Usa la palabra "'érez" +‑270 y aún otras 18 veces "'adamá": casi un tema obsesivo. El campesino de Anatot no tiene otro gesto más significativo para expresar su esperanza en el futuro de la nación y recalcárselo a los desani­mados paisanos que comprarse un campo en su pueblo, cuando están sitiados y él prisionero por los que le acusan de "entreguis­ta". Pero es también un problema para los exilados, que volverán un día ciertamen­te, aunque no tan pronto; hace falta una "vuelta" interior para que valga la pena ese retorno externo. Aquí con­vendría recordar lo dicho sobre el "corazón" que conoce a Dios en el tema anterior sobre Jere­mías.


 

2.3.2. La "Alianza" (+‑24) y el "Resto" (+‑24+18+12) que vuelve.


En el exilio se hizo un gran esfuerzo teológico en el Pueblo de Dios: se volvió la mirada al pasado para iluminar mejor la oscura situación pre­sente y para sacar luz de cara al futuro esperado. Así se descubrió, con ayuda de la teología de la Alianza del Dtr, que la culpa de la situación la tenía el propio Israel por sus muchos pecados: no era más que el castigo amenazado ya en la Ley (Dt 27‑28) y los profetas (Jr y Ez especialmente). Pero también se afianzó la confianza en el perdón de Dios, igualmente anun­ciado en los profetas (añadiendo aquí a Os y el DtIs). Que­dará un "Resto" fiel, por obra de esa Fidelidad y Misericordia de Dios; pero se disputarán los "desterrados" y "los que se quedaron" el privi­legio de constituir ese "Resto de Israel".



 

3. NIVEL TEOLOGICO


 

3.1. Ecología jeremiana: la tierra manchada


Aunque la terminología y la preocupación moderna sean nues­tras, el tema está presente en el libro de Jeremías, tal vez ya desde su juventud. Por influjo de Oseas, ve a la tierra del Norte como esposa adúltera y prostituída; está vergonzosamente "manchada" ya desde los inicios de su ocupación (2,7); la cepa sacada de Egipto se ha hecho vid bastarda; es como camella liviana (2,21‑23). Está "manchada" como una adúltera, como una prostituta que mancha la tierra con sus fornicaciones (3,1‑2.8‑9); y el castigo afecta a la tierra, que se vuelve un yermo, un caos, un cadáver impuro (4,23‑31). La relectura exílica ya ade­lanta aquí el futuro del des­tierro: "Como me dejaron a Mí y sirvieron a dioses extraños en su propia tierra, así servirán a extraños en un tierra no suya" (5,19; 9,14s). Jere­mías había advertido a "todos los habitantes de esta tierra", del más chi­qui­to al más grande: "Oye, tie­rra:...Miren que un pueblo viene de tierras del Norte!"; pero son "degenera­dos", pura "ganga" inútil (6,12.19.­22.29s). Peor aún: "execraron mi tierra con la carroña de su mostruos abominables, y de sus Abominaciones llenaron mi heredad" (16,18).


 

Dios no tiene más remedio que volcar su ira purificadora sobre ese lugar y esa tierra " y toda la tierra quedará desolada" (7,14.20.34). Pero eso sólo durará 70 años (25,12; 29,10); luego recaerá la maldición sobre la tierra de los opresores caldeos (25,11‑13); como antes cayó también sobre otras tierras culpables (25,27‑31). Por eso Jeremías compra un "terreno" en su patria Anatot, como prenda de esa esperanza en que "se comprarán casas y campos y viñas en esta tierra" (32,15.43). Porque Dios es el "Hacedor de la tierra, que la formó para hacerla subsistir", hará volver a los desterra­dos, y los "purificará de toda la culpa" que habían cometido y Jerusalén llegará a ser "ornato y prez de toda la tierra", y habrá pastores y ganados "en la Tierra Baja...y en la Tierra de Benjamín" (33,2.7.9.12s). Porque en definitiva la ecología de la tierra depende de la conducta humana.


 

3.2. La "vuelta" a Dios


3.2.1. Abandonar la tierra manchada.


El pueblo de Dios, que ha sido infiel como una esposa adúltera y ha manchado la tierra con sus prostituciones idolá­tricas, debe abandonar esa Tierra, prome­tida y dada por Dios a los padres. Ese es el castigo merecido, por ser la consecuencia irremediable de sus actos contrarios a los compro­misos de la Alianza pactada. La maldición de Dios, tan claramente señalada en Dt 28 y reiteradamente conminada por la voz de "sus siervos los profe­tas" (1 Re 13; 21,23; 2 Re 9,7s.36; 17,7‑23; 23,15‑18; 24,1‑4) les alcanza ahora plenamente, sobre todo con la destruc­ción de Jerusalén y de su Templo, y el final de la dinastía davídica. Pero la tierra a la que van es también una tierra manchada, donde no sólo el culto, sino hasta las comidas y la sepultura es una impureza; y todo serán calamidades sin cuento (Am 7,17; Os 9,3; Jr 20,6; Dt 28,32‑37. 63-­68).


 

3.2.2. Volver a Dios, Dueño de la tierra.


La única salida es la "vuelta" al Señor, una verdadera conversión, una "circuncisión del corazón" (Dt 10,16; 30,6; Jr 4,4) y una conducta conforme a la Alianza. Pero ya sabían los profetas ‑y ahora la Escuela Deu­teronomista entera‑ que esto no le es posible al hombre peca­dor (Gn 8,21;Dt 9,24; Is 6,9s; 9,12; Jr 4,22; 8,5; 13,23; 17,9). Por los profetas también saben del amor y la misericordia de Dios, capaz de cambiarle el corazón, de "hacerlos volver", de perdonarlos sin condiciones previas, para que puedan luego condu­cirse según el plan de Dios (Dt 4,29‑31; 30,1‑6; Os 11,7‑9; 14,5s; Jr 15,19; 17,14; 31,18 y 34; 1 Re 8,33s.46‑51.57‑61).


Han aprendido una enseñanza aún superior: que es esa "vuel­ta" inte­rior, ese éxodo espiritual de desterrados y quedados, lo más decisivo; pues el Señor está también con los desterrados, ya que es el Creador y Dueño de toda la tierra. No es fácil decidir si esta idea del Creador está ya en el Jeremías histórico, como es claro en Ezequiel y más aún en el Deutero-Isías; pero cierta­mente aparece en la relectura deuteronomista (Jr 10,10‑16 = 51,15‑19; 14,19‑22; 31,35‑37; 33,19‑26). Unida a ella está la de Dios como Señor de toda la Historia, a cuyo servicio está en ese momento el poder de Nabucodonosor, "su siervo" (25,9; 27,6; 43,10). Si esto aparecía ya en la antigua profecía, va a cobrar un gran relieve en el exilio por obra de Ez y del DtIs, pero tam­bién de Jr y su Escuela: Dios domina tanto el pasado como el presente y futuro (18,1‑12; 20,4s; 25,8‑38; 27,5‑7; 31,27s; 32,17‑44; 33,7‑9)


 

Desde aquí hay que leer el juicio y las amenazas también contra las Naciones: el Señor de toda la Historia no deja sin amenaza y castigo a los pueblos extranjeros. La perspectiva de Jr y su Escuela puede parecernos demasiado etnocéntrica, pero ¿que valoración histórica no lo es?. Lo que han hecho con Israel es un criterio de juicio, más claramente aún en la reelaboración deute­ronomista. Ésta condena severamente la opresión babiló­nica, mientras el profeta la veía como un instrumento del justo castigo di­vino al pueblo infiel e impenitente. Compárense los textos de un Nabucodo­nosor "siervo" y de la exigencia de sometimiento a él para salvarse (21,1‑10; 25,1‑11; cc.27‑29; 32,28ss; 37,1‑20) con los retoques posteriores y la condena durísima que se hace de Babilonia en 25,12; 27,7; y sobre todo en los cc.50‑51, con un lenguaje tomado a veces de otros autores(Is­,Ab,H­a).


 

Hay una condena absoluta de Babilonia, precisamente por estar vista como Imperio opresor; después de la catástrofe, y tal vez ya antes, si damos crédito histórico a la acción simbólica que se nos narra en 51, 59‑64, relacionada tal vez con la embajada de Sedecías para justificarse ante Nabucodonosor (29,2ss). Pero en la famosa carta se dice a los deste­rrados que "procuren el bien de la ciudad a donde los ha deportado y oren por ella a Yahveh" (29,7). Junto a Babilonia, hay otra nación condenada casi absolutamen­te: se trata de Edom, que se comporta en esos duros momentos como pueblo enemigo del destruído reino de Judá. Los ecos de esta polémica contra el cainita vecino del sur se expanden hasta Esaú (=Edom) y resuenan en Am 1,11; 9,12 e Is 34 (ambos relecturas posteriores) y seguirán en Ez 25,12‑14; 35,1‑15. En nuestro libro la condena está muy cer­cana, hasta en el lenguaje a la del profeta Abdías (comparar con Jr 49,78-22).


Cosa muy distinta es la condena relativa de la mayoría de las Naciones; aunque deban someterse a Babilonia o sufrir el ataque de Nabuco­donosor, para casi todas hay todavía futuro después de esa opresión (46,26; 48,47; 49,6; 49,39). Estos orácu­los contra Egipto, Filistea y aún contra Moab y Ammón ‑al menos en su forma original‑ provienen del propio Jeremías. Unido a ello estaría su misión de "profeta de las Naciones" (1,5), que inclu­ye la denuncia de sus crímenes y amenazas de castigo (9,24; 10,10.25; 25,13ss; 27,1‑11); pero que tiene también una cara positiva, reflejada tal vez con más fuerza aún por la redacción deuteronomista (3,17; 4,2; 12,14-­17; 18,9s). Se inicia aquí un ecumenismo de la profecía, que no conocíamos hasta ahora y que nos abre perspectivas de atención a la profecía extrae­clesial hoy. El pasaje que anuncia la incorporación al "Trono de Yahveh" en Jerusalén de todas las naciones no está en los LXX; y nos recuerda el famoso poema del Monte Sión de Is 2 = Mq 4. Estamos así cerca de la figura del Siervo de Yahveh, que va a ser "alian­za del pueblo" y "luz de las gen­tes" (Is 42,6; 49,6; 60,1‑3).


 

3.3. La Nueva Alianza


La Alianza es un concepto clave en la Biblia, hasta definir su mayor división en Antigua y Nueva. Ya reflexionamos ampliamen­te sobre el concepto y las fórmulas en temas anteriores; por lo que aquí nos vamos a fijar en esta novedad de la que habló prime­ro Jeremías o su Escuela. La Biblia, como el mundo oriental, no habla a la ligera de novedad, a diferencia de nuestro occidente "amigo de novedades". Cuando emplea ese adjetivo, fuera de casos obvios, generalmente se trata de algo absolutamente nuevo, casi creación de Dios. En el exilio, sin embargo, Israel experimentó una novedad negativa muy dura ‑el fin del Templo y del Trono de David‑ y esperó vivamente otra novedad positiva. El libro de Isaías es el testigo mayor de esta esperanza (42,9s; 43,19; 48,6 y 65,17; 66,22); aunque también Ezequiel habló de "un corazón y un espíritu nuevos" (11,19; 18,31; 36,26). Tal vez sea esa nove­dad interior e histórica la que invite el salmista a celebrar con un "cánti­co nuevo". Pero sólo Jr 31,31 se habla de "Alianza Nueva"; tratemos de comprender a fondo su esperanza.



 

3.3.1. Volver al origen.


Jeremías, o tal vez mejor su redac­ción deutero­nomista, piensa muy históricamente: reflexiona sobre todo el camino del Pueblo de Dios, desde Egipto y el Sinaí o Horeb. Más tarde el Dt es entendido como una "Segunda Ley" por los LXX; pero el autor de esa obra es muy consciente de la nove­dad con respecto al "Código de la Alianza" (Ex 20‑23) y de su no vigencia en el "hoy" del lector. Desde esa Ley es juzgada toda la historia de los reinos de Judá e Israel; y por la culpa acumula­da, que llegó a su colmo bajo Mana­sés se explica la desaparición del Templo y la Dinastía. Hubo una redacción del Dt y de toda la Historia Dtr que se concentraba en esa constatación ne­gativa de la culpa del Pueblo y del justo castigo de Dios, bien anunciado por los profetas. Pero hay textos que invitan y esperan la con­versión del Pueblo y el perdón de Dios: esperan un nuevo comien­zo sobre nuevas bases.


 

3.3.2. Reencuentro con el Creador.


 

Esas bases nuevas para un nuevo comienzo sólo pueden venir de Dios, único creador de nove­dad auténtica. Pareciera que el mismo Dios juzga nega­tivamente su antigua Alianza con los padres, porque no estaba inscrita en el corazón del hombre, y no lograba su trasformación interior. Se repite machaconamente que "no escucharon ni prestaron oidos" a la voz de Dios (7,24.26; 11,8; 17,23; 25,4; 34,14; 35,15; 44,5). El redactor Dtr de Dt 29,3 dirá que Dios no se los había dado hasta el día de hoy! De alguna mane­ra se está declarando inútil la antigua Alianza con su Ley externa; y por eso tal vez no se vuelve a repetir cosa semejante en la tradición posterior a Jr y su Escuela, si no es en los sectarios de Qumran y el NT. Mejor diríamos que se está anunciando su superación, dado su carácter preparato­rio y pedagógico, como nos enseñará Pablo. Dios estará saliendo de una manera más honda al encuentro de la humanidad y ésta quedará renovada y será capaz de conocerlo.


 

La tendencia del Exilio es la de revalorizar la Ley en general; y concretarla específicamente en los primeros manda­mientos. La circuncisión y la observancia del sábado serán ahora los signos sacramentales de pertenen­cia al pueblo de Dios, una vez que el Templo ha desaparecido ( El "P" pone el sábado desde la creación; y la circuncisión desde Abraham: Gn 1 y 17). Pero tanto Jr 4,4; 9,24s como Dt 10,16 y 30,6 hablan de la "circunci­sión del corazón"; y la importancia dada al sábado y a la Alianza en Jr 11,1‑14; 17,19‑27 y 34,8‑22 son obra de la relectura deuteronomista que quiere subrayar su alto valor significativo en el Exilio. Por eso resuena aún más novedoso ese anuncio y esa insistencia en el "conocimiento de Yahveh", que nos remite a Oseas (2,22; 4,1.6; 5,4; 6,6) y a pasos anterio­res de Jeremías (2,8; 9,23; 22,15‑16 y 24,7); y nos habla, sin nombrarla, de nueva Gracia de Dios.


 

3.3.3. Perdón y re‑creación.


La novedad ‑tan antigua o tan nueva como el Génesis‑ es la Misericor­dia de Dios: su amor previo y gratuito, su perdón generoso al hombre pecador. Ya Oseas nos había descubierto esta "debilidad" del Amor de Yahveh (2,16ss; 11,7ss); aunque el espíritu humano siempre pretende justificarse ante Dios, tener derechos ante Él, ganarse su amor por méritos. Jeremías continuará esta línea con vigor: "Me conocerán del más chiquito al más grande ‑oráculo de Yahveh‑ cuando perdone su culpa y de su pecado no vuelva a acordarme" (31,34; cfr 9,23 y 24,7). Sólo tras esa "re‑creación" del corazón humano por la Gracia misericordiosa de Dios, puede el hombre "cono­cerlo", es decir "practicar la justicia y el derecho" y "defender la causa del pobre y desgraciado" (22,15‑16).


 

La teología de la Alianza parecía exigir primero la conver­sión del pueblo, el cumplimiento de las cláusulas, la obediencia a los mandamientos. Pero el Exilio, que profundiza con los profetas en la hondura de la culpa (Jr 6,27‑30; 9,1‑5; 13,23; 17,9) y en su dimensión histórica y social (Jr 3,6‑13, ampliado por Ez 23; y aún 16.20.22.36), se abre también a la novedad de la Gracia más gratuita y sin condiciones de Dios (Os 2,16‑25; 11,7‑9; Jr 24,6s; 31,31‑34; 32,37‑42; Ez 36,25‑30; 37 y casi todo el DtIs). En este contexto se profundiza la noción de "Resto" fiel de Israel (Jr 31,31‑34; 32,37‑42; Ez 36, 25‑30; 37 y casi todo el DtIs). La novedad de Gracia que Dios va a actuar con el "retorno" dejará en el olvido su gesta del "Éxodo"; pues el pueblo ‑de exilados y quedados‑ que Dios "hace volver" le servirá de corazón (16,14s = 23,­7s; 24,7; 29,13; 32,40ss; 42,10ss)


El Deuteronomista, si bien ya no es él quien nos está hablando aquí, lo dice también a su manera en ese "mandamiento principal de la Ley" que pide nada menos que amar a Dios "con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Dt 6,5; 10,12; 13,4). Bien sabe que eso no es posible sin saberse antes querido gratuitamente por Dios, sin méritos propios para ello (Dt 7,7s). Conoce la larga historia de pecado; pero sabe de búsqueda y encuentro con Yahveh, más allá del pecado y el fracaso personal e histórico (Dt 4,29‑31; 30,6ss). Lo mismo se nos dice en ese punto central de toda su obra que es la consagración del Templo por el rey Salomón: "Cuando pequen contra Ti, pues no hay hombre que no peque...si se vuelven a Ti... y Te suplican...escucha Tú desde los cielos...y perdona a tu pueblo" (1 Re 8, 46‑51). Continúa pidiendo a Dios que no los abandone y "que incline nuestros corazones hacia El para que andemos según todos sus caminos". Y así "todos los pueblos de la tierra conocerán que Yahve es Dios y no hay otro" (8,58‑61), texto que nos recuerda al DtIs (45,5s) y al poema del Monte Sión ya señalado.



 

4. TEXTO PARA LA REFLEXION COMUNITARIA: Jr 7,1‑28


 

Este es uno de los textos más claramente deuteronomísticos del libro, ya que tiene casi todas las fórmulas estereotipadas de esa Escuela, que es la de sus discípulos también. Por eso no se duda de su historicidad sustan­cial, refrendada por el otro relato biográfico del c. 26; pero se superpone la voz de la reflexión exílica sobre la advertencia desoída y la amenaza ya cumplida. Jeremías estaba bien seguro de sus palabras, ya que eran Palabra de Yahveh (26,15); pero los redactores ya saben que "ésta es la nación que no ha escuchado la voz de Yahveh su Dios, ni ha queri­do aprender" (7,28). Parece que nadie escarmienta en cabeza ajena; y hay que pasar personal e históricamente por experien­cias‑límite, llegar a tocar fondo, para apren­der.


 

El ataque frontal al culto formalista es casi lo más suave; pues, más al fondo, se ataca la falsa seguridad religiosa (por muy ortodoxa y tradi­cional que parezca); y lo que es peor: la utili­zación ideológica de la religión y el culto para justificar y seguir practicando la explotación y el crimen. Eso es lo gravísi­mo de "tomar el Nombre de Dios en vano"; peor aún: en falso, y haciendo que, por esa causa, "el Nombre de Dios sea blasfe­mado entre las naciones" (Ez 36,20‑22;Is 52,5; Rm 2,24). El Vaticano II, a propósito del ateísmo, vino a recordarnos la tremenda responsabilidad que nos cabe a los cristianos ‑junto con otras religiones‑ en el ateísmo y hasta antiteísmo de muchos hombres con sed de justicia y de buena voluntad (GS,19).


 

El culto sin justicia es peor que un opio, es el "autoenga­ño"; que tal vez sea lo que Jesús llamaba hipocresía de "ciegos" que dicen ver o lo que Pablo llama el "pecado" por antonomasia por encima de las culpas concretas. Por eso, no sirve la intercesión del profeta ni Dios lo puede perdonar; es esa "blasfemia contra el Espíritu Santo" que no tendrá nunca perdón (Mc 3, 29). La práctica de la justicia, en cambio, hará que Dios "se arrepienta del mal que ha pronunciado" contra el pecador (Jr 18,8ss; 26,3.13). El trabajo por la paz, fruto de la justicia mutua, y la opción solidaria con el pobre, el huérfano y la viuda ‑todos los marginados de nuestra sociedad, que son las mayorías del Tercer Mundo‑ serán los que aseguren la permanente presencia de Dios entre nosotros y la realización de la nueva sociedad.


 

Habrá que denunciar como misioneros los mil rostros de Dios desfigu­ra­dos por las prácticas religiosas falsas o deficientes: especialmente las de nuestra madre Iglesia y de nuestras instituciones y personas. Pero sobre todo habrá que anunciar el verdadero rostro de Dios, presente y actuante en la sed de justi­cia y obras de misericordia; misteriosamente presente en cual­quier hermano necesitado y graciosamente activo en cualquier "bendito del Padre" que practica la justicia, por más que no lo reconozca ni se reconozca como "hijo del Padre celestial" (Mt 5,43‑48; 25,31‑45). Como nos recordó hace poco Juan Pablo II, son esas mayorías pobres las que van a juzgar la historia .


 

Habrá que seguir anteponiendo el "servicio de la Palabra" a la dimensión cultual y hasta sacramental; habrá que practicar nosotros y animar a la práctica de la justicia y la misericordia en medio de este mundo individua­lista. La Palabra es la que hace conocer al hombre el amor y el perdón de Dios, la que posibilita y pide su conversión y la que ilumina su camino de obediencia. No está la Gracia de Dios en un culto sacralizado autónomo, sino unido a la exigencia ética, especialmente para con el prójimo en necesidad. Sólo con esta ortopraxis seremos en verdad el Pueblo de Dios, semilla de la nueva sociedad y del Reino que viene.



 

SUBSIDIOS





 

RESONANCIAS NEOTESTAMENTARIAS


 

Aunque se cite pocas veces a Jeremías en el NT, la cita más larga que éste hace del AT está tomada de Jr 31,31‑34 y se en­cuentra en la carta a los Hebreos (8,8‑12 y 10,16s). La utiliza el autor para acentuar la superioridad de Cristo, "Mediador de una nueva y mejor Alianza" sella­da con su propia sangre "de una vez para siempre" (8,6; 9,11‑28). El texto de Jeremías tiene "tono de reproche" (8,8) ya que "al decir 'nueva', declaró an­ticuada la primera; y lo anticuado y viejo está a punto de cesar" (8,1­3). Pocas veces se ha marcado tan fuertemente la ruptura de conti­nui­dad entre el AT y el NT como en esta carta; y se hace utilizando los ritos cultuales y la teología correspondiente. Pero, más que de ruptura, hay que hablar de novedad y plenitud, de culminación y defini­tividad, de ultimidad escatológica.


 

Así lo entendió toda la Iglesia primitiva, que se considera el "verdade­ro Israel" y el "Resto santo"; semilla del Reino y continuadora de la causa del Crucificado resucitado, presente en ella en fuerza de su Espíritu. Eso comienza con el don de la fe y el Bautismo que nos intro­duce en su Pascua, pero se va nutriendo del Cuerpo de Cristo que nos va incorpo­rando a El. Según la antiquísima tradición fue Jesús mismo el que inició ese rito y lo explicó ya como "Nueva Alianza" en su sangre (1 Co 11,25; Lc 22,20); aunque Mc 14,24 y Mt 26,28 sólo dicen "Alianza en mi sangre", que es derramada no por un pequeño resto, sino "por todos los hombres". La "novedad" se dará en el Reino de Dios, donde por fin habrá un vino nuevo, con muchos de oriente y de occidente en torno a la mesa (Mt 8,11); pero de algún modo ya se inauguró con la presencia del "Novio" entre los hombres (Mc 2,18‑22; Jn 2,1‑12).







 

EL "RESTO" EN LOS PROFETAS


 

1.‑ El "resto" es utilizado inicialmente en un ámbito negativo, dentro de las amenazas u oráculos de castigo: no quedará ni resto, o apenas un resto (Am 1,8; 3,12; 4;11; 5,3; 6,9; 9,1; Is 6,13; 7,3; 10,20‑23; 14,22; 15,9; 16,14; Jr 11,23; 25,20; 47,4s; 50,26 y otros). Se trata de los supervivientes a una catástrofe, que afecta a Israel o a otros pueblos.


 

2.‑ En la época del Exilio comienza a referirse más específica­mente a lo que quedará como resto del Pueblo de Dios después del terrible juicio divino sobre él (así en Jr 8,3; 15,9; 21,7; 44,7). Pero pronto comienza a teologizarse en sentido positivo, como los agraciados por la elección histórica y las promesas proféticas de futuro: son el "Resto fiel", aunque sea acentuando más bien la fidelidad de Dios que no la propia (Jr 31,7; 31,10; Ez 5,10; 11,17ss; Is 46,3; 49,21 e incluso la figura del "Siervo de Yahveh" colectiva).


 

3.‑ Junto a ello se dió una disputa histórico‑teológica sobre quiénes constituían ese "resto auténtico": si los "desterrados" o los "que se quedaron". Ezequiel se inclina decididamente por los prime­ros ‑entre los que se cuenta él mismo‑ y el libro de Jeremías ‑y acaso el Jeremías históri­co‑ también. Aquí va unido al tema de la "Nueva Alianza" (Ez 14, 21ss; 33,24ss; 36,26ss; Jr 23,3; 30,3; 31,3; 31,23 y sobre todo 31,31­‑37 y todo el Deutero-Isaías)


 

4.‑ Con la vuelta de los desterrados, y sin duda ya antes, este problema se agravó; pues los "retornados" se consideran la élite auténtica, here­dera de las promesas y con todos los derechos. Vienen con la autori­dad jurídica otorgada por el imperio persa y, con la Ley (=Pentateuco) vuelta constitu­ción nacional, intentan la restauración del culto y las costum­bres judías "auténticas" (Ag 1,12‑14; Za 8,6; Is 66,19; Za 11,9; 13,8ss y tal vez Mq 2,12s; 4,6‑8; 5,6). A sus ojos, los que permanecie­ron en Palestina, infieles a Dios y a su Ley, a sus tradiciones y sus profetas, no son más que una chusma despreciable, ese maldito "pueblo de la tierra", que no conoce la Ley (Jn 7,49).







 

CLAVE CLARETIANA


 

LA MUERTE DE LOS PROFETAS


El Padre Claret procuraba animar al misionero Teófilo: "Son tan cier­tas y seguras las persecuciones y calumnias a los misioneros, que en esto conocerás si eres enviado o no; porque hasta el presente ninguno ha sido excepcionado. Todos los profetas, que fueron enviados de Dios, fueron persegui­dos: ¿A qué profetas no persiguieron vuestros padres? (Hech 7, 52)" (EE p. 350).


"Te debes acordar de lo que dice el profeta Isaías: La quietud y la confianza serán vuestra fortaleza (Is 30,15). Tú procura callar, trabajar y esperar, que el Señor hará desaparecer aquella tempestad. Y, si tan recia es la persecución, te huirás a otra ciudad (Cf Mt 10, 23), pero nunca desempara­rás ni abandonarás tu ministerio o misión (Cf 1 Tim 4,5), pues lo que pretende el enemigo es espantarte como niño tímido. ¡Dichoso tú si sufres hasta la muerte!" (EE p. 353).


 

La Constituciones nos quieren animosos en la predicación a pesar de las persecuciones: "Debemos anunciar la Buena Nueva del Reino en fidelidad y fortaleza, sobre todo porque son muchos los que a él se oponen, por ambición de poder, por afán de riquezas o por ansia de placeres (1 Jn 2,16; 1 Cor 2, 1‑7; Hch 4,18‑21)" (CC 46).


 

La del profeta es siempre una misión peligrosa. Ponerse de parte de Dios en un mundo que rechaza o niega la Alianza tiene sus consecuencias. Nos lo recuerda, nuevamente, el último Capítulo General: "Experimentamos con frecuen­cia las dificultades de nuestro ministerio, porque transmitir un mensaje de anuncio y denuncia en situaciones conflictivas de increencia, de injusticia, de alienación o de muerte, es siempre peligroso y arriesgado. Jesús fue el "mártir de la Palabra", y precisamente por eso, nadie ha logrado acallarla. Nuestra historia congregacional, desde nuestro mismo Padre Fundador, es rica en mártires" (SP. 17).





 

CLAVE SITUACIONAL



 

1. Alianza nueva, universal y ecológica. La pasión por Dios y por el pueblo se le hizo a Jeremías pasión por la Alianza: "Alianza nueva" para "un nuevo comienzo" de alcance universal y ecológico. Vivimos (sociedades e iglesias) situaciones de crisis y de tomas de conciencia ecológica: campañas, movimien­tos, grupos, descubrimientos espirituales y teológicos... Militancias modernas y pueblos indígenas que viven la más genuina alianza con la tierra, el sol, la selva, los animales...; pueblos, culturas y religiones. ¿Reflejos de la "ecología jeremiana"?: desde los peligros de extinción de la vida en nuestra "tierra manchada", "retornar" a la tierra prometida, por el nuevo comienzo de una alianza entre todos los vivientes para salvar la vida. ¿No es ocasión universal para la profecía del "retorno interior"?. Una conversión al "Dios original" por una conducta conforme a la Alianza: justicia y fraternidad universales y ecológicas, cortando ambiciones que "manchan la tierra" ("circun­cidar el corazón"). De Alianza en Alianza nueva, hasta la "nueva y mejor Alianza" en Jesús (Heb 8,6), siempre es Dios quien hace volver.


 

2. De exilios y cautiverios. Juan Pablo II ha denunciado en el drama de los desplazados una de las grandes tragedias de nuestro mundo. "Es repugnante y monstruoso -gritó en los campos de tránsito de Tailandia- que tantos seres humanos tengan que dejar su tierra por causas de raza, etnia, religión, violencia o miseria". Van de una "tierra manchada" a otra "tierra manchada" por la insolidaridad mortal. En todas partes sobran: son des-plazados. Y hay, además, exilios y cautiverios en la propia tierra, en casa: exteriores y también íntimos. La anti-alianza fragmenta la humanidad en todo el universo. Cada uno de nosotros, o cada comunidad, puede hacer su mapa de "desplazados" en el propio entorno. ¿Qué dice el Espíritu a cada Iglesia desde estos lugares de exilio y cautiverio? ¿Qué desafíos plantea a la misión profética de las varias pastorales?


 

3. "Culto sin justicia". Fue uno de los grandes sufrimientos de Jeremías. Y la denuncia más insistente de las Conferencias Generales de los episcopados de distintos continentes. ¡Es que persiste la injusticia generalizada y flagrante junto al culto y a las prácticas religiosas, incluso en sociedades mayoritaria y públicamente cristianas! El divorcio entre fe y vida engendra una fe lánguida y produce clamorosas situaciones de injusticia. ¿Cómo es la situación en nuestra Iglesia particular, y qué desafíos tiene la misión profé­tica en ese contexto?


 

4. El mayor desafío a la esperanza. La esperanza es una apuesta que se hace en la historia. Y vemos en Jeremías que la esperanza profética apuesta por los desplazados y excluídos, por los desahuciados, por los que no "tienen nada", porque el Señor de la historia es el Dios de los "sin derecho y sin nada" y aprecia a los despreciados. La audacia de la "esperanza profética" está en hacer su apuesta dentro de una historia que va en dirección contraria. Los profetas "ven" con quiénes está Dios... ¿Cuál es nuestra "visión" y la de la mayoría de los cristianos en nuestras sociedades? En los grupos solidarios hay creyentes y no creyentes que hacen su experiencia histórica de los valores y potencialidades de los pobres y despreciados. "Ven" la "victoria de los vencidos" y aseguran que "salvará a los poderosos". Osados. Pero, nadie tan osado como Jesús, "en obras y en palabras"...





 

CLAVE EXISTENCIAL



 

1. Puede iluminar y estimular nuestra entrega vocacional, el ver que Jeremías fundió su amor a Dios y al pueblo en la entrega a una mediación profética de la Alianza nueva: ¿Me siento fundamentalmente -en todo, máxime en el servicio de la Palabra- sujeto y mediador de la Nueva Alianza en la misericordia del Dios de Jesús? Nuestros servicios misioneros, ¿producen o animan pequeñas realizaciones históricas del gran proceso de esa Alianza? ¿Congregamos y formamos "aliados de Jesús" en torno a su proyecto universal de vida, fieles a las exigencias éticas de la Alianza?


 

2. Lo "universal" y "ecológico" del ministerio profético de Jeremías, así como su apuesta por los despreciados, puede hacernos pensar en nuevos sentidos para la universalidad de nuestra misión profética. Nos toca abrirnos al ecumenismo de la profecía en los ámbitos de la Alianza universal y ecológica: todas las naciones, todas las culturas, todos los credos religiosos y seculares: un macro-ecumenismo al servicio de la vida, centrado, por lo tanto, en los débiles y los pobres. ¿Dónde se encuentra el centro de nuestro ministerio profético?


 

3. ¿Ha entrado de alguna forma en mi historia personal, la experiencia de "destierro" y "cautiverio" (exterior o interior)? ¿En qué medida vivimos afec­tados, personal o comunitariamente, por los dramas de unos u otros "despla­zados"? ¿Sentimos y traducimos -a Dios y al mundo- el dolor y la esperanza del pueblo? No será exagerado decir que hemos de sentir y pronunciar nuevas "lamen­taciones" y "nuevas esperanzas".


 

4. El oráculo sobre el Templo (lectura comunitaria de este tema sobre Jeremías) nos concierne existencialmente "por carisma". Podríamos asumirlo en oración de discernimiento y conversión: ver ante el Señor cómo respondemos en nuestros ministerios cotidianos al deber de purificar el culto con la Palabra profética. Este texto puede llevarnos a Jesús, a su posición sobre el culto y a su práctica frente al Templo.





 

ENCUENTRO COMUNITARIO



 

1. Oración o canto inicial.


2. Lectura de la Palabra de Dios: Jr 7,1-28


 

3. Diálogo sobre el tema VIII en sus distintas claves.


 

4. Oración de acción de gracias o de intercesión a partir de lo compartido en la comunidad.


 

5. Canto final.



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