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Profetas


 











LOS PROFETAS: PARA QUE EL PUEBLO VIVA


 

INTRODUCCION A LA LECTURA DE LOS PROFETAS



 

En tiempos de cordura ¿Hemos llegado al techo

 

oficial, ordenada, preferente, de lo posible? ¿No hay otra salida?

 

no cabrá la aventura, La suma de lo hecho

 

ya que, juiciosamente, ¿colmará la medida

no alentará quimeras el presente de aquello que esperamos de la vida?


 

 



 

1. NECESIDAD DE PROSEGUIR


 

De la lectura del Pentateuco surge claramente que la propuesta de Dios tiene una finalidad: la vida del hombre. De ahí el título del volumen ante­rior: "Pentateuco: para que el hombre viva". Sin embargo, todavía hoy, junto a hechos esperanzadores para la vida "hay que seña­lar otros verdade­ra­mente graves y preocupantes, como 'la cultura de la muerte'... Descubri­mos la raíz común de estos hechos y situaciones negativas en las actitudes y sistemas egoístas de convivencia y orga­nización de la sociedad" (SP 1.2).


Como propuesta de orientación y guía para responder a las exigencias que nos lanza el tiempo presente desde estas situaciones negativas, los nn. 6 y 13 del citado documento capitular señalan una pauta que expresan, res­pectiva­mente, con una doble formulación: "Imitando a Je­sús, el Profeta" y "nuestro modo de seguir a Jesús, Profeta". En la caracterización de éste se indican, por una parte, su condición de "poderoso en obras y palabras" (n.­13) y, paralelamente a esta doble realidad, se insiste en la necesidad que tenemos "de convertirnos en signo y expresión de la Palabra de Dios"(n­.6).


El presente volumen pretende acercarse a los Profetas desde esta pers­pec­ti­va. Su título "PROFETAS: PARA QUE EL PUEBLO VIVA" quiere ser una pro­lon­gación del anterior de "Pentateuco:para que el hombre viva".



 

2. LOS LIBROS PROFETICOS


 

2.1. Relación de libros proféticos y Pentateuco


El Pentateuco nos había hecho llegar hasta el Jordán y nos relataba el largo camino que culminaba en el don de una tierra. Esta tierra era concebi­da como una "eutopía", un buen lugar en que el hombre podría satisfacer sus necesidades y alcanzar felicidad y dicha. Sin embargo, la historia que con­tinúa revela que esa eutopía se ha convertido en "utopía", un lugar que no existe, al menos para la totalidad del pue­blo de Dios. Del hecho que grandes segmentos de la población han sido desposeídos de lo que Dios les había desti­nado, surge un juicio negati­vo sobre la situación presente. Por ello, la historia de las vicisitu­des del pueblo, relatada en los libros que siguen al Pentateuco, quiere ser un llamado a afianzarse en la convicción de que el presente puede ir adquiriendo rasgos que lo acerquen al "buen lugar" proyec­ta­do.


La misma Biblia se encarga de establecer esta relación, como puede descubrirse a partir de Ml 3,22-24(=4,4-6), versículos finales del "bloque profético". Allí se subraya la condición mediadora de Moisés: "Acordaos de la Ley de Moisés mi siervo, a quien yo prescribí en el Horeb preceptos y normas para todo Israel" ( Ml 3,22). Y con ello, se nos remite al fi­nal del Deuterono­mio: "no ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés" (Dt 34,10). Pero, en la línea de la promesa de un nuevo Moisés (Cf Dt 18,15-19), los versículos que siguen hablan de la función de la venida del profeta Elías en orden a la conversión y, de esa forma, la colección de los Profetas aparece como continuadora de la misión de Moisés. Los héroes de esta colec­ción (pasando por alto las críticas que algunos de ellos dirigie­ron a la Torah) son entendidos como maes­tros de fidelidad a la Torah de Moisés.


De esta forma, después del Pentateuco en que todo está encaminado a hacer aparecer la bondad de la Ley de Dios como proyecto para una rec­ta convivencia entre los hombres, la Biblia nos presenta unos libros que tras­miten una historia en que se nos relata el destino de esa Ley en la vida del pueblo.


 

En la profecía, a diferencia de la Ley en que frecuentemente se se­ñala la época con un indeterminado "en aquel tiempo", se marcan a cada paso fe­cha, acontecimientos individuales y relación con los reyes de Israel y con los imperios. La historia que se cuenta es testimonio calificado de que lo hecho por Dios en favor de Israel hasta la entra­da en la tierra (Penta­teuco) ha sido deshecho a continuación.


2.2. Unidad en los textos proféticos


 

Pero con los versículos citados más arriba se realiza también, en torno a la la figura de Elías, la unión de los mensajes que se nos transmi­ten a partir de Isaías (Profetas posteriores) con los relatos consignados en los libros que van de Josué a II Reyes (Profetas ante­riores): La mención del retorno de Elías remite a su subida al cielo relatada en 2 Re 2,1-11.


 

Tal vez, el mismo carácter de referencia tenga la repetición del texto íntegro de 2 Re 18,13-20; 19 (salvo 18,14-16) en Is 36,1-38,8; 39,1-8. Si esto es verdad, la repetición debería entenderse como una invitación del redactor final de los Profetas anteriores a consultar la colección de los profetas posteriores que comienzan por Isaías.


 

De esta forma se determina la unidad del objeto de nuestra lectura para este año. En ella a cada paso nos encontraremos con "Profetas", verda­deros protagonistas de esta historia.


2.3. Extensión de los textos proféticos


 

En la traducción griega, esos libros aparecen separados. Los "mensa­jes" proféticos se transmiten al final de todo el Antiguo Testamento, mientras el bloque de libros que van de Josué a II Reyes, junto con los libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, con algunas historias edifi­cantes (Rut, Tobías, Judit y Ester) y con la historia de la lucha por la indepen­dencia del dominio griego en los libros de los Macabeos, integran el voluminoso bloque de "Libros Históricos".


En la Biblia Hebrea, por el contrario, sólo la primera secuencia (Josué a II Reyes) aparece en este lugar con el nombre de Profetas anterio­res: en ella se relata la historia de la conquista de la tierra (Josué), las luchas por el asentamiento definitivo (Jueces), el paso de los jueces a la monarquía, primero con Saúl (I Samuel) y luego con David (II Samuel), la historia de la monarquía desde Salomón hasta Josafat en el Sur y hasta el comienzo del reinado de Ocozías en el Norte (I Reyes) y desde ese momento hasta la desapari­ción de ambos rei­nos (II Reyes).


 

Esa historia se continúa con los "Profetas posteriores" en donde encon­tramos primeramente tres textos de mensajes de una notable exten­sión: Isaías, Jeremías y Ezequiel, seguidos de textos breves, unidos para formar el Libro de los Doce Profetas. La sucesión de éstos parece ordenarse en tres períodos tal como eran concebidos en la mente del coleccionador: dominación asiria (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas), decadencia asiria (Nahum, Habacuc, Sofonías) y dominación persa (Ageo, Zacarías, Malaquías).


 

3. ¿QUE ES SER PROFETA?


 

Sin embargo, el título Profetas dice bastante poco sobre la naturale­za de estos libros. Ya la forma en que son escritos no es uniforme: mientras en los profetas anteriores las palabras de esos personajes parecen perderse en la sucesión de innumerables acontecimientos histó­ricos, en los profetas posteriores sucede lo contrario. En el primer caso nos encontramos con un interés manifiesto en transmitir lo que dichos profetas han hecho, en el segundo se transmiten enteros discur­sos y sólo se recurre a la narración si es indispensable para situar esos discursos en la vida del personaje.


 

De ahí que sea necesario tratar de determinar mejor la naturaleza del profetismo en orden a explicar mejor el carácter de los textos proféticos que hemos de leer. Para ello, se procurará descubrir, a partir de los nombres con que se los designa, el significado de su función.


 

3.1. El significado del nombre profeta


 

3.1.1. Ambigüedad de una palabra


 

La utilización actual del término "profeta" lleva las marcas de la ambigüedad. En el lenguaje de todos los días se lo emplea para desig­nar la persona que tiene la capacidad de prever acontecimientos futu­ros. Pero también, cada vez se hace más frecuente emplear el mismo término para referirse a miembros de la Iglesia, a laicos o a religio­sos de los que se afirma, por ejemplo, en la Carta de marzo de 1990 del Cardenal Hamer a los religiosos de América Latina :"Llamados, pues, a ser profetas en medio del Pueblo de Dios, de acuerdo a la pe­culiaridad de su consagración y misión" (n.5). Ahora bien, con este segundo tipo de lenguaje se señalan activida­des que afectan no tanto al futuro cuanto al presente como son "conocimien­to de la realidad, una presencia solidaria y el constante movimiento de conversión al mensaje de Cristo" (ibid.n.2).


 

Ya los dos sentidos mencionados eran utilizados en el primitivo vocabula­rio cristiano en que, por un lado se menciona el cumplimiento de las profecías y, por otro, se habla de profetas que anuncian la Pala­bra de Dios para el momento presente.


 

Esta ambigüedad estaba ya presente en los orígenes de la palabra griega según dos posibilidades de significado (local o temporal), que puede asumir la preposición "pro" en la determinación del verbo decir. En su sentido local, que parece ser el más antiguo, profeta se dice de una persona que habla "delante" de un público al que se anuncia, se da noticia o se proclama algo. Pero muy pronto se entiende el "pro" mu­chas veces con el sentido temporal de "antes": palabra de una divini­dad que anuncia su voluntad no solamente para el presente sino también para el futuro.


En orden a establecer cuál de estos sentidos sea más apto para ex­presar el ministerio histórico de los profetas de Israel es necesario examinar el sentido del vocabulario que usa el texto hebreo de la Bi­blia para referirse a estos personajes.


 

3.1.2. Los nombres hebreos del "profeta"


 

El término profeta usualmente es una traducción de la palabra hebrea nabí'. Dicha palabra es de origen extranjero y la opinión más probable sostiene que se trata de un vocablo derivado del acádico nabu' que tiene el sentido de "el que ha sido llamado", "el que tiene una voca­ción". Las formas verbales que del término se originan tienen un doble sentido: anunciar y enloquecer. En este último sentido frecuentemente se equiparan "hacer el nabi'" y "hacer el loco" (Cf. Jr 29,26; Os.9,7; 2 Re 9,11). En 1 Samuel se atestigua que, en medio de los profetas, Saúl cae en trance y los que le conocen de toda la vida se sorprenden de verlo profetizando (1 Sam 10,10-11). En 1 Sam 19,20 los emisarios de Saúl caen en trance y en 1 Sam 18,10 profetizar es sinónimo de de­lirar. De estos testimonios, por tanto, se puede deducir que existe, en la mentalidad de los contemporáneos, una cierta afinidad entre éx­tasis profético y locura.


 

Este caracter extático, para el que a veces se ayuda con la música, posibilita la existencia de agrupaciones de profetas. Encontramos así, en la Biblia, a "los hijos de profetas" o a "hermanos profetas" que adoptan un estilo de vida arcaico y, por consiguiente, anormal para la época en que viven.



 

La exaltación profética tiene un marcado carácter religioso. Aunque se trasladan de un lugar a otro con su profetizar, están ligados a un lugar sagrado: El grupo de profetas que Saúl encuentra desciende de "los altos". En Ramá, donde hay otro alto (1 Sam 9,12.19) y un altar a Yahveh (1 Sam 7,17), reside Samuel. Los "hijos de profetas" establecen su residencia en lugares de antiguos santuarios: Guilgal (2 Re 4,38), Jericó (2 Re 2,5).


 

Por eso aunque el pueblo se burla de sus boatos, reconoce en ellos la presencia del espíritu de Yahveh. Sus manifestaciones extáticas apa­recen como señales por las que Yahveh hace ver su presencia. En Nm 11, 29 se expresa el deseo de que todo el pueblo pueda profetizar ya que ello es testimonio de la presencia del espíritu (ruah) de Yaveh.


 

Otro término con el que frecuentemente se denomina a los profetas es el de "hombres de Dios". Ellos son consultados en orden a solucionar problemas de salud (1 Re 17,17-18) o sobre la manera de recuperar ob­jetos (2 Re 6,6). También pueden hacer aptos para el consumo bebidas o comidas (2 Re 2,19-22; 4,38-41). Para responder a esos problemas esos personajes se expresan, general­mente, por medio de un oráculo con el que transmiten órdenes de Yahveh que deben ser cumplidas. Y en cuanto esas órdenes se refieren al porvenir o indican el curso futuro de una guerra (2 Re 13,14-19) o de un asedio (2 Re 7,1-2), de la evolución de una enfermedad (2 Re 8,8) o pueden indicar el lugar donde se encuen­tran objetos perdidos (1 Sam 9,6.­10), dichas personas pueden recibir también el nombre de "videntes".


 

Con tal vocabulario nos hemos acercado a los dos elementos que se a-signan al profeta en el último documento capitular: obras y palabras, signo y palabra.


 

 

4.EL PROFETISMO COMO FENOMENO RELIGIOSO


4.1.Profetismo, fenómeno común en la historia de las religiones


 

Este tipo de fenómenos del profetismo israelita es semejante a fenó­menos paralelos existentes en muchos pueblos.


 

Todo pueblo, a cada paso de su existencia, hace continuas experien­cias de que su vida se encuentra amenazada. Ante las múltiples amena­zas a la vida, los hombres religiosos de los pueblos recurren a Dios buscando su ayuda que les permita triunfar sobre estas amenazas. Para ello, frecuentemente se interrogan sobre la "voluntad de Dios" que pue­da indicarles el camino a seguir en cualquier encrucijada de su exis­tencia. Y en orden a descubrir dicha volun­tad, frecuentemente recurren al consejo de un "hombre de Dios".


Los "hombres de Dios" ocupan un lugar importante en la vida del pue­blo. A ellos se acude y ellos responden por un "oráculo", palabra de la divinidad.

 

La competencia de este consejo abarca una amplia gama de activida­des. Puede tratarse de descubrir cómo hacer para solucionar problemas de salud o para encontrar objetos perdidos, cómo atender a la insalu­bridad del agua o cómo hacer para defender un territorio. La sabiduría de las palabras del hombre de Dios lo definen como un "vidente" o un "adivino".


La misma Biblia es consciente que dichos personajes y los oráculos en que expresan sus consejo no son exclusivos de Israel. Por ello ya hemos encontrado en la lectura del Pentateuco a uno de ellos, a un extran­jero de la Mesopotamia: Balaam, hijo de Beor. Este tiene las caracte­rísti­cas del "baru" de aquella región: personaje que recibe comunicaciones de la divini­dad.


 

Pero la iluminación repentina de Balaam que abandona la búsqueda de los augurios (Nm 24,1) lo emparenta con el mahhu, también del ámbito mesopotámi­co, portavoz autorizado de la diosa Ishtar. Aunque los tex­tos lo describen ligado a los sueños, mensajes y ómenes y no hablan expresamente de un fenómeno extático, el nombre del personaje parece indicar a un profe­sional del éxtasis ya que muy probablemente derive de un verbo con el signi­ficado de "delirar" o "desvariar". En el ámbi­to de la Siria-Palestina encontramos también la existencia de personas que pronuncian oráculos en estado de delirio causado por la danza, por heridas o por ingestión de alcohol.


Todos estos caracteres las sitúa entre los elementos no-normales de su sociedad. Por ello, aunque se los respeta y se reconoce su actua­ción, frecuentemente se los margina. El "profetizar" frecuentemente está ligado a este tipo de fenómenos extáticos.


Esta situación al margen de la racionalidad de una sociedad los ubi­ca entre los representantes del carácter utópico. Ellos señalan un lugar no-existente donde se podrán adquirir bienes aún no poseídos o donde los bienes que se posean no estarán amenazados.


 

Un fenómeno análogo al de los "pais" (chamanes) del ámbito guaraní­tico, que antes y después de la conquista española, se lanzaban junto con su pueblo a recorrer las grandes planicies sudamericanas en bús­queda de una "tierra sin males" con el convencimiento de estar obede­ciendo a una orden de la divinidad.


 

4.2. Elementos distintivos del profetismo en Israel


Los elementos comunes arriba asignados a los profetas y sus oráculos no explican el sentido más profundo de la actuación de los profetas israeli­tas sobre los que habla el texto bíblico.


4.2.1. Defensores de la causa de Yahveh


Un elemento mucho más relevante surge del hecho de que son "profetas de Yahveh". Por eso en nombre de Yahveh entablan una lucha incesante contra los dioses extranjeros.


De ahí su combate contra los dioses cananeos de la fecundidad, espe­cialmente contra las múltiples advocaciones de Ba'al, señor de la vida en el panteón de Canaán. Esta lucha se manifiesta en mayor medida en el reino del Norte, particularmente bajo el dominio de la dinastía de Omrí pero también en épocas posteriores. Frente a esos dioses extraños todo profeta lleva, en cierto modo, el nombre de Elías (Yahveh es mi Dios).


 

Cuando los cultos cananeos no representan un peligro, la lucha se desplaza en dirección de los dioses imperiales de asirios y babilóni­cos.


4.2.2. Independientes frente al poder


 

a) El combate contra todo egoísmo y absolutización del poder: Este carácter aparece mucho más extendido en la crítica profética a la vida social de su época. Tanto profetas anteriores como profetas posterio­res son predicado­res, anunciadores de oráculos que se presentan como Palabra de Yahveh, cuya característica más relevante en los textos transmitidos es su independen­cia respecto a los intereses de la polí­tica de los soberanos y de las clases dirigentes, a pesar de que los reyes israeli­tas buscaran frecuen­temente junto a ellos la legitimación de su poder.


 

En esta libertad del profeta y de sus oráculos respecto al monarca encontramos una de las características más distintivas de los profetas de la Biblia, presente aún en los que están más allegados a la corte como Samuel, Natán y Ajías.

 

 

En esto se establece un criterio de autenticidad profética frente a otros tipos de profetas ya que Israel, como los otros pueblos, ha co­nocido profetas que subordinan sus oráculos al servicio del rey, profetas cuya única preocu­pación es agradar al monarca (Cf 1 Re 22,5-12). Ello es debido a que el ejercicio del poder se concibe íntimamente ligado a la divinidad y es ejercido en nombre de ella. Estos individuos o grupos, situados lejos de los centros de poder, son buscados por los gobernan­tes en orden a fortalecer el ejercicio de su autoridad. De ahí que no puede extrañarnos que los testimonios del Oriente Medio Antiguo nos los presenten en relación con reyes, gobernadores y con quienes ejercen el poder (ver cuadro).



 

 

Desde esta característica peculiar se hace necesario que, para enten­der a los profetas, se deba examinar previamente los cambios produ­cidos por la monarquía en la constitución de Israel.


 

b) La monarquía durante la época de los profetas: En 1 Re 5,2-3 se ha­bla de la abundancia en la vida de la corte salomónica: "Los víveres de Salomón eran treinta cargas de flor de harina y sesenta cargas de harina cada día, diez bueyes cebados y veinte bueyes de pasto, cien cabezas de ganado menor, aparte los ciervos y gacelas, gamos y aves cebadas". La opulencia de la corte salomónica está confirmada por los restos de cons­trucciones de la época.


 

Para 1 Re 4,20 esta opulencia tocaba a todos los israelitas y los tri­butos alcanzaban a los súbditos no-israelitas según una geografía des­crita en 1 Re 5,1: los reinos desde el Eufrates hasta la tierra de los filisteos y hasta la frontera de Egipto. Sin embargo el mismo tex­to bíblico habla también de la institución de "gobernadores sobre todo Israel que proveían al rey y a su casa" (1 Re 5,7). Esta economía de opulencia cortesana sólo podía mantenerse con una política de opresión social. 1 Re 5,27-30 habla de leva y trabajo for­zado, aunque 1 Re 9,22 los restringe para los súbditos no israelitas. Y en 1 Re 12 se describe el gobierno de Salomón como un "yugo" para sus súbditos (vv. 4.9. 10.11.14).


 

Para buscar la aprobación religiosa, el rey procura el establecimiento del control sobre la religión. Esto se realiza con la construc­ción del Templo. Dios se hace accesible en el templo de Jerusalén, y de esa forma es concebido como una divinidad que ha ligado su suerte a la suerte de la dinastía.

 

 

La opulencia crea en la sociedad israelita de la época, como en to­das las sociedades opulentas, una conciencia de autosatisfacción por los logros nacionales, incluso cuando estos logros esconden la miseria de la mayoría de la población.


 

c) La experiencia profética de Dios: La oposición a esta situación surge en el profeta de la experiencia de un Dios con rasgos definidos. Ella se expresará en el relato de la teofanía de la vocación inicial, pero también en que todos los aconte­cimientos históricos y también cósmicos son "signos" de Dios : sequía, hambre, peste, terremoto lo mismo que la guerra o el fin del asedio pueden ser leídos y comprendi­dos como expresión de la voluntad divina.

 

Pero sobre todo, el profeta va a encontrar la Palabra de Dios en la historia de las relaciones de Yahveh con su pueblo. El combate contra los falsos dioses no es diferente de la lucha contra los ídolos que se esconden bajo el nombre de yahvismo.


El profeta se convierte así en reinvidicador de la imagen del verda­dero Dios y por ello se compromete en la lucha contra el egoísmo y la opresión que encierra la opulencia y contra el culto que legitima es­tas situaciones.


 

Para ello el profeta se remite a los rasgos que ha dejado Dios en la historia de sus relaciones con el pueblo. Ya que en ella, el Dios que se ha revelado, ha dejado unos rasgos definidos.


 

De estos rasgos el profeta rescata, sobre todo, la preocupación divina por todos los integrantes del pueblo y la necesidad de ir conforman­do cada momento histórico a las exigencias de la Ley.


A diferencia de otros pueblos, la conciencia monárquica no puede anu­lar en Israel las exigencias que aseguren la vida para todo el pue­blo con­forme al proyecto de Dios. De ahí la preocupación que tiene el profeta de recordar a cada paso la situación de los más desvalidos en su sociedad. Por ello, incluso cuando el profeta acompaña al monarca, debe indicarle las exigencias que brotan respecto a aquellas personas en el proyecto divino. El profeta es quien asume la defensa de los de­rechos señalados a la concien­cia por la ley (mosaica o "natural") y, desde ella, puede pronunciar un juicio negativo sobre el presente his­tórico de la estructuración de la sociedad (pecado), una sentencia o juicio condenatorio (ryb) que alcanzará al pueblo, en su historia y en su globalidad, por haberse desentendido de la suerte de sus hermanos más desprote­gidos.


Desde la confrontación entre las políticas de la monarquía y el pro­yecto de Dios se exponen, de este modo, las limitaciones y sobre todo, los males de aquéllas.


Pero esta confrontación sirve al profeta para pasar a prenunciar la "salvación" para el propio momento histórico y los cambios exigidos, ("con­versión") para ello. Entre estas exigencias, desde Isaías en ade­lante, apa­recerá la necesidad de atender al deshecho social, al "Res­to".


 

Esta preocupación de acercar cada momento histórico al ideal del pro­yecto de Dios muestra la necesidad de la acción profética. Sin esta acción profética, la utopía es fácilmente manipulable y se convierte en evasión, como en los ejemplos en que anteriormente se mostraba cómo el poder sabía utilizar los oráculos al servicio de sus fines.


 

Pero, por otra parte, el profetismo requiere los rasgos definidos del proyecto divino. Sin ellos quedaría indefenso para enfrentarse con los males del tiempo presente, incapaz de ofrecer una alternativa. No pue­de diseñarse el rostro de lo que se espera de una sociedad sin las notas carac­terísticas que surgen de un mínimum ya explicitado por el designio sal­vador de Dios para todo el pueblo.



 

5. NECESIDAD DEL DISCERNIMIENTO PROFETICO


En la medida en que también el falso profeta puede designar sus pala­bras como "oráculo de Yahveh", como parte del proyecto de Dios, se hace nece­sario el discernimiento profético.


 

5.1. El cumplimiento de las profecías


 

Un primer criterio elaborado por la Biblia para distinguir entre ver­daderos y falsos profetas es el del cumplimiento de las profecías (Cf.Dt 18, 22). Sin embargo, parece que este principio sólo se hace patente para el que es capaz de interpretar las profecías. Jeremías se distingue de sus contemporá­neos en que puede constatar el cumplimiento de la profecía de Miqueas (Jer 26,18). Esta incertidumbre nunca po­drá ser definitivamente eliminada. Por eso, en su época, sólo los pri­meros cristianos pueden descu­brir en la vida de Jesús el cumplimiento de las profecías.


 

Esto tiene origen en el hecho de que la verdad de la palabra profé­tica es verdad para su tiempo. Para los tiempos que siguen las pala­bras proféticas exigen una nueva adaptación.


 

Por ello es explicable que Oseas (1,4) condene el golpe de estado propi­ciado por Eliseo, que Miqueas (3,12) anuncie, contra Isaías, la ruina de Sión, que Ezequiel (29,17-20), frente la exitosa resistencia de Tiro ante Nabucodono­sor en 571, cambie el destinatario del oráculo.


 

5.2. Adecuación a la Ley de la Alianza


 

De ahí se deduce que el principal de los criterios de discernimiento continúe siendo la conformidad o no con la Ley de la Alianza. Por consi­guiente, quien busca agradar a los poderosos, quien utiliza la Pala­bra según sus propios intereses, o quien no se compromete a fondo con las cosas de Dios, es un falso profeta.



6. DE LA PALABRA HABLADA A LA PALABRA ESCRITA


6.1. El decir profético


 

Originariamente, los Profetas son hombres de la Palabra. A diferen­cia de los primeros extáticos del profetismo israelita, el profeta se define por el "oráculo de Yahveh".


 

Más arriba se ha señalado la diferencia que existe entre las formas distintas en que se nos transmiten Profetas anteriores y posteriores. Pero, si examinamos más de cerca el material transmitido sobre la ac­tuación profética, nos encontramos con el mismo contenido. También los Profetas "escritores" son predicadores de oráculos que después de un "Así dice Yahveh" continuaban con un breve mensaje concluído con la expresión "o­ráculo de Yahveh" Por ello, el calificativo de "escritores" no es del todo exacto. En efecto, si exceptuamos los casos de Is 8,1-2 y Hab. 2,2 (un texto muy breve en el primer caso, y un texto del que nada sabe­mos, en el segundo), una tal actividad aparece atestiguada solamente en la época de Jeremías (c.36). Y en este texto, el profeta puede escri­bir de nuevo su mensaje cuando el rollo en que se contiene es quemado, señal manifiesta que se trata de un mensaje oral.


 

6.2. Distintas redacciones


 

Sólo en un segundo momento (más o menos distante en el tiempo), los discípulos colocan por escrito esos oráculos. Sin embargo, el proceso toda­vía no termina: Es evidente que Is.6,1-9,6 (Libro del Emmanuel) rompe una sucesión ya existente entre los capítulos 5 y 9, o que Ezequiel 3,22-27; 4,4-8; 24,15-27 y 33,21-22 eran probablemente partes de un único oráculo original.


Al final del proceso, bajo el influjo de Amós en quien se encuentran juicios contra las naciones preparando el juicio contra Israel, los redacto­res tienden a adoptar el orden siguiente:

1) Palabras de Juicio para Israel y Judá;

2) Palabras de Juicio para las naciones;

 

3) Pala­bras de salvación para Israel/Judá.


De esa forma se modifica el sentido que en Amós tenían las palabras de juicio contra las naciones: en este profeta se colocaba a Israel y a Judá después de las naciones para indicar su apostasía que los si­tuaba al mismo nivel que los extranjeros. En la nueva sucesión, en tiempos del exilio, la condena de las naciones posibilitaba el paso de las palabras de juicio a las palabras de salvación.



 

7. IMPORTANCIA DE ENTENDER AL PROFETA EN SU CONTEXTO HISTORICO


 

Si el profeta hace la traducción de la utopía en un contexto históri­co, para entenderlo se hace necesario comprender el momento histó­rico en que cada uno de ellos vive y actúa y las épocas en que se re­leyeron sus palabras. De ahí la necesidad que tenemos en cada caso de explicitar la situación histórica. Ello determina la metodología adop­tada: en el punto de partida de la exposición de cada profeta se pre­senta primeramente el nivel histórico y sólo después se pasan a exami­nar el nivel literario y el nivel teológico.



 

8. JUSTIFICACION DEL ORDEN ELEGIDO


Por tanto la historia, más que el orden actual de los libros, es la que determina el lugar en que se trata cada profeta. De ahí que el orden elegido corresponderá a la sucesión de cinco períodos fundamen­tales de la historia del pueblo.


 

Una única dificultad se presentaba en los casos de Isaías y Jeremí­as. En Isaías fue relativamente fácil de superar distribuyendo los tres autores principales de ese libro a lo largo de tres épocas dis­tintas. No acontece lo mismo en Jeremías, mucho más difícil de dividir desde esa perspectiva. Y, por otra parte, parecía muy poco dedicar un solo encuentro a este profeta vista la magnitud de su obra. Por eso se eligió tratar a Jeremías en dos partes, dividiendo el texto en dos mitades (en la que, a grandes lí­neas, se respetaba el orden del libro) y conectar la primera mitad con el Jeremías histórico (Jeremías A) y la segunda con redactores posteriores (Jeremías B).


 

Teniendo esto presente tenemos el siguiente plan de trabajo:


 

* El reino unido desde Saúl hasta el cisma de Jeroboam I: Samuel, Na­tán y Ajías (tema 1)


 

* El reino del Norte desde Omrí hasta su destrucción: Elías y Eliseo (tema 2), Amós (tema 3) y Oseas (tema 4)


 

* El reino de Judá desde los últimos años del reino del Norte hasta la ruina de Jerusalén: Isaías I (tema 5), Miqueas (tema 6) y Jeremías A (tema 7)


 

* La época del destierro: Jeremías B (tema , Ezequiel (tema 9) e Isaías II (tema 10)


 

* La reconstrucción y el fin de la profecía: Isaías III, Ageo y Zaca­rías I (tema 11) y Jonás (tema 12).
















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