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Luz de la humanidad
Buscando la luz...

profetas 06


 













TEMA 6:
CENTRO Y PERIFERIA


TEXTO: Mi 1-7 (para el encuentro comunitario: Mi 3,1-12)



 

CLAVE BIBLICA


 

1. NIVEL HISTORICO


 

1.1. Profeta(s) en dos reinos bajo el poder asirio


 

"Escuchad, pueblos todos", últimas palabras de Miqueas, hijo de Yimlá en 1 Re 22,28, son las primeras palabras de Miqueas de Moreshet (Cf.Mi 1,2). Un malentendido de este género, causado por la frecuencia del nombre de Miqueas, quizá sea una de las causas de la unión de ma­teriales tan dispares en el libro profético de ese nombre.


 

Jer 26,18-19, citando a Mi 3,12, ubica a Miqueas de Moreshet en tiem­pos del rey Ezequías y confirma así, en parte, la noticia introducto­ria de Mi 1,1 que sitúa la actividad de Miqueas "en tiempo de Jotam, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá". Según 2 Re, el último de los monarcas mencionados ocupa el trono de Judá cuando acontece la destrucción de Samaria por obra de los asirios. Esta parece aún no haber tenido lugar en la época de la que procede Mi 1,2-7.


La intervención de Asiria en Palestina se hace sentir a partir del 743 a.C. En ese año, Menajem de Israel pagó tributo a Tiglat-Pileser III para que éste "le ayudara a él y afianzara el reino en sus manos" (2 Re 15,19). El pago del tributo conseguido a costa de fuertes impuestos logra objetivos contrarios a los propuestos: una rebelión an­tiasiria bajo la conducción de Pecaj depone y mata a Pecajías, hijo de Menajem.


 

En el 734, el nuevo rey busca la alianza con Damasco y quiere obli­gar a Judá a entrar en la coalición (guerra siro-efraimita). Judá pide ayuda a Asiria la que interviene atacando a Damasco, y transformando la estructura del reino del Norte. Extensos territorios israelitas pasan a ser gobernados direc­tamente por los asirios y el reino queda limitado a una pequeña porción, vecina a las montañas de Samaria.


El reino del Norte, ensaya una última rebelión en tiempos de su úl­timo rey, Oseas. Samaria es conquistada y el pueblo es deportado en el 720 a.C.


 

El Reino de Judá se mantiene por un tiempo fiel al vasallaje asirio hasta que Ezequías, piadoso yahvista fomenta una reforma religiosa (2 Re 18, 1-8) y participa en una revuelta antiasiria con desastrosas con­secuencias: intervención de Senaquerib en el 701, sometimiento defini­tivo a los asirios y pago de un fuerte tributo.


En esta última época algunos sitúan los acontecimientos relatados en 1,8-16. Sin embargo, no se puede determinar si este texto consigna una descripción del avance asirio o se trata sólo de una amenaza. Esto y otros motivos (p.ej., la pertenencia a Ashdod, desde el 712 a.C., de Gat, mencionada allí entre los territorios patrios en peligro, hace pensar a otros autores que el texto pertenezca al mismo período que el de Mi 1,2-7.


 

En todo caso, aunque se refiera a un corto período de actividad antes de la caída de Samaria o a una actuación de más de veinte años durante el período que transcurre entre la ruina de la capital del Norte y la expedición de Senaquerib, se trataría de acciones que no escapan al período de Ezequías, según la cronología de 2 Re 18,10. En efecto, existen serias dudas sobre la actuación de Miqueas "en tiempos de Jo­tam" y "Ajaz" (Mi 1,1). La mención de estos dos reyes en la noticia introductoria puede deberse a una asimilación de este texto a los tex­tos introductorios de Oseas (Os 1,1) e Isaías (Is 1,1).


 

En todo caso, la descripción que Mi 1-3 hace de la situación de su patria es coherente, en lo sustancial, con lo que sabemos por otras fuentes acerca de las condiciones en que se encontraba Judá en el úl­timo tercio del siglo VIII a.C.


Los capítulos 6-7 parecen proceder de otra persona. Otros son los datos geográficos (Shittim, Guilgal, Basán y Galaad, con la omisión del nombre de Jerusalén), otras las tradiciones (éxodo y marcha por el de­sierto en lugar de las de Sión), otros los destinatarios del mensaje (el pueblo en general en lugar de jefes y dirigentes). Pero sobre todo resulta problemático que un profeta judío termine colocando al final (por consiguiente, como tema princi­pal) promesas de salvación para el Reino del Norte. Todo ello lleva a pensar que los dos últimos capítu­los finales son obra de un profeta israelita distinto del autor de los restantes.


 

1.2. Las dos voces de los capítulos 4 y 5


 

Otra grave dificultad aparece en los cc.4-5. Hay dos visiones contrastan­tes sobre la salvación: la oposición se da en cuanto al tiempo, lugar, modo y destinatarios de la salvación. En cuanto al tiempo, "en los últimos días" (4,1) se opone al "ahora" (4,9). Este a su vez es des­crito como momento de golpes recibidos (4,13) y como momento de golpes dados (4,14) y, según esto, es descrito como momento apto para la in­vitación al dolor (4,10) o como dolor injustificado (4,9). En cuanto al lugar, Jerusalén (4,8) se opone a Belén (5,1) y, respecto a los instru­mentos de la salvación, se habla en ciertos textos de una actitud no beligerante (5,3.6.9) comparable al rocío y en otros de una acción violenta como la de un león (5,4-5). Los destinatarios también son distintos y así se menciona una invocación universal a Dios (4,2) y una invocación reservada sólo a Israel (4,5)


 

Se ha propuesto asignar los elementos citados en primer término a Miqueas y los otros a los falsos profetas, sus interlocutores. A és­tos habría que asignar también 2,12-13. En este caso se trataría de una disputa semejante a la que entabla Miqueas en 2,8-11 contra la opi­nión de sus adversarios, con­signada en 2,6-7. En todo caso, es evidente que, en estos dos capítulos, exis­ten dos formas de concebir la salva­ción futura.

 

 

1.3. Opresión económica del campo: lati­fundio


 

En Miqueas 1,5-6 el delito y el pecado tienen su sede en las capita­les de los dos reinos. Esta visión se prolonga en afirmaciones del profeta en los cc. 3 y 6: "edificáis a Sión con sangre y a Jerusalén con maldad" (3,10), y se dice al consejo de la ciudad (Samaria) que "observas los decretos de Omrí, y todas las prácticas de la casa de Ajab" (6,16).


Ante la creciente intervención de los ejércitos asirios en la región de Siria-Palestina, se asiste en la época de Miqueas a un creciente armamentismo sobre el cual se construye toda la estructura social.


 

Tanto II Re 18-20 como II Cr 29-32 atestiguan de la febril actividad de Ezequías que se debe poner en relación con su propósito de oponerse a la amenaza asiria: "Adquirió tesoros de plata, oro, piedras precio­sas, bálsamos, joyas y de toda suerte de objetos de valor. Tuvo también almacenes para las rentas de trigo, de mosto y de aceite; pesebres para toda clase de ganado y apriscos para los rebaños" (2 Cr 32,27-28). Y sobre todo emprende la construc­ción del acueducto de Siloé: "cegó la salida superior de las aguas del Guijón y las condujo bajo tierra a la parte occidental de la ciudad de David" (2 Cr 32,30).


 

Esta febril actividad es contemplada por Miqueas con los ojos de los campesinos de su patria, Moreshet-Gat. En los primeros capítulos habla frecuen­temente de "mi pueblo" (1,9; 2,4.8.9; 3,3.5) y con esta expre­sión, en casi todos los textos citados, se refiere a sus vecinos, agricultores empobre­cidos y sus familias, de los que asume la represen­tación. Es muy probable que Miqueas sea un "anciano de la tierra": a diferencia de otros personajes, no se menciona el nombre de su padre o su profesión sino solamente su lugar de origen; los ancianos de la tierra se reúnen en Jerusalén dónde parece haber profetizado Miqueas ya que 2,6-11 y 3,1-11 se pronuncian muy probablemente en esa capital. El "estoy lleno de fuerza por el espíritu de Yahveh" (3,8a) debe com­prenderse desde "el derecho" (3,8b) más adaptado para describir el ofi­cio de los ancianos de la tierra que la función profética. Un siglo más tarde son los ancianos de la tierra (Jr 26,17) los que recuerdan la palabra de Miqueas.

 

Miqueas ve las construcciones emprendidas desde las repercusiones que tienen en la vida de sus vecinos. Moreshet, situada a sólo 35 km de Jerusalén, depende de la vida de la capital. Muy probablemente de ella procede parte de la mano de obra para las construcciones de la capi­tal. Los hombres que en ellas participan, incluso con riesgos de su misma existencia, justifican la afirmación de que Sión está edificada "con sangre y con maldad" (3,10). La sangre derramada y la maldad apa­recen siempre en los textos bíblicos en íntima asociación con el ase­sinato y la pérdida de una vida.


 

Pero ésta no es la única consecuencia que trae aparejado el creci­miento de la industria de la guerra. Con la mística guerrera aparece en la clase dirigente de Jerusalén una codicia insaciable. El soborno se ha apoderado de la administración de la justicia: el jefe descuida el derecho a causa de su codicia (cf.3,11a) y con el dirigente, que olvida ­sus cuidados y preocupación por aquellos a él encomendados, abominan el "juicio" y tuercen "toda rectitud" (3,9). Se desprecia así el pre­cepto del dodecálogo de maldicio­nes: "maldito quien acepte soborno para quitar la vida a un inocente" (Dt 27,25). Prácticas de este tipo son características de la época como se deduce de Is.1,23 y 5,23.


 

Moreshet está en un lugar estratégico. Ya desde tiempo de Roboam se habla de cinco asentamientos de tropas en lugares cercanos a ella: So­kó (nordeste), Adul-lam (este), Mareshá (sud), Lakísh (sudoeste) y Azecá (norte) (Cf.2 Cr 11,7-9). El mismo Ezequías tiene intereses estratégi­cos sobre estos puntos ya que de él se afirma en 2 Re 18,8: "batió a los filisteos hasta Gaza y su frontera".


 

Con las tropas, "el camino de la muerte" ha alcanzado la tierra del profeta. La mística guerrera de la capital se ha trasladado al campo. "Levan­taos, marchad, que ésta no es hora de reposo" (2,10a). Bajo la mística guerre­ra se esconde también, como en Jerusalén, la codicia de aquellos que tienen la fuerza. Se produce una apropiación indebida de casas y campos: "codician campos y los roban, casas y las usurpan" (2, 2a). Isaías describe las mismas prácticas en el resto de Judá: "juntáis casa con casa, y campo a campo anexio­náis, hasta ocupar todo el sitio y quedaros solos en medio del país (Is.5,8). La violencia toca "al hom­bre y a su casa, al individuo y a su heredad" (2,2b). En 2,8-9, Miqueas muestra la triste situación de sus compatriotas: mujeres y niños deben sufrir sus consecuencias quedando sin lugar donde habitar, el pobre debe entregar su manto que le sirve de protección frente al frío de la noche y los pobladores del lugar son tratados como enemigos. Miqueas ve a sus compatriotas privados de derecho y libertad y se reproducen las prácticas de Ajaz respecto a Nabot.


 

1.4. Estamentos opresores


 

Gran parte de la responsabilidad recae sobre una clase militar que aprovecha la amenaza exterior para enriquecerse. Pero Miqueas dirige su crítica principal a los principales responsables de la estructura ideológica que bendice las injusticias: "sus sacerdotes enseñan por salario, sus profetas vaticinan por dinero" (3,11). Junto a ellos se men­ciona a videntes y adivinos. Su mensaje es viento e invención de men­tiras. Con ellos condena también Miqueas a los jefes de Jerusalén, a la cúpula del país, a un régimen real cómplice de la opresión de los pobres. La misma condena merecen en Samaria los "ricos", "los habitan­tes" (6,12) y "el príncipe", "el juez" y "el grande"(7,3)




 

2. NIVEL LITERARIO


 

2.1. Vocabulario más frecuente


 

Las visiones de Miqueas tienen por objeto a "Samaria y Jerusalén" (1,1). Aquélla se menciona en el texto profético sólo en 1,5.6. Por el contrario, Je­rusalén aparece en 1,5.9.12; 3,10.12; 4,2.8 y bajo el nombre de Sión en 1,13; 3,10.12; 4,2.7.8.10.11.13. Los textos del ca­pítulo 4 hablan de salvación. Por el contrario, los restantes general­mente están situados en un contexto que reviste un fuerte tono conde­natorio. En contextos de este último tipo se colocan también las raras menciones del término "ciudad": en 6,9 "la voz de Yahveh grita a la ciudad" una sentencia de condenación y en 5,10 lapidariamen­te se afir­ma "aniquilaré las ciudades" (casi con seguridad la lectura de "ciuda­des" en 5,13 y 7,12 son errores de escritura).


 

La situación eminente de la capital en la vida social y su posición elevada en vistas a la defensa del enemigo hace que en varios textos aparezca designada con una expresión en la que aparece el término "monte" en asociación con otras palabras: "monte de la Casa" (3,12; 4,1), "monte de Yahveh" (4,2), "monte Sión" (4,7). En los restantes ca­sos "monte", sólo o unido a "colinas", aparece como testigo del juicio de Yahveh (6,1.2) o como una eminencia en comparación directa o indi­recta con la eminencia superior de Yahveh: Yahveh viene "de monte a monte" (7,12), "el monte de la Casa de Yahveh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas" (4,1). Dicha com­paración conlleva a su destrucción, suerte que toca siempre a "las alturas": "Pues he aquí que Yahveh sale de su lugar, baja y huella las alturas de la tierra. Debajo de él los montes se derriten" (1,3-4a); "Jerusalén se hará un montón de ruinas y el monte de la Casa "alturas" salvaje. En 1,5 aparece el motivo: las alturas son sede de idolatría y profanación: "¿Cuál es el delito de Jacob? ¿No es Samaria? ¿Cuáles son las 'alturas' de la casa de Judá? ¿No es Jerusalén?".


Miqueas usa también frecuentemente términos referidos al ambiente rural. Usa "campo" en 2,2.4 para indicar la propiedad campesina y con este sentido alterna la palabra con "heredad" (2,2b; 7,14.18), "lote" (2, 5), "pastizal" (2,12). Pero campo también se utiliza para indicar la suerte de los moradores de la ciudad (4,10) y de las mismas ciudades (1,6; 3,12). En este último caso siempre aparece seguido de un "que se ara" y con la mención de "ruina".


Los malos gobernantes son calificados como "cabezas" y "dirigentes" (3,1.9). En 5,3 para Yahveh se usa el título de pastor y frecuentemen­te se hace mención de su función de apacentar (5,3.5 y 7,14).


Constantemente usa Miqueas términos de despojo, calificados de modo general como "maldad" (1,12; 2,1; 3,2; 7,3). Este despojo se expresa a veces con palabras como "delito" y "pecados" (1,5) "iniquidad" (2,1), "alzarse como enemi­go" (2,8), "extraviar" (3,5) y asume siempre caracte­rísticas violentas, sobre todo en el capítulo 3 donde se habla de "sangre", "despedazamiento" y "guerra santa".


 

2.2. La causa judicial ("ryb") y la "disputa"


 

La causa judicial, presente en 6,1-8, está ligada a las institucio­nes que enmarcan los tratados de Alianza. Cuando un soberano vasallo era infiel a la Alianza, el Gran Rey enviaba un mensajero con un ul­timatum o con el anuncio de la inminente destrucción. El mensaje con­tenía los siguientes puntos:


 

a) Invocación de los dioses testigos

 

b) Acusación en general en forma de pregunta

 

c) Artículos de la acusación basados en la historia

 

d) Vanidad de las compensaciones cultuales

 

e) Invitación al cambio o anuncio de la destrucción


 

Por la naturaleza del Dios de Israel, no podía haber invocación a los dioses testigos. Su lugar LO ocupaban elementos de la naturaleza: "cielo y tierra" (Dt 32,1) o "montes y colinas", como en el texto citado de Miqueas.


 

La influencia de las causas judiciales puede explicar la insistencia profética en la vanidad de las compensaciones cultuales sin el soporte de una historia de fidelidad. También explica el porqué no se encuen­tran en Miqueas llamados explícitos a la conversión.


El género "disputa" también está presente en el libro. En 2,6-11 se hacen ver sus principales elementos: una cita de los opositores (2,6-7), a los que se da una respuesta que contiene la acusación, primera­mente en gene­ral (2,8a) y, luego, más particularizada (2,8b-10). Final­mente se sacan las conclusiones (v.11). Quizá 2,12-13 sea, de modo se­mejante al caso anterior, una cita de los opositores y, por consi­guiente, parte de una unidad mayor que


 

incluye, a continuación, las acusaciones del profeta, introducidas por un "pero yo dije" (3,1). La presencia de una doble voz en los capítulos 4 y 5 puede deberse a la influencia de este género.



 

3. NIVEL TEOLOGICO


 

3.1. El Dios de la donación


 

Miqueas va a captar la imagen de Dios a partir de su experiencia propia como "anciano" del pueblo. En la legislación, ellos son respon­sables del derecho como defensores del inocente y como testigos de una causa (Cf. p.ej. Lv 4,13-15; Dt 22,13-19; 25,5-10; Rut 4, etc.). Pero también son capaces de dar consejo.


 

Estas funciones son posibles a dichos "ancianos del pueblo" porque están llenos del "espíritu de Yahveh" (cf.Ex 18; Num 11). El "espíritu del Señor" (3,8) es un espíritu de donación desinteresada, que asegura al hombre un lugar donde pueda habitar en libertad. De ahí la preocu­pación de Dios para que a ningún hombre del pueblo falte lo que nece­sita para la vida.


 

Dios asume la causa de aquellos a los que Miqueas llama "mi pue­blo". Este es el vecino despojado del derecho, los empobrecidos de la tierra frente a los cuales Dios se siente obligado a ejercer sus fun­ciones en orden a asegurar lo necesario para su vida.


 

Como este mínimum se niega al hombre por la falta del ejercicio de la justicia y "el derecho", el Dios de la donación se convierte en de­fensor del derecho a la heredad, a la casa, a la vida.


 

Dios se muestra, de esa manera, identificado no con los grandes de la tierra, no con las clases dirigentes sino con el semejante necesi­tado, con el prójimo, en favor del cual interviene con un amor solida­rio y gratuito.


Dios aparece en Miqueas anticipando los rasgos del Dios de Jesucris­to: Es Dios del derecho porque es Dios de la compasión. Ambos términos aparecen unidos en 6,8 y su caminar es una historia de esas dos cuali­dades para con el pueblo.


En los oráculos miqueanos de salvación estos rasgos de Dios aparecen aún con mayor fuerza. En ellos, Dios asume la forma de un pastor preo­cupado por "la oveja coja"... "la perseguida" (4,6), por "el rebaño de tu heredad que mora solitario en la selva... para que pazcan en Basán y Galaad" (7,14), por "el Resto de Jacob" (5,6.7). Nos encontramos ante un Dios que aniquila la violencia del que tiene el poder y toda vio­lencia, que hará desaparecer las armas del opresor y todas las armas (conforme a las dos visiones, presentes en los capítulos 4 y 5, ex­puestas más arriba.

 

Dios se hace presente precediendo y acompañando al hombre en su ca­mino. Miqueas habla de un presente en que el derecho y el Dios del don no es reconocido. Pero la negatividad del presente no le hace renun­ciar al anuncio de un futuro distinto. A partir de la experiencia his­tórica del pasado, describe la intervención de Dios en el futuro. Con ella será posible, por gracia de Dios, la verdadera paz, que asegure al hombre el poder gozar y disfrutar de todos los bienes.


Para ello, se habla de las tradiciones de la salida de Egipto y de la marcha por el desierto en las "visiones" referidas a Samaria. Desde la historia, Dios se ha revelado como quien hizo "subir del país de Egipto", como el que ha rescatado al hombre "de la casa de la esclavi­tud" y como el que ha mandado delante del pueblo "a Moisés, Aarón y María"(6,4). Por ello, en las "visiones" referidas a Jerusalén, cambia el horizonte de las tradiciones recor­dando los rasgos de David como pastor.


 

3.2. La respuesta del hombre a la donación


El Dios de la donación reclama del hombre "tan sólo practicar el derecho, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios" (6,8). No se requieren otros tipos de heroísmos y sacrificios. El Dios de la dona­ción no necesita de los dones del hombre: ni el ofrecimiento de multi­tud de animales ni el de los seres queridos. Se trata sólo de asumir su caminar, el derecho y la piedad.


 

Pero la sociedad, se ha construído al margen del ámbito de la donación. En lugar de dar primacía al don ha colocado como valor supremo la a­propiación. El apetito voraz e insaciable de poseer es, casi siempre, el eje que mueve todo el tejido social.


Esta búsqueda de los dones, por encima del Dios de los dones, ha corrompido los mismos dones: "las reunió como precio de prostitución" (1,7).


Pero también ha corrompido al mismo hombre, constructor de la socie­dad. Los que tienen la fuerza en ella imponen leyes que legitiman su posición y colocan a toda la sociedad en una situación de adoración al ídolo de la codicia (Cf Col 3,5). De ahí que los que tienen la fuerza la usan para apode­rarse de lo que es necesario a otros y de lo que ellos podrían prescindir. El "Mi pueblo" de Miqueas no se refiere en realidad al pobre, sino al que se ha empobrecido por la acción de los jefes y dirigentes de la sociedad. Con ello, éstos dan muestras evi­dentes de que odian el bien y aman el mal, desvirtuando su función: "¿No es cosa vuestra conocer el derecho?"(3,1).


 

Construída a partir de esta sed de acumulación, la sociedad no deja lugar al derecho ni a la compasión. Y con ello se excluye de ella al Dios de la vida. La sociedad se convierte en dominio de asesinos. Se edifica "a Sión con sangre y a Jerusalén con maldad" (3,10). Más aún, se puede hablar de una sociedad caníbal en que los fuertes devoran a los débiles (Cf.3,1-4).


 

Motivos de supervivencia pueden instrumentar el sentimiento religio­so para lograr los medios que permitan mantener estas injusticias. Profetas y sacerdotes que deben mostrar el rostro de Dios, se convier­ten frecuentemente en cómplices del asesinato y el robo. De esta forma se hacen signos del ídolo de la codicia y de sus secuelas mortales: "sus sacerdotes enseñan por salario, sus profetas vaticinan por dine­ro" (3,11), "mientras mascan con sus dientes gritan 'Paz', mas a quien no pone nada en su boca declaran guerra santa"(3,5).


Como consecuencia, Dios "esconde su rostro" (3,4), "tendrán vergüenza los videntes, y confusión los adivinos; y se taparán el bigote, por no haber ya respuesta de Dios" (3,7). Dios no puede ya responder porque se ha oscurecido la imagen del Dios de donación. Por eso, en el juicio, Dios no sólo aparece como "testigo" (1,2) de la injusticia, sino que es El mismo parte lesiona­da y agraviada (6,3).


3.3. Pasión por la justicia


 

Hay, por tanto, para el hombre, una exigencia de cambio de prácti­cas: "abandonar los decretos de Omrí y todas las prácticas de la casa de Ajab" (6,16). Se exige atender a los derechos de Nabot, que son los derechos estable­cidos por el Dios de los padres, respecto a la vida. Quien está lleno del espíritu de Dios puede expresar en sus pa­labras, de las que se hace respon­sa­ble, las exigencias de la vida que son las exigencias de Dios, incluso sin invocar a cada paso que se trata de una palabra de Yahveh.


 

Muchas veces, como en los tres primeros capítulos de Miqueas, son los injustos los que mencionan más frecuentemente a Dios: "¿se ha corta­do el soplo de Yahveh?" (2,7b), "¿No está Yahveh en medio de nosotros?" (3, 11b) y con probabili­dad "su rey pasará delante de ellos, y Yahveh a su cabeza" (2,13b).


 

Sin embargo, el profeta no se extraña ante ello. Descubre al Dios de la donación, del derecho y de la compasión en la historia del pueblo asesinado, despojado y empobrecido. A través de esa conciencia solida­ria, Dios se revela y concede al profeta la fuerza y la actitud beli­gerante necesaria (Cf.3,8) para denunciar el delito. La Palabra de Dios se hace, en el profeta, pasión por la justicia.


Allí se origina su enfrentamiento, en primer lugar, con los dirigen­tes y, en segundo lugar, con los falsos profetas. Allí, en la defensa de la vida amenazada, descubre la dinámica perversa que lleva al falso profeta a justificar la apropiación que los dirigentes hacen de los bienes debidos a todos: su venalidad.


Y allí también, descubre y quiere hacer descubrir a los "pueblos to­dos" (1,2) la presencia del Dios que "baja y huella las alturas de la tierra" en una teofanía judicial que pone al descubierto la falta de consistencia y la falsedad de este pseudoprofetismo: "si un hombre anda al viento, inventando mentiras" (2,11).


La fuerza beligerante del profeta hace que su palabra muchas veces apa­rezca dura y "poco prudente", según los cánones comunes de la pru­dencia. No cesa de poner al descubierto no sólo las acciones, sino incluso las intenciones de los dirigentes de la sociedad "que meditan iniquidad, traman maldad en sus lechos y al despuntar la mañana lo ejecutan" (2,1).


 

3.4. La Palabra convoca a todos los pueblos


De manera paradójica, esta Palabra profética de condenación se con­vierte en punto de atracción para todos los pueblos. Sólo la Palabra que parte de un clamor de los empobrecidos y que expresa la solidari­dad con ellos puede demos­trar el amor preocupado y universal de un Dios que viene para todos los hombres. Se puede, entonces, comenzar a desandar el camino de la agresión que provoca el afán de apropiación y edificar la ciudad como sacramento de verdadera reconciliación.


 

La posibilidad de sentarse "cada cual bajo su parra, y bajo su hi­guera, sin que nadie le inquiete" (2,4) da la posibilidad de superar el sentimiento de ser agredido y la desconfianza.


 

El reconocimiento del don en la vida social, da la posibilidad a toda la humanidad de "forjar sus espadas en azadones, y sus lanzas en podaderas", de no blandir "más la espada nación contra na­ción"... ni de adiestrarse "más para la guerra" (2,3).


 

Esta Palabra pacificadora se convierte, así, en expresión máxima de la donación de Dios: "la boca de Yahveh Sebaot ha hablado!" (4,4d). Ella es concedida desde una ciudad edificada con leyes distintas so­bre el monte al que "afluirán... los pueblos, acudirán naciones nume­rosas y dirán: 'Venid, subamos al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos, y nosotros sigamos sus senderos'. Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh" (4,1d-2).


 

CLAVE CLARETIANA



 

LENGUAJE PROFETICO


 

El documento del XIX Capítulo general, "La Misión del Claretiano hoy", al hablar de la renovación y revisión de nuestros apostolados propone, en el número 232, entre las líneas de acción:

"Subrayar el aspecto profético de nuestro lenguaje evangelizador

 

con una visión crítica de la realidad social;

 

denunciando los ídolos modernos;

 

suscitando ansias de conversión;

 

anunciando la comunidad cristiana, en la que todos encuentran su puesto, para poner los dones al servicio de los demás".


 

El Capítulo anterior, en 1973, había ya dicho: "La simple proclamación del Evange­lio tiene ya de por sí gran fuerza condenatoria de las situaciones alienantes, injusticias y sistemas de opre­sión, y el misionero ha de estar dispuesto a correr cualquier riesgo que pudiera surgir como consecuencia de esa fiel proclamación del evangelio" (2 A 78).


 

Se trata del lenguaje, como el de Jesús, nacido de la pasión por Dios y por el hombre. En nuestra cercanía y solidaridad con el pueblo empobrecido encontraremos ese lenguaje, capaz de transmitir la Palabra de Dios y su juicio sobre el mundo: "Identifiquémonos con los pobres, sin lo cual es difícil entender y anunciar la Palabra de Jesús" (SP. 16.4). Lo hemos visto con claridad en la experiencia de Miqueas, especialmente en sus denuncias a los falsos profetas, cuyas palabras son incapaces de transmitir el designio y el corazón de Dios.


 

No hace falta que sea un lenguaje tremendista, sino fiel al amor compasivo de Dios para con sus hijos e hijas desposeídos. El Padre Fundador no usa un lenguaje tremendista. En Cuba presentaba a Dios como una madre o un padre que quieren hacer reaccionar al hijo; su palabra era Evangelio, pero no dudó en denunciar abusos, movido por su amor a los sencillos.





 

CLAVE SITUACIONAL



1. Norte-Sur, una relación difícil. Se ha hablado y escrito mucho sobre la relación Norte-Sur. Sabemos que no se trata una cuestión de geografía. Pretende expresar todo el conjunto de tensiones, conflictos, intereses, etc. presentes en la relación problemática entre los países ricos y aquellos que son pobres. Es una relación que se prolonga en el binomio ciudad-campo dentro de muchos países, o en el centro-periferia en muchas ciudades. Y en medio de estas tensiones, conflictos, a merced de los intereses más encontrados, nos encontramos con el sufrimiento de muchas personas. Son rostros concretos, familias que luchan por sobrevivir cada día. Pero, en medio de todo esto descubrimos también personas y grupos que intentan destruir estas barreras y poner las bases de un mundo de justicia y fraternidad. Se impone una reflexión y un juicio. ¿Hemos encontrado elementos iluminadores, criterios certeros en la meditación de la profecía de Miqueas?


 

2. ¿Sobornar al profeta? El intento de acallar al profeta se ha dado y se dará siempre. La Palabra de Dios es una espada afilada que penetra en la carne produciendo dolor. Incluso, a veces, se pretende comprar el silencio del profeta. Pero el profeta no puede callar porque la palabra que pronuncia lleva también espe­ranza, desvela una nueva realidad solidaria, fraterna, a cuya construcción hay que dedicar urgentemente todos los esfuerzos. La palabra del profeta ha de ser pronunciada a toda costa porque el amor de Dios que ella anuncia sigue siendo derramado en todos los corazones. ¿Hemos conocido intentos de acallar la palabra profética? Seguramente habremos conocido igual­mente personas y grupos que, impulsados por la fuerza del Espíritu, siguen proclamando intrépidamente y de muy diversas maneras la Palabra que abre caminos a la esperanza.


 

3. Situarse en la periferia. Será bueno repasar algunas estadísticas, confron­tar aquellas realidades que conocemos. Veamos dónde se ubica preferentemente la presencia de la Iglesia, dónde se concentran los evangelizadores, hacia dónde se orientan los recursos de las diócesis, congregaciones, etc. Iluminar esta realidad desde el mensaje de Miqueas nos puede ayudar a encontrar caminos, a dar gracias por las presencias, a intentar desplazamientos.





 

CLAVE EXISTENCIAL



 

1. Es el momento de discernir, en actitud orante, nuestras propias actitudes, personales y comunitarias, frente a estos binomios: norte-sur, ciudad-campo, centro-periferia. ¿Dónde, por qué y cómo nos encontramos?


 

2. Se habla con frecuencia de "desplazamiento misionero". ¿Qué nos ayuda para ello? ¿Qué nos lo impide? ¿Qué significa hoy concretamente esta palabra para nuestra comunidad?


 

3. ¿Cómo experimentamos la presencia de Dios que "sale de su lugar, baja y huella las alturas de la tierra" (Mi 1,3)?





 

ENCUENTRO COMUNITARIO



 

1. Oración o canto inicial.


2. Lectura de la Palabra de Dios: Mi 3,1-12


 

3. Diálogo sobre el tema VI en sus distintas claves.


 

4. Oración de acción de gracias o de intercesión a partir de lo compartido en la comunidad.


 

5. Canto final.



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