..... Contactar por E-Mail: luzdelahumanidad.es.tl@gmail.com
Luz de la humanidad
Buscando la luz...

profetas 07

 













TEMA 7:
DIALOGO IMPOSIBLE CON LOS PODERES


 

(JEREMIAS HISTORICO)


 

TEXTO: Jr 1‑6; 21‑23; 26‑29; 34‑45 (para la reunión comunita­ria: Jr 1,4-19)



 

CLAVE BIBLICA



 

0. EL LIBRO DE JEREMIAS


 

0.1. El libro de Jeremías es el más extenso de toda la Biblia.


 

Es muy difícil dividir satisfactoriamente el libro tal como hoy lo tenemos. Ya los traductores griegos (a la traducción griega nos referimos como LXX) se encontraron con una redacción distinta, o la hicieron ellos mismos: pusieron los "oráculos contra las naciones" en los capítulos 25 al 32; y así quedó más unida la sección biográfi­ca o "pasión de Jeremías" (LXX: 33 al 51). Sin embargo, tampoco así queda claro el orden y división del libro. El orden crono­lógico no es criterio seguro, aunque oriente algo. Por lo demás, el propio libro nos narra que Jeremías mismo hizo ya escribir dos veces sus oráculos contra Judá, Jerusalén y las naciones (Ver el capítulo 36). Y las famosas "Confesiones" ‑sean o no todas ellas auténti­cas‑ se escribieron sin duda en épocas diversas de su vida... o de la experiencia histórica del pueblo judío.


 

0.2. División general:


 

Se suele dividir en tres o cuatro partes, según que se consideren o no unitariamente los capítulos 26 al 45. Así resultan, junto al prólogo del c.1 y el epílogo del c. 52, las tres o cuatro partes del libro siguientes:

 

I) Oráculos contra Judá y Jerusalén: cc. 2‑25 (=LXX)

 

II) Oráculos contra las Naciones extranjeras:

 

a) Introducción a los Oráculos: 25, 15‑38 (LXX:32,15‑38)

 

b) Oráculos contra las Naciones: cc. 46‑51 (LXX:25‑32)

 

III) Oráculos de salvación tras la prueba: cc. 26‑45

 

a) La posible esperanza: cc. 26‑35 (LXX: 33‑42)

 

b) La caída de Jerusalén: cc. 36‑45 (LXX: 43‑51)


La sección II nadie la subdivide, aunque algunos la ubican en tercer lugar, como hace el texto hebreo. Ya vimos que el griego la coloca decidi­damente en el segundo puesto.


 

La tercera, en cambio, no sólo se suele subdi­vidir, sino que se hace de modos divergentes y con títulos orientati­vos diferentes. Por ejemplo:

 

III) Relatos biográficos sobre Jeremías (26‑45; menos IV)

IV) Oráculos de restauración (cc. 30‑33 o aún 30‑35).


 

Otros subtitulan así:

 

III) Profecías de felicidad o salvación (cc. 26‑35)

 

IV) El sufrimiento o "Pasión de Jeremías" (cc. 36‑45)


Es evidente la tendencia a ordenar todos los profetas en tres seccio­nes:

1) oráculos contra el Pueblo de Dios;

2) oráculos contra las Naciones;

3) oráculos de esperanza y salvación.

Esto se ve en los libros de Isaías y Ezequiel; pero también en otros menores. Aparece igualmente en la tradición textual griega de Jeremías: ya el segundo apartado es positivo para el Pueblo de Dios, pues se trata del castigo de sus enemigos. El texto hebreo, en cambio, parece partir de la misión de Jeremías como "profeta (de Israel y) de las naciones" (1,5; 25,13b; 36,2; 46,1) y poner la "bio­grafía de su pasión" en el centro. Así:

 

1) Oráculos contra el Pueblo de Dios (cc. 2‑25)

 

2) Narraciones sobre Jeremías (cc. 26‑45)

 

3) Oráculos contra las Naciones (cc. 46‑51)


 

Pero el orden actual no es claro. No es cronológico ni siquiera en la parte biográfica (los cc. 36, 45 y 51,59‑64 al menos están desplazados). En la primera parte se intercalan colecciones que debieron existir independiente­mente. Las más claras son las "Confesiones"; pero lo mismo vale para las titula­das "sobre la sequía" (14,1‑15,4), "a la casa real de Judá" (21,11‑23,8) y "a los profetas" (23,9‑40). Lo mismo cabe decir de los cc. 30‑31 y aún 32‑36, en la segunda parte. Por todo ello, preferimos una lectura no del texto continuo, sino por niveles históricos: el de Jeremías y su biógrafo y el de la relectura deuteronomista. También la teología tiene ese doble nivel.


 

0.3. La división que proponemos para nuestra lectura misionera.


 

0.3.1. En casi todos los libros bíblicos hay varias manos. Eso no es una excepción aquí. Hallamos en Jeremías palabras origina­les del profeta ciertamen­te. Pero hay también muchas palabras ya retocadas por sus discípu­los, además de una "biografía" parcial. Todo esto es lo que nos proponemos leer en un primer acercamien­to, que por eso se titula "Jeremías histórico". Corresponde a casi todo el libro, pero está más presente en los capítulos que selecciona­mos para esta primera lectura: cc.1‑6; 21‑23; 26‑29 y 34‑45, junto a partes más breves de los demás.


0.3.2. Sin embargo, este libro profético tan amplio ‑mayor incluso que el de Isaías que se divide hoy en tres épocas dife­rentes‑ tiene una historia redac­cional muy larga y compleja. Al menos hay que admitir una relectura deuterono­mista de todo el conjunto de los dichos y hechos de Jeremías, hecha seguramente en diversas etapas, como la propia obra del Deuteronomis­ta. Aunque esto aparece un poco por todas partes en el libro, hemos elegido especialmente unos capítulos en que se nota más claramente esta relectura exílica de Jeremías y de la misma "biografía". Elegi­mos para esta segunda lectura, con mayor perspectiva histórica, los cc. 7‑20; 24‑25; 30‑33 y 46‑52, junto a otros pasos.


 

0.3.3. Así pues, en nuestro tema 7 y en el siguiente, trataremos de leer el libro de Jeremías acercándonos a ese doble nivel. Algo semejante a lo que se hace con los Evangelios, que traen palabras y hechos históricos de Jesús; pero que también son relectura postpascual de diferentes grupos cristianos. Y también, como en el caso de los Evangelios, hay que suponer una larga etapa de discípulos "relectores" antes de la última redacción actual, que sin duda es exílica.



1. NIVEL HISTORICO


 

1.1. La reforma de Josías y su ambigüedad


 

1.1.1. Los libros históricos (2 Re 22‑23 y 2 Cr 34‑35) nos cuentan la "reforma" llevada a cabo por el rey Josías, desde el año 628; potenciada por el hallazgo del "libro de la Ley" durante los trabajos de reforma del Templo jerosolimitano, el año 622 . Consistía en una gran centralización religioso­cultual, acabando no sólo con la magia y adivinación, prostitu­ción sagrada y sacrificios de niños y los cultos a dioses y diosas extran­je­ros; sino también con el culto yahvista que se tenía en los santuarios esparcidos un poco por todo el país, especialmente en el norte (Betel, Guilgal, Samaria, etc). Junto a esto tuvo tam­bién aspectos sociales y jurídicos; pero de ello estamos mucho menos informados. De su abuelo Manasés se dice que "derramó sangre inocente en tan gran cantidad que llenó a Jerusalén de punta a cabo" (2 Re 21,16). De su padre, Amón, se dice que "cometió aún más pecados" (2 Cr 33,23) y sus mismos siervos se conjuraron contra él y lo mataron. Si así actuaban sus predecesores ¿cuánto no tenía que cambiar este joven rey?


 

1.1.2. Lo cierto es que esa centralización cultual no fue sin más ventajo­sa, a no ser para el clero de Jerusalén, que vió reforzado su poder y sus ingresos económicos. No en vano los sacerdotes y profetas oficiales del Templo se van a enfrentar a Jeremías. Menos aún fué decisiva para un cambio de conducta con respecto a las exigencias de justicia y fraternidad de la Alian­za. Por eso no es extraño que Jeremías no fuese demasiado parti­dario de dicha "reforma"; o que, si simpatizó inicialmente, pronto se enfrió su entusiasmo, por la falta de conversión del pueblo. Dos testimo­nios claros de esta postura distante los tenemos en el famoso discurso contra el Templo (en los cc. 7 y 26) y en la terrible frase: "¿Cómo decís: 'somos sabios y tenemos la Ley de Yahveh?'. Cuando es bien cierto que en menti­ra la ha cambiado la pluma mentirosa de los escribas!"(8,8).


 

1.2. Josías y sus descendientes: final de la monarquía.


 

1.2.1. El largo reinado de Josías (640‑309) fué una época de respiro para Judá, ya que el imperio de Asiria estaba en sus últimos momentos. Comenzaba a surgir la estrella de Babilonia y el propio Egipto la temía ya más que a su antigua enemiga Asiria. Gracias a esta situación, Josías pudo fomentar la reforma reli­giosa y emancipación política nacional, tratando de reincor­porar a su reino el territorio y las gentes del norte, el antiguo Israel. El trágico final le llegó en su enfrentamiento en Me­guiddó con el faraón Nekó (609), que iba en ayuda de Asiria. Allí encontró la muerte, que la Biblia recoge, pero casi no comenta; tal vez porque no cuadra con la teolo­gía deuteronomista de una retribución histórica a las obras de justicia. Este rey, según el juicio del Deuteronomista (2 Re 23,25) "se volvió a Yahveh con todo su corazón, con toda su alma y con toda su fuerza" como ningún otro; y según el testimonio póstumo de Jeremías (22,15‑16) fue modelo de justicia para con los pobres. Si hay idealización, detrás hay una historia vivida.


 

1.2.2. En cambio, su hijo Yoyaquim (609‑597), impuesto por Nekó a la vuelta de Karkemish, "hizo el mal a los ojos de Yahveh, enteramente como hicieron sus padres" (excepto su padre Josías, claro); "apremió al pueblo de la tierra y "cometió abominacio­nes" (2 Re 23,35‑37 y 2 Cr 36,8). Por el libro de Jeremías sabe­mos muchas cosas más: explotó a su pueblo, le gustaba el lujo, hizo atropellos y derramó sangre inocente (23,13‑18); además de despreciar soberbiamente la Palabra de Dios escrita por el profeta (c.36). Éste le augura un entierro de burro (22,19) y que no tendrá quien le suceda en el trono. Histórica­mente no sucedió así; aunque estuvo sometido a Nabucodono­sor (605‑562) y tal vez hasta prisionero (2 Cr 36,5‑7). Ciertamente se aproximó a ello en la figura trágica de su hijo Joaquín o Konías.


 

1.2.3. Efectivamente, Joaquín (597, tres meses),tal vez un niño de ocho años al iniciar su reinado, fue depuesto por Nabucodono­sor y llevado cautivo a Babilonia. Allí permaneció cautivo por más de treinta y siete años en la cárcel (2 Re 24,15 y 25,27) y allí murió, sin volver a su tierra ni ver a un hijo suyo sucederle en el trono, como le anunció Jeremías: "Un sin hijos, un fracasado en vida" (22,24‑30).


1.2.4. Nabucodonosor impuso a Sedecías (597‑586), hermano de Josías y llamado antes Mattanías, como rey en Jerusalén. Con ello se creó el conflic­to dinástico (teórico, pues nunca hubo sucesor efectivo) y el con­flicto históri­co‑profético sobre el verdadero "resto" de Israel: los depor­tados a Babilonia o los que se quedaron en Palestina. Una tercera ambigüe­dad de este reinado fue la elec­ción política entre el sometimiento a Babilo­nia, como exigía Jeremías, o la rebelión, apoyada por Egipto y secun­dada por Sedecías al fin. Esta misma ambigüedad va a regir sus relaciones con el profeta: lo deja encarcelar, pero permite que sus cortesanos le ayuden; le hace consultas secretas, pero no hace caso a sus exigencias (cc.21.27.37.3­8).



 

1.3. Destierro de Jeremías


 

1.3.1. Jeremías nació en Anatot, pueblito de Benjamín, a 6 kilómetros de Jerusalén. Su origen campesino va a marcar hechos centrales de su vida, aunque viva en la capital. Predica con ilusión a los campesinos del norte en su juventud. Compra un campo en Anatot cuando ya se está perdiendo la esperanza de vivir en la tierra. Su imagen más profunda de Dios es la de un manan­tial de aguas, con la duda de si no será un espejismo de aguas falsas. Sobre la fecha de nacimiento los exégetas calculan el año 650, ya que recibe la vocación el 627, año trece de Josías; pero el libro habla de que "antes de que nacieras te consagré y profe­ta de las naciones te constituí" (1,5). Si nació hacia el 627, se explica mejor su escasa participación en los primeros años de la "reforma"; si bien parece seguro que en su moce­dad ­colaboró en la vuelta a Yahveh del reino del norte (cc.2‑6 y 30‑31).


 

1.3.2. Pero sus años de mayor presencia profética ocurren bajo Yoyaquim: el mismo año 609 tuvo el famoso discurso en el Templo, que nos viene narrado dos veces (cc.7 y 26). Acusa a Yoyaquim de explotar y asesinar al pueblo; hace denuncias y gestos proféticos ante las élites y el pueblo; ante la oposición de la clase diri­gente hace escribir a Baruc, su secreta­rio, un rollo de oráculos de amenaza y leerlos en el Templo; cuando el rey quema ese rollo, es­crito entre el 605 y 604, lo hace volver a escribir y ampliar (cfr.: cc.16: celiba­to(?); 19‑20:jarro roto y Pashjur; 22,13‑19: acusaciones a Yoyaquim; 36 y 45: el rollo reescrito). Sin duda se escriben en esta época la parte original de algunos oráculos contra las Naciones.


 

1.3.3. Los últimos años del profeta le toca seguir el destino que el rey Sedecías imprimió a Judá. Jeremías proclama reiteradamente la necesidad de someterse a Nabucodonosor, "siervo" de Yahweh (25,9; 27,6 y 43,10). Pero las élites cortesa­nas están divididas y la mayoría se inclina por la rebelión, arrastrando la decisión del monarca indeciso; y con ello la catástrofe final de Jerusalén y el destierro de las élites el año 586 (cfr.: cc. 21; 24; 27; ­29; 32‑35; 37-­39). El profeta le advertirá que se trata de una cuestión de vida o muerte, y pocos salvarán la vida (21,8; 38,2; 39,18 y 45,5). Él mismo es de esos pocos de la élite a los que Nabucodonosor concede gracia; pero una facción de los que se quedaron asesina al gobernador Godolías y lo arrastra consigo hacia Egipto. Allí, fracasado y desterrado, debió morir Jeremías no mucho después. Este "profeta como Moisés" acaba realizan­do un "anti‑éxodo", que quiso siempre evitar (cc.40‑44 y 52).



 

2. NIVEL LITERARIO


 

2.1. Poética apasionada y "biografía"


 

2.1.1. Como todos los profetas, Jeremías es un poeta. Pero lo novedoso de su aportación tal vez esté en lo acentuado de su pasión, que afecta a la persona y al estilo. Inicialmente imita el lenguaje y las metáforas de Oseas: hablar de la relación del hombre con Dios en términos esponsales o paterno‑filiales lleva una carga afectiva y pasional grande. Pero también el mensaje tan duro que debe proclamar ‑hasta merecer el sobrenombre de "Terror entorno"‑ hace que este profeta, sensible al dolor de su pueblo, sufra en carne propia, psíquica y físicamente, esa misma palabra dura que anuncia. De ahí la gran verosimili­tud histórica de las así llamadas "Confe­siones"(11,18‑12,6; 15,10‑21;17,14‑18; 18,18‑23 y 20,7‑18). La carestía, la sequía, la invasión ‑anunciada y temida‑ le hacen sufrir y expresar barroca­mente ese dolor.


 

2.1.2. Pero en la perspectiva histórica que hemos elegido, otro género literario fundamental es la "biografía". Se supone que fue escrita por Baruc, ya que sabemos que fue su secretario; y aparece su nombre expresa­mente ya en la época de Yoyaquim (cc.36 y 45) y más cercano aún junto a Jeremías detenido en el patio (c.32) y luego, cuando es llevado a la fuerza hacia Egipto (c 43). No se trata propiamente de una biografía, ya que no nos cuenta ni su nacimiento ni gran parte de su vida. Se concentra en la época final, llena de sufri­miento y fracaso continuo; por eso se suele llamar "pasión de Jeremías". A los capítulos que van del 36 al 45 habría que añadir el 19 y también del 26 al 29 para completar más esta "biografía", sin reducirla a "pasión".

 

2.2. Vocabulario y motivos centrales


 

2.2.1. "Escuchar" (183 +‑) la "Palabra"(204 +‑)


 

El vocablo más fundamental en el libro es la "Palabra". Sale más de 200 veces y se trata de la Palabra de Dios en la mayoría de los casos; más de 50 se llama expresamente "Palabra de Yahveh", en fórmulas solemnes de introduc­ción. Es la Palabra que el profeta debe oir y proclamar con valentía; y es la Palabra que el pueblo debería escuchar y obedecer, en vez de cerrar sus oídos y su corazón a ella (cfr 7,21‑28 por ejemplo).


2.2.2. La "misión" (89 +‑) y el "servicio" del "profeta" (95 +‑)


 

Para ese servicio a la Palabra es "enviado" Jeremías, al que se le llama más de 30 veces "el profeta". Aunque el pueblo no quiera servir a Yahveh y prefiera servir a "otros dioses" (2,20; 5,19; 8,2; 11,10; 13,10; 16,11.13; 22,9; 25,6), acabará sirviendo a Nabucodonosor y a dioses extranjeros (25,11.14; 27,6‑17; 28,14; 40,9). También Nabucodonosor es un "servidor" más de la causa de Dios: Yahveh rige la historia entera con la Palabra que envía por sus "siervos los profetas" (7,25; 25,4; 26,5; 29,19; 35,15; 44,4). Es verdad que también existen profetas falsos, a los que hay que desenmascarar, en una lucha verbal nada fácil.


2.2.3. El "corazón" (66 +‑) capaz de "conocer" (72 +‑) a Dios.


 

Pero esa Palabra que Dios proclama por los profetas es para ser obede­cida en profundidad, para cumplirla de "corazón", tras haberla entendido. El corazón es el aspecto humano de sensibili­dad, inteligencia, libertad y voluntad: la fuente interior de lo que es ser plenamente hombre. Es sobre todo la capacidad de oir a Dios y entablar con Él un diálogo verdadero: no el del culto, que puede ser vacío o, peor aún, encubridor de la violencia opresora; sino el de la justicia y defensa de los pobres. En eso consiste propiamente el "conocer" a Yahveh (9,23 y 22,15‑16); pero el corazón humano es perverso, y sólo Dios puede renovárselo.



 

3. NIVEL TEOLOGICO


3.1. Contra el culto falso del templo


 

Con la mejor tradición profética, Jeremías no se deja enga­ñar por las apariencias. Si la "reforma" de Josías sirvió, no fue principalmente por lo cultual, sino por la justicia que estable­ció y la defensa de los pobres que practicó. Apenas sube al trono Yoyaquím, Jeremías recibe la orden de predicar contra el culto pervertido de Jerusalén en el propio Templo. Lo que denuncia es la falta de cumplimiento de la Ley y la desobediencia a la Pala­bra de los Profetas (26,4). Más concretamente: no hacer justicia mutua y oprimir al forastero, al huérfano y a la viuda; verter sangre inocente y "robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal y seguir otros dioses" (7,5‑9). Curiosa la inversión del Decálogo: prácticamente ya se está siguiendo a otros dioses, y no a Yahveh, cuando se practican esas injusticias con el prójimo. Eso es en verdad hacer un ídolo explotador, san­griento y mentiroso del Dios de vida y justicia revelado.


Además Jeremías va hasta el fondo: con ese culto lo que hacen es procurarse una falsa seguridad religiosa ("¡Templo de Yahveh es éste!"... "¡E­stamos seguros!"); y lo que es aún peor: utilizar esa confianza religio­sa como cobertura ideológica de su injusticia y mala conducta, para seguir actuando así tranquila­mente. Por eso dice el profeta que han convertido el Templo en "cueva de bandoleros" (7,10‑11). En un contexto semejante, Jesús de Nazaret tomará una actitud bien parecida y ‑según los Sinópticos‑ utilizó la frase jeremiana (Mc 11,15‑18 pp). La reacción de las autoridades cultuales (sacerdotes y profetas del Templo) no fue diversa en ambos casos; pero Jeremías tuvo la suerte de contar con el apoyo popular y la memoria histórica de los más viejos, que recordaron el oráculo ‑¡incum­plido!‑ de Mi­queas de Moréshet hacía más de un siglo (26,7‑1­9). Ser profetas no es una tarea tranquila y sin riesgos.


 

3.2. El doloroso conflicto intraprofético


Hemos visto a los profetas defendiendo el culto oficial, junto con los sacerdotes, y condenando a muerte a Jeremías en el episodio del Templo. Ya desde su ministerio en el norte parece que se enfrentó a los profetas falsos, que iban en pos de Baal o profetizaban con mentira y fraude (2,8.26.30; 5,31; 6,13; 23,13). Su delito mayor era embaucar al pueblo con falsas promesas de "paz,paz!, cuando no había paz" (6,14; 8,11; 14,13; 23,17; 28,9; 37,19). Pero no era fácil para Jeremías estar tan seguro: él mismo sufrió una o varias crisis graves (como reflejan sus "confesiones", especialmente 15,18, 17,15 y 20,7‑18). Ante la palabra y el gesto de Jananías se queda sin respuesta y "se fue por su camino", hasta que recibió nuevas palabras de parte del Señor (28,1‑17).


 

En el capítulo 23 tenemos la difícil ‑y permanente‑ tarea de encon­trar criterios para distinguir la verdadera de la falsa profecía. El criterio del cumplimiento no es muy decisivo (28,9) a pesar del texto de Dt 18,22 y Ez 33,33. En cambio Jeremías señala con (demasiada?) seguridad que los profetas opuestos a su mensaje son falsos profetas: no recibieron ninguna palabra de Yahveh, sino sus propias fantasías. El criterio decisivo serían sus malas acciones ("fornicar, proceder con falsía, dándose la mano con los malhecho­res": 23,14; y ya en 6,13); y el no cambiar ellos ni hacer que cambie la conducta de sus oyentes. En el fondo se acerca ‑en negativo‑ al criterio positivo de Jesús: "por sus frutos los conocerán" (Mt 7,15‑20). Pero no existe una "Palabra de Dios" que no esté entremezclada con las palabras de su envia­do; y no siempre es tan claramente malo el pseudoprofe­ta, ni menos aún es un hombre sin tacha el verdadero. La certeza de la propia vocación y recepción de la Palabra de Dios es cosa íntima, no sujeta a criterio verificable y menos por otros. La duda está en el corazón mismo de la fe: duda el profeta, duda el pueblo de Dios y seguimos dudando de nosotros mismos ‑cosa saludable‑ y ¡hasta de la bondad y justicia de Dios!


3.3. Juicio profético sobre los últimos davídidas


 

Solemos identificar demasiado pronto el poder con los jefes políti­cos. Hoy día ya sabemos mejor que tras ellos se esconde y puede más (explota y mata) el poder del dinero idolatrado. Además están los poderes ideológicos, culturales, religiosos. En la sociedad israelita, tras la introducción de la monarquía, el poder se concentra en el "Ungido de Yahveh", sacralizado por sacerdotes y profetas desde Samuel. La corriente profética, muy crítica en el norte, parece aceptar demasiado obviamente la monarquía y hasta la "promesa dinástica" formulada por Natán a David. Isaías, Miqueas y sus respectivos seguidores más bien amplían esa promesa, dándole la dimensión "mesiánica" o proyec­tada hacia un futuro escatológico. Todo ello no les impide ser críticos de las injusticias de cada rey históri­co concreto; y tal vez la proyección "mesiánica" sea un desconfiar de una realiza­ción histórica satisfactoria de esa figura. Jeremías se mueve, en principio, en esta línea. Si leemos ingenua­men­te el libro, parece concor­dar enteramente. Pero es difícil conciliar textos tan contradictorios como 36,30 o 22,30 (Yoyaquín "no tendrá quien le suceda en el trono de David". A su hijo Konías: "ninguno de su descendencia tendrá la suerte de sentarse en el trono de David") con esa clase de "promesa di­nástica" o "esperanza mesiá­nica" que aparecen por ejemplo en 17,19‑27; 22,1‑5; 23,5‑6 (repetido y ampliado a los levitas en 33,15‑16 y 17‑26): "He aquí que vienen días ‑oráculo de Yahveh‑ en que suscitaré a David un Germen Justo; reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra..."; o en 30,8‑9, semejante a Os 3,5 que es con mucha probabilidad una glosa poste­rior. No son las élites dominantes las que inspiran confianza en el futuro; sino que Jeremías espera caminos de salvación por medio de minorías críticas del poder ‑como él mismo‑ y solidarias con los pobres y oprimidos de la tierra.


Según esto, si no hay que negar en absoluto su valoración tan positiva del rey Josías (practicante de la justicia y defen­sor del pobre; y así conoce­dor de Yahveh), menos aún hay que suavizar sus críticas durísimas a Yoyaquim, e incluso a Joacaz, a Joaquín y a Sedecías. Pero sobre todo hay que tomar en serio su anuncio del fracaso total de la dinastía davídica, rompiendo con toda una tradición profética (y cortesana y cúltico‑sacerdo­tal: no hay más que ver los "salmos reales") de "promesa dinástica" inconmovible como un dogma de fe. Con Jeremías llegamos a los anuncios más claros del final de la dinastía davídica; y como cosa merecida por sus representantes y decidida por Yahveh. Se agotó esa posibilidad de ser monárquico el Pueblo de Dios. Nunca más la mediación del poder va a ser lugar privilegiado de presen­cia y mediación de Dios; tal vez porque nunca lo fue, a no ser en los sueños de algunos, aprove­chados ideológicamente por todos los que medraban a su sombra!




 

3.4. Pasión de Jeremías y pasión de la Palabra de Dios


 

3.4.1. El biógrafo de Jeremías no ha tenido conocimiento de tantos datos elementales de la vida de un hombre: origen, niñez y juventud, maestros y formación, profesión y estado, etc...; o no le parecieron significativos. En cambio nos narra, con lujo de detalles a veces, unas cuantas escenas de sufrimiento, comen­zando por la paliza que le mandó dar el sacerdote Pashjur (c.20) y siguiendo por la condena a muerte que sacerdotes y profetas promo­vieron tras su discurso contra el Templo (c.26). El orden histórico puede ser inverso; pero ambos son anteriores al episo­dio del rollo leído y quemado por Yoyaquím (c.36). A partir del capítulo 37 la biografía de su destino doloroso va seguida casi paso a paso. Sólo nos falta el relato de su muerte ‑¿violenta tal vez?‑ para poder hablar de un "relato de la pasión y muerte".


 

Si pensamos también en ese relato del sufrimiento interno que son en gran medida las "Confesiones", tenemos que reconocer la importancia que adquiere el dolor del profeta en el mensaje global del libro. No son sólo sus palabras; es la persona misma del profeta la que cobra interés; y dentro de ella, el enorme sufrimiento, fruto de un amor apasionado, que le toca soportar. En su historia personal pudo muy bien tener un modelo real la misteriosa figura del "Siervo de Yahveh" del Deutero-Isaías. Las "Confe­siones" están insertas y diseminadas por la primera parte del libro como lo están esos cuatro "Cantos del Siervo" en Is 40‑55. La preocupación por la "responsabili­dad personal", frente a un colectivismo igualitario, aparece en esta época; y está testimoniado en Jr 31,29‑30; 18,12 y aún 36,3.7, antes que en Ezequiel. Pero tal vez lo más novedoso sea la importancia dada a este sufrimiento: ¿no se anticipa ya la figura del Crucificado y hasta su grito en la cruz?. Cierta­mente Jeremías viene presentado también como inter­cesor; pero para nada se buscan explicaciones del tipo "víctima expia­to­ria".


 

3.4.2. Tal vez, al iniciar el relato más seguido de la pasión de Jeremías con el episodio del rollo quemado y reescrito, el redactor final de estos capítulos ha querido dejarnos otro mensa­je más profundo. Quien sufre el rechazo y hasta la muerte física en este caso es la escritura de la Palabra de Yahveh: "todas las palabras que Yo te he hablado respecto a Israel, a Judá y a todas las naciones"(36,2). Y la serie biográfica se cierra con un capítulo históricamen­te desubicado ‑ya que se refiere a ese mismo año del rollo‑, pero teológica­mente muy significativo. Ahí se descubre como pocas veces la intimidad de Yahveh, que exclama: "Mira que lo que edifiqué, Yo lo derribo; y aquello que planté, Yo mismo lo arranco!" (45,4; ya antes 12,7). Es el mismo Dios que ya en Oseas había desvelado sus "entrañas de miseri­cordia" y que Jeremías también conocía (Os 11,8‑9; Jr 30,20).


 

La "Palabra de Dios" que va hablando muchas veces y de varias maneras a los hombres, alcanza una densidad peculiar en los profetas. Dentro de ellos las palabras, la persona y el libro entero de Jeremías ocupan un lugar relevan­te. Son los relatos del sufrimiento de la "Palabra de Yahveh" escrita, del servidor de la Palabra por causa de la misma ‑que es la causa de Dios‑ y del mismo Dios que ve fracasar su propia obra en el fracaso de sus siervos los profetas. Pero también hay como un atisbo de resurre­ción en esa terquedad con que el rollo quemado vuelve a ser reescrito (36,27‑32); y en la obra del redactor de la pasión y de todo el libro de Jeremías, como testimonio de que esa Palabra tiene futuro en el Pueblo de Dios.



 

4. TEXTO PARA LA REFLEXION COMUNITARIA: Jr 1,4‑19


4.1. El capítulo inicial es siempre una obra redaccional muy importante. Esto es claro en los vv 1‑3, que son como la portada de un libro actual. Pero también este "relato de vocación", aunque provenga de datos fidedignos de Jeremías, ha sido reela­borado muy profundamente por la escuela jeremia­na. Lo primero que llama la atención es esa llamada divina "desde el seno materno" (retomada por Is 49,1; Ga 1,15 y Lc 1,15). La "vocación" se confun­de así con el proyecto personal de Dios sobre cada uno de los hombres. Pero eso no quita mediaciones y momentos fuertes en la biografía posterior. Jeremías sólo se entera de ese plan de Dios cuando El se lo comunica. Las "visiones" que se añaden al relato vocacional tuvieron lugar en otras ocasiones: para adver­tir al pueblo que Dios se encarga de cumplir su Palabra; espe­cialmente su amenaza del "enemigo del norte". El propio profeta necesita que Dios le reconfirme en su misión y le reitere su promesa de apoyo continuo (vv.7‑10 y 17‑19).


 

4.2. Esto nos lleva a considerar que el redactor ‑incluso si inicialmente fue Jeremías‑ cuenta ya con una larga trayectoria profética cuando escribe este "prólogo". Más aún: que ha pasado por una o varias crisis, y ha necesitado conversión y confirma­ción por parte de Dios. Recordar aquí las "Confesiones", espe­cialmente 15,18; 17,14s y 20,14‑18. Si a ello añadimos lo que sabe el redactor final del libro, que conoce casi toda la trage­dia de su vida (cc. 26‑45), nos explicamos mejor la insistencia en el auxilio y la fuerza de Dios: "No les tengas miedo, que contigo estoy Yo para salvar­te"..."No desmayes ante ellos... Mira que hoy te he convertido en plaza fuerte... No podrán contigo, pues contigo estoy Yo para salvarte". Esto tiene que recalcarse a todo creyen­te, ¡especialmente a toda vocación proféti­ca!


 

4.3. Pero Jeremías no está visto como un profeta más en la larga cadena ‑como él mismo se ve en 28,8‑; sino como el Profeta anun­ciado por el Deuteronomio: un profeta como Moisés. Para ello el redactor utiliza ‑y sólo aquí se utiliza‑ la frase que aparece en Dt 18,18 :"pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande"(Jr 1,7.9 y 17). Además está como trasfondo el relato vocacional de Moisés que aparece en el éxodo, especialmente Ex 4,10‑12: la dificultad de ambos está en no expresarse bien. Y en la confrontación con Jananías se remite el profeta ‑o el redac­tor‑ al criterio formulado en Dt 18,21s: el cumplimiento de la profecía. De alguna manera todo profeta ‑y más en la Iglesia‑ no es sino la actualiza­ción continuada de la Revelación del Dios del Éxodo... ¡y de la Pascua!


 

4.4. Además se insiste en que Jeremías es no sólo profeta para el Pueblo de Dios (Israel,Judá,Jerusalén), sino "profeta de las naciones"; con autoridad sobre las gentes y los reinos (1,5.10). Detrás de este título está la experien­cia histórica de Jeremías, sin duda; pero también la perspectiva del compositor de este libro y su "prólogo", como puede verse en 25,13; 27; 36,2 y cc.46‑51. En el tema siguiente volveremos sobre la importancia de las "naciones" en este libro; pero aquí nos importa ver ya su presencia en el relato inicial. Y entenderlo como una dimensión nueva de la profecía, que el misterioso "Siervo de Yahveh" del Deutero-Isaías va a poner más de relieve, al ser enviado como "luz de las gentes" (Is 42,1.6; 49,6). Este universalismo de la profecía será acentuado en la relectura.


 

4.5. Finalmente hay que subrayar la doble tarea profética, más interrelaciona­da aquí que nunca. El profeta debe "arrancar y destruir" todo lo que se opone a los planes de Dios. Evidente­mente se trata de su palabra; pero ésta incluye el testimonio de vida del profeta. Sólo pasando por el "juicio" de Dios puede el hombre y los pueblos dejarse "reconstruir y plantar" (1,10; 18,7; 24,6; 31,28; 42,10 y 45,4). No hay posible colabora­ción eficaz al Reino de Dios que no incluya, en este mundo de injusticia y muerte, la lucha contra las fuerzas del mal, individuales y estructurales. Con la palabra y con el testimonio; pero con una palabra libre y liberadora que anuncia el Reino denunciando también todas las fuerzas del antirreino. Ello va a necesitar mucha confianza y apoyo en el Dios de la Justicia y de la Vida; y la persecución ‑y tal vez el martirio‑ no faltará, como un sello de autenticidad profética.


 

SUBSIDIO




 

RESONANCIA NEOTESTAMENTARIA


 

En los Evangelios el único texto de Jeremías puesto en labios de Jesús es la frase de Mc 11,17 (=Mt 21,13 y Lc 19,46) en que se acusa a los mercaderes de tener al Templo hecho "una cueva de bandidos" (Jr 7,11).En ambos casos se dirigen al pueblo prac­ticante; pero se ataca en el fondo a los dirigentes responsables y beneficiarios del culto, utilizado como ideolo­gía y negocio muy rentable .


 

Si la religión tiene todavía rasgos de "opio del pueblo"; si el cristia­nismo sirve de justificación de la "civilización occi­dental"; si los buenos cristianos somos "el alma de una sociedad desalmada", inhuma­na y deshumanizante, entonces la función crítica del culto, que es de la mejor tradición profética y cristiana, tiene todavía hoy mucha tarea por delante.


 

Los que celebramos el culto cristiano, pero que ponemos por delante el "servicio misionero de la Palabra", tenemos que ejercer una permanente vigilancia crítica hacia dentro y hacia fuera. Nada de clero codicioso, de sacramentos más o menos simoníacos, de preferencia por los ricos que hacen "caridad", de apoyo al sistema capitalista "religioso", sin que nos importe demasiado su explotación inmisericorde de los pobres.


Jesús puso la alternativa al Dios del Reino en las riquezas o el Dinero idolatrado (Mt 6,24 o Lc 16,13). Nos dijo que el Reino de Dios es de los pobres (Mt 5,3 o Lc 6,20), y que "donde está tu tesoro, allí está también tu corazón (Mt 6,20 o Lc 12,34). Pero el dios dinero se camufla fácilmente hasta de eficacia pastoral y el culto es un lugar privilegia­do para tergi­versar a Dios, si no se está atento a la Palabra profética y evangélica.


Ya los profetas nos fueron aclarando este punto; pero es Jesús quien nos lo presentó como la alternativa idolátrica suprema, y nos habló de la imposibilidad de "servir a dos Seño­res". Frente al neolibe­ralismo que nos propone en la práctica una sumisión total al dios mercado, los servidores de la Palabra hemos de denunciar este nuevo o renovado ídolo, atendiendo muy especialmente a las víctimas humanas y hasta ecológicas que produce cada día en mayor número.



 

CLAVE CLARETIANA



 

LA FE DE LOS PROFETAS


 

La fe del claretiano tiene como fundamento la fe de los profetas. "Aunque los Misioneros necesiten todas las virtudes, ante todo para poder responder a la propia vocación, deben tener una fe viva. Pues ella fue la que inflamó a los Profetas" (CC 62). "Además de este amor que siempre he tenido a los pobrecitos pecadores, me mueve también a trabajar para su salvación el ejemplo de los profetas" (Aut 214). Cita explicitamente Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Elías y los doce Profetas Menores, "que se sal­varon a sí mismos con la virtud de la fe (cf Ecl 49,12)" (Aut 215‑220).


 

El primer Capítulo de renovación, 1967, dio a la Congregación la con­signa de la fe como principio de conversión y de fidelidad. "La fe, que ocupa el primer plano en el profetismo y vida apostólica de nuestro Funda­dor, es el primer supuesto de nuestro profetismo y vida misionera. Partici­pando de la función profética de Cristo en el Pueblo santo de Dios, nuestra vocación misio­nera nos urge a tener un peculiar sentido de la fe, a dar una especial testimonio de ella y a ser valerosos pregoneros de la misma" (Doc.Cap. 1967, Apendice I).


 

La Palabra que despierta y alimenta en nosotros la fe, nos hace comunidad unida y sensible a los clamores de Dios en los hombres: "Habitada por la Palabra, como el Corazón de María, nuestra comunidad no vivirá divida, ni instalada (cf Lc 1,38-39), nunca será insensible a los clamores de Dios en los hombres (cf Jn 2,3), ni servirá ningún tipo de ídolos (cf. Lc 1,49.52)." (SP. 7).




 

CLAVE SITUACIONAL


 

1. ¿Una sociedad sin justicia? La sociedad que no busca la justicia y no defiende los derechos del pobre, se degrada. Ambición, corrupción, perversión, idolatrías: los pasos que jalonan esa cadena infernal, ¿son hoy simples peli­gros o realidades en nuestra sociedad? Se hace necesario un diagnóstico realis­ta que descubra las causas y las consecuencias. Sin ser "catastrofistas" -Jeremías no lo era-, busquemos no sólo lo que toca "arrancar y destruir", sino también lo que se puede "reconstruir y plantar", la "posible esperanza" a la que se refería Jeremías. ¿Qué podemos aportar como misioneros a la reconstruc­ción de nuestra sociedad como sociedad justa, esperanzada?


 

2. ¿Una Iglesia sin la Alianza? Muchos desvelos del "apasionado Jeremías", podrían traducirse así: "lo esencial en la Iglesia es vivir la Alianza, cum­pliendo sus exigencias de justicia y fraternidad". Donde hay injusticias e inhumanidad, la divina gracia de la Alianza se vive precisamente en la justicia y la solidaridad fraterna. De ahí que insista el profeta en apuntar al "corazón" que "conoce" a Dios practicando la justicia. Sabemos que Jesús lo rubricó con su sangre en la Nueva Alianza. ¿Es éste el gran objetivo de las preocupaciones eclesiales, de los grandes y pequeños proyectos de nuestra Igle­sia? ¿Es éste un horizonte buscado con pasión en medio de las cruces de los pueblos?


 

3. ¿El Templo o la Palabra? No se trata de una alternativa simplista, sino de preguntarnos cómo se dimensionan y articulan el Templo y la Palabra en las actuales situaciones religiosas (Iglesias y Religiones, incluso sectas y movimientos esotéricos, pero, sobre todo, nuestra Iglesia). Ver si la articula­ción que hace Jeremías entre Palabra y Templo -plenificada en la Novedad de Jesús- vige en nuestra Iglesia. Dicho hoy descriptivamente: cuando tanta gente no frecuenta el templo y se habla tanto de "nueva evangelización", ¿no permanece la Iglesia demasiado centralizada en el templo? ¿No es urgente redimensionar Palabra y templo en los procesos de fe, dándoles, además, más variedad de tiempos y espacios según el ritmo de vida de las gentes urbanas y de las gentes rurales? Nuestro carisma nos pide preocuparnos por el estado actual de la Palabra en la Iglesia y en los diversos ambientes sociales; actualizar la preocupación de Claret que, en su día, "sufría" el olvido de la Palabra. ¿Cómo definiríamos la situación actual de la Palabra en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad: rechazo, menosprecio, manipulación, fundamenta­lismo, hambre de ella, vida de la comunidad, olvido, aprecio, rutina...?




 

CLAVE EXISTENCIAL


 

1. "Jeremías histórico" tiene inagotables mensajes "vocacionales" para nosotros. Sugerimos tres grandes pistas de interpelación existencial y de enriquecimiento, pero hay muchas más:


 

* El "relato vocacional de Jeremías" puede sugerir a cada uno el propio relato oracional de su vocación de servidor de la Palabra. La biografía de la "pasión de Jeremías (su amor y sufrimiento por la Palabra) puede sugerirnos la "confesión" de la propia pasión por la Palabra.


 

* El mismo Jeremías -y definitivamente Jesús- como "Siervo sufriente de la Palabra" son referencia vocacional decisiva para los "servidores-oyentes de la Palabra". Nuestro Fundador vio la causa del sufrimiento de Jeremías en su amor al Dios salvador y en su amor al pueblo sufrido (Aut 216): ¿hasta dónde me posee ese doble amor? ¿Qué capacidad de sufrimiento, pasión de amor, fracaso y fidelidad acumulamos hoy para ser fieles a una vocación que nos lleva a ser "siervos sufrientes de la Palabra", sin otra alternativa para ser sus servidores? Al parecer, sólo en la debilidad, en el sufrimiento y hasta en el fracaso, se experimen­ta a fondo la fuerza y la esperanza del Espíritu en la Palabra?


 

* Revisemos la calidad evangélica de nuestros servicios de la Palabra: ¿contribuyen a la eficacia y revalorización de la Palabra de Dios en este tiempo histórico, o a la irrelevancia y al olvido de la Palabra? ¿Apuntan bien nuestros servicios al "primado profético de los pobres", según las exigencias de la Alianza? Y, en la articulación entre el templo y la Palabra, ¿responde­mos bien a la línea de Jeremías y a la práctica de Jesús, o necesitamos cambios de posiciones (personales, comunitarias, congregacionales)?




 

ENCUENTRO COMUNITARIO


 

1. Oración o canto inicial.


 

2. Lectura de la Palabra de Dios: Jr 1,4-19


 

3. Diálogo sobre el tema VII en sus distintas claves.


 

4. Oración de acción de gracias o de intercesión a partir de lo compartido en la comunidad.


 

5. Canto final.


.....Escuela Bíblica Dabar Elohim - Parroquia de Ntra. Sra. de Chiquinquirá - Cl 45 30-62 - Tel 3795319 - 3184301 - Barranquilla - Colombia
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis