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Luz de la humanidad
Buscando la luz...

profetas 01












TEMA 1:     BENDECIR O MALDECIR EL PODER

    (SAMUEL, NATAN Y AJIAS: PRIMEROS PROFETAS NO ESCRITORES)

TEXTO: 1 S 1-12; 2 S 5-12; 1 R 8-11 (Para el encuentro comunitario: 1 S 8,1-22)


    CLAVE BIBLICA

0. UBICACION DEL TEMA

0.1. Una reflexión deuteronomista de la Historia

0.1.1. Monarquía y profetismo: confrontación histórica

No nos olvidemos de la metodología escogida para tratar el tema de los profetas: ubicarlos dentro de su propio contexto histórico. Sabemos que el contexto histórico del profeta es el respectivo monarca con el cual debió vivir y al cual le correspondió enfrentar. Y no es que el profeta sea enemi­go personal del monarca. Es sencillamente que el monarca representa un de­terminado modelo de sociedad, considerado por la conciencia profética como contrario a la voluntad de Dios, por causa de su similitud con el modelo de sociedad egipcio‑cananea que tanta opresión y muerte causó a Israel. Para la conciencia profética, ben­decir la monarquía era, muchas veces, traicionar a Yahvéh (1 S 8,7). Pero maldecirla era enfrentarse al monarca de turno. Este riesgo es el que va acompañar a los profetas. Cuando ellos no lo enfrentaron con claridad, perdieron calidad profética, dejándonos extrañeza, ambigüedad y desorienta­ción.

0.1.2. La teología rebelde de los Deuteronomistas

Fue la misma historia, a lo largo de varios siglos, quien se encargó de demostrar la falsedad de la monarquía como sistema social alternativo, es decir, como sistema social capaz de engendrar solidaridad, igualdad y fra­ternidad. Los hundimientos sucesivos del Reino del Norte (722 a.c.) y del Reino del Sur (587 a.c.) llegaron a demostrarle al pueblo la verdad ante­rior. Es aquí donde debemos colocar la corriente de pensamiento llamada "Es­cuela Deuteronomista", compuesta por verdaderos críticos de su propia histo­ria y, por lo tanto, de la monarquía. Los libros de Samuel y Reyes, que ha­blan de los profetas que nos ocupan,  pertenecen a esta corriente de pensa­miento deuterono­mista. Aunque su posición frente a la monarquía tiene mucho de contemporizado­ra, sin embargo también sabe ser crítica.
   
0.2. La sociedad ideal luchada (el Exodo)

Un proyecto de sociedad igualitaria que quedó como ideal de un pue­blo     

En los hebreos quedó siempre marcado el hecho del éxodo, una lucha sin par contra el poderoso que los esclavizaba y oprimía, matando sus hijos, o­bli­gándolos a trabajos forzados y destruyendo su cultura y su religión (cf. Ex 1‑2). Lo único y lo mejor que ellos en ese momento pudieron hacer fue pen­sar en un modelo alternativo de sociedad. Y tuvieron la valentía de ha­cerlo. Y en esta aventura Dios estuvo con ellos. Por eso lo definieron como el Dios de los pobres y esclavos y por eso interpretaron esta lucha como un rescate que su  Dios‑goel hacía de ellos, que eran su pertenencia (Ex 15,13­. 16). Los verbos que el texto original emplea son: "liberar" ("pueblo libera­do") y "adquirir" ("pueblo que adquiriste"). La sociedad alternativa que na­ció del éxodo se propuso un ideal, así no lo lograra del todo: la sociedad de la igualdad, de la solidaridad y de la fraternidad.
 

0.3. La sociedad ideal traicionada (la Monarquía)

0.3.1 ¿Culpa del proyecto o falta de calidad en el pueblo?

El inmenso esfuerzo realizado en el éxodo y  el modelo de sociedad al­ternativo instaurado a partir del mismo, se vieron frustrados por la implan­tación de la monarquía. Como veremos más adelante, la monarquía se instauró en Israel casi como una necesidad histórica, pero necesidad que el mismo pueblo y sus líderes fueron fraguando, por no tener la calidad que exigía un proyecto comunitario de esta clase. Como todas las cosas nuevas, la monar­quía en su comienzo satisfizo al pueblo. Suplía la falta de liderazgo por la que pasaba, lo libraba de sucumbir ante la fuerza arrolladora de otros pue­blos y, por supuesto, le daba también ventajas y poder. Quizás por esto la aceptaron tan fácilmente, regresando con ella al esquema faraónico del poder absoluto.

0.3.2. ¿La virtud personal puede cambiar la maldad de una estructura?

En Israel nació la idea de que, si el poder absoluto era manejado por una persona del propio pueblo, mejoraría y cambiaría lo malo del pasado, ya conocido y experimentado. Solo más tarde, cuando la historia les demuestre la corrupción intrínseca del poder absoluto y su capacidad de engendrar po­breza, clases sociales inferiores, dolor, muerte, guerra y violencia, se convencerán de su maldad. Será entonces cuando maldigan, con el profeta, el día en que apareció la monarquía (Miq 3,9‑12.1‑4). El tiempo le demostró a Israel que, con la monarquía, la sociedad ideal había sido traicionada. Una estructura mala no queda saneada aunque la maneje un santo.

0.4. La sociedad ideal reivindicada (los Profetas)

Una nueva conciencia para una nueva realidad

La aparición del pro­fetismo propio de Israel está ligada a la instau­ración de la monarquía. Este es un fenómeno que le da originalidad al profe­tismo israelita frente al profetismo del Medio Oriente, que permaneció liga­do a fenómenos de adivina­ción, de visiones y predicciones del futuro y de magia, sin definirse por contenidos de justicia. El profetismo israelita ‑pese a la presencia de falsos profetas y a la ambigüedad de muchos de sus verdaderos profetas‑ lo define la justi­cia. De aquí se desprende el criterio de auten­ticidad de un profeta. Los profetas fueron una especie de conciencia crítica de la monar­quía. Y, al enfrentarse a ella, trataron de reivindicar la socie­dad ideal traicionada por los reyes. Por eso, según estos mismos profetas, el origen del mal en Israel hay que colocarlo en Guilgal, sitio donde Samuel ungió a Saúl como rey (Os 9,15: los reyes no ayudan, hunden al pueblo -Os 8,4; 13,9‑11-); el Estado debe cesar (= Israel debe ser llamado al desierto) (Os 2,16.21‑22).


1. NIVEL HISTORICO

1.1. Establecimiento de la Monarquía

Un proyecto que pedía calidad y no se la dieron

Si nos preguntamos porqué fracasó la experiencia del éxodo, responde­ríamos sencillamente: faltó la calidad que semejante proyecto requería. Sin embar­go, enumeremos algunas de esas carencias de calidad:
1. La división de las tribus, representada en el macabro descuartiza­miento del cuerpo violado de una mujer, nos hace ver la humillante división del mismo Israel (Jc 19‑21).
2. La corrupción de los jueces, fomentada por los mismos líderes del pueblo, desacreditó la administración de justicia que le daba razón a lo comunitario (1 S 8,1‑5).
3. La amenaza exterior de las naciones vecinas (Moab, Edom, Amón, Ma­dián, Amalec), que buscaban subyugar a Israel, el cual ya no podía defender­se, por carecer de unidad (1 S 8,19-20).
4. La amenaza interna  de los filisteos, cada vez más belicosos y tec­nificados al interior del mismo Israel. Ellos se constituyeron en permanen­te amenaza del Israel del éxodo.
5. La implantación de los bueyes como instrumento técnico de labranza fomentó el acaparamiento de tierras, contra el derecho de las familias.
6. La aparición de líderes ambiciosos (como Saúl y David), invitaba al pueblo a creer en la posibilidad de un poder absoluto que fuera manejado por gente de la propia casa.

1.2. Saúl y su ejército: la creación de la monarquía

1.2.1. Papel de Yahveh frente a la monarquía

Ante las anteriores expresiones de corrupción del final del tiempo de los jueces, era apenas lógico que el pueblo buscara salida. Y desafortunada­mente lo hizo por la línea del poder vertical absoluto. Para esto fue esco­gido Saúl. Y lo curioso es que Samuel ‑último juez y primer verdadero profe­ta‑ fue el encargado de su unción (1 S 10,1). No nos extrañe que Samuel meta a Yahvéh en el problema de la institución de la monarquía (1 S 9,27; 8,1ss). No olvidemos que se trata de una interpretación de la historia, y no de la reproducción de una crónica. Esto explica porqué Yahvéh, en el contenido sim­bólico de un relato, pueda ser uno de los actores del drama.

1.2.2. ¿Rey o caudillo?

No parece que Saúl hubiera sido realmente un rey en sentido estricto. En los textos más antiguos del libro de Samuel, no se le llama rey sino "Caudillo" o "Jefe Militar" (= Naguid: 1 S 9,16; 10,1; 13,14). Además, el comportamiento de Saúl es parecido al de los llamados jueces mayores, los cuales solían liderar las guerras de liberación de Israel, como Débora y Gedeón. Sin embargo, Saúl es un implantador del sistema monárquico que, con la creación de un ejército permanente, se irá afianzando poco a poco.

1.2.3. ¿Interés personal o servicio?

La razón honda de lanzarse Saúl como líder del pueblo puede estar en la defensa de sus propios intereses o de los de la clase económica que él representaba. Así lo expresa el texto que encabeza la guerra contra los amo­nitas. Saúl despedaza un par de bueyes y distribuye sus partes con este men­saje: "Así se hará con los bueyes del que no salga detrás de Saúl" (1 S 11, 7). Además, Saúl era una especie de terrateniente que competía con David en la oferta de tierras para sus seguidores (1 S 22,7).Tales ofertas hacían po­pulares a caudillos como Saúl y David, candidatos para reconstruir la monar­quía.

1.2.4. El poder de la fuerza militar

Llamar a Saúl Naguid o jefe militar significa que éste fue el oficio principal que él ejerció en medio del pueblo. En efecto, lo primero que hizo fue organizar un ejército permanente (1 S 14,47‑52). Con él retó a los fi­listeos y mató a su gobernador militar en las montañas de Efraím, limpiando de filisteos el centro de Palestina (1 S 13,2‑3). El ejército fue apenas el comienzo de la verdadera instauración de la monarquía. Con una fuerza mili­tar permanente, todo lo que se siga es apenas lógica consecuencia.

1.2.5. El poder de la economía

No consta que Saúl hubiera establecido una verdadera capital con pala­cios y sistema administrativo permanente.

1.2.6. El manejo del poder religioso

En cambio, existen textos que indican su tendencia a manejar y dirigir el aspecto religioso de las tribus, en ese momento centralizado en manos de Samuel. La intención de Saúl era acaparar y manipular la estructura religio­sa y ponerla a su servicio. Saúl no aceptó las normas consuetudinarias de guerra sobre el anatema. Esto lesionaba sus intereses, puestos ahora como norma suprema, pues para eso él era el jefe. Por todo esto Samuel entró en conflicto con Saúl (1 S 13,13ss). Esto está claro en la guerra santa contra los amalecitas en la cual no consagra al anatema las cosas que tenían valor económico (1S 15,1‑9). La lógica consecuencia de lo anterior es el rechazo de Saúl por parte de Yahvéh o de la estructura religiosa (1S 15, 10‑23).




1.2.7. En resumen

Una visión panorámica de la vida de Saúl da el siguiente resultado: Implanta con éxito la estructura militar permanente. No hay indicios de que establezca el sistema tributario. ¿Razón? Su ejército tenía de qué vivir: el botín logrado en las batallas y el apoyo de los terratenientes con los que empezó su aventura. En lo que no tiene éxito es en el control de la estruc­tura religiosa. Tropezó con Samuel, primer profeta conciencia de la monar­quía.

1.3. David y la nueva capital: el refuerzo de la monarquía

1.3.1. David, hijo de la guerra

David propiamente surge como militar. Su capacidad y éxito en la gue­rra lo llevan al trono. Una vez en el trono y lleno de riquezas y poder, hará reflexionar a escribas de corte (cfr. 1 Cr 23,4), pagados por la coro­na, sobre su vida. Y estos escribas dirán mil bellezas de su infancia, de su hermosura, de sus aventuras juveniles y de todo aquello que suele envolver la vida de aquel que se hace famoso (1 S 17,1ss; cfr. 2 S 21,19: Goliat matado por Eljanán). Su capacidad militar será celebrada por el pueblo en boca de las mujeres (1 S 18,7). Su matrimonio con Mikal, hija de Saúl, será premio a sus proezas militares (1 S 18,17‑30). La verdadera consagración de David como rey acaece cuando derrota a los Filisteos y Judá lo reconoce como tal (2 S 2,1‑4).

1.3.2. David entrenado como administrador de ciudades opresoras

Cuando David rompe con Saúl, crea su propio ejército (1 S 22,1‑2) y se man­tiene con los tributos voluntarios del pueblo que le agradece sus favores (1 S 25). Se subordina al filisteo rey Aquis de Gat, que lo hace dueño del poblado de Siquelaq (1 S 27,1‑12). Este es un entrenamiento diabólico, que nos demuestra qué lejos está el corazón de David del modelo de sociedad creada por el éxodo.

1.3.3. David busca una capital administrativa propia

Saúl había logrado instaurar un ejército permanente en Israel. En este sen­tido, el ejército de David no era sorpresa. Lo que sorprende es la astu­cia de David en crear una estructura administrativa, según el modelo egip­cio-cananeo. Su primera preocupación fue la de conquistar Jerusalén, ciudad admi­nistrada por yebu­seos (cananeos), situada entre las tribus del norte y del sur y que, por lo mis­mo, impedía su unión. David la conquista y la con­vierte en la capital de su reino (2 S 5,6‑12). Jerusalén, como ciudad cana­nea, era una cantera de ofi­ciales de gobierno con experiencia en la adminis­tración del sistema tri­buta­rio. Por algo David no pasó por la espada a sus habitantes, contrariando el mandato de Yahvéh (Dt 20,16‑18). Establece una cúpula administrativa alterna, de hombres fieles a su causa, tanto del ejér­cito con Joab y Benaías, como de la estructura religiosa con Abiatar y Sadoq (2 S 8,15‑18).
1.3.4. La crítica indirecta a la monarquía

Sin embargo, también los hechos negativos acompañaron la vida de Da­vid: la turbia historia amorosa con Betsabé (2 S 11,1ss); el asesinato de Urías (2 S 11,14ss); la violación de su hija Tamar por uno de sus propios hijos (2 S 13,1ss); el asesinato por esta causa de Amnón (2 S 13,23ss); la rebelión de su hijo Absalón (2 S 15,7‑12.15‑17); la rebelión de Seba de Benajamín (2 S 20,­1); el intento de censo, castigado como gravísimo pecado (2 S 24,­1ss) etc. Todo esto demuestra, de una manera indirecta, cómo los escri­tores ‑aún es­cribien­do desde el palacio de la dinastía de David‑ criti­can la mo­narquía, denun­ciando sus pecados.

1.3.5. Profetas de Corte

La figura del principal profeta que aparece al lado de David es Natán. También este profeta se mueve en la ambigüedad. Qué difícil resultaba ser crítico en los momentos del mayor triunfo y del mayor crédito de la monar­quía frente al pueblo. Por eso, mientras vemos al profeta bendecir la monar­quía (2 S 7,11ss), también lo vemos condenándola (2 S 12,1ss). No nos extra­ñe, pues, que el profeta Natán, el de la condenación más dura contra David (2 S 12,7ss), esté más tarde presente en una intriga palaciega de muy baja calidad (1 R 1,11ss). Lo mismo sucede con el profeta Gad, llamado "el viden­te de David": mientras lanza a David hacia la fama (1 S 22,5), lo condena en el pecado de esa misma fama (2 S 24,11ss). Comprendamos la ambigüedad de los profetas, a partir de la ambigüedad en que tuvo que caminar el pueblo en este difícil tiempo.

1.4. Salomón construye el Templo: legitimación de la monarquía

1.4.1. La ascensión al trono de un rey de sangre

Salomón aparece en el trono como fruto de intrigas y de luchas por el poder. Aunque el sucesor legítimo era su hermano mayor Adonías, a quien respaldaba Joab por parte del ejército y  Abiatar por parte del templo, es constituido rey. Sin embargo debemos decir que su ascensión al trono la hace bañado en san­gre: el sacerdote Abia­tar es expulsado y Adonías y Joab asesi­nados (1 R 2,13-35).

1.4.2. La adulación cortesana

Los biógrafos cortesanos de Salomón acumulan en torno a su figura cua­lidades de sabiduría (1 R 5,9ss), de fama (1 R 10,1ss), de astucia (1 R 3,16ss), de dominio político internacional (1 R 5,1),  de inspiración poéti­ca (1 R 5,12), de esplendor para con su Dios (1 R 3,4; 10,5.12), y hasta de  humil­dad (1 R 3,7ss) y de deseos de fidelidad y de respeto al pueblo (1 R 3,8ss), etc.

1.4.3. Irrespeto a las tradiciones del pueblo

Sin embargo, el panorama real que la misma Biblia presenta es desas­troso. En primer lugar, aparece como violador de la cultura del pueblo, de su estructura tribal, uno de los puntos más sagrados de la tradición israe­lita. En vez de mantener y reforzar la división geográfica política tradi­cional, por tribus, redistribuye el pueblo en distritos, para facilitar la recaudación de tributos e impuestos (1 R 4,7‑19). Y, sin importarle la po­breza de algunos de estos distritos (1 R 12,3‑5) los responsabiliza de abas­tecer la corte. Cada uno de ellos, por un mes, debía responder de la corte, de la familia del rey y de sus caballos de guerra (1 R 5,7‑8.2‑5) que, entre otras cosas, se anota que eran cuarenta mil (1 R 4,26).

1.4.4. Con Salomón se regresa a la servidumbre

Estos distritos estaban pre­sididos por gobernadores que recogían los tribu­tos en especies y en tra­bajos forzados para las construcciones de la corte. Cada varón entregaba cuatro meses al año, en una especie de trabajo forzado. Hubo levas así: 30.000 como transportadores de maderas desde el Líbano, 70.000 como cargado­res, 80.000 como canteros y 3.300 como capataces (1 R 5,27-30). Jefe de levas fue un tal Adorán o Adonirán (1 R 4,6) asesina­do más tarde (1 R 12,18). También se nos habla de que Salomón obligó al pueblo a construir defensas, palacios, ciudades de aprovisionamiento, guar­niciones y establos (1 R 9,15‑24). Los defensores de la monarquía de­fienden al Rey (1 R 9,22), mientras otros lo acusan (1 R 11,28ss).

1.4.5. El rey negociante de armas

Como remate de todo lo anterior, también nos presentan a Salomón como dueño de una flota del mar rojo (1 R 9,26‑­28), y como negociador de armas a nivel internacional: caballos de guerra que le compraba a Cilicia para ven­der a Egipto y carros de guerra que le compraba a Egipto para venderlos a los Arameos (10, 26‑29).

1.4.6. La corte convertida en un inmenso harén

A todo esto hay que sumar el número inmenso de mujeres con que llenó su corte: 700 princesas y 300 concu­binas (1 R 11,1ss). Una mujer, la Reina de Sabá, las presupone "extasiadas", escuchando la sabiduría de su marido (1 R 10,8). Más realista es el Deuteronomio que sabe el abuso y descarrío que aquí se esconde (Dt 17,­17). Y todos sabemos que cada nueva compañera noctur­na en el tálamo real es una desvalorización de la anterior. Una forma más de humillar y oprimir a la mujer.

1.4.7. Quién es quién entre los reyes

Relacionemos a Salomón con Saúl y David. Saúl le abrió camino a la mo­narquía con la fuerza de las armas; Da­vid, por su parte, la dotó del siste­ma admi­nistrativo propio de las ciu­dades‑estado cananeas, reproductoras de la es­tructura faraónica de Egipto; finalmente, Salomón puso bajo su con­trol la estructura religiosa templaria, encargada de fomentar en el pueblo la teolo­gía de la corona. Lo que no pudo hacer su padre lo hizo él: cons­truir un gi­gantesco y hermoso templo, a base de la sangre y vida del pueblo, a base de tributos pagados en dinero y en servidumbre.

1.4.8. Un profeta tardío para el intocable Salomón

La figura profética que aparece, a última hora,  como conciencia del "sabio" Salomón, es Ajías. Refleja el descontento del pueblo en relación a una monarquía corrupta (1 R 11,31). Y aunque tiene elementos para condenar radicalmente la monarquía (1 R 11,33), la reprueba sí, pero para darle la bendición a otra monarquía y así dividir el reino (1 R 11,31). Es hacer dos monstruos de uno. Es corregir el mal  multiplicándolo. Otra vez la ambigüe­dad del ser humano, de la que no se libra ni un profeta.


2. NIVEL LITERARIO
 
2.1. La Escuela Deuteronomista y estos textos

2.1.1. Una escuela de teólogos

Ya dijimos que la Escuela Deuteronomista fue una corriente de teólogos escritores (tanto del Reino del Norte como del Sur) que generaron una lite­ratura que abarca los siguientes libros: Deuteronomio, Josué, Jueces, Sa­muel, Reyes y algunas partes de Profetas. Toda esta literatura fue escrita, en su forma actual, a finales del siglo VII y principios del VI. Estos es­critores estuvieron marcados por la crisis que golpeó al pueblo, después de la caída del Reino del Sur, bajo el Imperio de Babilonia, en el año 586 a.c.


2.1.2. Una reflexión sobre la historia

En estos libros se hace lectura e interpretación de la historia de siete siglos. Su tema central es el de la alia­nza entre Yahveh y su pueblo, rota unilate­ralmente por Israel. Esta litera­tura analiza las consecuencias de esta rup­tura, para así poderse ex­plicar la derrota del pueblo. Y, pese al crudo realismo con que responsabi­liza al mismo Israel en su fracaso, siempre lo lleva a no perder la esperan­za. Por eso, esta literatura es un himno a la esperanza dentro del fracaso y de la crisis. Su tesis fundamental es: aunque Israel esté castigado, no está defi­nitivamente derrotado.

2.1.3. Tres puntos claves

Los puntos en torno a los cuales se mueve esta literatura son:
a) La elección de Israel que, pese a todo, sigue siendo elegido. Dios man­tiene su palabra.
b) La dinastía davídica, ante la cual no ha aparecido algo mejor en la his­toria de Israel. Los logros de David no han sido superados. Un nuevo David reconstruirá los viejos tiempos, corrigiendo, desde luego, los abusos que, desde su origen hasta el día de la caída, cometieron los padres de esta dinastía. No hay que ocultar sus pecados, ya que la gracia o el amor gratui­to de Dios se construye sobre el pecado del ser humano. El pecado hace mani­fiesta la gracia.
c) Jerusalén debe seguir siendo el centro de la reconstrucción de la nación. No hay porqué prescindir de ella, sino corregirla lo más posible de todos los abusos del poder que la mancharon de sangre y de injusticia.

2.1.4. Las cuatro eras de la historia deuteronomista

La reflexión teológica de esta escuela divide la historia en cuatro eras, todas ellas caracteriza­das por mediadores, centradas en la alianza con Yah­veh, pendien­tes de la fidelidad o infidelidad del pueblo y marcadas por el castigo que de ahí se deduce y que demuestra que Yahveh todavía se preo­cupa del pueblo porque lo cree aún con capacidad de convertirse.  
a) La era de Moisés, intérprete de la alianza del Sinaí, quebrantada por el pueblo, el cual es castigado al impedírsele entrar pronto en la tie­rra pro­metida.  
b) La era de Josué, mediador de la alianza de Guilgal, alianza guarda­da en general por las tribus, que logran conquistar la tierra; aunque, por algu­nos pecados, quedó parte sin conquistar.  
c) La era de los Jueces, mediadores enviados para liberar al pueblo, por cuya apostasía siguen en la tierra las naciones enemigas que harán fra­casar la experiencia comunitaria del éxodo.  
d) La era de los Reyes, en cierta forma mediadores entre Yahveh y el pueblo, pero también infieles ellos mismos a la alianza, constituyéndose así la monarquía con su injusticia en un castigo permanente para el pueblo.
 
2.1.5. Los teólogos del Norte

Hay una visión de la historia compuesta bási­camente por refugiados del Nor­te, críticos de los abusos del Reino del Sur. Ellos le habían dado a la historia su propia interpretación, originando siglos atrás la valiosa tradi­ción "E" (documento Elohista). Reformularon las antiguas tradiciones de Is­rael, aceptando que, después de su propio fracaso (caída del Reino del Nor­te, año 722 a.c.), la historia debería recomenzar, a partir de Jerusalén.

2.1.6. Relación alianza‑profetas

El verdadero proyecto de la historia deu­te­ronomista era el de la re­construc­ción de la alianza, definida como un pacto entre Yahveh, el Dios del éxodo e Israel, el pueblo de Yahveh. El papel de los profetas era orientar al pueblo en cada nueva generación, como Moisés (Dt 18,14‑22). Es por esto que en esta literatura toman cuerpo los profetas no escritores como Samuel, Natán, Gad, Ajías, Elías y Eliseo. Todos estos profetas son valiosos porque, de una u otra forma, trataron de corre­gir la monarquía.

2.1.7. Relativización del rey

Es también característico de esta lite­ratura el papel del rey. El rey juega un papel muy limitado. Debe estar sometido a la ley de Yahveh, a la Palabra de Yahveh y a la acción de los profetas, intérpretes de la Palabra. Los profetas pueden deponer reyes  (p.e. Samuel, Ajías, Eliseo). El rey no debe tener privilegios especiales. Jerusalén sigue teniendo valor: es reco­nocida como único lugar de culto (Dt. 12,1‑14).
 
2.2. Vocabulario del poder

Esta posición crítica de la Escuela deuteronomista en relación a la monarquía (considerada en sí misma como un castigo), la podemos ver retrata­da en la terminología que dicha Escuela emplea en sus escritos. Esta termi­nología puede ser organizada así:

2.2.1. En cuanto a la estructura administrativa monárquica:

* El rey es el gran poder dominador de Egipto con el que Yahveh se en­frenta para rescatar a su pueblo (Dt 7,8; 11,3); es el poder prolongado y multipli­ca­do en infinitos reinados que, mientras vivan, impedirán la expe­riencia tribal de Israel. Dichos reyes van vestidos de púrpura (Jc 8,26). Muchos de ellos van cayendo (Jos 5,1; 6,2; 8,1; 10,22ss; 11,5ss; 12,7, etc.) y esto sucede simplemente porque "Yahveh, el Dios de Israel, pelea en favor de Israel" (Jos 10,42).
* La ciudad fortificada es la que le da vida y cuerpo al sistema opre­sor. En Canaán abundan estas ciudades‑estado (Nm 13,28; Jos 5,1; 6,1ss; 8,1ss; 10,1ss; 11,1ss; 12,1ss). Estas ciudades tenían sus propios reyezue­los, eran sitios amurallados, relativamente pequeños, tenían la misma es­tructura so­cio‑económi­ca faraónica, controlaban las aldeas vecinas a las que les impo­nían tributos y ellas mismas le pagaban tributo a Egipto. Estas ciu­dades ‑su sistema administrativo‑ deben desaparecer, con todo lo que tienen. Llegar a dejar ciudades sin destruir (Jos 11,13; 13,1) es peligroso, porque el siste­ma opresor puede revivir.
* Quizás su destrucción total sea un deseo, un proyecto explicitado en for­mas radicales y violentas como éstas: anatema, sitiar, atacar, pasar a filo de espada, pasar a cuchillo, no dejar ni un solo superviviente, colgar al enemigo de un madero, ponerle los pies sobre la nuca, cortarles los pul­gares de manos y  pies, ladrar como perros, etc. etc. (Jos 8,29; 10,19.28. 3­0.33.­35.­37.39.40.42; 11,11.12 etc.).
* Las mujeres son botín de guerra y gran tentación de los poderosos. A Salomón sus mujeres le "inclinaron su corazón hacia otros dioses" (1R 11­,4).

2.2.2. En cuanto a la estructura militar monárquica:

* Tropas, caballos y carros (Jos 11,4.9 etc) son la fuerza militar que hace posible el triunfo del sistema egipcio‑cananeo.  
* Cuando se implanta este poder militar en Israel, la defensa comuni­taria desaparece. Antes todos defendían los intereses de todos (Jc 6,33s).

2.2.3. En cuanto a la estructura religiosa monárquica:

Notemos estas características y estos contrastes de lenguaje:
* El Arca. En el libro de Josué es poseedora de la tierra (Jos 3), forjadora de unidad tribal (Jos 4) y conquistadora de ciudades cananeas (Jos 6). En Samuel manifiesta la especificidad de la religión israelita: recono­cimiento del Dios de la justicia, que puede perder muchas batallas debido a la calidad del pueblo con quien pactó, pero que nunca será del todo derrota­do (1 S 4); revela el dominio del Dios de la justicia sobre los otros pue­blos ( 1 S 5) y el reconocimiento de este Dios como Dios de la misericordia universal (1 S 6).
* La Tienda que cobija al arca: es algo pobre (2 S 7,2). La monarquía busca, con falsedad, adueñarse de este espacio ( 2 S 7,2‑3), para manejar la es­tructura religiosa, según sus intereses.
* Sacerdote. Es el rey quien nombra al sumo sacerdote y quien impone una nueva clase sacerdotal que, sin duda, será fiel al poder de la corona (2 S 8,15­‑18). Sadoq es un "aparecido", descubierto por David y que apoyará a Salomón (1 R 1,26.32.34.38) y suplantará a Abiatar (1 R 2,26‑27).
* Templo. La monarquía intenta construirlo, cambiando su esencia (2 S 7,2­ss); fracasa en un primer intento (2 S 7,5ss), pero lo logra después (1 R 6,1ss) y, con esto, destruye la experiencia popular de los santuarios (Dt 12,­13‑14).

2.3. La forma literaria profética

2.3.1. Una clave literaria para comprender a los profetas.

Ya sabemos que la profecía, en sentido técnico, es una forma literaria un modelo en el que se expresa un mensaje. Y que este modelo eran los así llamados "orácu­los" en los cuales aparece una especie de juicio con los siguientes elemen­tos: a) juez (Yahveh); b) reo (la monarquía o su repre­sen­tante); c) delito del que se le acusa (configuración de un pecado); y d) castigo (esperanza de corrección). Esta forma literaria puede aparecer bien sea en oráculos cortos bien elaborados, como los de Amós, bien sea en orácu­los extensos que alargan cada uno de los elementos de juicio. A un profeta sólo se le comprende cuando se llega a entender la forma literaria de la profe­cía. Todo esto que decimos se aplica perfectamente a los tres profetas que nos ocupan. Recordemos que la profecía no está escrita, ni orientada para los que aparecen como actores de la misma. La profecía está escrita y orien­tada para lección y corrección de aquella generación en la que se es­cribe, así esté distante centenares de años del acontecimiento original.

2.3.2. El juicio de Samuel a Saúl

El relato de la Pitonisa de Endor (1 S 28,3ss) es un verdadero juicio que contiene los siguientes elementos: aparece Yahveh como juez (vv. 16‑19); Saúl, que hasta este momento lleva la iniciativa, queda silenciado y es sen­tado por Samuel en el banco de los acusados (vv. 16 y 17). El delito del que se le acusa es "porque no oíste la voz de Yahvéh y no llevaste a cabo la indignación de su ira contra Amalec" (v. 18). El castigo que recibe es la pérdida del reino (v. 17) y de su vida (v. 19).

2.3.3. El juicio de Natán a David

El relato de los reproches de Natán a David (2 S. 12,1ss) está también compuesto en forma de juicio: es el mismo David quien coloca en escena a quien lo va a juzgar: a Yahveh, creyendo tenerlo de su lado (v. 5) y él mismo se coloca en el banco del juicio, tratando de juzgar a otro (v. 6). El pecado de que lo acusa el profeta es "por haber hecho lo malo a los ojos de Yahveh, matando a espada a Urías el Hitita (v. 9). El castigo que se le impone es el de que "nunca se apartará la espada de tu casa" (v. 10) y "haré que de tu propia casa se alce el mal contra ti" (v. 11).

2.3.4. El juicio de Ajías a Salomón

El juicio que el profeta Ajías hace a Salomón está narrado en la re­vuelta de Jeroboam (1 R 11,26ss). Se trata de un juicio en ausencia de reo. Esto es significativo porque demuestra cuán alejada estaba la presencia de Dios de los palacios de Salomón. Las puertas estaban cerradas para el profe­tismo. El juez, como siempre es Yahveh (v. 31). El reo ausente es el rey Salomón, representante del sistema monárquico (v. 31). El delito del que se le acusa es "porque me ha abandonado y se ha postrado ante otros dioses... por no haber hecho lo justo a mis ojos, ni haber cumplido mis decretos y mis sentencias" (v. 33). El castigo que se le impone es la división del reino (v. 31‑32).

3. NIVEL TEOLOGICO

Detrás del Estado, un monarca; detrás del Monarca, un Profeta. Recoja­mos ahora algunas reflexiones teológicas en torno a las tres figuras profé­ticas que nos han ocupado. Detrás de cada figura profética hay un monarca. Pero detrás de cada monarca debemos ver un sistema social que causa dolor y muerte al pueblo y que es contrario a la sociedad ideal que nació después del éxodo de Egipto, como alternativa al sistema faraónico.

Detrás del Profeta, luces y sombras. Ya señalamos cómo cada profeta se debate frente a una ambigüedad histórica que lo hace ser verdadero profe­ta cuando intuye desde la justicia su papel y que lo hace también claudicar o enturbiar su figura cuando contemporiza con determinados intereses. Señalar este doble aspecto en un profeta no sólo sirve para destacar su ambigüedad, sino también para señalar que es un hombre en proceso. Y ser un hombre en proceso corresponde a la verdadera realidad del ser humano en la historia.

3.1. El Profeta Samuel

3.1.1 Su responsabilidad frente a la implantación de la Monarquía

No podemos pasar por alto esta zona oscura del profeta Samuel. Tuvo la debilidad de querer convertir el ejercicio de la justicia (ser "juez" en Is­rael), un don dado por el Espíritu al pueblo, en una herencia de la carne y de la sangre. Es cierto que le tocó vivir la decadencia del proyecto comuni­tario tribal; pero también lo es que tuvo la inmensa debilidad de colocar co­mo jueces a sus hijos, que "traídos por el lucro, aceptaron regalos y tor­cieron el derecho" (1 S 8,3). Samuel aparece como víctima de la situación so­cial tan deteriorada que le tocó vivir. No pudo o no supo encontrar el ca­mi­no que le devolviera a Israel la calidad del primer tiempo. Fue víctima de la fuerza social de su época. Por eso lo vemos en completa contradicción: quiere y no quiere la monarquía (1 S 8,1ss).

3.1.2. Su crítica a la monarquía

Ya señalamos que la caractéristica histó­ri­ca de los profetas de Israel fue la de ser conciencia crítica del sistema social monárquico que nunca dio los frutos de justicia que se reque­rían. Si hacemos un breve examen de 1 S 8,1­0ss encontramos cómo en este texto se nos da, de una manera asombrosa, una descripción de la injusticia institucional del sistema monárquico y de su capacidad para generar sufri­miento en el pueblo. Paso a paso en la con­cien­cia profética de Samuel se reconstruye el esquema social del que fue víc­tima Israel en Egipto y que ahora el pueblo quiere reconstruir, en una in­compren­sible amnesia de su historia de opre­sión:
- Aparece el rey  con los privilegios que le otorga la realeza (v. 11). Y detrás de esta figura suprema,  van apareciendo las estructuras so­cio‑polí­ti­cas, con toda su fuerza dañina.
‑ Aparece la fuerza militar que volverá a atrapar a los mejores hijos de Israel y que tendrá que contar con caballos, carros y armas de guerra (v. 11‑12).
‑ Aparece la fuerza económica o administrativa, con los palacios de los preferidos del rey que transforman en sirvientas a las mujeres del pue­blo (v.13) y convierten en propiedad suya las tierras y sus productos (v.14- 16).
‑ Aparece la pretensión de que Yahveh (la estructura religiosa) acom­pañe y respalde esta experiencia. Por eso la conciencia profética hace enmu­decer a Yahveh (v. 18).
‑ Finalmente aparece el sistema tributario, que endeuda al pueblo para siem­pre (v. 15 y 17).

3.1.3. Superación del profetismo tradicional

La anterior es la mayor críti­ca y la mejor condena del sistema social monár­quico que el profeta Samuel nos pudo haber dejado. Samuel frente a Saúl es un profeta diferente del tipo de profetas al que el pueblo estaba acos­tum­brado. La misma Biblia nos cuenta cómo hubo un momento en que Saúl hizo parte de los grupos profé­ticos popula­res (1 S 10,5.10‑12). Saúl se da cuen­ta, al final de su vida, de cómo este tipo de profetismo acrítico se ha silen­ciado (1 S 28,15). Esto indica que con Samuel nace ese verdadero profe­tismo que va a acompañar a Israel a lo largo de su historia, hasta que la monar­quía llegue a su fin. Es por eso que Saúl busca a Samuel, aún muerto, para consultarle. Los otros profetas no saben transmitir la verdad de Dios que en ese momento él necesi­ta.
 
3.1.4. Un nuevo profetismo para un tiempo crítico

Estamos en un tiempo deci­sivo. Estamos en el fin de una era hermosa: la de los jueces populares, la de la defensa comunitaria, la de los santua­rios populares, la de los intentos por vivir en la fraternidad, sin diferen­cias humillantes. Pero estamos también en el co­mienzo de una época crítica: la de la reaparición del esquema social tribu­tario, creador de diferencias y clases sociales en el pueblo. Este tiempo crítico pide la aparición de una figura especial. Esta persona es Samuel, cuya llamada de parte de Yahvéh rompe el esquema tradicional. El contexto socio‑religioso que exteriormente envuelve a Samuel parece que desmintiera la dura crisis que se acerca: la vieja institución del Arca de la Alianza está funcionando con éxito y con ella las instituciones que giran a su alrededor: las peregrinaciones a Silo, lugar del arca, los sacrificios, el culto, el sacerdocio  Pero una institu­ción debe ser juzgada no sólo desde sus apariencias externas, sino desde su capacidad de generar justicia. Y este primer templo, a pesar de sus aparien­cias, está corrompido. En ello hay responsabilidad de un Sumo Sacerdote falto de conciencia histórica y de sus hijos llenos de codicia (1 S 2,12‑17­. 22‑26.27‑­36; 3,11‑14).



3.1.5. La presencia del milagro en tiempos de crisis

A Samuel, como profe­ta, hay colocarlo frente a la estructura religio­sa, cuyo derrumbamiento es el mismo desplome moral del pueblo, lo cual va a permitir la aparición de la monarquía. Samuel, como niño consagrado a Dios, bien podía compartir su vida al lado del viejo sacerdote, su formador e ini­ciador. Samuel aquí es un símbolo. Representa al pueblo, simple y senci­llo como un niño, testigo impo­tente de un derrumbamiento, pero también juez im­placable y certero de la estructura corrupta. En torno a Samuel niño, ocu­rre un milagro donde es el mismo Dios quien habla. Si no queremos caer bajo la seducción de lo maravi­lloso, recordemos que esta clase de relatos siempre tratan de explicar una honda experiencia frente a algo que necesita ser exa­minado a fondo. Aquí la voz de Dios es necesaria, para poder decir la pala­bra definitiva sobre algo de lo cual se ha adquirido una conciencia muy hon­da. No es el hecho de que Dios llegue a hablar lo que hace el milagro. Lo maravilloso no salva por sí mismo. Es el contenido, es el mensaje que descu­bre una verdad que libera lo que constituye el milagro. Lo maravilloso por sí mismo no salva. Los "mila­gros" sin contenidos de liberación son inútiles y hasta perjudiciales. Que­dan reducidos a simples "obras humanas". Los mila­gros de "tiempos de gran crisis" llevan el sello de tomas de conciencia, bajo la acción de Dios y a niveles muy profundos, de lo que la historia en ese momento significa. Por la carga tan grande de conciencia que llevan, son los relatos que más piden se introduzca a Dios en ellos.

3.1.6. A pesar de todo, ambiguo

El redactor que recogió la interpreta­ción que la comunidad fue hacien­do del personaje llamado Saúl, quiso también colocar a su lado al profeta Samuel. Lo vio como conciencia crítica del primer ensayo de monarquía o de liderazgo político absoluto que tuvo Israel después del éxodo. Desde el punto de vista literario y teológico, Samuel forma un ciclo que recoge el proceso de este primer ensayo de poder político absoluto. El resultado no de­ja muy bien a Samuel, que aparece como un hombre ambiguo: es el profeta que unge a Saúl para darle derecho a recibir la in­vestidura real (1 S 10,1­s)­ y es también el espíritu ante el cual Saúl aparece despojado de sus ves­tidu­ras reales (1 S 28,8ss) como signo del fra­caso de ambos. Es el hombre que hoy se entusias­ma con el ascenso del rey (1 S 10,1.6‑8), y es también el que mañana le dirá a ese mismo rey que Yahveh ya ha puesto los ojos en otro y que su realeza llegó a su fin (1 S 28,16). En la persona de Samuel se ve a un pue­blo que se mueve en la ambigüedad del deseo de la supervivencia y del fraca­so histórico. Al profeta no hay que divinizarlo. En su persona se reco­ge la ambigüedad del proceso del mismo pueblo.

3.1.7. Semblanza de Samuel: hombre del tiempo de "las raras llamadas"

* Bajo la presencia del símbolo. Podemos decir que la figura de Samuel con­forma un ciclo. En torno a él el pueblo acumula relatos cuya fantasía no es falta de veracidad, sino modo de interpretar y de entender aquellas cosas ocultas o secretas que acontecen en la historia. Es por eso que los relatos no deben ser tomados al pie de la letra, sino que deben ser leídos como cuan­do se lee una expresión simbólica que en sí misma acumula profundidades casi inenarrables.
* Samuel niño, hijo del dolor y humillación de una madre estéril, re­presenta las posibilidades que ante Dios siempre tiene el pueblo pobre cuan­do sabe serle fiel a Dios. En este sentido, Samuel y el pueblo oprimido son los que hacen cantar el más bello Magníficat del Antiguo Testamento (1 S 2,1ss).
* Samuel joven representa al pueblo impotente que ve cómo todo el pro­yecto alternativo del éxodo se derrumba. No tiene sentido que Yahvéh solo, sin el ser humano, se responsabilice de la historia. Estaba pactada la co­rresponsa­bi­lidad. Pero la misma estructura del pacto estaba corrompida (1 S 3,10‑14).
* Samuel adulto es figura del pueblo que tiene que enfrentar la histo­ria en la ambigüedad del riesgo de equivocarse. La misma boca que condena  la mo­narquía tiene que bendecirla. La misma boca que consagra al rey Saúl, lo tiene que condenar. La misma boca que se confiesa ante el pueblo como hombre fiel (1 S 12,2.3) confiesa su decrepitud, su fracaso (1 S 12,2). La misma boca que aprobó para el pueblo la monarquía, reconoce que ella es un gran mal (1 S 12,17.20).
* Samuel anciano encarna al pueblo golpeado que no quiere dejar morir su esperanza (1 S 12,16ss). Es consciente de que la esperanza será siempre un riesgo. Y muere en incertidumbre frente a la monarquía: ¿rey y pueblo sabrán ser fieles a la justicia? (1 S 12,15.25).
* Samuel difunto es símbolo del inconsciente atormentado del pueblo que, en su oscuridad, busca caminos, así sean los más tortuosos.
* Todo Samuel no es otra cosa que el mismo pueblo, hecho víctima de pecado y profecía de esperanza. Samuel no es un profeta brillante. Después de una vocación tan espectacular, parecía que iba a tener la mejor de las suertes. Pero su suerte es la del pueblo: construir historia desde el cla­roscuro de la contradicción.
 
3.2. El Profeta Natán

3.2.1. Cuesta mucho decirle "no" al poderoso (2 S 7,1ss)

Uno de los grandes peligros de la institución religiosa es ceder ante la adulación. David, en su propósito de poner a su servicio la estructura religiosa, indispensable para que el pueblo acepte la monarquía, pasa al fingimiento. No era fácil proponerle al pueblo la construcción de un templo, porque el pueblo sabía lo que esto significaba: impuesto en especie e im­puesto en servicios, es decir volver a los tiempos de la servidumbre. Por eso David le toca el lado débil al profeta, representante de lo religioso- popular y, por lo mismo, camino para que el pueblo apruebe lo que él preten­de. Por eso ante el profeta hace esta exclamación : "mira: yo habito en una casa de cedro, mien­tras que el arca de Dios habita bajo pieles". El profeta cae en la trampa del estímulo que para él representa que se atienda a Dios. Y por eso le responde "haz todo lo que te dicta el corazón porque Yahvéh está contigo" (2 S 7,3). Pero, más tarde, con una nueva conciencia de las cosas, le niega al rey el permiso de construir el templo. Aunque, en compen­sación, hace algo mucho más grave: bendice la monarquía y, en nombre de Dios, le promete que durará para siempre.

3.2.2. La tentación de hacer que Dios bendiga el poder (2 S 7,4ss)

Quizás para la conciencia del hombre del tiempo de David, los logros alcan­zados por la monarquía no debieran desaparecer. Y la garantía de esto era que David y su casa, heredando las cualidades de un líder excepcional, per­duraran para siempre. La casa de David, por su parte, estaba deseosa de que fuera su sangre la que gobernara al pueblo indefinidamente. Frente a la fama del poder militar y económico, frente a los logros que, así fuera indi­recta­mente, beneficiaban al pueblo, frente al peligro de no complacer al rey, dueño del poder y de la fama, y frente al riesgo de perder ciertas ven­tajas, es muy difícil decirle "no" al poderoso. La famosa profecía de Natán (2 S 7,1ss), hace al rey mediador de la alianza entre Dios y el pue­blo, igno­rando el papel histórico del Sinaí y de Moisés, del decálogo y de sus conte­nidos de justicia. A esta profecía, que ignora tanta historia de gra­cia, hay que ubicarla dentro del contexto socioeconómico y político en que pudo haber nacido: los intereses de la corte por hacer que el pueblo acepta­ra lo que de suyo era inaceptable: un cambio del modelo de sociedad, regre­sando al modelo que había generado la opresión del pueblo. Todos los intere­ses de la corte que desea justificarse, del pueblo que desea participación en el poder y del profeta que en cierta forma se siente halagado, son los que cayeron en la tentación de hacer que Dios bendijera el poder.

3.2.3. La defensa del débil obliga a condenar al poderoso (2 S 12,1ss)

La condena del profeta a David, por el asesinato de Urías, tiene ele­mentos importantes que vale la pena resaltar. En primer lugar las astucias y los medios que tiene a su disposición el poder para tapar su injusticia. Cuando David abusa de Betsabé, lo primero que hace es tratar de ocultar el hecho, haciendo que el marido de la injuriada se presente y así se pueda decir más tarde que el niño que va a nacer es de su propio marido (2 S 11,6 ‑13). Cuan­do David ve que esto no resulta, por la extrema fidelidad de Urías que, en vez de dormir con su mujer, prefiere hacerlo en la misma casa del rey, recu­rre a una estratagema de guerra que haga desaparecer al interesado. Pero la conciencia del pueblo, a la cual pocas cosas se le esconden cuando está limpia, queda reflejada en la actitud del profeta que le descubre al rey lo que él anhela mantener escondido: su injusticia.

3.2.4. Yahveh es el Dios de los sin derechos

Otra cosa notable es que la víctima de este crimen no es un israelita. Es un hitita, es decir, un ex­tranjero que habita en el pueblo. Por ser ex­tranjero y emigrante, sus dere­chos podían ser violados impunemente, por no tener un grupo propio que lo respaldara. Sin embargo, la conciencia proféti­ca que mira la injusticia más allá de las fronteras de la carne y de la san­gre, pide justicia para este hombre por el simple hecho de ser oprimido. Con esto queda confirmada la esencia de Yahveh: ser el Dios de los sin dere­chos.

3.2.5. ¿Quién fue Natán?

* Fue un profeta salido de los círculos de videntes, que terminó refu­giándo­se en la corte. Allí llevó los intereses de quien quiere congratularse con el poderoso de turno, cediendo ante sus pretensiones. Como vidente, here­da el fondo cultural de los videntes de su tiempo.
* En cuanto profeta de Israel, participa del acontecimiento histórico que fue la reaparición del sistema monárquico en el pueblo. Y, en este sen­tido, tuvo también ojos para palpar la injusticia del sistema y, llegado su momen­to, supo criticar y condenar a la corte, así fuera el gran David.
* Se batió entre la adulación al rey y la fidelidad al pueblo. Pagó fuerte tributo a su ambigüedad, extremada al final de su vida: estuvo en las intri­gas cortesanas que, unidas a las ambiciones de Betsabé, coronaron a Sa­lomón como monarca, contra todo derecho (1 R 1,11ss).

3.3. El Profeta Ajías

3.3.1. El gran interrogante frente a la monarquía

Ante la monarquía que se establece y consolida en Israel se nos pre­senta un interrogan­te fundamental: ¿el problema está en sus mediaciones o en su misma estructu­ra? (1 R 11­,1s­s.26‑40). El descontento del pueblo frente a la monarquía de Salomón quedó re­flejado en la conciencia del profeta Ajías, abierto condenador de la dinas­tía davídica. Como conse­cuencia de las injus­ticias de la corte de Jerusalén, patrocinó, apoyó e incitó a la rebelión. Consecuencia de esto fue la apari­ción del Reino del Norte. Profeta y con­ciencia popular no lograron el con­vencimiento de que el mal era estructural, de que el cambio de las personas no lo arreglaba. El profeta no supo ver al rey como mediación de una estruc­tura en sí misma maleada. Por eso el resul­tado de su acción fue sencillamen­te desastroso: en vez de un reino injusto, aparecieron dos reinos cargados de maldad.

3.3.2. Su crítica implícita a la casa de David

Salomón fue presentado bajo el halo de la sabiduría. Se ve que esto im­pre­sionó mucho a las personas de su tiempo. ¿Quién podía atreverse a cri­ticar a un sabio, aceptado comuni­tariamente como tal? Sólo quien tuviera ojos limpios y fuera capaz de mirar más allá de esta ponderada sabiduría, po­día descubrir la injusticia que ella tapaba. Esto lo hizo el profeta Ají­as. Su crítica quedó reflejada en esta frase: Salomón "no hizo lo que era justo a los ojos de Yahvéh" (1 R 11,33).

3.3.3. ¿En qué se equivocó Ajías?

La historia nos dice que Salomón aumentó la fama de la corte, así no hubiera aumentado el poder militar y conquistador de la misma. En esto su pa­dre David no tuvo rival. Esto marcó al pueblo. De hecho, para el profe­ta, David sigue siendo mayor que Salomón (1 R 11,33b). En esto mismo estuvo la ambigüedad de Ajías: no desconfió del sistema monárquico, sino de la persona que lo estaba manejando. Aquí estu­vo su gran error: los jefes del nuevo rei­no, que el profeta ayudó a crear, harán tan malos manejos como Salomón.

3.3.4. ¿Quién era Ajías?

Si quisiéramos resumir al profeta Ajías, diríamos:
* Un hombre valiente que, a pesar del espejismo de la corte de Salo­món, estuvo entre los pocos críticos de su tiempo.
* Un profeta fugaz, cuya conciencia crítica no tuvo la agudeza de ver a fondo el mal estructural de la monarquía.
* Un manejador del símbolo que, en un manto desgarrado, da una gran lección de historia.
* Un prometedor de cosas buenas a Jeroboam, pero que no cae en cuenta que el futuro no dependerá de que este rey quiera ser bueno, sino de que la estruc­tura le permita llegar a serlo.
* Pero, de todas maneras, un denunciador de la injusticia y de la ido­latría que lleva a adorar a los dioses fáciles que justifican la injusti­cia del sistema monárquico (1 R 11,33).

3.4. Estrategias de la "Ideología real"

3.4.1. Atraer la bendición de Dios

Hay una tradición que habla de la elec­ción de Saúl como rey, hecha por suer­tes (1 S 10,17ss). Hay otra que habla que fue hecha por elección directa del profeta Samuel (10,1ss). Se puede pensar que se trata de algo expresa­mente buscado, para que la monar­quía quede bendita, justificada por el pro­feta. Esta será una de las grandes tendencias de la corte: procurar, a toda costa, que la bendición de Yahveh llegue por alguna parte.

3.4.2. Captar la estructura religiosa

David trabaja, durante su reina­do, para poner a su servicio la estruc­tura religiosa. Vimos cómo estableció, en la estructura del templo, una nueva clase sacerdotal: la de Sadoq, sacer­dote de origen pagano, convertido ahora a Yahveh y lleno de privilegios, en contra de la clase sacerdotal tra­dicional representada en el sumo sacerdote Abiatar. También David hizo todo lo posible para tener cerca la estructura religiosa: trasladó el arca de la alianza de Silo a Jerusalén (2 S 6,1ss) e intentó la construcción de un templo en Jerusalén.
 
3.4.3. Tener a Dios a su favor

El gran equívoco teológico que David crea en el pueblo es el de que por el hecho de ser bendecido materialmente está aprobado espiritualmente. Esto era fruto de la teología de entonces que unía éxito material con bendi­ción espiritual. La aprobación de la monarquía de parte de Dios, no es más que la proyección de ese principio que, cierta­mente es reflexión espiritual, pero también creación humana que corresponde a intereses humanos.

3.4.4. El éxito era una bendición

Vale la pena indi­car brevemente los éxi­tos de David en el tiempo de su rei­nado, éxitos que lo presentan como al­guien nunca supe­rado y siempre espe­ra­do. La bendición de Dios respecto a la monar­quía se hizo tangible para el pueblo en los siguien­tes puntos:
* En la unidad política lograda por la unión de todas las tribus (2 S 2-5,25);
* En la toma de Jerusalén que queda constituída como capital del reino unido (2 S 5,6ss);
* En la unidad religiosa entorno al arca de la alianza (2 S 6,1ss);
* En la sujeción de las naciones vecinas sometidas a dar tributo (2 S 8,1ss; 12,26ss);
* En el estudio de la historia del pueblo con la organización de los escribas que refleja una madurez(?) muy grande (1 Cro 23,1‑5);
* En la creación de un ejército permanente, verdaderamente profesional por sus resultados excepcionales (1 Cro 27,1‑15);
* En el agrandamiento de las fronteras de Israel (2 S 8,1-14;
* En el afianzamiento del propio ser, de la propia cultura, de la pro­pia conciencia acerca de su destino histórico, al que Dios se liga (2S 7,7s)  
Es obvio que estos éxitos llevaron al pueblo a confusión, pues hicie­ron que Israel creyera que la monarquía estaba aprobada por el mismo Dios, cuando sencillamente se trataba de éxitos puramente humanos que, tarde o temprano, iban a hacer llorar lágrimas de sangre al pueblo. En este tiempo de los grandes éxitos humanos, perfectamente pudieron nacer bendiciones en formas de profecías que trataran de demostrar la conformidad de Dios con esos pro­yectos.

3.4.5. La teología de la corona

Todo lo anterior es lo que le da valor a la así llamada ideología real o teología davídica. Esta no es otra cosa que la justificación teológica del rey y su corte (el estado) en el pueblo de Israel, como algo expresamente querido por Dios. Esta teología que justi­fica la realeza se puede decir que es propia de todo el medio oriente. Pero es David y su dinastía quienes la afianzan en Israel. Quedó perpetuada a través de algunos salmos ( Sal 2; 89; 110).

3.4.6. Consecuencias socio‑políticas

Al rey se le llama hijo de Dios. Y esto, aunque no signifique una divini­zación del rey, lo va cargando de atri­butos que lo vuelven intocable; rebe­larse contra el rey puede llegar a sig­nificar rebelarse contra el mismo Dios. El rey es intocable, no importa los delitos que cometa. El valor de esta teología es ambiguo. Puede ser utiliza­da como legitimación de la opre­sión a los pobres y como negación del derecho a la crítica, al descontento, a la protesta. En la Biblia esta teología de la corona está presente, ya que sus páginas recogen todo el proceso humano y divino del hombre, incluído su pecado. Lo importante es tener una clave hermeneútica que lleve a detectar y denunciar todo pecado.

3.4.7. La monarquía se hace necesaria

El punto principal de esta teo­logía real es que centra la alianza de Dios en el rey y no en el pueblo defendien­do un pacto eterno entre Yahvéh y David (2 S 7,14; Sal 89,29‑37), en contra de tradiciones antiguas, que esta­blecen la alianza entre Dios y el pueblo (Ex 19‑20). Consecuencias de esta teología son: la declaración de los reyes como hijos de Dios en una especie de adopción (Sal 2); la donación del poder sobre las naciones, como herencia dada por Dios al rey (Sal 2,7‑8); Jerusalén se convierte en el "descansade­ro" de Dios (Sal 132,13‑14); final­mente, el rey es declarado benefactor y defensor de los pobres (Sal 72,7.12‑13; Sal 45). Esto es más bien un pro­grama ideal, copia entre otras cosas de declaraciones de las naciones paga­nas en relación a sus propios reyes, a los cuales también declaran defenso­res de los pobres. Todos conoce­mos por la historia qué defensa hicieron estos reyes de la clase empobreci­da.

3.4.8. La religión que no supo respetar la monarquía

Una forma de definir la religión es pensarla como la institucionaliza­ción de las experien­cias que un grupo o una persona van adquiriendo de Dios. Estas experiencias casi siempre son fruto de procesos muy largos en el tiem­po y de transforma­ciones muy hondas en el alma.  El ser humano sabe que si sus experiencias de Dios  no se sacan afuera, si no se comunican, si no se institucionalizan, corren el peligro de morir. Cuando el pueblo realiza su éxodo de la tierra de la esclavitud a la de la libertad y autonomía, experi­menta a un Dios que se autodefine como el Dios de los esclavos, de los opri­midos, de los descla­sados. Era necesario institucionalizar esta expe­riencia, para no perderla. E institucionalizarla significó para ellos crear un modelo de sociedad en el que todo llevaba la circularidad de la igualdad: jueces populares, santua­rios populares, defensa popular... Sentirse hijos de un mismo padre, en una sociedad igualitaria, solidaria, fraterna. Esta bella experiencia no fue respetada por la monarquía, que poco a poco la fue cam­biando, destruyendo.

3.4.9. Del Dios de las tribus al Dios de la Monarquía

En cambio, el paso a la monarquía significó experimentar a un Dios que hizo alianza con una persona y con su familia; que autoriza la desigualdad y la aparición de clases sociales; y que llama hijo suyo, con título de privi­legio, al hombre poderoso que está sobre todos. ¿No es esto un cambio subs­tancial en la forma de percibir a Dios? Y lo más grave es que todo ello fue institucionalizado en formas atractivas, peligrosas: Jerusa­lén, templo, fies­tas de coronación, aniversarios de las mismas, poderes sacerdota­les al mo­narca, liturgias grandiosas, sistemas de purificación, tesoro del templo, guardias del templo, Sumo Sacerdocio...etc., ¿No era esto otra clase de reli­gión, otra forma de percibir a Dios y de expresarlo, muy diferente a la que se venía practicando? Recordemos que cambio de religión aquí no es cam­bio de Dios, sino cambio del modo de experimentarlo y expre­sarlo. Recordemos cómo la construcción del templo tuvo un largo y doloroso proceso. No era fá­cil sacar del alma del pueblo, en poco tiempo, su expe­riencia anterior de Dios. Y posiblemente no la pudieron desarraigar nunca del corazón de los bue­nos israelitas.

3.4.10. El peligro de "cristianizar" la teología de la corona

* Lo que nunca supo ni pudo hacer el A.T. La experiencia del A.T. es dolorosa: el hecho de haber "legalizado o canonizado" la teología de la coro­na, llevó al pueblo a abandonar la utopía que todavía sigue siendo lo único valedero para engendrar justicia y paz: que los seres humanos se lle­guen a considerar hermanos entre sí, con todo lo que esto socialmente signi­fica, derechos iguales para todos. Durante diez siglos se quedó Israel espe­rando el milagro que nunca podía acontecer: que un árbol malo diera frutos buenos (Mt 7,18), que el desnivel social produjera igualdad, que el poderoso se convirtiera en "hermano", que un lobo se convirtiera en oveja (Ez 22,27; Mt 7,15).

* La propuesta de Jesús de Nazaret. Cuando apareció Jesús, el N.T. ciertamente lo presenta como el "rey anunciado" (Lc 1,32‑33). Esto era nece­sario para que el pueblo de Israel, pendiente de los anuncios proféticos, viera en Jesús el cumplimiento de los mismos. Es decir, este título, aplica­do a Jesús, no tiene valor político, sino teológico. El A.T. esperó en vano que un monarca, desde dentro de la monarquía, con derecho propio, pudiera cambiar o anular dicho sistema, convirtiéndose él y reformándolo todo. La teología del N.T. tiene interés en reivindicar para Jesús este derecho a ser rey, para darle legitimidad a la renuncia definitiva que él hace de todo poder monárquico (Jn 18,33‑37), de todo comportamiento de superioridad o explotación del hombre por el hombre (Lc 22,24‑27).

* Un necesario examen de conciencia. Todo esto pediría que confrontá­ra­mos nuestras tendencias y expresiones teológicas, litúrgicas y eclesiales que tienden a justificar en Jesús comportamientos monárquicos de la iglesia. Los textos del A.T., que hablan del monarca futuro ideal, no tienen en Jesús cumplimiento político, porque Jesús nunca manejó ningún poder de esta clase. Jesús renunció a él, lo rechazó hasta como tentación (Lc 4,5‑7). Dichas "profecías mesiánicas" nunca tuvieron para Jesús valor, ya que él no cumple lo anunciado en ellas: remplazar a David como monarca. Justificar la teolo­gía de la corona es destruir a Jesús de Nazareth, Dios‑hombre crucificado. El, con su muerte en la cruz, anuló toda esperanza de verlo en un trono de rey ‑bajo cualquier idea de rey que se tenga‑ despertando sentimientos de dominio, de engreimiento o de opresión, en quienes en él han puesto su fe.






CLAVE CLARETIANA


    LA PALABRA PROFETICA NO PUEDE SER NEUTRAL

"La vida consagrada es signo profético cuando hace presente y visible el primado del amor de Dios y lo testifica, gracias al carisma particular de cada instituto, vivido con el corazón compasivo y el espíritu misericordioso de los fundadores, para servicio de los pobres y de los abandonados, de las víctimas de la violencia y de la injusticia, de los nuevos pobres que vuel­ven triste el panorama de la sociedad, con la sensibilidad por lo derechos humanos y por las justas causas de promoción del hombre". (Inst. Laboris del Sínodo sobre la vida consagrada, n. 64).

"En estos años, los claretianos nos hemos sentido acuciados por el panorama de las mayorías empobrecidas  y oprimidas, que viven en condiciones infrahumanas. Esta situación nos impulsa a reiterar con más fuerza todavía  nuestra  opción congregacional por los pobres (cf. CC 39, 46)... En estas situaciones, la palabra profética no puede ser neutral, sino que reviste ineludiblemente una dimensión política; y nunca ‑si es auténtica‑ estará al servicio del ídolo del poder". (Servidores de la Palabra, 20).




    CLAVE SITUACIONAL

1. En la historia y por la vida. "Con la Palabra de Dios iluminamos la rea­lidad histórica de nuestro pueblo, y defendemos a las víctimas de tanta in­justicia, diciendo qué es lo que Dios quiere y qué es lo que Dios no quie­re"; el arzobispo de San Salvador definió así su predicación frente a los pode­res de "represión de un pueblo que tiene otro proyecto"; (quince días después mataron al arzobispo Romero). Samuel, Natán y Ajías dan -con ambi­güedades- la misma lección: los profetas son "críticos de su historia"; todo sistema o institución de poder deben ser juzgados por sus frutos de justicia y frater­nidad, o de injusticia sufrimiento y muerte. Las palabras y gestos que no se embarran en la historia (hacia la vida querida por el Dios de Jesús) no son "Palabra de Dios". ¿Abunda hoy este "sentido común" bíblico y humano en las Religiones y en las Iglesias?, o ¿sobreabundan los fundamenta­lismos y el funcionarismo doctrinal?

2. ¿Hacia el cambio global?: profetas en la ambigüedad. Mientras se producen con celeridad cambios profundos y universales, parecen imposibles los cam­bios más urgentes para la convivencia (y la sobrevivencia) humana y del planeta... Si en Samuel, Natán y Ajías se nos dice que "de la ambigüedad no se libra ni un profeta", imaginemos las ambigüedades en las actuales crisis: no desaparecen las fuerzas militares (los "tráficos" aumentan y los conflic­tos no acaban), irrumpen los poderes económicos y técnicos (los supergran­des y el neoliberalismo globalizan un modelo de sociedad competitiva y con­sumis­ta, normalmente exclusiva y excluyente), se imponen con frecuencia políticas económicas agobiantes para los débiles, se globalizan los desas­tres ecológi­cos,... Hasta en los análisis y en los juicios se nos multipli­can las ambi­güedades: ¿Bendecir o condenar a los poderes de las superpoten­cias, del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de las dictadu­ras de tur­no? ¿o callar (esa forma de complicidad que sabe a bendición)?

3. "¿En dónde están los profetas?". Esta pregunta de una canción-denuncia actual es pertinente. ¿Dónde están hoy los profetas en la sociedad? y ¿dónde están los profetas en la Iglesia?... Aquel deseo de Moisés "ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta" (Nm 11,19), ¿se ve cumplido en la Iglesia desde Pentecostés? La tan "hablada" promoción de los laicos en la Iglesia, y su "protagonismo" en la "nueva evangelización", se harán desde la encarna­ción histórica del profetismo de Cristo o no se harán. Esto nos desafía como misioneros-profetas con opción de suscitar evangelizadores laicos.
El Pueblo profético de Dios no habría de enredarse ya en viejas ambi­güedades superadas por la novedad de Jesús. La Iglesia ha de saber mirar detrás de las apariencias y anunciar con claridad la vida del Reino, seña­lando, consiguientemente, el "mal estructural" de la sociedad y confesando el mal que hay en sus propias instituciones, poderes y costumbres (de bauti­zados peca­dores).Para ello ha recibido el Espíritu y la Palabra. ¿Qué tenta­ciones están fre­nando hoy esa vocación profética a nuestra Iglesia?

4. Himnos a la esperanza: milagros en tiempo de crisis. Si no hay profeta sin ambigüedades -por condición humana-, no hay tampoco profeta sin "tomas de conciencia" y sin "himnos de esperanza", por gracia del Dios que incluye a los excluídos y resucita a los crucificados. Lo vemos en Samuel-niño, en el pueblo sencillo, en el canto de María... Esos himnos circulan por la Biblia y en los lugares "proféticos" del campo y de las calles de nuestras ciudades. "En tiempos de gran crisis", nadie hace himnos de espe­ranza profé­tica sin buenas "tomas de conciencia", frutos de la compa­sión, lucidez, de sencillez y gracia, de una enorme e inquebrantable fe..



    CLAVE EXISTENCIAL

1. ¿Qué luces mayores o mensajes fuertes de interpelación y gracia (para dis­cernir, orar, compartir en comunidad y crecer "vocacionalmente") he ha­llado en los profetas Samuel, Natán y Ajías?

2. En los cambios históricos y en el modelo de sociedad que nos toca vivir, ¿podemos clasificarnos -personalmente y como comunidad- de profetas, de víctimas, de espectadores, de...? ¿Qué experiencia tengo de los riesgos de bendecir o condenar el poder? Ante los poderes vigentes, ¿qué nos pide la Palabra de Dios?

3. La ambigüedad afecta también a mis juicios y a mi proceder: ¿qué puede nublarme los ojos y distorsionar mi visión de la realidad actual? En mis juicios, opciones y ministerios, ¿es una luz fuerte la novedad de Jesús?

4. ¿Hubo y hay suficiente "realismo histórico" en mi formación, y ahora en mi vida y en ministerio actual?: Espiritualidad, vida comunitaria, teología y demás servicios de la Palabra.

5. ¿Estamos formando laicos con suficiente conciencia de su misión profética en la sociedad y en la iglesia?

6. En cuanto a los "himnos de esperanza" en tiempos de crisis y fracaso, puede ser que tengamos algunos a mano o que podamos buscarlos. Quizás algu­nos hermanos nuestros los han vivido y los han creado; nosotros mismos pode­mos estar creándolos y viviéndolos. Releerlos, compartirlos, orarlos... reanima nuestra esperanza.



    ENCUENTRO COMUNITARIO

1. Oración o canto inicial.

2. Lectura de la Palabra de Dios: 1 S 8,1-22

3. Diálogo sobre el tema I en sus distintas claves.

4. Oración de acción de gracias o de intercesión a partir de lo compartido en la comunidad.

5. Canto final.

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