Sinópticos y Hechos
INTRODUCCIÓN A SINÓPTICOS-
HECHOS
1. ENTRANDO EN EL NUEVO TESTAMENTO
1.1. La Biblia se divide en dos grandes bloques.
Tradicionalmente los cristianos dividen su Biblia en dos grandes bloques: Antiguo y Nuevo Testamento. El primer bloque lo tendríamos en común con los judíos; el segundo sería el específicamente cristiano, compuesto por personas que creen explícitamente en el Mesías enviado por Yahvé.
Quizás esta presentación no sea del todo exacta, ya que, en cierto modo, cuando los cristianos asumieron el AT lo hicieron propio, lo "releyeron" a la luz de Cristo, podría decirse que lo compusieron de nuevo, convirtiéndose a sí mismos en sus autores. Juzgando las cosas con pleno rigor, habría que decir que, para el cristiano, no hay AT, sino que toda la Biblia es Nuevo Testamento, ya que toda le llega "reescrita" por quienes confiesan explícitamente a Cristo como Señor. Lo que para antiguos lectores (judíos) era simplemente promesa, para el nuevo lector (cristiano) es testimonio de la realización.
Aún así, la división en AT y NT es indiscutiblemente práctica, ayuda a percibir el ritmo de la pedagogía divina y la progresiva explicitación de lo inicialmente oscuro: la vida prometida (AT) se convierte en vida realizada o perceptible llegada del reino (NT). Sólo a la luz del NT adquiere el AT pleno sentido; y el AT, en cuanto antigua promesa, presta las claves para la comprensión del acontecimiento salvífico acaecido en Jesús.
Los libros del llamado Antiguo Testamento resultan cristianos mediante una relectura y re-situación. Los del Nuevo Testamento se refieren directa y explícitamente al hecho cristiano.
Por ello ha dicho el Concilio Vaticano II: "A otras edades no fue revelado este misterio como lo ha revelado ahora el Espíritu Santo a los apóstoles y profetas (cf.Ef 3,4-6) para que prediquen el Evangelio, susciten la fe en Jesús Mesías y Señor, y congreguen la Iglesia. De esto dan testimonio divino y perenne los escritos del Nuevo Testamento" (DV 17).
1.2. Complejidad del Nuevo Testamento
Es indiscutible que todos los libros del Nuevo Testamento tienen un mismo origen y contexto (la fe en el Señor Resucitado) y una misma finalidad (catequización progresiva de las comunidades). Pero al mismo tiempo manifiestan una notable heterogeneidad en cuanto a género literario, medio social de origen, finalidad más específica, etc.
Tradicionalmente se han clasificado los 27 libros del Nuevo Testamento en tres grupos o categorías: libros históricos (Evangelios y Hechos de los Apóstoles), libros didácticos (cartas u obras semejantes a cartas) y libros proféticos (aquí sólo se incluía el Apocalipsis).
Esa clasificación respondía sólo (y no del todo) al género literario empleado en cada obra. Cuando se presta atención al contenido de cada libro y al medio en que parece haberse originado, las cosas son menos claras. En realidad todo libro del Nuevo Testamento es histórico, en cuanto que hace referencia al acontecimiento Jesús y a la vida de su iglesia; pero, al mismo tiempo, ninguno es meramente histórico. Igualmente hay que reconocer que todo libro del Nuevo Testamento es didáctico, en cuanto que pretende ayudar a una comunidad a profundizar en su fe; es obra catequética. Y en la mayor parte de los libros hay también elementos proféticos, tanto en el sentido de predicción del futuro como en el de amonestación actual a los creyentes.
Por ello, en la actualidad se prefiere agrupar los libros del Nuevo Testamento por campos de pensamiento, parentesco teológico, influjos mutuos o derivaciones, posibles comunidades destinatarias, etc. Desde este punto de vista se constituyen tres grupos, que podemos designar como corpus sinóptico, corpus paulino y corpus joánico. Algunos libros más rebeldes a un encasillamiento (Sant, Judas, Ap,...) deben situarse en la periferia de alguno de los círculos mencionados.
Dentro de esta variedad, los evangelios han ocupado siempre un lugar preeminente en la liturgia y en la espiritualidad de la iglesia. Sin recurrir a la teoría de la Reforma acerca del "canon dentro del canon", el Vaticano II afirma: "todos saben que entre los escritos del Nuevo Testamento sobresalen los evangelios, por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador" (DV 18a).
2. EVANGELIOS SINÓPTICOS Y HECHOS
2.1. ¿Grupo homogéneo o heterogéneo?
Salta a la vista que, agrupando así, juntamos dos obras escritas en un volumen (Mt y Mc) con otra escrita en dos volúmenes (Lc-Hch). Pero la diferencia no es tan radical como pudiera parecer a primera vista; Lucas dedica su segundo volumen (Hch) a explicitar en detalle cómo la obra de Jesús es llevada adelante por los suyos, especialmente por Pedro y Pablo. Pero Mt y Lc no ignoran esa prolongación de la obra de Jesús. Mt concluye con el mandato de evangelizar al mundo entero y con la promesa de la presencia de Jesús entre los suyos hasta el final de los tiempos (Mt 28,19s). Mc, por su parte, en su final originario (16,8), deja la historia abierta al encuentro de Jesús con los suyos y a lo que de allí pueda seguirse (previamente ha hablado de la predicación del evangelio en todo el mundo, cf.13,10); y en el final añadido ("canónico") se sintetiza la obra misionera de la iglesia: "ellos fueron y predicaron por todas partes; y el Señor cooperaba con ellos y ratificaba su palabra por medio de las señales que los acompañaban" (Mc 16,20).
La mayor coincidencia se encuentra, naturalmente, en el esquema común (muy distinto del de Juan) con que los tres primeros evangelistas presentan la obra de Jesús. Esa coincidencia de esquema es la que ha dado lugar a que se les llame "sinópticos". La palabra griega "syn-opsis" significa mirada de conjunto. Las numerosas sinopsis editadas muestran cómo Mt, Mc y Lc pueden disponerse en tres columnas paralelas y ser leídos conjuntamente.
Esto no quiere decir que un sinóptico sea fácilmente intercambiable o confundible con otro. La lectura comparada y atenta permite reconocer la originalidad de cada evangelista y la diversidad de comunidades destinatarias, a pesar de utilizar muchos materiales comunes, seguramente prestados.
2.2. Significado del término "evangelio": de la predicación al escrito
El significado de la palabra evangelio/evangelizar es primordialmente el de proclamación de una buena noticia. Se usaba ya en el Antiguo Testamento para el anuncio de la victoria militar (2Sam 19,19), y a partir del Deuteroisaías tendrá el matiz de anuncio de que Dios es rey (cf. Is 41,27; 52,7); desde ese trasfondo se entiende la repetida afirmación de que Jesús "les anunciaba el evangelio del reino" (Mt 4,23; 9,35).
El predicador Pablo, en cambio, cuando habla de que "Dios juzgará lo oculto de los corazones, según mi evangelio" (Rm 2,16), usa la palabra para designar el contenido o mensaje de su predicción. Los escritos de Pablo, más antiguos que los evangelios, dan a entender constantemente que la buena noticia tiene forma oral. Incluso el evangelio de Marcos intenta presentarse no como buena noticia en sí mismo, sino como presentación de cuál es el "origen de la Buena Noticia de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios" (Mc 1,1), tal como se predica en una comunidad concreta.
La clara conciencia eclesial de que los escritos evangélicos están en continuidad con la predicación apostólica (juntamente quizá con una desacertada lectura de Mc 1,1) hace que, ya en el siglo segundo, la palabra "evangelio", utilizada incluso en plural, designe un escrito.
2.3. El género literario "evangelio"
A pesar de la impresión que deja una primera lectura superficial, un evangelio se parece muy poco a una biografía; decididamente, no es una vida de Jesús. En una biografía no se puede descuidar tanto la cronología, la topografía, la ambientación histórico-cultural del personaje, y sobre todo, la concatenación entre los diversos episodios. En nuestras biblias impresas suele ofrecerse siempre un mapa con los viajes de san Pablo; en cambio nunca se nos ofrece uno con los viajes de Jesús; sencillamente es imposible, con la información que tenemos, trazar su itinerario.
Parece que los materiales han sido recogidos por bloques: controversias (Mc 2,1-3,6), Jesús y los suyos (Mc 3,13-35), parábolas (Mc 4,1-34), milagros (Mc 4,35-5,43),... Pero no es probable que esos bloques describan períodos sucesivos en la actividad de Jesús. Gran parte de los episodios concretos no se nos indica en qué lugar sucedieron; y el orden entre los mismos varía frecuentemente de evangelio a evangelio, tanto que personas muy familiarizadas con estos escritos no serían capaces de recordar el orden en que se suceden. Una experiencia común es que la escucha de un pasaje evangélico en la liturgia no suele dejar abierta la curiosidad por la continuación de la trama (curiosidad que sí se despierta en la lectura de un fragmento de biografía).
Dado, pues, que la biografía no es el modelo seguido por los evangelistas, se ha pensado en otros modelos o influjos:
a) Teoría del encuadramiento: Los esquemas doctrinales, fórmulas de fe, etc. habrían recibido un revestimiento posterior seudobiográfico. No es verosímil; más bien, esos esquemas y sumarios parecen derivarse, por abreviación, del resto del material.
b) Teoría de la imitación: El modelo serían las aretologías y presentaciones biográficas de grandes taumaturgos, existentes en el mundo helenista para celebrar a los "hombres divinos" (theioí andres). La objeción radica en que las obras clásicas aducidas como posibles modelos hoy se sabe que son cronológicamente posteriores a los evangelios.
c) Teoría del redactor: Se trataría de la recopilación de tradiciones aisladas al servicio de una idea teológica que guía la "creación" redaccional. Aunque en esta propuesta hay mucho de verdad, en ningún caso puede olvidarse que los evangelios siguen teniendo un esquema cuasi-biográfico, al cual los redactores se han sometido a la hora de realizar sus magistrales composiciones teológicas.
En realidad se trata de una tal combinación entre historia y doctrina teológica que no se encuentran modelos previos ni imitaciones posteriores a su altura (los apócrifos son otra cosa). El género literario "evangelio" es único, sin precedentes cercanos y sin pervivencia en escritos posteriores.
3. ORIGEN DE LOS EVANGELIOS: UNA GÉNESIS COMPLEJA
3.1. "El evangelio" es anterior a "los evangelios"
Hemos visto que Pablo llama evangelio a su actividad y al objeto de la misma. El no conoce redacciones evangélicas, pero sí una gran difusión del evangelio. Uno de los evangelistas, que sin duda tuvo algún contacto con la escuela paulina, nos ofrece un elemental esquema de la vida del evangelio hasta cristalizarse en nuestros evangelios escritos: "Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden..."(Lc 1,1-3).
El autor del tercer evangelio es, pues, muy consciente de que el evangelio no comienza con él, sino que tiene una compleja historia previa. En conjunto Lucas distingue cuatro tiempos:
a) Lo sucedido entre nosotros. Su prólogo es a los dos volúmenes, y, dado que el segundo (Hch) es una panorámica de la vida de la iglesia naciente, puede usar un "nosotros" eclesial. Para lo referente a Jesús, él ciertamente no se presenta como testigo ocular, sino como deudor de los que lo fueron.
b) El servicio de la Palabra, que creó una tradición ("han transmitido"). Alude a un ambiente de predicación semejante al que podemos rastrear en las cartas paulinas. Lucas no se cuenta entre esos predicadores.
c) Intentos narrativos previos a la narración actual. Parece aludir a relatos parciales que él ha podido aprovechar para componer su obra; su afirmación de que han sido "muchos" nos permite entrever algo de la complejidad de la vida eclesial en esa época que, impropiamente, podemos llamar "preevangélica".
d) Escrito sistemático. Así considera Lucas su obra: "investigado todo diligentemente...escribírtelo por su orden". Para el tercer evangelista esto es un cierto punto final, un logro de madurez eclesial; sin duda no cuenta con lo que supondrá incluir su obra en el canon.
La investigación crítica sobre la formación de los evangelios ha intentado describir más de cerca cada una de esas cuatro fases. De los resultados más ciertos de esa investigación se hace eco el Concilio Vaticano II en DV 19: "...lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de su ascensión a los cielos. Después de este día los Apóstoles comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos con la mayor comprensión que les daba la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del Espíritu de la verdad. Los autores sagrados compusieron los cuatro evangelios escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos....".
En este párrafo conciliar se recogen igualmente los cuatro momentos de que habla el tercer evangelista, haciéndolos extensivos a los demás evangelios:
a) Palabras y acciones de Jesús.
b) Predicación apostólica.
c) Escritos provisionales ("tradición oral o escrita").
d) Redacción final, con síntesis, adaptaciones, etc.
Igual que Lucas, el Vaticano II distingue entre predicadores ("los Apóstoles") y evangelistas escritores ("los autores sagrados"), sin entrar en la cuestión histórica de la identidad o diferencia entre unos y otros. Una tradición que parte ya del siglo segundo, y que quizá nace con una preocupación apologética frente a las producciones apócrifas, identifica a los evangelistas con dos apóstoles (Mateo y Juan) y dos supuestos discípulos de apóstoles (Mc y Lc). El Vaticano II la menciona, sin pronunciarse sobre ella, en DV 18.
3.2. La "cuestión sinóptica". Su objetivo y su estado actual
3.2.1. Una larga historia de investigación
Siempre ha llamado la atención el extraño parentesco (junto con las disparidades) existente entre los tres primeros evangelios, parentesco que ha invitado a ver entre ellos alguna relación de dependencia y a buscar "influyentes" e "influidos". San Agustín consideraba, por ejemplo, que Mt era anterior a Mc, el cual no era sino una abreviación de aquél.
No se trata de pura curiosidad científica, sino del deseo de comprender más a fondo cada evangelio, pudiendo destacar sus peculiaridades y valorar su fidelidad histórica, desde su mayor o menor cercanía a lo narrado. Como puede verse por Lc 1,1-3, recorrer la génesis de los evangelios es recorrer la primera época de desarrollo y expansión de la iglesia.
Es en el siglo XVIII cuando se inicia una investigación científico-crítica de este hecho, con resultados muy diversos, a veces hasta contradictorios. El problema no ha suscitado siempre el mismo interés, y su tratamiento no ha estado exento de riesgos. Unas veces la investigación de las fuentes de los evangelios ha llevado a olvidar los evangelios mismos, el verdadero objeto de estudio. Otras, este estudio, en sí mismo de índole literaria, ha estado viciado por injerencia de elementos extraños, como prejuicios sobre la presencia o no presencia del sobrenatural, retroproyección sobre la iglesia primitiva de prejuicios eclesiológicos de los investigadores, etc.
En la actualidad el estudio de la génesis de los evangelios se equilibra con la visión sincrónica del resultado final y el método intenta mantenerse serenamente en el campo que le es propio.
3.2.2. Unas observaciones muy conocidas
Los tres sinópticos tienen un mismo esquema general: Inician con el evangelio de la infancia (excepto en Mc); a continuación viene lo que puede llamarse "trilogía inicial": Bautista, bautismo, tentaciones; sigue un gran bloque de actividad de Jesús en Galilea; luego, el camino hacia Judea y Jerusalén para celebrar la pascua; se describe algo de su ministerio en Jerusalén; se concluye con el proceso, la pasión y muerte, y la resurrección y apariciones del Resucitado; al final está el envío de los discípulos. Por lógico que parezca este esquema, hay que reconocer que no era obligado; de hecho el cuarto evangelista tiene otro bien distinto.
Los materiales son también idénticos en los tres evangelios. Hay enseñanzas de Jesús, generalmente en forma de parábolas; se recuerdan bastantes acciones suyas, entre las que destacan los milagros; abundan igualmente los encuentros personales de Jesús, en forma de maestro (con sus discípulos) o de contrincante (con los enemigos, que a veces se adelantan a ponerle a prueba). El desarrollo del proceso y ajusticiamiento es también casi idéntico (Lc tiene a veces una mayor originalidad).
Toda esta coincidencia ha sido cuantificada hace mucho tiempo; los tres evangelios tienen unos 330 versículos comunes; además en Mt y Lc se encuentran unos 235 versículos que no tienen paralelo en Mc (nótese el indefinido "unos", ya que la coincidencia numérica no es perfecta debido a que un mismo párrafo no tiene idéntica división en versículos en todos los evangelios; elegimos números redondos). Por otra parte, Mc tiene 278 versículos de los cuales comparte 178 con Mt y 100 con Lc.
Finalmente, cada evangelista tiene su patrimonio particular que no comparte con ningún otro: Lc posee casi 500 versículos propios; Mc, solamente 60. El total de versículos de cada evangelio es el siguiente: Mt consta de 1068, Mc de 661 y Lc de 1150. El siguiente recuadro muestra estas coincidencias y diferencias cuantitativas:
Versículos totales |
Propios |
Comunes a 3 |
Comunes a 2 |
||
Mateo 1.068 |
330 |
330 |
178 |
|
235 |
Marcos 661 |
53 |
100 |
|
||
Lucas 1.150 |
500 |
|
235 |
No sólo se dan las coincidencias de orden y de material, sino frecuentemente también de tenor verbal, especialmente en palabras de Jesús (o de otros hablantes). La predicación del Bautista que se nos transmite en Mt 3,7-10 y Lc 3,7-9 consta en ambos evangelios (en el original griego) de 63 palabras, de las cuales 62 son idénticas. El extraño inciso del discurso escatológico "entiéndelo, lector" es idéntico en Mc 13,14 y en Mt 24,15. Los ejemplos podrían multiplicarse.
3.2.3. Para una explicación de esta "coincidencia divergente"
a) Las teorías manifiestamente insuficientes.
En el pasado se dieron diversas explicaciones de este hecho. Para algunos bastaría con la tradición oral común; otros pensaron en un evangelio anterior, del que dependerían los tres actuales; existió también la teoría de los "fragmentos" o bloques aislados de material homogéneo (agrupaciones de parábolas, milagros, controversias, etc) que cada evangelista hilvanó a su estilo. Actualmente, sin negar la existencia de la tradición oral ni la posibilidad de evangelios anteriores a los nuestros o de colecciones parciales homogéneas, se considera que ninguna de esas teorías explica satisfactoriamente los hechos. Estructura común, gran acervo de material común y fraseología común exigen contactos literarios más directos entre nuestros evangelios.
b) La vieja teoría de la doble fuente
Desde mediados del s.XIX se impuso la llamada "teoría de Lachmann" o de la posición central de Mc dentro de la concatenación sinóptica: cuando en materiales comunes a los tres uno se aparta de los otros dos en el orden o la fraseología, ése nunca es Mc; es decir, el orden de Mc es confirmado siempre por otro sinóptico. Hay además múltiples casos de "textos confluyentes", en los cuales la frase de Mc es la suma de Mt y Lc (v.gr. Mt 8,3 "quedó limpia su lepra"; Lc 5,13 "la lepra salió de él"; Mc 1,42 "la lepra salió de él y quedó limpio"), mientras que nunca Mt o Lc es la suma de los otros dos. Por otra parte, algunas anomalías en la secuencia de Mt o Lc sólo se explican mediante una mala (?) utilización de Mc. Finalmente, por lo general Mc es menos perfecto en lo literario, lo teológico y lo reverencial para con Jesús o los apóstoles. Consiguientemente, todo invita a ver en Mc la fuente de Mt y Lc para los materiales que los tres tienen en común.
Por otro lado, Mt y Lc parecen ser independientes entre sí. Su utilización de Mc es claramente independiente, de modo que, cuando se separan de la secuencia de aquél, nunca lo hacen por igual; es decir, Mt y Lc sólo coinciden en el orden de los materiales cuando al mismo tiempo coinciden con Mc. Por otra parte hay entre Mt y Lc contradicciones demasiado palmarias, por ejemplo en la genealogía de Jesús o en el itinerario de los relatos de la infancia. Ello implica que los 235 versículos que tienen en común y que no se encuentran en Mc han tenido que tomarlos de otra fuente, hoy para nosotros perdida; se la designa convencionalmente con la letra Q.
Finalmente, cada evangelista tiene sus materiales propios, algunos de los cuales podrían provenir también de fuentes escritas y no sólo de tradición oral. El resultado total ha dado lugar a la convencionalmente llamada "teoría de la doble fuente" (Mc + Q), puesta en circulación hace más de un siglo y actualmente complementada con la aceptación de las mencionadas fuentes propias de cada evangelista, lo que da lugar a la siguiente figura:
c) Pero la
investigación actual afina más
A la "teoría de la doble fuente" se le presentan actualmente una serie de pequeñas objeciones; alguien les ha llamado "fenómenos microscópicos", pero indicios de que la génesis de los sinópticos no es tan sencilla. Cuatro pequeñas observaciones:
-"acuerdos menores" de Mt-Lc contra Mc en materiales comunes a los tres. La hemorroísa, según Mc 5,27, toca "el manto" de Jesús; según Mt 9,20 y Lc 8,44 toca el "borde del manto" de Jesús. Si se tratase de unos pocos casos semejantes, se explicarían por casualidad: Mt y Lc han coincidido al embellecer, en independencia mutua, el texto de Mc. Pero alguien ha contabilizado más de 200 ejemplos de "acuerdo menor". Ello invita a pensar que el Mc utilizado por Mt y Lc no era exactamente el que nosotros poseemos.
-"arcaísmos relativos". Se llama así a unos cuantos pasajes, muy pocos, en los cuales el texto de Mc está literaria y teológicamente mejor que el de Mt o de Lc. Así, frente al "por mi nombre" de Mt 19,29, tenemos el más perfecto "por mí y por el evangelio" de Mc 10,29. Ello invita a pensar que Mt utilizó un Mc más imperfecto que el actual.
-la llamada "gran omisión". De Mc 6,45-8,26, utilizado por Mt 14,22-16,12, Lc no tiene absolutamente nada; y habría sido un material interesante para él, dada la orientación de su evangelio, pues se trata de contactos de Jesús con el mundo pagano. Seguramente en el Mc utilizado por Lc no existían esos pasajes. Ello lleva a pensar que los ejemplares de Mc utilizados por Mt y Lc eran distintos. Y dado que eran anteriores a nuestro Mc, se les puede designar como protoMc, en dos versiones: PrMcM (utilizado por Mt) y PrMcL (utilizado por Lc).
-las "lecturas confluyentes". Más arriba hemos aludido a ellas; se trata de pasajes en los que el texto de Mc es la suma de Mt y Lc: Mt 16,24 "dijo a sus discípulos"; Lc 9,23 "decía a todos"; Mc 8,34 "a la multitud con sus discípulos les dijo". Se han contado hasta 106 ejemplos de esta confluencia de Mt y Lc en Mc. Todo indica que nuestro Mc es la suma de PrMcM y PrMcL.
Parece que Mc, en alguna de sus versiones responsable del orden de nuestros tres sinópticos, tiene una larga historia tras de sí. Habrá tenido una forma originaria (en campo germano se dice UrMk), de la que sucesivamente se hicieron varias copias en las que se introducían variantes (PrMcA, PrMcB, PrMcC, etc), hasta llegar a nuestro Mc que es una fusión de PrMcM y PrMcL.
Dado el modo de difundirse un texto en la antigüedad, lo más normal es que también Q haya tenido una historia semejante a la de Mc; y no es nada probable que Mt y Lc hayan usado exactamente el mismo ejemplar de esa fuente común; por ello será prudente contar con una Q primordial (UrQ), utilizada luego por Mt y Lc en dos versiones distintas: QM y QL.
Así resulta plausible el siguiente gráfico:
Esto puede darnos una idea de la "pastoral escrita" de la iglesia primitiva, y de la complejidad del proceso que llevó al resultado de que nosotros gozamos. Indudablemente Lucas tuvo razón al decir que eran "muchos" los que ya se habían propuesto una tarea semejante a la suya.
3.3. ¿Y antes de las amplias composiciones escritas?
Nos lo dice Lc 1,3 y la DV 19: la transmisión por medio de la palabra hablada ("servidores de la Palabra", "comunicaron a sus oyentes").
La lectura atenta de cualquier página sinóptica nos permite observar que no se trata de una narración o exposición compacta, sino de múltiples unidades autónomas, unidas actualmente mediante pequeñas notaciones de tiempo (e inmediatamente, después de esto, de nuevo, en sábado,...) o de lugar (en casa, yendo de camino, en el monte, junto al lago, en una aldea,...). A veces las unidades así empalmadas presentan alguna palabra o tema "grapa" (publicano-publicanos: Mc 2,14-15; tema del sábado: Mc 2,23-28 + 3,1-6). En otras ocasiones lo que tienen es una estructura común; es el caso del vestido nuevo y los odres nuevos (Mc 2,21s), o del tesoro escondido y de la piedra preciosa (Mt 13,44-46).
En esas pequeñas unidades (dichos de Jesús, anécdotas,...) se observa que constantemente se repiten esquemas semejantes o idénticos. Puede compararse con utilidad la vocación de Pedro y Andrés con la de Santiago y Juan (Mc 1,16-20), o las recomendaciones de Jesús acerca de cómo dar limosna, orar y ayunar (Mt 6,2-4; 6,5-6; 6,16-18). La investigación moderna ha realizado en muchos casos la retrotraducción de estas pequeñas unidades a la lengua aramea, lengua de Jesús y de la iglesia naciente, y ha encontrado muchos elementos de ritmo, rima, asonancias, etc. El conjunto de estas observaciones da a entender que durante la transmisión oral de las palabras y hechos de Jesús se arbitraron pequeños recursos que ayudasen a retener de memoria; probablemente ya Jesús mismo, buen maestro popular, utilizó recursos mnemotécnicos.
Algunos dichos de Jesús aparecen en contexto distinto en cada evangelio; es frecuente que el dicho de Jesús se ambiente en un contexto significativo; será con motivo del rechazo en Nazaret donde Jesús diga que "sólo en su patria y entre sus allegados el profeta carece de prestigio" (Mc 6,4); pero Juan transmite el mismo dicho privado de esa ambientación local (Jn 4,44). Lo más probable es que la mayor parte de los recuerdos de Jesús se haya transmitido de manera atomizada, como nosotros mismos hacemos en el culto: leemos un milagro, una parábola, una anécdota,...y le encontramos sentido completo sin preguntarnos qué es lo que precede o sigue en el relato evangélico.
No cabe duda: la predicación y catequesis cristiana que precedió a las redacciones evangélicas se centraba en textos muy breves, independientes entre sí, concentrados en lo esencial del mensaje ("reduciéndolos a síntesis": DV 19), y dotados de una forma que favoreciese su memorización.
La elección de un recuerdo u otro de Jesús es de suponer que no era casual, sino que obedecía bien a un ritmo progresivo en el catecumenado o en la ulterior didascalía, bien a iluminar cuestiones abiertas en una determinada comunidad, bien a ambientar determinadas celebraciones cultuales de la iglesia. A todo esto han llamado los estudiosos "contextos sociológicos" (Sitz im Leben) de la transmisión de un recuerdo de Jesús.
Lo más probable es que se intentase que ese recuerdo se adecuara lo mejor posible a la situación de que se trataba, incluso introduciendo en él algunos elementos que originariamente no tenía; así es como se llegó a narrar la multiplicación de los panes (y de los peces) en los mismos términos que la institución de la eucaristía (Mc 6,41); es la "adaptación a la situación de las diversas iglesias" (DV 19). Con ello la tradición evangélica va adquiriendo progresivamente el colorido de la vida de las comunidades y se convierte para nosotros en una información histórica sobre las mismas; los evangelios en su estado actual no son solamente información sobre Jesús, sino también historia de la iglesia primitiva y testimonio de su "pastoral de la palabra hablada"
3.4. Las unidades o "formas" más frecuentes
En torno al año 1920 algunos estudiosos de renombre (M.Dibelius, R.Bultmann, etc) realizaron diversas clasificaciones de las unidades que encontramos en nuestros evangelios sinópticos. Siguiendo lo iniciado por ellos y completado por trabajos posteriores, cabe destacar ante todo dos grandes tipos de tradiciones: palabras de Jesús y narraciones sobre Jesús, además de un género mixto en que palabra y narración se combinan (apotegmas).
3.4.1. Dichos de Jesús
a) Destacan en primer lugar las sentencias o logia propiamente dichos. De gran tradición en el judaísmo y en toda literatura popular; el Antiguo Testamento tiene libros enteros en que colecciona estos materiales. Jesús emplea bastantes refranes: "a cada día le basta su afán" (Mt 6,34), "si un ciego guía a otro ciego, caen los dos al hoyo" (Mt 15,14), "donde esté la carroña se reunirán los buitres" (Mt 24,28), "digno es el obrero de su salario" (Lc 10,7), etc.
b) Palabras proféticas y apocalípticas. Mediante ellas Jesús anuncia la venida del Reino (Mc 1,15), la hora de la salvación (Mc 13,28), con bienaventuranzas o amenazas (Lc 6,20-23), según que el hombre se abra o se cierre a la acción de Dios; aquí tienen importancia las llamadas a la vigilancia (Mc 13,33-37). En algunos casos Jesús se vale del estilo imaginativo de la apocalíptica judía de la época: "no quedará piedra sobre piedra" (Mc 13,2), las señales en el sol, luna y estrellas (Mc 13,24s), "las gentes enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje" (Lc 21,25), "el Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo" (Mc 13,26; 14,62).
c) Sentencias legales y reglas de comunidad. Jesús frecuentemente habla sobre la observancia judía del sábado (Mc 3,4) o sobre la normativa de pureza ritual: "no mancha al hombre lo que le entra desde fuera, sino lo que sale de su corazón" (Mc 7,15). Particularmente crítico se muestra Jesús con aspectos cultuales, como la práctica del "korbán" (Mc 7,11); igualmente con la arbitrariedad con que se repudia a la mujer o se la instrumentaliza en favor del varón (Mt 5,28.32).
Una serie de enseñanzas prácticas están orientadas a regular la vida común entre los discípulos seguidores; aquí entra la invitación a ser el servidor y esclavo en vez del grande o el primero (Mc 10,43s), a no aspirar a ser el rabí del grupo (Mt 23,8), a perdonarse indefinidamente (Lc 17,4), a la corrección fraterna (Mt 18,17), etc.
d) Dichos de autorrevelación. En ellos Jesús habla en primera persona manifestando su misión y sus pretensiones: "no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores" (Mc 2,17), "el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10); "el que no está conmigo está contra mí" (Lc 11,23), "venid a mí...y yo os aliviaré" (Mt 11,28). Es un material mucho más abundante en el cuarto evangelio, debido a su profunda concentración cristológica.
e) Parábolas y material semejante. Son los dichos más amplios que conservamos de Jesús, y se caracterizan por su forma poético-didáctica; en cuanto a contenido pueden ser también sapienciales, proféticas, de crítica al legalismo, etc. Junto con las parábolas aparecen en boca de Jesús otras muchas formas de lenguaje figurado, como metáforas (Mt 17,13: "la puerta estrecha"), comparaciones (Mt 24,7: "como el relámpago que sale del oriente, así..."), narración de ejemplos, etc.
3.4.2. Narraciones sobre Jesús
Son muy variadas en forma y extensión, y no fáciles de catalogar. Se han destacado cuatro tipos principales:
a) Narraciones de milagros. Se narran en total unos treinta, y son de cuatro tipos: de curación física (Mc 5,25ss: hemorroisa), de curación psíquica o exorcismo (Mc 5,1-20: endemoniado de Gerasa), de resurrección (Lc 7,11-17: el joven de Naín), y sobre la naturaleza (Mc 4,35-41: calmar una tempestad). La valoración histórica varía mucho de tipo a tipo, y de investigador a investigador; hoy nadie puede negar seriamente que Jesús realizó milagros, sobre todo curaciones; pero hay que admitir igualmente que la iglesia primitiva en algunos casos magnificó el hecho (se nota, a veces, de evangelio a evangelio un crecimiento numérico, v.gr. se pasa de un ciego -Mc 10,46- a dos ciegos -Mt 20,30- en Jericó) y tendió a asemejar los milagros de Jesús a los de personajes célebres del Antiguo Testamento y del helenismo; es el normal proceso de interpretación de la tradición.
b) Hechos edificantes e ilustrativos (Dibelius les llamaba "Legenden", pero no principalmente en el sentido de que no fuesen históricos, sino en el etimológico: deben leerse para dar sentido a determinadas celebraciones y conmemoraciones). Es un género muy amplio, que abarca desde la circuncisión de Juan o de Jesús (Lc 1,59ss; 2,21) hasta la entrada de éste en Jerusalén (Mc 11,1-11), pasando por la confesión de Pedro (Mt 8,27-30) o la unción en Betania (Mt 14,3ss).
c) Hechos de índole sobrenatural (los "mitos" de M.Dibelius). Aquí se enumeran aquellos pasajes en los que intervienen personajes extramundanos: bautismo de Jesús, tentaciones, transfiguración, anunciaciones y aparición de ángeles en los evangelios de la infancia, apariciones del Resucitado. Se trata de relatos teológicamente muy elaborados, especialmente desde el recurso al Antiguo Testamento, y en los que la confesión de fe de la iglesia ocupa el lugar principal.
d) Relatos de la pasión. Son los pasajes más concatenados que se encuentran en el evangelio; pero tampoco se trata aquí de una historia continuada: bastantes unidades podrían sacarse de su contexto sin que perdiesen su significado propio y sin privar de sentido al conjunto (de hecho en Jn no hay "oración del huerto", ni en Mt y Mc una comparecencia de Jesús ante Herodes). Ello indica que también la pasión se compone de piezas autónomas. El conjunto de la narración ha crecido constantemente con referencias interpretativas a los poemas del Siervo de Yahvé, al Salmo 22 y a otros pasajes veterotestamentarios.
3.3. Unidades mixtas (apotegmas, según Bultmann; paradigmas, según Dibelius).
Son el género que más abunda en los sinópticos; se trata de un dicho de Jesús enmarcado en un pequeño relato, o -expresado de otro modo- de un relato que culmina en un dicho de Jesús; el dicho será sapiencial, profético, legal, de autorrevelación, según lo visto más arriba. Se distinguen tres tipos principales de apotegma:
3.3.1. Apotegmas de conflicto.
Una acción de Jesús o de los discípulos provoca un diálogo con enemigos que permite a Jesús pronunciar una máxima de peso. Es el caso de la curación con perdón de pecados (Mc 2,1-12),o de las espigas arrancadas en sábado (Mc 2,23-28); ambos dan lugar a un dicho de autorrevelación: "el Hijo del Hombre tiene poder..., es señor....".
3.3.2. Apotegmas instructivos o diálogos de escuela.
En ellos Jesús no combate a enemigos, sino que enseña a sus discípulos o a gente de buena voluntad que se le acerca. En ellos la narración está reducida al mínimo. Es el caso de la instrucción sobre el mandamiento más importante (Mc 12,28-34), o sobre el reparto de la herencia y el peligro de la avaricia (Lc 12,3s).
3.3.3. Apotegmas biográficos.
No siempre claramente separables de los dos tipos anteriores, en ellos, sin embargo, suele haber más escena. A esta clase pertenecen las vocaciones de los cuatro primeros discípulos (Mc 1,16-20), las anécdotas sobre Jesús y su familia (Mc 3,20s; 3,31-35), su no aceptación en la sinagoga de Nazaret (Mc 6,1-6).
En los apotegmas el suceso y el dicho de Jesús no siempre están íntimamente soldados, de modo que a veces pudiera tratarse de fusión secundaria de unidades originariamente independientes. Eso puede sospecharse de la curación y perdón de pecados en Mc 2,1-12, donde la admiración final ("se quedaron admirados y alababan a Dios...") se adecua a los que han acercado al tullido, pero no a los derrotados escribas.
La redondez de cualquiera de los dichos o narraciones enumeradas hace entrever que han tenido vida independiente, sin lazos cronológicos o topográficos con un contexto más amplio; el fenómeno no es distinto del actual uso litúrgico o catequético, en el que la comunidad cristiana reflexiona u ora en torno a un pasaje sin excesiva preocupación por lo que le precede o le sigue en la actual trama redaccional.
Según el tema, cada recuerdo de Jesús habrá sido utilizado predominantemente en un contexto sociológico u otro de la iglesia primitiva, intentando que ilustrase interrogantes, solucionase problemas, iluminase situaciones; con ello fácilmente esa misma situación termina influyendo sobre lo narrado, que adquirirá el colorido de esa misma situación. Seguramente que la multiplicación de los panes se recordaba preferentemente en la eucaristía; y terminó por narrarse ella misma como una eucaristía (Mc 6,41). Por este procedimiento, la tradición sobre Jesús acabará convirtiéndose también en tradición sobre la iglesia; los evangelios ofrecen una valiosa información sobre la vida de las primeras comunidades. La Constitución Dei Verbum dice que los evangelistas "adaptaban a la situación de las diversas iglesias" la tradición a la que tuvieron acceso (DV 19). Todo aconseja suponer otro tanto para la predicación que los precedió.
Por un normal progreso de la tradición, lo semejante se habrá ido atrayendo con lo semejante, dando lugar a pequeñas colecciones basadas en la unidad de tema o en la semejanza formal. Es el caso de las parábolas del vestido nuevo y vino nuevo (Mc 2,21s), o el de las más amplias colecciones de controversias (Mc 2,1-3,6), de parábolas (4,1-34), o de milagros (Mc 4,35-5,43), que muy probablemente existieron ya como cuerpo antes de ser incluidas en un evangelio seguido (serían los "fragmentos" de que hemos hablado más arriba). Con la redacción de estas colecciones se pone en marcha el largo proceso literario que desembocará en nuestros evangelios.
3.4. La tradición sobre Jesús es anterior a la iglesia.
Una corriente crítica respecto del origen de los evangelios postulaba una gran capacidad creadora para las primeras comunidades cristianas, las cuales darían origen y desarrollo a una predicación sobre Jesús prácticamente desvinculada de su vida y actividad profético-mesiánica.
Actualmente se matiza mucho esa propuesta; ciertamente las comunidades cristianas van seleccionando e interpretando, mediante nuevas formulaciones, sus recuerdos de Jesús, haciéndolos lo más útiles posible a su espiritualidad y predicación ("adaptándolo a la situación de las diversas iglesias" decía la DV 19). Pero hay que contar con dos observaciones muy importantes:
-el grupo, o la "masa", como tal no crea, sino que proporciona el medio sociológico-cultural adecuado y el medio receptivo para las creaciones de los genios o "excelencias".
-por lo que se refiere a las primeras comunidades cristianas, no se las puede separar de los grupos de seguidores históricos de Jesús, sino que entre unas y otros se da una continuidad sociológica. Las comunidades postpascuales son las mismas prepascuales o, al menos, están reunidas en torno a quienes conocieron y siguieron a Jesús, lo cual supone un notable freno o control frente a la libre "creación" de materiales cristológicos independientes de la historia vivida.
Pero hay que contar incluso con que ya en tiempo de Jesús se formó tradición sobre él. En torno a él se formaron grupos de seguidores y de simpatizantes, actitud que los hace especialmente receptivos para con su mensaje y con los rasgos fundamentales de su persona. Incluso gentes que no están integradas en su grupo se cuestionan si no será el Mesías esperado (Mt 11,3), o alguno de sus precursores: Elías, o el Bautista redivivo, o uno de los antiguos grandes profetas (Mc 6,14-16; 8,27s).
Cuando se nos habla de uno que viene a pedirle la curación de su hijo (Mc 9,17), se está indicando que existen rumores sobre sus milagros; cuando alguien viene a hacerle preguntas de tipo religioso, incluso con la confesión previa de que "sabemos que eres veraz" (Mc 12,14), es porque se tiene noticia de su doctrina.
Los discípulos seguidores, con el paso de los días, van acumulando datos en sus mentes y en sus corazones; aun sin formular, tienen que preguntarse una y otra vez por los motivos para continuar en su extraño género de vida, en itinerancia, seguimiento y desarraigo. Los maestros orientales, incluidos los rabinos, solían repetir mucho algunas sentencias o criterios, que los discípulos van reteniendo aun sin quererlo. Se impone admitir algo semejante para Jesús y sus discípulos.
Jesús, por otro lado, en más de una ocasión envía a sus discípulos en misión por pueblos y aldeas; es indispensable que les proporcione un bagaje, siquiera elemental, de contenidos: quizá llamadas a la conversión, pequeñas parábolas, alguna sentencia ética, etc. Estos enviados se hospedarán en casas de simpatizantes de Jesús (por eso no llevan equipamiento; cf. Lc 9,3), quienes tendrán su normal curiosidad acerca de lo que hace y dice el maestro cuya predicación en algún momento los ha cautivado. Los enviados tendrán que narrar sobre Jesús.
Los oyentes nuevos preguntarán a los misioneros quién los envía y es garante de su predicación; inesperadamente se encontrarán los discípulos haciendo una elemental "cristología", explicando rasgos del Maestro, temas de su predicación, signos de su autoridad y motivos que justifiquen el seguimiento. Es la ocasión de verbalizar y explicitar lo mucho que llevan implícito.
Cuando los discípulos están con Jesús, es él quien dirime las posibles diferencias o tensiones entre ellos, sin duda mediante máximas referentes a la convivencia y fraternidad, a no tener pretensiones de superioridad, etc (cf Mt 23,8). Cuando Jesús no esté con ellos, serán ellos mismos quienes traigan a colación lo que el Maestro más de una vez les ha dicho. Se da ahora forma verbal, la misma que daba el Maestro u otra semejante, a lo que ha ido calando en sus mentes y corazones.
Se puede afirmar con seguridad que, ya en vida de Jesús se va formando un amplio acervo de tradición sobre él y su mensaje, tradición un tanto amorfa, dispersa y asistemática, pero rica y sólida. En continuidad con ella crecerá la tradición jesuana postpascual, los testigos oculares -y con ellos quizá otros muchos- se convierten en "servidores de la Palabra" (Lc 1,2), transmitiendo hechos y dichos de Jesús "con la mayor comprensión que les da la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del Espíritu de la verdad" (DV 19), con lo que se pone en marcha el complejo proceso de tradición oral y escrita que desembocará en nuestros evangelios. El ministerio de la Palabra es, por tanto, el rasgo esencial de la iglesia naciente, tanto que el libro de los Hechos identifica el crecimiento de la iglesia con el crecimiento de la Palabra: "la Palabra de Dios crecía y el número de discípulos se multiplicaba" (Hch 6,7; cf.12,24).
3.5. El trabajo redaccional de los evangelistas.
Nos situamos ahora en el último estadio de la composición de los evangelios y los contemplamos en lo que podríamos llamar su forma "horizontal", es decir, dejamos el largo proceso de formación de tradiciones y escritos previos y prestamos atención al trabajo de los escritores o evangelistas. Todo escritor se traza un esquema, un plan, de acuerdo con el propósito que dirige su trabajo. Es el esquema el que nos permite conocer la mentalidad e inquietudes del autor.
3.5.1. Frente al análisis morfocrítico
En torno a 1920, los maestros de la "Historia de las Formas" (K.L.Schmidt, M.Dibelius, R.Bultmann) veían en los evangelistas casi puros coleccionistas de "fichas" aisladas, alineadas una tras otra sin a penas orden o propósito alguno. Sin embargo, ya en 1901 Wilhelm Wrede había percibido en el evangelio de Marcos una construcción cristológica (teoría del "secreto mesiánico") en orden a dar respuesta a un supuesto serio cuestionamiento existente en su comunidad. Por este motivo, el evangelista habría esparcido por el evangelio la prohibición de narrar los milagros de Jesús (por ej. Mc 1,44: "mira, no digas nada a nadie"). Aun cuando esta teoría tenga aspectos cuestionables, Wrede tiene el acierto de ver en Marcos un verdadero autor, con una tesis propia en atención a las necesidades de una determinada comunidad; ésta es una aportación definitiva, a la que ahora se presta atención creciente.
El análisis literario y teológico de cada evangelio pone de relieve que su autor tiene una personalidad propia, un estilo, un pensamiento y un programa pastoral. Todo el material que la tradición le ofrece es ahora utilizado en función de ese programa y ese pensamiento, y redactado desde unos determinados gustos y capacidades estilísticos, dando lugar a una obra orgánica y coherente. Técnicamente se habla de la redacción como utilización del material en una "tercera situación vital"; la primera estaría en la actividad de Jesús, la segunda en la tradición (oral y escrita) de la iglesia. Ahora se da un nuevo contexto.
3.5.2. Unas observaciones introductorias
No parece casual el hecho de que en Mc 1,1 se ponga como título de la obra "buena noticia de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios" y que hacia el centro del evangelio (Mc 8,29) Pedro diga a Jesús "Tú eres el Cristo" y al final del libro el centurión romano exclame "verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mt 15,39); está claro que Marcos se propone un plan y lo realiza. Otro tanto hay que reconocer en Mateo, que reúne los dichos de Jesús en discursos monotemáticos, al final de los cuales va poniendo la fórmula "cuando Jesús terminó estos discursos" (Mt 7,28; 19,1; cf 11,1; 13,53), y como conclusión del último discurso dice "cuando Jesús terminó todos estos discursos" (26,1). En él es igualmente significativo que en el primer capítulo hable de Jesús como el Dios con nosotros (Mt 1,23) y como conclusión de su evangelio presente a Jesús afirmado "yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).
No menos significativa es la observación de que Lucas, en su doble obra (Evangelio y Hechos), realiza un paralelismo estrechísimo entre la peripecia de Jesús y la de Pablo; o el hecho de que en el martirio de Esteban resuenen los principales dichos de Jesús durante la pasión: "Jesús a la derecha de Dios" (Hch 7,55; cf. Lc 22,69), "recibe mi espíritu" (Hch 7,59; cf Lc 23,46), "no les tengas en cuenta este pecado" (Hch 7,60; cf. Lc 23,34).
Estos detalles y otros muchos semejantes nos permiten ver en cada evangelio una obra verdaderamente compacta y coherente, a pesar de la atomización en que parece se transmitieron las unidades tradicionales. Los evangelistas han sabido organizar en un todo significativo lo que les llegó en forma fragmentaria y dispersa; éste es su gran mérito.
3.5.3. Principales procedimientos redaccionales
a) Ante todo, cada evangelista ha realizado una selección en el material que la tradición le proporcionaba: "Escogiendo datos de la tradición oral o escrita" (DV 19). Es el cuarto evangelista el que alude a lo mucho que omite; pero sin duda no es él el único. Se observa por ejemplo cómo en Lucas faltan los detalles que puedan redundar en desdoro de Jesús, v.gr. su ira en la sinagoga de Cafarnaún (Lc 6,10; cf. Mc 3,5) o para con el leproso ya curado (Lc 5,13; cf Mc 1,43); parece omitir igualmente lo que pudiera ir contra los apóstoles; no conoce el desacuerdo de Pedro con que Jesús haya de padecer ni la consiguiente reprensión de Jesús a Pedro (Lc 9,22; cf. Mc 8,32s; Mt 16,22s) o los errores de los parientes de Jesús de Mc 3,21. Ciertamente el hecho de no conocer con total exactitud las fuentes que los evangelistas han utilizado no nos permite total seguridad respecto del material que hayan desechado, pero la ausencia en Mt o Lc de un material presente en los otros dos lleva a la sospecha razonable de una omisión intencionada.
b) Cada evangelista ha realizado igualmente una estructuración peculiar del conjunto, ha sabido dar a su evangelio una forma armónica y generalmente relacionada con el mensaje que se propuso transmitir. El orden general es común a los tres sinópticos: Infancia de Jesús (Mt y Lc), Jesús y el Bautista, las tentaciones, prolongado ministerio de Jesús en Galilea, viaje a Judea y Jerusalén con motivo de la pascua, ministerio allí, conclusión de todo con la pasión-muerte-resurrección. Seguramente fue la primera redacción de Marcos la responsable de esta estructura general que luego heredaron los tres sinópticos. Pero esta organización general deja bastante margen para las peculiaridades de cada evangelista.
No parece casual que Mt, con su insistencia en el tema del Reino de los cielos, sitúe la gran colección de parábolas en el centro de su evangelio. Su organización de los dichos de Jesús en cinco grandes discursos es magistral. Llama la atención que el sermón del monte, presente en Mt y Lc, tenga tan distinta extensión: 90 versículos en Mt y sólo 30 en Lc. Una lectura precipitada se preguntaría por qué no incluye Lc el Padre Nuestro o las encarecidas exhortaciones a la confianza en el sermón del monte, cosa que realiza Mt con tanto acierto. Pero leyendo a Lc con mayor atención se percibe que también él ha sabido muy bien dónde colocaba estas piezas, ya que él tiene un pequeño catecismo sobre la oración (cap.11) y otro sobre la confianza en la providencia (cap.12), que no se encuentran en Mt.
A Mt las dos curaciones de ciego (en Betsaida, cap.8; y en Jericó, cap.10) le sirven de auténticas columnas para sostener su gran construcción: a Pedro se le abren los ojos para que reconozca a Jesús como mesías (Mc 8,29) y a Bartimeo para le siga en el camino de la pasión (Mc 10,52), frente a Pedro y los doce que por tres veces aparecen opuestos a la vía dolorosa. El descubrimiento de técnicas organizativas en los evangelios es incesante; y ya no es fácil hablar de evangelistas hábiles y evangelistas ineptos o descuidados; todos se merecen el título de auténticos artistas.
c) Otro procedimiento redaccional ha sido el de acomodaciones. No es infrecuente que un evangelista modifique el texto que le llega para hacerlo responder mejor a su intención. La parábola de la oveja perdida tiene distinta conclusión en Lc (15,7) y en Mt (18,14), signo de la inquietud misionera del primero y de las preocupaciones pastorales (incluso por el más insignificante de la comunidad) del segundo.
Dada la pérdida de vista de la parusía en la que parece moverse Lc, es normal que en la respuesta de Jesús al sumo sacerdote (Lc 22,66) no hable de la venida del Hijo del Hombre sobre las nubes del cielo (contra Mc 14,62 y Mt 26,64). Esta perspectiva de una larga duración de la historia lleva a Lc igualmente a pedir en el Padre Nuestro pan para "cada día" (11,3; contra el simple "hoy" de Mt 6,11), o a exhortar a los creyentes a que tomen su cruz "cada día" (Lc 9,23; contra Mc 8,34 y Mt 16,24). Es llamativo que la introducción a la transfiguración hable de "seis días" en Mc 9,2 y Mt 17,1 y de "ocho días" en Lc 9,28 (¿una alusión a Moisés en Ex 24,15s que Lc no entendió y que prefirió sustituir por el domingo cristiano -cf. Jn 20,26-?).
d) De gran importancia son los enmarques particulares, es decir, el lugar o contexto en que cada evangelista sitúa las tradiciones que le llegan; la contextualización es el gran medio de interpretación. El dicho de Jesús referente al que camina con su adversario a donde el juez es en Mt 5,21 una simple llamada a la reconciliación de miembros enemistados en la comunidad cristiana, debido a su situación en el sermón del monte; en cambio Lc 12,58, por su conexión con el tema de los signos de los tiempos, convierte al mismo dio se debe simplemente a que Mt lo sitúa en el último discurso de su evangelio que supuestamente Jesús predica después de su entrada en Jerusalén, mientras que Lc lo coloca en el camino de Jesús hacia la ciudad santa.
La comparecencia de los seguidores de Jesús ante gobernadores y reyes para ser juzgados forma parte en Mt 13,9 de las tribulaciones del fin del mundo, mientras que en Mt 10,18 forma parte de las persecuciones que sufrirán los misioneros durante su ministerio.
En este punto de la contextualización tienen especial importancia las conexiones hermenéuticas. No parece casual que en Mt 3,21-35 la discusión de Jesús con los escribas (3,22-30) esté flanqueada por dos anécdotas acerca de la incomprensión de Jesús por su familia (3,21.31-35); parece que Mt quiere situar a los parientes de Jesús entre sus enemigos, al nivel de los escribas.
Un procedimiento semejante se observa en Mc 11,12-21: la visita de Jesús al templo de Jerusalén se contextúa en la historia de la higuera estéril que acaba secándose. Para el embarazante dicho sobre los "aquí presentes que no morirán antes de ver venir el Reino de Dios con poder", Mc 9,1 ha ofrecido a toda la tradición sinóptica el recurso de emergencia de colocarlo como introducción al relato de la transfiguración (cf Mt 16,28; Lc 9,27), con lo que ha dado una interpretación muy personal a un pasaje que el mero contexto escatológico que lo precede era incapaz de hacer plena justicia.
3.5.4. Resultado de este trabajo redaccional
La tradición sobre Jesús no nos llega ya en la sucesión cronológica o topográfica en que nació, sino en el lugar en que la han colocado los evangelistas. Ellos han creado un marco redaccional que ya no es, sin más, el marco biográfico de la actuación de Jesús. En la nueva organización, los evangelistas han querido dar significatividad a los materiales -frecuentemente sin contexto seguro- que les ofrecía la tradición, para lo cual han tenido que realizar un gran trabajo de articulación, agrupación e incluso pequeñas modificaciones del material ya formado.
Debido a este trabajo de reelaboración, intenso y variado, ninguno de los evangelios se identifica con "el evangelio", quizá ni siquiera los cuatro evangelios sumados nos proporcionen la totalidad del evangelio. Ha sido acertado el uso de la iglesia al designar estas composiciones con la expresión "evangelio según ...". Mateo, Marcos y Lucas han compuesto cada uno su obra teológica, basándose en una historia vivida por Jesús y los discípulos y transmitida en la larga catequesis prerredaccional, pero yendo más allá de esa pura historia, interpretándola en profundidad y ofreciéndola en términos útiles a sus respectivas iglesias.
4. ¿SON LOS EVANGELIOS HISTÓRICAMENTE FIABLES?
Después del recorrido que hemos realizado la pregunta resulta insoslayable. ¿Nos servirán todavía los evangelios para conocer la historia de Jesús? La respuesta tiene que ser muy matizada, sin soluciones simplistas. Más arriba hemos visto que los evangelios son una originalísima combinación de historia y doctrina teológica, que no puede reducirse a uno sólo de esos elementos; siempre seguirán siendo historia, pero nunca pura historia; y siempre teología, pero nunca pura especulación.
4.1. Las "vidas de Jesús" ya se terminaron
En otros tiempos se compusieron pretendidas biografías de Jesús basándose en los evangelios (en realidad, las únicas fuentes en que podían basarse, pues las informaciones no cristianas son irrelevantes). Actualmente es firme la convicción de que eso es imposible. Los evangelios no nos proporcionan la imprescindible cronología, ni topografía, ni ambientación histórico-cultural, ni la más elemental concatenación entre los diversos episodios, como para poder elaborar, a partir de ellos, la biografía de Jesús según las exigencias actuales del género.
Entre los evangelistas hay contradicciones respecto de tiempos y lugares. La unción de Jesús por una mujer mientras está a la mesa en casa de Simón sucede según Mc y Mt en Betania (Judea), hacia el final del ministerio de Jesús; en cambio Lucas la sitúa en Galilea, relativamente pronto dentro del ministerio de Jesús. Ya hemos visto también cómo diversos elementos de la predicación de Jesús tienen una ubicación notablemente distinta en los distintos evangelistas, lo cual lleva a muy diversas interpretaciones del material en cuestión sin que, en muchos casos, podamos dilucidar cuál sea la más primitiva.
El marco de la actividad de Jesús que ha quedado en la tradición sinóptica, seguramente creación de Mc en alguna de sus redacciones, está muy simplificado, y no concuerda con el que se impuso en la tradición joánica. Hoy por hoy carecemos de criterios para aceptar uno de ellos como válido (hay una cierta preferencia por el de Jn).
Dada la complejidad del proceso de transmisión de la tradición evangélica, no puede ya utilizarse el viejo criterio apologético de que los autores de los evangelios fueron testigos directos o casi directos de lo que narran y que dieron su vida por defenderlo. Los agentes fueron muchos, las circunstancias fueron muy variadas y en un período más bien largo, y el objetivo no era la transmisión mecánica de hechos y dichos del Maestro, sino su utilización en la vida de la comunidad.
4.2. Lo que nos llega ha pasado por "muchas manos"
Cada evangelista ha hecho suyo lo que le llegó, incorporándolo al contexto que le pareció más útil o conveniente y sometiéndolo a su estilo literario. Pero ya previamente las diversas unidades habían sido utilizadas en la predicación y catequesis para inculcar determinados criterios o resolver determinados problemas, intentando que respondiesen lo mejor posible a los mismos y adquiriendo así el colorido de esas comunidades. Es de suponer que los seguidores de Jesús no prestaron la misma atención a todo lo que decía o hacía el Maestro ni que hayan retenido todo con la misma invariabilidad. Se sabe que tanto los discípulos de los profetas como los de los rabinos sentían una cierta libertad, aunque limitada, para comentar o "targumizar" los dichos de sus maestros.
4.2.1. Procesos a que la tradición ha sido sometida.
En conjunto hay que contar con que las palabras y hechos de Jesús pasaron por un triple proceso de transformación:
a) Selección y reselección. Basta tener en cuenta lo poco que nos ha quedado. Aunque no sabemos con certeza cuánto duró el ministerio de Jesús, no puede razonablemente dudarse de que algo más de un año; ahora bien, los recuerdos que poseemos de sus dichos y hechos quizá pudieran caber en dos semanas. Los evangelistas suprimieron lo que no ayudase especialmente a sus tesis teológicas. En las catequesis comunitarias se fue olvidando insensiblemente lo que no fuese útil a la problemática vivida en el momento. Ya el hecho pascual dejó sin importancia todo lo que no tuviese sentido religioso.
b) Formulación y reformulación. Así es como se ha llegado a esquemas implacablemente rígidos y estilizados. La misma falsilla sirve para la parábola del tesoro y de la perla (Mt 13,44s), para la del vestido y el vino (Mc 2,21s), para exhortar a la limosna, la oración y el ayuno (Mt 6,1-18). Un mismo esquema, con poquísimas variantes, se utiliza para narrar las curaciones realizadas por Jesús o las llamadas a seguidores (comparar Mc 1,16-18 con 1,19s).
La retrotraducción al arameo de dichos de Jesús descubre en ellos recursos mnemotécnicos de ritmo, rima, etc, que, si bien en algunos casos pudieron ser utilizados ya por Jesús mismo, es normal que se hayan generalizado en la actividad catequética de la iglesia, preocupada por la repetición y la retención.
La traducción de los materiales de la lengua aramea a la griega supuso una reformulación de todo; y hay que contar con que no habrá sido traducción fácil, dada la diferencia abismal entre ambas lenguas. Y cada evangelista, con sus preferencias lexicográficas y estilísticas y con su peculiar formación literaria, ha dado a la tradición una forma nueva.
c) Interpretación y reinterpretación. El concilio Vaticano segundo (DV 19) dice que los apóstoles predicaron los dichos y hechos de Jesús "con la mayor comprensión que les daba la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del Espíritu de la verdad". Después de Pascua, las que fueron palabras y obras de un gran profeta o rabino se convierten en palabras y obras del Mesías y del Hijo de Dios, con lo que adquieren una autoridad nueva y una especial profundidad de significado para el grupo creyente.
Dichos sueltos, expuestos a múltiples interpretaciones, van adquiriendo una principal debido al contexto en que se los incluye. Anécdotas susceptibles de simbolización, la recibirán bastante pronto; así el hecho de que Jesús acaricie a los niños (Mc 10,13) se entenderá como que los admite a los sacramentos (cf. Mt 19,13: "imponerles las manos y orar sobre ellos") y la curación del ciego de Betsaida (Mc 8,22-26) será interpretada como curación de la ceguera de los discípulos (Mc 8,16s) que ya van a entender a Jesús como Mesáis (8,29).
El gran medio de interpretación de que dispone la iglesia primitiva es el recurso al Antiguo Testamento. Se realiza un gran esfuerzo por mostrar que en Jesús se cumplen las promesas y que él supera a los grandes personajes del pasado. En Mt 2 Jesús es comparado especialmente con Moisés, ya que ambos escapan por casualidad a la matanza ordenada por un rey cruel; Moisés y el éxodo son evocados especialmente en la narración de la multiplicación de los panes (Mc 6,30-44). En este último episodio el cuarto evangelista intenta relacionar a Jesús con Eliseo (Jn 6,9; 2Re 4,42).
4.2.2. Momentos y consecuencias de este proceso.
Momentos especialmente importantes en estos procesos de selección, formulación e interpretación de lo transmitido han sido la experiencia pascual, la traducción a la lengua (¡y cultura!) griega, la utilización constante en la catequesis y otros ámbitos de la vida eclesial, y la fijación por escrito en las quizá múltiples redacciones.
A la vista de ello hay que afirmar que toda la tradición sobre Jesús ha recibido un auténtico "tratamiento" eclesial. Sería un error acercarnos al texto evangélico ignorando que es el resultado de un prolongado trabajo de reflexión sobre la persona y ministerio de Jesús. Es lo que, recientemente, ha dado a entender la Pontificia Comisión Bíblica al calificar de fundamentalista la confusión ingenua del plano histórico (vida de Jesús) con el literario (obra de los evangelistas), ya que "descuida un dato importante: el modo como las primeras comunidades cristianas han comprendido el impacto producido por Jesús de Nazaret y su mensaje" (La interpretación de la Biblia en la Iglesia. PPC, 1994; p.69).
4.3. Criterios para la valoración histórica
El aprecio por el trabajo teológico de los evangelistas y de la actividad eclesial que los precedió no debe llevar al desinterés por el sustrato histórico del que parten; tal desinterés nos haría gnósticos docetas, olvidados de que la salvación se nos da desde fuera, en hechos históricos que constituyen el origen irrenunciable del cristianismo. El mensaje evangélico es mucho más que ideas, es reflexión sobre una historia que nunca se pierde de vista: "el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros" (Jn 1,14). Sólo este humus histórico de obligada referencia hace legítima la reflexión teológica cristiana.
4.3.1. Un criterio general de valoración histórica positiva
Éste debe ser el reconocimiento de que las primeras comunidades cristianas no son grupos acéfalos o amorfos, en los cuales puedan tolerarse cualesquiera especulaciones o excrecencias sobre el Jesús en quien creen. Al frente de ellas están los antiguos seguidores de Jesús, aquellos que dos veces (cuando fueron llamados por el Jesús terreno y cuando fueron recuperados por el Resucitado) han dejado todo por seguirle, afectivamente muy vinculados a él, y que en modo alguno pueden permitir que se le desfigure. Y en la siguiente generación será muy importante el haber estado con testigos de primera hora y cuyo testimonio hay que conservar.
Ello no implica que no se den ya algunas transformaciones y acomodaciones; pero ellas no son, sin más, corrupciones de la tradición, sino, en muchos casos, explicitaciones necesarias para que no se pierda su espíritu. Por ejemplo, Jesús en Palestina se opuso a la disolución del matrimonio prohibiendo que el varón repudiase a la mujer (cf. Mt 5,32; Lc 16,18); pero en Roma existía también la posibilidad de que la mujer rompiese el matrimonio repudiando al marido, por lo cual Mc 10,12 ha completado y actualizado la palabra tradicional de Jesús en orden a ser fiel a su pensamiento. Ello significa que inautenticidad material o literal es perfectamente compatible con autenticidad de contenido, o quizá incluso necesaria para salvar la intención original.
4.3.2. En el último medio siglo se han ido elaborando también algunos criterios particulares
De ellos el más importante es el de diferencia o discontinuidad. Según este criterio, es indiscutiblemente auténtico de Jesús lo que no puede derivarse del judaísmo de su tiempo o es contrario a los intereses de la iglesia. No puede derivarse del judaísmo el trato de Jesús con los pecadores, la ya aludida prohibición del repudio y divorcio, su modo de orar llamando a Dios Abbá (=papá), etc. No responde a los intereses de la iglesia el que Jesús pase por la tentación, sea bautizado con los pecadores por Juan, muera en una cruz y con un dicho de desesperación, se equivoque en cuanto a la fecha de la parusía o sencillamente la ignore, ... Tampoco es del gusto de la iglesia que los discípulos de Jesús se tengan envidia o no le entiendan, que uno de ellos le traicione, que Pedro no entienda lo de la pasión y Jesús tenga que llamarle Satanás,...Por este criterio se adquiere un amplio suelo histórico sobre el cual construir el gran edificio del pensamiento cristiano.
Tiene también importancia el criterio de testimonio múltiple, según el cual tiene buenos visos de ser histórico lo que nos llega por testigos varios e independientes. Es el caso de la cena pascual, transmitida por los sinópticos y por Pablo (1Cor 11); de la multiplicación de los panes, transmitida por los sinópticos y por Jn; de la prohibición absoluta del divorcio, transmitida por los sinópticos y por Pablo (1Cor 7); la autoridad para perdonar o retener (=atar o desatar), transmitida por Mt 18,18 y Jn 20,23.
Un tercer criterio particular de interés es el de conformidad o coherencia con el ambiente religioso y socio-cultural en que vivió Jesús, tal como nos es conocido por la historia, arqueología y literatura. Por este criterio adquieren especial verosimilitud los dichos o acciones de Jesús en relación con el templo, con la división entre puro e impuro, con los diversos grupos religiosos del momento; etc. La crítica de Jesús a la práctica del "korbân" (Mc 7,11) o a las diversas valoraciones del juramento (cf.Mt 23, 18ss: por el templo, el oro, el altar, la víctima) se adecua muy bien a aquel ambiente y no es fácil de explicarse como creación de la iglesia.
La coherencia es exigible también en relación con la enseñanza o actitudes fundamentales de Jesús. Su praxis de comer con pecadores se adecua a su mensaje sobre el Dios de la misericordia; en este campo sus palabras y acciones se complementan e interpretan mutuamente.
Emparentado con el criterio de coherencia está el de antigüedad (que algunos llaman indicio) o lingüístico. Aunque no es imposible que Jesús haya sabido algo de griego, en principio hay que contar con que su lengua habitual era el arameo, y en ésta deben haberse transmitido inicialmente sus dichos y sus recuerdos. En la tradición evangélica nos han llegado bastantes expresiones en arameo, y también muchos textos en griego pero cargados de aramaísmos que denotan que se trata de una traducción. Esto nos acerca igualmente al medio en que vivió Jesús.
4.3.3. Hay finalmente otra serie de criterios, llamados derivados o mixtos que prestan buena ayuda a la hora de descubrir la auténtica historia evangélica
Entre ellos destaca el llamado criterio de explicación necesaria, criterio genérico pero no por ello menos utilizable. Es el caso de las controversias de Jesús, sumamente verosímiles a la luz del desenlace de su carrera terrena; o de algunos dichos sobre su autoridad personal, en total coherencia con su crítica a la ley, con el hecho indiscutible del seguimiento y con la oposición por parte de las autoridades.
Aquí entra también el criterio de la interpretación diversa con acuerdo en el fondo, criterio muy utilizado en la investigación histórica y en la praxis judicial. Es el caso de las bienaventuranzas, de las que Lucas subraya el alcance social y Mateo el sentido moral. La multiplicación de los panes está en Juan totalmente al servicio de la cristología, sólo el discurso del pan de vida que viene a continuación le da sentido sacramental; en cambio en Marcos destacan mucho más sus semejanzas con la última cena y también el papel de los discípulos en cuanto guías y servidores de la comunidad; esta insistencia en lo sacramental y ministerial hace que el relato de Marcos sea más eclesiológico que el de Juan.
Entre los criterios mixtos suele contarse también la inteligibilidad interna del relato, que en realidad suele agrupar testimonio múltiple, conformidad, y, a veces, algunos otros indicios. Es el caso de la historia de la pasión, en el que todos los evangelistas coinciden en que el origen está en la hostilidad de los jefes de Israel contra Jesús pero el que le condena a muerte es el gobernador romano; datos aparentemente paradójicos, que los evangelistas saben explicar mediante algunos detalles del desarrollo del proceso.
4.4. Los resultados de la investigación histórica
Los criterios que acabamos de exponer no se aplican matemáticamente, y por ello no conducen a todos los investigadores a los mismos resultados; sin embargo, cada vez hay más acuerdo respecto de las líneas fundamentales del ministerio de Jesús y su desenlace. Actualmente las actitudes son más optimistas que a principios o mediados de siglo; se acepta generalmente que, si bien no pueden componerse biografías de Jesús en sentido estricto, sí puede llegarse a la construcción de buenas "jesuologías" o tratados sobre Jesús y su mensaje; esta investigación histórica, que lleva a descubrir la historia de Jesús debajo de la reflexión y confesión de fe que guía la composición de los evangelios, es el indispensable cimiento para la construcción de las cristologías sistemáticas.
En la valoración histórica de los dichos que los evangelistas nos transmiten en boca de Jesús, los más discutidos son aquellos en los que aparecen títulos cristológicos, ya que en ellos parece reconocerse demasiado claramente la confesión de fe de la iglesia; como criterio general se admite que Jesús predica al Padre y su Reino y que la iglesia predica a Jesús. Pero en este punto conviene tener también una elemental cautela; dado el gran contraste entre las esperanzas mesiánicas del judaísmo de la época y el mesianismo realizado en Jesús, difícilmente habrían llegado los seguidores a la confesión mesiánica si el mismo Jesús no hubiese insinuado de algún modo que él era el Mesías. Y algo parecido hay que decir sobre los títulos divinos; tanto el judaísmo palestinense como el de la diáspora eran y son rígidamente monoteístas, de modo que difícilmente habrían llegado a afirmar la filiación divina de Jesús si él, siquiera por caminos indirectos, no la hubiese manifestado o insinuado.
4.5. Los Hechos como obra histórica
Al tratar el problema histórico, por razones obvias nos hemos centrado sobre todo en los evangelios; pero casi todo lo dicho en relación con ellos vale igualmente para el segundo volumen de la obra lucana. Hechos es también el resultado de una amplia recopilación de fuentes y tradiciones, combinadas, "tratadas" e interpretadas desde la concepción teológica del autor.
Es evidente que ha realizado una gran selección, pues no se interesa por toda la iglesia primitiva, sino por la actividad de Pablo y la permanencia de sus comunidades. Ha realizado igualmente una estructuración de conjunto según su propio criterio y al servicio de su mensaje. Así por ejemplo, todo lo referente a la conversión de Cornelio y su familia (Hch 10,1-11,18), seguramente posterior al Concilio de Jerusalén (Hch 15), el autor lo adelanta para hacer a Pedro el pionero de la misión cristiana entre paganos. Al redactar algunas anécdotas, modifica elementos que pudieran contradecir sus tesis (por ejemplo la persecución de Pablo por el jeque del rey Aetas en Damasco -2Cor 11,32- es sustituida por una persecución por judíos -Hch 9,23-).
Un interés especial por la centralidad de la iglesia de Jerusalén y la primacía de sus líderes, por el enaltecimiento y defensa de Pablo, por la edificante armonía de las comunidades cristianas, y quizá incluso por la defensa del cristianismo ante el estado romano, dan a la obra un sesgo que no puede ser ignorado por el historiador. El conocimiento de estas tendencias permite valorar de diverso modo los diversos pasajes de la obra. Pero además, para el enjuiciamiento histórico de Hechos disponemos de una instancia externa de gran valor: las cartas de Pablo; la confrontación de Hechos con estos escritos, mucho más antiguos y directos, y que frecuentemente se refieren a los mismos acontecimientos, permite detectar el grado de fiabilidad de la información lucana.
5. COMO LEER LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS
La constitución del Vaticano II sobre la divina revelación dice que "la Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo espíritu con que fue escrita" (DV 12c). Este texto del magisterio parece hacer referencia ante todo a la actitud de fe ante unos textos que son para alimentar la fe, y también a la objetividad exigible al lector, haciendo que éste salga de sí mismo y se abra a lo que se le ofrece; la lectura con los ojos y con el corazón no autoriza a que el lector pueda instrumentalizar el texto, proyectando sobre el lo que no es más que su inquietud personal. Para que el texto hable al lector, es preciso ante todo dejar al texto que hable; no puedo decidir qué es lo que "el texto me dice" prescindiendo de lo que "el texto dice".
El recorrido que hemos realizado por la formación de los textos evangélicos nos debe orientar para la correspondiente lectura. Aquí captar "el espíritu con que fueron escritos" es introducirse en la vida de la iglesia primitiva y en las inquietudes de los múltiples transmisores y redactores de los recuerdos de Jesús.
Se ha dicho que no existe "una llave capaz de abrir todos los registros de la Biblia" (A.Vanhoye); por ello es bueno afrontar el texto desde perspectivas complementarias. De acuerdo con los pasos analizados en la formación de los evangelios, podríamos proponer para ellos tres lecturas complementarias:
5.1. Lectura "horizontal" o sincrónica
Consiste en abordar el texto tal como está, prescindiendo metodológicamente de su génesis; el ideal es leer el evangelio seguido y completo. En todo caso, puede leerse sincrónicamente también cada perícopa, situándola cuidadosamente en su contexto, prestando buena atención a lo que precede y a lo que sigue, y a su posible función en el conjunto del evangelio. Así se perciben las líneas fundamentales de su trama y las inquietudes e inclinaciones del autor.
Sólo la lectura sincrónica proporciona la interpretación que de tal o cual pasaje hizo el evangelista, que es la interpretación normativa.
En los últimos decenios, bajo el influjo del estructuralismo, se han multiplicado los métodos de lectura horizontal; algunos son de gran utilidad para captar la redondez de la obra; otros pecan de excesivamente técnicos, utilizando una terminología un tanto críptica y poco accesible incluso al lector culto. La lectura sincrónica en sus formas más técnicas hace tal abstracción de la historia subyacente que corre el riesgo de gnosticismo.
5.2. Lectura diacrónica o "vertical"
En este caso el lector aborda un texto evangélico determinado intentando recorrer el camino seguido por el mismo desde el significado que tuvo en la actividad de Jesús, pasando por la utilización catequética que de él hizo la iglesia, hasta percibir los matices con que el evangelista ha querido transmitirnoslo. Se trata de acompañar el texto a lo largo de su historia, en cuanto nos sea rastreable.
Para esta reconstrucción, además de la comparación entre los sinópticos y sus fuentes presumibles, presta gran servicio el conocimiento de la iglesia primitiva que nos proporcionan las cartas paulinas y algunas tradiciones de Hechos.
Esta lectura es la llamada "histórico-crítica"; es muy adecuada para el cultivo de la fe auténticamente cristiana, bien arraigada en la historia. Pero tampoco pueden ignorarse sus riesgos, particularmente el de abandonarse a la fantasía a la hora de elaborar formas literarias anteriores que ya no podemos compulsar, y también el de sustituir el texto evangélico por sus hipotéticas fuentes.
5.3. Lectura sinóptica o comparativa
Muchos episodios o enseñanzas de la actividad de Jesús nos llegan por más de un evangelio, algunos incluso por los cuatro. Ello da la posibilidad de una lectura comparativa, pues la coincidencia rara vez es total. Prestando atención a los rasgos diferenciales del pasaje en los distintos evangelios, se captan las virtualidades teológico-pedagógicas de tal o cual episodio o dicho de Jesús.
Teniendo en cuenta que cada libro sagrado sólo lo es en el conjunto de la Biblia entera, la que en definitiva le da su verdad última, esta lectura puede llamarse "canónica", ya que busca la comprensión de un texto desde todos los frentes posibles. Esta lectura "múltiple" de un mismo episodio nos habla de la actividad interpretativa de la primitiva iglesia y abre pistas para llevarla adelante en la iglesia actual: ni para los primeros cristianos ni para nosotros los hechos y palabras de Jesús son restos arqueológicos encerrados en la vitrina.
CON CLARET, AL SERVICIO DEL EVANGELIO
0. INTRODUCCIÓN
En San Antonio María Claret destaca su amor apasionado a la Palabra de Dios, a la que siempre fue «muy aficionado» (cf. Aut. 113, 151) y su familiaridad con la Escritura, que vivió con radicalidad y anunció de múltiples formas. Ella le ayudó a definir su identidad vocacional. Esto, que puede decirse de toda la Biblia, hay que afirmarlo sobre todo del Nuevo Testamento y, aún más, del Evangelio cuyo influjo fue decisivo en su vida y misión.
La Palabra de Dios fue para él algo esencial. De ahí, su interés por difundirla y el contenido eminentemente bíblico de su predicación.
En su vida destaca la predilección por el Evangelio: «La lectura más piadosa que podemos tener es la del santo Evangelio... Hemos de leer un capítulo cada día. Lo hemos de meditar y conformar nuestra conducta con la regla de moralidad que en él nos da Jesucristo; allí está la verdad, limpia de todo error» (EE pp. 140-141).
Para alimentar su espiritualidad y su apostolado, ya desde joven toma la costumbre de leer cada día dos capítulos del Antiguo Testamento por la mañana y dos del Nuevo por la tarde, y lo mismo recomienda a los demás. Es notorio su intenso apostolado bíblico, poco común en su tiempo, corroborado con su propio ejemplo: en su hatillo de misionero lleva un ejemplar de la Vulgata de formato pequeño (cf. Aut. 151), y consta que el Santo hizo un manejo continuo del Nuevo Testamento de su uso personal, como demuestran las muchas rayitas marginales con que marca el texto.
Ungido por el Espíritu para evangelizar a los pobres, la Palabra de Dios configura su personalidad, al estilo de Jesús y de los Apóstoles, para actuar como misionero apostólico (cf. Aut. 428-437, 214-225), y le sugiere el modo de predicar, que es "el del santo Evangelio: sencillez y claridad" (Aut. 297; cf. Aut. 298-299).
En su predicación, tanto oral como escrita, utiliza de forma masiva la Palabra de Dios, no como simple adorno, sino como contenido esencial (cf. Aut. 470). Así nos lo dice: «Predico el Santo Evangelio, me valgo de sus semejanzas y uso su estilo» (EA pp. 424-425). En sus escritos hay citas abundantes de la Escritura, usadas con espontaneidad y acierto. No es, pues nada extraño el hecho de que la espiritualidad claretiana tenga su fuente en la Biblia y esté vivificada por ella. En el mismo Claret se va notando el impacto del Evangelio y su comunión cada vez más íntima con él.
0.1. Eficacia del Evangelio
Claret centró su vida en la Eucaristía y en la Palabra, que es «el pan del entendimiento» (EE p. 478), y sobre todo en el Evangelio, que le infunde luz, alegría y esperanza, y le abre horizontes de amor, de justicia y solidaridad con los hermanos más necesitados.
El Evangelio enriquece su potencial humano, le revela su identidad y le llena de ardor misionero, le da lengua y corazón de fuego de caridad (cf. Aut. 440) y le lanza a la evangelización. Del Evangelio nace su proyecto de vida misionera; en él aprende a ser discípulo y a convertirse en apóstol; y en él encuentra orientación y consuelo en las persecuciones.
Su vida se va haciendo cada vez más transparente al Evangelio. "La vida del sacerdote ha de ser el Evangelio puesto en práctica", escuchó Claret de un Padre del Concilio Vaticano I durante una de las sesiones. El anotó esa frase (EA p. 484), que le evocaba el recuerdo de muchas lecturas de vidas de santos que había realizado. Del Evangelio arrancan el ser misionero, la espiritualidad evangélica y la misión apostólica.
0.2. Evangelios Sinópticos y Hechos de los Apóstoles
Claret ha usado mucho el Nuevo Testamento; pero entre sus libros sobresale la doble obra lucana (Evangelio y Hechos), donde se encuentran las raíces de la espiritualidad claretiana. Lucas es el evangelista de la vocación y de la misión, de la pobreza y de la preferencia por los pobres, de la misericordia, de Pentecostés, de la comunidad pospascual, que vive con alegría la presencia del Resucitado en la oración, la escucha de la Palabra y la fracción del pan. Es también el evangelista de María, la sierva del Señor, mujer contemplativa y activa, que responde a su vocación y a su misión, y lanza y guía a los Apóstoles a la evangelización universal.
Claret ha privilegiado de los sinópticos: la actitud caritativa de la Virgen (amor-servicio a Dios y a los hermanos) y su exultar gozoso en el Señor por las maravillas de su misericordia; el estar de Jesús siempre ocupado en las cosas del Padre; las bienaventuranzas (en particular la pobreza y la mansedumbre) y las parábolas de la misericordia.
1. ANTE LA REALIDAD DEL MUNDO.
1.1. Claret ante la realidad del mundo de su tiempo
1.1.1. Sensibilidad y contacto con la realidad
Conocer bien la realidad y captar las urgencias misioneras fue siempre una preocupación para Claret. Urgido por la caridad, se afana en ofrecer respuestas operativas a las dolencias del cuerpo social y en aplicar remedios adecuados a los retos y necesidades de su tiempo.
Cuando inicia su misión, trata de hacer un análisis crítico de la realidad: «Al ver que Dios Nuestro Señor, sin ningún mérito mío, me llamaba para hacer frente al torrente de corrupción y me escogía para curar sus dolencias al cuerpo medio muerto y corrompido de la sociedad, pensé que me debía dedicar a estudiar y conocer bien las enfermedades de este cuerpo social» (Aut. 357).
Partiendo de su profunda experiencia de Dios, se sumerge en la realidad de su tiempo, como misionero apostólico -la vocación que constituye el eje de su vida-, para anunciar el Evangelio y denunciar toda actitud contraria a la verdad y a la justicia; y va leyendo y releyendo su vida misionera a la luz de los desafíos de la realidad, de la que tiene al mismo tiempo una visión crítica y misericordiosa. Desde una profunda comunión con Dios, vive volcado hacia el hombre; por eso, su vida y su acción tienen un verdadero carácter profético.
1.1.2. La realidad del mundo y de la Iglesia en tiempos de Claret
La sensibilidad de Claret se ve acuciada por múltiples desafíos, que él concentra en lo que llama, con lenguaje bíblico, "el becerro de oro" (Aut. 358), aludiendo al conocido episodio del Éxodo (cf. Ex 32,1-24).
Define el siglo XIX como el siglo del placer (Mss. Claret, IX, pp. 379-380), como una época de corrupción (cf. Aut. 311) originada por la codicia: «En el día la sed de bienes materiales está secando el corazón y las entrañas de las sociedades modernas» (Aut. 357). «Veo que nos hallamos en un siglo en que no sólo se adora el becerro de oro como hicieron los hebreos, sino que se da culto tan extremado al oro, que se ha derribado de sus sagrados pedestales a las virtudes más generosas. He visto ser ésta una época en que el egoísmo ha hecho olvidar los deberes más sagrados que el hombre tiene con sus prójimos y hermanos, ya que todos somos imágenes de Dios, hijos de Dios, redimidos con la sangre de Jesucristo y destinados para el cielo» (Aut. 358).
Los retos, cuyo eje es el egoísmo, eran numerosos, mientras que las respuestas eran escasas y poco significativas, porque no nacían del Evangelio. Claret, a partir de su análisis de la realidad del mundo iluminada por la Palabra, se siente llamado poderosamente al anuncio del Evangelio.
Con honda intuición profética, ve que, en un mundo que aspira a arrojar a Dios y que pone en el centro la codicia, es preciso destruir los ídolos que ofuscan la gloria viva de Dios en el hombre, creado a su imagen y semejanza, y le impiden la gozosa experiencia de su amor. Percibe dos realidades acuciantes en su tiempo: por un lado, el hambre que el pueblo tenía de la divina palabra, y, por otro, la falta de predicadores evangélicos y apostólicos (cf. EC, III, p. 41); es decir, de hombres enraizados en la Palabra de Jesús, fieles al estilo de vida que nace de la opción radical por Él y por el Evangelio.
1.1.3. Respuesta evangélica
El egoísmo, del que dimanan el indiferentismo, el desprecio del hermano y el materialismo, conduce a la descristianización progresiva. A este desafío Claret dará su propia respuesta: la evangelización, "su pasión dominante", avalada por una coherencia de vida que se va a expresar ante todo a través de una opción por la pobreza (Aut. 359).
La respuesta de Claret es clara y profundamente evangélica: abrazar la pobreza radical y dedicarse en totalidad a anunciar el Evangelio a los pobres. El suyo es un amor que se abre a todos los hombres (Aut 111), pero su lectura del Evangelio le lleva a dar una atención preferencial a los más necesitados. Dios le ha dado un amor entrañable a los pobres (Aut 562), entre los cuales cuenta también a los pecadores, sus queridos hermanos (Aut 208), por quienes corre y grita para librarlos de la condenación eterna (cf. Aut. 209, 211, 212).
1.1.4. Anuncio y denuncia
Consciente de la alarmante decadencia de la vida cristiana, debida al peso de las ideologías y a la falta de predicadores evangélicos y apostólicos (cf. EC, III, p. 41), Claret siente la llamada a continuar, en su tiempo, la misión liberadora y transformante de Jesús: el anuncio de la gracia de la salvación. Para ello ha sido ungido por el Espíritu. La resonancia que encuentran en él los textos proféticos y, de un modo particular Lc 4, 16-19, lo revelan claramente.
El anuncio posee en sí mismo una dimensión de denuncia, que brota de la fidelidad a Dios y al pueblo. El anuncio de Claret, como el de Jesús, no será adulación cómoda, sino acción profética liberadora, que le lleva a denunciar egoísmos, injusticias y opresiones. Y esto lo hace con la libertad de espíritu propia de quien vive en íntima comunión con Dios y se siente instrumento suyo, respaldado por la verdad del Evangelio, como los apóstoles y los mártires de todos los tiempos.
1.2. El claretiano ante la realidad del mundo de hoy
1.2.1. Sensibilidad misionera del claretiano
Nuestra vocación especial en el pueblo de Dios es "el ministerio de la palabra, con el que comunicamos a los hombres el misterio íntegro de Cristo" (CC 46). Esta misión la ejercemos compartiendo la realidad de los hombres, especialmente de los más pobres (cf. CC 46). Por ello, se nos exige vivir en actitud de discernimiento (cf. CC 48), y de búsqueda sincera de los signos de los tiempos (cf. CC 34).
Todo ello nos lleva a leer la Palabra de Dios desde la realidad, para aprender a leer la realidad como Palabra de Dios y escucharla con actitud evangélica (cf. SP 16.1; CPR 5). Así la realidad se convierte en resonancia de Dios que nos evangeliza a través de los hombres.
1.2.2. La realidad del mundo actual
Como Claret en su tiempo, el claretiano de hoy ve su conciencia golpeada por numerosos retos, a los que es preciso responder desde el mismo don carismático. El mundo actual está lleno de desequilibrios, de interrogantes dramáticos y de profundas aspiraciones. En él siguen triunfando el becerro de oro y las raíces del mal que ya en su tiempo encontrara Claret. Hoy, como ayer, «la sed de bienes materiales está secando las entrañas de la sociedad» (Aut. 357).
Los documentos de los últimos Capítulos Generales nos alertan sobre los grandes rasgos que caracterizan nuestro momento histórico y nos invitan a reflexionar sobre sus causas. SP. nos dice : "Descubrimos la raíz común de estos hechos y situaciones negativas en las actitudes y sistemas egoístas de convivencia y organización de la sociedad, que llevan a muchos a oponerse decididamente al anuncio y a la implantación del Reino 'por ambición de poder, por afán de riquezas o por el ansia de placeres' (cf. CC 46); y a empeñarse en construir la historia prescindiendo de la Palabra de Dios" (SP 1).
1.2.3. Respuesta evangélica
La respuesta del claretiano a la realidad del mundo de hoy es fruto, como lo fue en Claret, de una profunda experiencia de Dios y de un apasionado amor al pueblo (cf. SP 4.5), y se articula desde las opciones de misión que explicitan hoy para nosotros el ser claretiano (MCH 161-179).
Llamados a estar presentes en la "vanguardia evangelizadora" (CPR 85), optamos por una evangelización de frontera y asumimos con especial cercanía e intensidad "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren" (GS 1). Solamente desde esta cercanía nuestra respuesta a los retos de hoy será al mismo tiempo evangélica y evangelizadora, y capaz de responder con eficacia al clamor proveniente de la pobreza y de la injusticia, a los retos de la secularización con sus implicaciones y al desafío que supone para el misionero el gran número de personas a quienes aún no ha llegado el anuncio del Evangelio.
1.2.4. Anuncio y denuncia
La realidad del mundo de hoy nos exige aumentar el esfuerzo por una evangelización integral. Las preguntas del Capítulo General de 1979 siguen cuestionando nuestra creatividad misionera y la capacidad transformadora de nuestro anuncio: "cómo proclamar la salvación en un mundo satisfecho y sin horizonte de transcendencia; cómo alentar la genuina liberación cristiana sin las falacias de un mesianismo temporalista; cómo hablar de Jesucristo a una cultura que se considera poscristiana; cómo presentar el magisterio de la Iglesia en la sociedad secularizada" (MCH 46).
El mundo de hoy sigue teniendo hambre de la Palabra de Dios. El anuncio de la Palabra es nuestra vocación, como lo fue de la de Claret. Este anuncio exigirá, como se lo exigió al P. Fundador, una denuncia de todo aquello que se opone al Reino que se abre paso en la historia de los hombres. "La simple proclamación del evangelio tiene ya de por sí fuerza condenatoria de las situaciones alienantes, injusticias y sistemas de opresión" (2AP 78). Pero, a veces, se nos exigirá ser más explícitos en la denuncia.
2. DISCÍPULOS DE JESUCRISTO EN COMUNIDAD
El seguimiento radical de Jesús y el testimonio transparente de los valores del Reino, constituyen la base de la respuesta de Claret -y de los claretianos- a los desafíos misioneros del mundo de hoy.
Resulta admirable la coherencia de Claret, totalmente entregado a vivir el Evangelio "sin glosa", persuadido de la necesidad de la santidad para hacer fruto. Sus obras poderosas daban testimonio de la hondura de su fe, y sus palabras transparentaban su gran amor a Dios y a los hermanos. En todo lugar y situación, por más dramática que fuera, procuraba ser evangelio vivo para comunicar vida a los demás, gritando el evangelio de la vida, no sólo con la palabra, sino sobre todo con la vida.
Para él era esencial vivir el Evangelio y vivir del Evangelio. Es necesario -decía- que sea "iluminada y encendida nuestra alma por la palabra vivificadora de la fe que sale de la boca de Dios (cf. Mt 4,4)" (EE, p.128).
Claret insiste una y otra vez, en la Autobiografía, sobre la necesidad absoluta de una coherencia entre la palabra que se anuncia y la vida del que la anuncia (cf. Aut. 340; 388). De ahí la importancia de una escucha obediente de la Palabra y de una imitación fiel de las actitudes y la praxis de Jesús. El estilo de vida, nos dirá Claret, debe corresponder al estilo de la predicación: sencillez y claridad (cf. Aut. 297).
3. LLAMADOS A SER PROPUESTA SIGNIFICATIVA Y EFICAZ
La capacidad evangelizadora está en relación directa con la calidad de vida evangélica. Ser propuesta significativa y eficaz del Reino en un mundo como el nuestro, en el que la pérdida del sentido de Dios y el desquiciamiento de los derechos humanos y de los valores evangélicos están tan generalizados, pide una vivencia radical de la fe.
La propuesta ofrecida por Claret al hombre de su tiempo brotó del Evangelio, que le llevó a apasionarse por Cristo y por su Palabra, vivida en radicalidad y anunciada proféticamente. Así pudo colaborar eficazmente en la obra de la evangelización universal. La lógica de Claret es transparente: todo el que se dedica al anuncio del Evangelio, ha de vivirlo con intensidad.
El propio ser del claretiano, configurado con Cristo a través de la consagración religiosa, es ya palabra evangelizadora, profecía en acto. La consagración constituye «nuestra primera y primigenia forma de evangelizar» (Dir. 103).
3.1. A través de un proceso de configuración con Cristo
El Evangelio desencadenó en Claret un fuerte dinamismo de configuración con Cristo evangelizador (cf. MCH 53). Agentes decisivos de este proceso fueron el Espíritu Santo, protagonista de la evangelización; la Palabra vivida y anunciada; y la oración, pues "en el fuego que arde en la meditación se derriten y funden los hombres y se amoldan a la imagen de Jesús" (Apuntes de un plan, 1857, p. 38).
La plena configuración sólo se logra por medio del contacto con el Evangelio: «Cada día el sacerdote estudiará la lección, esto es, leerá un capítulo, a lo menos, del santo Evangelio y asistirá a la clase, que es la meditación, y así todos los días tendrá una hora, o al menos media hora, de meditación de la vida, pasión y muerte de Jesucristo» (EE p. 298).
La vocación claretiana tiene como eje central la configuración con Jesús-evangelizador, adoptando sus mismas actitudes y aprendiendo a vivir en intimidad con Él. Y es precisamente la Palabra de Dios, escuchada en asidua contemplación (cf. Lc 10,39) y compartida con los hermanos, la que nos convierte al Evangelio, nos configura con Cristo y nos inflama en la caridad que nos ha de apremiar (cf. 2 Cor 5,14) (cf. CC 34).
La Palabra de Dios nos conduce hacia una sintonía plena con el Señor, hasta lograr re-vivir su misterio pascual. En esta sintonía se revela la imagen del discípulo perfecto, testigo fiel de la palabra, que manifiesta la gloria de Dios en su vida.
La lectura orante del Evangelio suscitó en Claret -y suscitará en nosotros- emociones y decisiones operativas. Entre sus actitudes destacan: la fe vivificada por la caridad, la humildad y la entrega, la confianza y el abandono total en la voluntad del Padre para la salvación del mundo. A esas actitudes corresponden algunas iniciativas como el estudio de la vida de Jesús en el Evangelio, la reproducción de sus sentimientos, afectos e intereses y el esfuerzo por "copiar" esa vida, incluso en los aspectos más exteriores, para ir logrando la plena configuración con el Maestro. Finalmente, todo ello ha provocado algunos comportamientos decisivos: tratar de hacerlo todo como lo hacía Jesús: orar como él oraba, viajar como él viajaba, comer como él comía, anunciar la buena nueva como él la anunciaba (cf. Aut. 356).
En esta labor no está ausente la Virgen: «Como a Claret, María, por obra del Espíritu, nos configura con el Hijo, Evangelio de Dios» (MCH 150).
3.1.1. Conversión: arrancados del mundo por el Evangelio y para el Evangelio
En la vida de Claret el Evangelio provocó procesos de conversión e identificación vocacional. La llamada a la conversión, tantas veces repetida en el Evangelio, tuvo en Claret una resonancia muy determinada: dejarlo todo para el anuncio del Evangelio (cf. Mc 10,29).
Para el misionero la conversión no es algo opcional, sino esencial; es un dinamismo continuo, con dos efectos importantes: uno disolvente y purificador: la eliminación de los ídolos (riqueza, poder, placer); y otro recreante y transformante: la santidad y la eficacia apostólica.
En Claret, este proceso producido por el Evangelio se desarrolló en tres fases sucesivas:
a) Conversión a Dios, a través de los "golpes" que recibió para despertarse y salir de los peligros del mundo (cf. Aut. 73).
b) Conversión al Evangelio, con la aceptación incondicional de sus valores: renuncia, pobreza, cruz, en contra de todo lo que puede dar el mundo: fama, dinero, placer.
c) Conversión a la evangelización universal, tras el deseo de dejar el mundo y un primer intento de vida contemplativa (cf. Aut. 77).
A la conversión va unida generalmente la vocación, que se manifiesta de varias formas o por diversos caminos: "Dios nos llama con inspiraciones, con lectura, con sermones, por medio de los confesores, etc." (EA p. 465).
En las diversas etapas de la vida la Palabra del Señor que llama a la conversión va encontrando resonancias distintas en el hombre. Claret fue percibiendo progresivamente la voz de Dios. A una primera percepción de la llamada personal del Señor en la adolescencia (EA p.427), se sumará el fuerte impacto de la palabra de Jesús, que vuelve a su corazón en los años de una juventud llena de sueños para el futuro: ¿de qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si finalmente pierde su alma? (Mt 16,26)". "Esta sentencia me causó una profunda impresión..., fue para mí una saeta que me hirió el corazón; yo pensaba y discurría qué haría, pero no acertaba" (Aut. 68). La palabra evangélica le llevará finalmente a abrazar el radicalismo evangélico.
La conversión se consolida y se clarifica en su dimensión vocacional a través de la asidua lectura y meditación de la Biblia: "En muchas partes de la Santa Biblia sentía la voz del Señor, que me llamaba para que saliera a predicar" (Aut. 120). Parece sentir en su interior: "De hoy en adelante hombres serán los que pescarás (Lc 5,10)" (Aut. 196). Finalmente Claret encuentra el texto que siente que define el sentido y la orientación de su vida: "El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a evangelizar a los pobres" (Lc 4,18; cf. Is 61,1). Aquí descubre con claridad su vocación misionera, dimensión totalizante de su vida, que marcará definitivamente su espiritualidad y su acción apostólica.
El retorno constante a la fuente del Evangelio será luego el camino de crecimiento, personal y comunitario, en la fidelidad a la gracia recibida, y constituirá el revulsivo más importante para la falta de radicalismo en el seguimiento de Jesús o de celo misionero (SP 13).
Al novicio se le pide «una conversión creciente a las actitudes existenciales de Jesús evangelizador» (Dir. 194). Y a todos se nos invita a una confrontación con la Palabra de Dios, para que «nos convirtamos al Evangelio» (CC 34), y a un examen continuo de nuestra fidelidad a él (cf. CC 37).
3.1.2. Aprendizaje del seguimiento-imitación en la escuela del Evangelio
La espiritualidad claretiana arranca del Evangelio; por eso es esencialmente cristocéntrica, y se sustenta sobre dos pilares: el seguimiento y la imitación. Claret dice que el misionero "no piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo" (Aut. 494). Este cristocentrismo es radical y tiende a la plena transformación: «Es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).
Conviene recordar aquí lo que se ha dicho ya acerca de su profetismo: "Claret se siente atraído, seducido e impulsado a la "imitación-seguimiento" -incluso material- de la imagen evangélica de Jesús (cf. Aut. 221-222). La vida de Claret gira toda ella en torno al Cristo predicador del Reino, cuyos gestos, palabras y praxis misionera vienen a ser normativas para él". Se trata de aprender a vivir como Cristo para ser, como Él, mediadores de gracia y de vida.
a) Seguimiento: El seguimiento del Señor, tal como se propone en el Evangelio, lleva a Claret y a sus discípulos a reproducir la imagen misionera de Jesús - el Hijo ungido y enviado por el Padre - en orden a la evangelización universal. Es un estilo que se aprende en la escuela del único Maestro y Señor (cf. Jn 13,13).
b) Imitación: La imitación de Cristo, vivida por Claret, no es sólo ascética y devocional, sino mística: aspira a entrar en los sentimientos de Jesús y a re-vivirlos desde su peculiar vocación apostólica. El punto de referencia es siempre el Evangelio: "Nuestro Padre Fundador nutría en la Sagrada Escritura su amor a Cristo, estudiando su vida para poderla imitar" (PE 15). Y el eje de la imitación es la atención contemplativa y amante a la persona de Jesús en el Evangelio.
La llamada al seguimiento e imitación de Jesús-evangelizador resonará con fuerza en una lectura vocacional claretiana de la Palabra.
3.1.3. Encuentro-seguimiento-transformación
En la vida de Claret se han dado tres etapas sucesivas en el camino hacia la configuración con Cristo.
En primer lugar, el encuentro con Jesús, iniciado ya en su infancia, cuando el misterio de la Eucaristía se hizo experiencia gozosa y transformante, en aquellos ratos en los que a solas se las entendía con el Señor (cf. Aut. 40). Más tarde, estudiará en el Evangelio los rasgos de Jesús, sus virtudes y sus actitudes, sus intereses y sus comportamientos (cf. Aut. 428-436). Luego vendrá el seguimiento radical de Cristo evangelizador, decisivo en la orientación definitiva de su vida.
Así recorrerá el camino hasta la plena configuración con el Señor, que se realiza, con toda probabilidad, al recibir "la gracia grande" de la conservación de las especies sacramentales (cf. Aut. 694). A partir de ese momento siente en sí mismo la experiencia de San Pablo: "Es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20).
3.2. Testigos entusiastas del Reino
El Reino de la verdad y del amor ha llegado en Jesús. Pero es un Reino en construcción y en crecimiento, llevado a madurez y plenitud por el Espíritu, y a cuyo servicio está la Iglesia y todos los que en ella se esfuerzan por ser testigos de Jesús y mensajeros de su amor.
Así lo vive Claret, cultivando la gracia y el gozo de la vocación misionera, privilegiando la transparencia del testimonio y entregándose con entusiasmo al servicio del Evangelio.
Es el Espíritu quien comunica la alegría de la fe y de la vocación y hace al misionero, como a Jesús de Nazaret, «profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo» (Lc 24,19).
Claret nos revela algunas actitudes fundamentales a este respecto. La primera es la coherencia entre fe y vida. Las raíces de la fe producen el fruto de la paz y el entusiasmo propio del evangelizador, que se apoya en la fuerza de Dios.
Esto implica tomar algunas iniciativas concretas, en plena docilidad al Espíritu que renueva y transforma, y buscando la perseverancia en la vocación y en la misión recibida.
Exige, además, algunos comportamientos importantes: la tendencia decidida a la santidad y el esfuerzo continuo por anunciar el Evangelio con la alegría propia de quienes han entrado definitivamente en la órbita del Resucitado.
Los nuevos desafíos, que nos acucian, «deben despertar nuestro sentido misionero, la creatividad y la alegría de colaborar, en esta hora del mundo y de la Iglesia, que es también nuestra hora en cuanto comunidad evangelizadora» (SP 3.3).
3.2.1. Llamados e impulsados a continuar la misión de Jesús
Claret quedó marcado por la experiencia fontal de Jesús: «El Espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos» (Is 61,1; Lc 4,18: Aut. 118, 687).
El mismo oráculo que Jesús se aplicó a sí mismo para justificar su misión es válido para Claret y para nosotros, puesto que la vocación claretiana surge siempre contemplando la figura de Jesús misionero.
Claret asume su misión de servidor del Evangelio:
- Como Jesús, siempre pendiente de los intereses del Padre (cf. Lc 2,49: EA p. 418) y entregado a ellos.
- Como los Apóstoles, enviados como "ovejas entre lobos" (cf.Mt 10,16; EA p. 622) y anunciadores del Reino a los pobres, en pobreza, humildad y mansedumbre, con valentía y fortaleza de profetas y de mártires.
Por ello, intenta asumir también las actitudes que caracterizan la misión de Jesús: bondad, encarnando las parábolas de la misericordia (Lc 15,4-32); cordialidad, como hijo del Corazón de María, plena confianza en la Providencia (cf. Lc 21,18: Aut. 420; EA p. 617) y total abandono en ella (Lc 12,22-32). Al mismo tiempo procura conjugar la acción y la contemplación, aspecto esencial para una espiritualidad misionera.
Y a todo ello precede y acompaña el principio de la rectitud en el obrar: «El fin de mi predicación es la gloria de Dios y el bien de las almas. Predico el santo Evangelio» (EA p. 424).
La misión de Jesús, tal como la asumió Claret, marca el horizonte de nuestra propia misión hoy. Obedientes al mandato del Señor (Mc 16,15; Aut. 450), buscamos servir al Reino con sentido universal y dedicación generosa, fieles a la unción del Espíritu, que nos habilita para anunciar la Buena Nueva a los pobres.
3.2.2. Jesús evangelizador, primer estímulo de vida misionera
Se puede decir que Claret vivió de Jesús y para Él, y en Él encontró estímulo para vivir en estado de misión.
Su primer estímulo es la persona misma del Señor: «Quien más me ha movido siempre es... Jesucristo» (Aut. 221); no un Jesús elaborado por la propia fantasía, sino el Jesús del Evangelio. Él fue su mejor estímulo, que le llevó a negarse a sí mismo, a tomar la cruz y a seguir su ejemplo de pobreza, de itinerancia, de fortaleza en el anuncio del Evangelio, de denuncia profética y de valentía ante la persecución y el martirio.
El claretiano tiene ese mismo estímulo, y trata de acercarse lo más posible a él en su quehacer evangélico y evangelizador.
3.2.3. Jesús, modelo de vida evangélica y apostólica
Nadie apasiona y subyuga tan profundamente a Claret como Jesús: su persona, su vida, su talante evangélico (cf. Aut. 221-222).
Sólo el Cristo del Evangelio, «cabeza y modelo de los demás misioneros» (EE p. 344), es capaz de saciar su sed de totalidad. Todo su afán era imitar a Jesús «en orar, en trabajar, en sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y el bien de las almas» (EA p. 619; cf. Aut. 494).
Configurado con Él, se propone seguirle e imitarle como Hijo ungido y enviado, evangelizador itinerante, obediente a la voluntad del Padre, pobre y sencillo, humilde y manso, en actitud de servicio, perseguido, calumniado y crucificado, sellando con su propia sangre las verdades que anunciaba (cf. Aut. 130-136, 214, 221-222).
Para adquirir la santidad hay que tomar por modelo a Jesucristo, «meditando su vida y procurando tenerle siempre presente en los pensamientos, en los afectos, en las palabras, en las obras y en el padecer por su amor» (EE p. 240). Contemplar a Jesús, Maestro y Modelo, sintonizar con sus sentimientos y asumir sus actitudes: éste es el ideal de Claret. Y así poder a llegar decir con San Pablo: "Vivo yo mas ya no yo, sino que vive en mí Cristo" (Ga 2,20).
Por eso Claret exhorta a leer el Evangelio y a imitar las virtudes evangélicas y apostólicas de Jesús, si se pretende obrar prodigios en el prójimo que nos ve y nos observa (cf. EE p. 427).
Jesús es modelo evangélico de obediencia (cf. Lc 2,15), de crecimiento (cf. Lc 2,52), de intinerancia ("va de una población a otra predicando por todas partes" -Aut. 221-), de predicación ("el estilo que me propuse desde el principio fue el del Santo Evangelio: sencillez y claridad" -Aut. 296-).
Claret ve también a Jesús como modelo de vida evangélica y evangelizadora: modelo en su forma de vestir (Aut. 428, 430), en su desprendimiento (Aut. 431-433), en su comportamiento habitual (Aut. 434-436). Será importante para nosotros ir captando ese modo que tiene Claret de mirar a Jesús, porque es el camino que nos configura como evangelizadores del Reino. Imitar a Jesús misionero, ocupado siempre en los intereses del Padre, lleno de amor por los pobres, misericordioso hacia los pecadores, incansable en la proclamación del Evangelio del Reino. Esta es la imagen "claretiana" de Cristo que estamos llamados a re-vivir (cf. MCH 57-62). Para ello son inspiración también los Apóstoles, sobre todo San Pablo, llamados a compartir la vida y la misión de Jesús (Aut. 215-220 y 224), los profetas que preparan los caminos al Señor y algunos santos que anunciaron con fuerza el Evangelio.
Siguiendo las huellas de Jesús y de esos testigos fieles, también Claret deseaba sellar con su sangre las verdades que predicaba (cf. Aut. 467; Apuntes de un plan, 1857, p. 30; EC, I, p. 159; III, p. 377).
El misionero claretiano se siente hijo consagrado y enviado, arde en caridad, es luz del mundo y sal de la tierra, y, como siervo bueno y fiel (cf. Lc 16,2: EA pp. 601, 626), trabaja por difundir en el mundo el mensaje de la salvación (cf. CC 40).
a) Jesús, modelo de itinerancia
La itinerancia de Jesús cuenta mucho en la vida apostólica claretiana: una realidad que hay que entender sobre todo como actitud interior de desarraigo y disponiblidad. Nuestra misión consiste en proclamar el Evangelio a toda la creación, sin trabas y sin limitaciones. El P. Claret, urgido por el celo apostólico, supo pasar de la estabilidad pastoral a las fronteras de la misión; vivir en cercanía evangelizadora al pueblo, a los sencillos y a los pobres; y dedicar sus energías a lo más urgente, oportuno y eficaz. Es la actitud que se pide al claretiano (CC 32, 48; CPR 52).
b) Jesús, modelo de evangelización continua y universal
Jesús proclama el Evangelio con su palabra, sus gestos, con toda su vida. Esta es también la actitud de Claret, evangelizador universal, porque el Evangelio, escuchado en asidua contemplación, le llevó a ser fiel al mandato de Jesús de anunciar la Buena Nueva a todos los pueblos.
El Evangelio es transformante, estimulante y propulsor: lanza y relanza a la evangelización con la fuerza del Espíritu, que habla por la boca del predicador: «El Señor me dijo a mí y a todos estos misioneros compañeros míos: No seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre - y de vuestra Madre - el que hablará en vosotros (Mt 10,20)» (Aut. 687; cf. EA p. 647). Y es el mismo Evangelio el que inspira al misionero el modo de anunciar la Palabra con eficacia (Aut. 297). Es este contacto asiduo con el Evangelio (CC 34, 73) el que hace del claretiano un ministro idóneo de la Palabra, el que le permite llegar a sintonizar con Jesús que le envía a continuar su misión.
Claret lo puso todo -persona, vida, cualidades, tiempo- en función de la evangelización universal: dirigida a todos, en el mundo entero, por todos los medios posibles. Él era consciente de esa llamada a la universalidad cuando decía: "mi espíritu es para todo el mundo" (EC, III, p. 41).
El objeto señalado a la Congregación (CC 2) es el mismo: buscar la salvación de las almas de todo el mundo (CC 1865, I, 2); o, de forma aún más radical, procurar la salvación de todos los habitantes del mundo (CC 1857, n. 2). La evangelización universal es la tarea que da consistencia y unidad a la comunidad claretiana.
c) Modelo de virtudes evangélicas y apostólicas
"Es absolutamente necesario -dice Claret- seguir las huellas que ha dejado impresas Jesucristo, e imitar sus virtudes" (Ejercicios explicados, 1859, p. 267). El misionero apostólico "ha de ser un dechado de todas las virtudes. Ha de ser la misma virtud personificada" (Aut. 340). Examinando la conducta de Jesús en el Evangelio, identifica su virtudes principales: "humildad, obediencia, mansedumbre y caridad" (Aut. 428; cf. Ejercicios..., p. 265), a las que habría que añadir la fortaleza y, como parte integrante de la caridad, la misericordia y el perdón.
1) Jesús, modelo de humildad
"Para adquirir las virtudes necesarias que había de tener un verdadero Misionero apostólico conocí que había de empezar por la humildad, que consideraba el fundamento de todas las virtudes" (Aut. 341).
La humildad es fundamento de la santidad que necesita el misionero (EA p. 582). Una humildad que describe y comenta en la Autobiografía (Aut 374). Claret llega a afirmar que "el sacerdote debe hacer profesión de humildad" (EE p. 241).
La humildad es también esencial en la vida apostólica, porque la salvación y la gracia son obra exclusiva de Dios, mientras que el misionero es puro instrumento en sus manos: "Soy como la sierra en manos del aserrador" (Aut. 348).
2) Jesús, modelo de mansedumbre
Claret insiste mucho en esta virtud evangélica: "La mansedumbre es una señal de vocación al ministerio de misionero apostólico" (Aut. 374). "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra" (Mt 5,4: Aut. 372). Comenta varios ejemplos empezando por Moisés, "admirado por la mansedumbre con que gobernó a su pueblo" (EA, p. 592).
"Para ser manso, conviene tener presente los ejemplos de Jesucristo, María Santísima, y de los Santos. También los pecados" (EA p. 593, cf. Aut. 372). Como es natural, Jesús es el ejemplo supremo: "Jesucristo era la misma mansedumbre, que por esta virtud se le llama Cordero: será tan manso, decían los profetas, que la caña cascada no acabará de romper, ni la mecha apagada acabará de extinguir (Is 42,3); será perseguido, calumniado y saciado de oprobios, y como si no tuviera lengua, nada dirá (Is 53,7)" (Aut. 374).
Esta virtud es importante por los efectos que produce: "Ha curado más llagas el aceite y vino del samaritano que todo el vino agrio de los fariseos" (EE p. 263). Por eso exhorta al sacerdote a echar sobre las heridas del pecador "el bálsamo del aceite y del vino" (EE p. 248). Balmes, sacerdote y filósofo catalán de aquel tiempo, comenta la mansedumbre, como una característica de la actitud y del estilo de predicación de Claret. Esta dulzura en el trato, especialmente con los pecadores, le ayuda a ser hombre de paz y pacificador en el ejercicio de su ministerio (cf. EA p. 426).
3) Jesús, modelo de pobreza
En la vida de Claret, como en la de Jesús, sobresalen la pobreza y la solidaridad compasiva hacia los más pobres y desvalidos. La pobreza tiene para él sobre todo un carácter testimoniante; la vive desde su entrega total a la evangelización, y la ve no como valor absoluto, sino como exigencia de vida apostólica y en función de ella. En él aparece, como se ha visto, en el contexto de contraposición con el becerro de oro (cf. Aut. 358).
Es presupuesto y garantía de felicidad y de perfección en el discipulado: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3: Aut. 362). «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme» (Mt 19,21: Aut. 362; EA p. 600). «Nadie puede ser discípulo de Jesús sin que renuncie a todas las cosas» (Lc 14,26; cf. EA p. 461).
Su motivación principal es el ejemplo de Jesús: "Jesucristo ama la pobreza, las injurias y los dolores. También los quiero yo" (EA p. 545). "Me acordaba siempre que Jesús se había hecho pobre, que quiso nacer pobre, vivir pobremente y morir en la mayor pobreza. También me acordaba de María Santísima, que siempre quiso ser pobre. Y tenía presente además que los apóstoles lo dejaron todo para seguir a Jesucristo" (Aut. 363).
Claret asume una pobreza integral: pobreza de espíritu y carencia voluntaria de bienes de este mundo. En su ministerio se abandona en las manos del Padre, seguro de que Él le cuidará (Aut. 361-362); y se goza en las privaciones, en vivir sin seguridades humanas, como Jesús (cf. Aut. 431, 357-371; EE pp. 298-300).
Constituyen este radicalismo dos factores fundamentales: la ley del testimonio: el que aspira a la perfección "ha de escoger lo más trabajoso, penoso, abyecto... vestido pobre, comida pobre, habitación pobre y ocupación pobre y despreciable" (Mss. Claret, XIII, 317); y su clara vocación a evangelizar a los pobres, manifestando siempre predilección por ellos y solidaridad con la gente que sufre.
La pobreza evangélica, que Claret nos pide y de la que nos ha dado un testimonio claro, reviste para nosotros un carácter primordial y se convierte en impronta necesaria de nuestra espiritualidad y de nuestra acción misionera (CC 23-26). La decidida opción por los pobres, destinatarios privilegiados de nuestra acción evangelizadora, nos impulsa a escuchar el grito de los pobres desde el fondo de su indigencia y de su miseria colectiva (SP. 16.4, 20.1, 20.2).
4) Jesús, modelo de obediencia evangélica
La vida de Jesús se puede resumir en una actitud de obediencia filial al Padre. Jesús, entrando en el mundo, dijo: "He aquí que vengo... a hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad" (Heb 10,7); y quiso estar siempre en las cosas del Padre (cf. Lc 2,49), hasta el último respiro, en que se abandonó por completo en sus manos, entregando su espíritu (cf. Lc 23,46; EA pp. 626, 627).
Ya desde joven, Claret experimenta la necesidad de mediaciones humanas que le muestren con claridad la voluntad de Dios (cf. Aut. 69). Luego, ya misionero, siente la necesidad de ser enviado para hacer fruto, como los profetas, como Jesús, como los apóstoles (cf. Aut. 195). Domina en él la convicción de que el ministerio, realizado desde la obediencia, hará presente la fuerza poderosa de la acción de Dios.
Esta obediencia evangélica exige tres actitudes fundamentales: docilidad a la acción del Espíritu (cf. Hch 7,51), hacerse "pequeño" (cf. Mt 18,3) y preocuparse de complacer al Padre (cf. Jn 8,29) (EE p. 116).
Las Constituciones señalan con claridad el camino para vivir hoy la obediencia misionera (CC 28.32).
5) Jesús, modelo de caridad apostólica
Claret aprendió en el Evangelio que el amor es la virtud que más necesita un misionero apostólico. "Si no tiene este amor, todas sus bellas dotes serán inútiles; pero, si tiene grande amor, con las dotes naturales, lo tiene todo" (Aut. 438). El Evangelio, predicado por un sacerdote lleno de amor a Dios y al prójimo, será capaz de llegar al corazón del pueblo (cf. Aut. 439). El amor de Cristo empuja a la acción misionera, asumiendo todas las consecuencias: "Charitas Christi urget nos". San Pedro «sale del Cenáculo ardiendo en el fuego de amor, que había recibido del Espíritu Santo» (Aut. 439), y sus efectos son admirables. La Palabra y el Espíritu hacen que los misioneros apostólicos tengan "el corazón y la lengua de fuego de caridad" (Aut. 440) y lleguen "hasta los confines del mundo para anunciar la Palabra de Dios" (EE p. 417).
La caridad urge e impele, hace correr y gritar (cf. Aut. 212); es ardor que no deja sosiego, porque es celo incontenible y eficaz (cf. EE p. 243-244). "Quien tiene celo, desea y procura por todos los medios posibles que Dios sea cada vez más conocido, amado y servido en esta vida y en la otra, puesto que este sagrado amor no tiene límite" (EE p. 417). Este mismo pensamiento recoge en la bella oración que escribe: "Que os conozca y que os haga conocer, que os ame y os haga amar, que os sirva y os haga servir, que os alabe y os haga alabar de todas las criaturas" (Aut. 233). Una caridad que Claret busca con avidez (Aut. 441) y que desea que los misioneros procuren (cf. Aut 442-444).
El claretiano arde en caridad, abrasa por donde pasa y enciende a todo el mundo en el fuego del divino amor (Aut. 494). Un amor que se hace efectivo en la cercanía y servicio a los demás y que es motor de creatividad apostólica (CC 40; cf. EE p. 117).
6) Jesús, modelo de fortaleza
En el Evangelio comprende Claret el significado y la fuerza de la cruz, ley de vida para el misionero. Como Jesús, que consumó su obra salvadora en su gloriosa pasión, muerte y resurrección, también Claret re-vivió el propio misterio pascual, que lo santificó y dio fecundidad a su acción apostólica: "Padeció Jesús, padeció la Virgen Santísima, padecieron los santos, porque sin la cruz de penas no habrían podido seguir a Jesucristo. Hasta a Cristo le fue preciso padecer para entrar en su gloria (Lc 24, 26)" (EE p. 91, cf. Aut 222).
Un discípulo de Jesús ha de vivir como Él, aceptando con amor, y hasta con alegría, los sacrificios inherentes a su ministerio (CC 44). Esta es la actitud a la que intenta acercarse Claret (Aut. 223) y que tendrá que testimoniar repetidamente en su vida, llena de persecuciones y calumnias (cf. Aut. 208; EA. pp. 439, 525, 623, 624, 666; EE p. 121). Claret era muy consciente de los riesgos que comportaba el anuncio del Reino (cf. Mss. Claret, XII, 18).
Ante las calumnias, escribe: "Yo me he callado, he sufrido y me he alegrado en el Señor (Mt 5,11-12), porque me ha brindado un sorbito del cáliz de su pasión (Mt 20,22-23), y a los calumniadores les he encomendado a Dios después de haberles perdonado y amado con todo mi corazón (cf. Mt 5,44)" (Aut. 628).
La lectura de la Palabra le ayuda a adoptar la actitud de Jesús en medio de la persecuciones y le alienta a mantener la fortaleza en las tribulaciones. La lectura de la Palabra de Dios le daba "tanto consuelo que, en medio de las más negras y atroces calumnias, se tenía por muy feliz» (EE, p. 204), porque «para sufrir bien las penas y calumnias se ha de mirar a Jesús y se han de recordar las palabras del mismo Jesús contenidas en el santo Evangelio» (ib., p. 218).
Un contacto continuado y profundo con la Palabra de Dios es el único camino para poder asumir la dimensión martirial, inherente a la vocación misionera. La Palabra, meditada personalmente y compartida en la comunidad nos hará fuertes en la tribulación y solidarios ante la cruz (CC 34; SP 17.1). Nuestros hermanos mártires y todos los claretianos que hoy sufren, de maneras diversas, la persecución nos dan un testimonio claro de ello.
7) Jesús, modelo de misericordia y perdón
En el Evangelio descubrió Claret el amor de Jesús hacia los pobres, los enfermos y los marginados, y en Él encontró el corazón compasivo y misericordioso del Padre en forma humana. Lo veía sobre todo en los episodios que manifiestan su amor a los pecadores y en las parábolas de la misericordia.
Lleno de caridad apostólica, el corazón de Claret se hizo reflejo de Jesús, anunciando el evangelio de la misericordia y queriendo que todos experimentasen la bondad del Padre, que se revela a los pequeños y a los humildes. De ahí que en su misión nos ofrezca no sólo una doctrina, enseñando a huir del celo amargo (cf. Aut. 375-377), sino también una praxis de paternidad compasiva.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, procura reavivar su capacidad de perdón: "Mira a Jesús cómo se porta en los falsos testimonios que le levantan" (EA p. 617). "Más medra la Iglesia, aun en los intereses materiales, con la lenidad y misericordia que con el estricto derecho" (EC, I, p. 987).
La ternura y la compasión son dos características del misionero que se confía al "Espíritu creador y renovador, que no es espíritu de violencia y amargura, sino de comunión y esperanza" (MCH 101), y le llevan a ejercer su servicio evangelizador con audacia y entrega, pero revestido siempre "de entrañas paternales" (EE p. 247).
4. CON MARÍA, LA MADRE DE JESÚS, MADRE Y FORMADORA NUESTRA
En el Evangelio encontramos la verdadera imagen de María, mujer cercana a Dios y a los hombres, mujer del Reino.
El carisma claretiano incluye una referencia explícita a la Virgen, a su espíritu profético-evangelizador. Es una dimensión esencial de nuestra espiritualidad, constituida por la intimidad contemplativa y la acción evangelizadora (CC. 5, .
Para Claret la Virgen lo es todo después de Jesús: madre, maestra, directora (Aut. 5) y formadora; y él se siente hijo y ministro suyo, formado en la fragua de su misericordia y amor (Aut. 270); hijo y sacerdote de María, "saeta" en su mano poderosa (Aut. 270), árbol plantado por ella, cuyo fruto le pertenece (cf. Prop. 1843: EA p. 523). A ella tiene hecha donación de sus fatigas y tareas apostólicas (cf. EC, I, p. 137).
María es la Madre que forma y envía en misión a los Hijos de su Corazón (cf. Aut. 687; cf. 153-164; 270-272, 447), un Corazón que es la fragua donde nos forjamos para ser heraldos del Evangelio (cf. SP 15).
Llamarnos y ser Hijos del Corazón de María, madre e inspiradora de la Congregación, implica:
- Dejarnos formar por ella en la fragua de su Corazón (cf. SP 15.3).
- Estar ocupados en las cosas del Padre (cf. EA p. 559), entregándonos totalmente a la obra de la evangelización.
- Encarnar el estilo evangélico de María, caracterizado por la contemplación y la acción.
- Aprender a escuchar, meditar y acoger la Palabra (cf. EE p. 395; SP 15), a vivirla y a comunicarla con la misma presteza y generosidad con que Ella lo hizo (cf. MCH 151).
- Ser y sabernos instrumentos de su amor: brazos de María (cf. EA p. 665), a fin de poder prolongar los oficios de su maternidad espiritual sobre los hombres (cf. Aut. 270; DC 17: PE 19; LG 65; SP 15.3).
- Estar llenos de compasión, siendo signo y expresión del "amor maternal" de la Virgen, del que «es preciso que estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres» (LG 65).
- Irradiar, como María, la ternura de Dios y su entrañable misericordia para con los hombres, sobre todo hacia los más pobres y necesitados.
- Tener la seguridad de que el Espíritu del Padre y de la Madre hablará y actuará en nosotros y por nosotros (cf. Aut. 687; cf. EA p. 647; CPR 91) y nos capacitará para proclamar las maravillas de Dios y la llegada de su Reino, que restablece unas relaciones fraternas entre los hombres y los pueblos, basadas en la justicia y el amor.
5. DISCÍPULOS: OYENTES Y SERVIDORES DE LA PALABRA
El discipulado misionero nace del Evangelio y en él se recrea continuamente. "Propio del discípulo es estar siempre a la escucha, abierto a las sorpresas de la Palabra y del Espíritu" (SP 2). Claret tuvo un corazón dócil al Espíritu y se dejó formar por Jesús y María en la escuela del Evangelio, sometiéndose a un proceso de interiorización progresiva de la Palabra, que destruye las raíces del egoísmo, purifica el corazón y lo transforma en "evangelio vivo". Por eso pudo ser al mismo tiempo evangelizador y formador de evangelizadores.
Nuestra comunidad es esencialmente comunidad de discípulos enviados a evangelizar: "Acoger la Palabra que nos hace discípulos (cf Lc 8,21), anunciarla y ser testigos de ella, es el núcleo de nuestra espiritualidad, es decir, de nuestro modo de seguir a Jesús, Profeta poderoso en obras y palabras (Lc 24,19), con la fuerza del Espíritu. El Espíritu del Padre y del Hijo -Espíritu también de nuestra Madre (cf. Aut. 687)- es el centro integrador de todas las dimensiones de nuestra vida y misión" (SP 13).
El evangelizador debe ser discípulo dócil para ser apóstol eficaz, y, para ello, es preciso entrar en la dinámica de la lectura y meditación del Evangelio. Ese aprendizaje, en discipulado de comunión con el Maestro, no termina nunca.
6. COMUNIDAD FRATERNA PARA LA MISIÓN UNIVERSAL
Los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles nos explicitan las características de la comunidad del Reino.
Claret insiste en la necesidad de la vida en comunidad, ofreciéndonos algunas imágenes pintorescas que nos ayudan a entender su pensamiento (Aut. 606-613, 714). En su mente, la comunidad claretiana aparece, ya desde los orígenes, como una comunidad de vida evangélica y apostólica, cuyos pilares son: la fraternidad compartida, la pobreza radical y la evangelización universal. Una comunidad que se constituye en torno al Señor y a la misión que Él le ha confiado.
Vinculada carismáticamente a la comunidad apostólica, la comunidad claretiana, tal como la ideó el P. Fundador, es una comunidad fraterna en estado de misión. En ella ocupa un lugar fundamental la Palabra de Dios: "En nuestro carisma es tan esencial la Palabra de Dios a la comunidad, como la comunidad a la Palabra (cf. CC 13). Sin el primado de la Palabra, la comunidad claretiana pierde su razón de ser" (SP 7).
Animada por el Espíritu, está construida sobre la roca viva de la Palabra y se alimenta de la Eucaristía. Es una comunidad de testigos del Evangelio: "seréis mis testigos... hasta los últimos confines de la tierra" (Hech 1,8).
Una característica importante de la fraternidad claretiana es la universalidad en la misión. El P. Fundador estuvo siempre abierto al anuncio universal del Evangelio: "Mi espíritu es para todo el mundo" (EC, III, p. 41). Para alcanzar perennidad en el espacio y en el tiempo, quiso que otros, animados de su mismo espíritu (cf. Aut. 489), se asociaran con él para conseguir con ellos lo que él solo no podía (cf. ib.), y dilatar el ámbito de la misión. La Congregación es esa comunidad llamada a anunciar la Palabra en todo el mundo y a colaborar en la construcción del Reino.
7. UN ESTILO DE VIDA "A LA APOSTÓLICA"
La vida misionera de Claret se inspira en las reglas apostólicas, que ofrecen Mateo y Lucas (cf. Mt 10,5ss; Lc 10,1-12; Aut. 429-436). En ellas vislumbró ya el seminarista Claret la regla de vida que debería adoptar, lo que él llama "la manera apostólica", cuyos rasgos configurantes son:
- Vivir en comunión íntima con Jesús, como los Doce.
- Asumir la pobreza voluntaria, compartiéndolo todo con los hermanos.
- Practicar la itinerancia evangelizadora.
- Dedicarse de forma total y exclusiva a evangelizar a los pobres.
- Viajar siempre como pide Jesús a sus discípulos, "sin alforja para el camino (Mt 10,10)".
- Convertir la evangelización en "pasión dominante" de toda la vida.
8. LECTURA VOCACIONAL DEL EVANGELIO EN CLAVE CLARETIANA
Claret ha leído y asimilado el Evangelio según el carisma recibido. Él no posee una forma nueva, original, de leer el Evangelio; pero sí un modo peculiar de leerlo, vivirlo y transmitirlo, y una clave de interpretación bien definida sobre todo en sus escritos dirigidos a los misioneros.
Su lectura es "vocacional" (cf. Aut. 114, 120). De ella nace el "claro conocimiento" (Aut. 101) del proyecto de Dios sobre él y su identificación vocacional como misionero apostólico. En ella ve con claridad su itinerario vocacional (cf. Aut. 115), las líneas maestras del carisma y de la imagen ideal del misionero apostólico. Esa lectura vocacional, "particularmente incisiva para él en los textos vocacionales de los Profetas y del mismo Jesús" (MCH 53), le confirma en su identidad de servidor de la Palabra y le proyecta a la misión universal.
Por esta razón el documento del último Capítulo General nos recuerda: "La práctica de nuestro Fundador de la lectura diaria y vocacional de la Biblia, y su acogida como Palabra de Dios hoy para nosotros, han de ser rasgos de familia, que nos permitan dar razón constante de que somos oyentes-servidores de la Palabra» (SP 14).
8.1. Necesidad
Seguidores de Jesús, como Claret, también a nosotros se nos pide un contacto vivo con el Evangelio: su lectura, meditación, asimilación y vivencia comprometida (cf. MCH 82-85), en orden al servicio misionero de la Palabra (cf. SP 14). No podremos ser servidores de la Palabra en el mundo de hoy, con todo lo que esto comporta de radicalismo evangélico y dinamismo misionero, sin una "lectura vocacional" de la Palabra de Dios, que nos afiance en las raíces de nuestra vocación.
8.1.1. ¿Cómo es la lectura claretiana?
La lectura de Claret es carismática, es decir, hecha desde la plenitud del Espíritu, que provocó en él un encuentro íntimo con el Evangelio y, como a Jesús y a los Doce, le ungió para evangelizar a los pobres. Él mismo nos dice que Dios le hizo entender de un modo muy particular las palabras que encierran la esencia de su carisma misionero: "El Espíritu del Señor está sobre mí..." (Lc 4,18; cf. Is 61,1; Aut. 118, 687).
Este texto se ha convertido en el eje de su experiencia carismática. Tanto el Evangelio como el resto de la Escritura, los asumirá y los interiorizará desde la realidad de la unción recibida para evangelizar a los pobres. A partir de ella Claret entenderá su vocación, su espiritualidad, su estilo de vida y el sentido y alcance de la misión.
8.1.2. Características de esta lectura
Según Claret, la lectura de la Palabra de Dios debe ser:
* Atenta, reflexiva y sobre todo contemplativa, esencial para el discernimiento vocacional inicial y permanente.
* En clave de servicio misionero: la Palabra escuchada en asidua contemplación (cf. Lc 10,39; CC 34) nos revela el Proyecto de Dios y nos llama a ponernos a su servicio. Se traduce en servicio misionero.
* Con una centralidad cristológica. Los misioneros "han de tener los ojos del espíritu fijos sobre Jesucristo, autor de la vida".
* Con una fuerte orientación misionera, centrada en la persona de Jesús predicador, profeta y apóstol. Palabra escuchada que habrá que proclamar.
* Capaz de iluminar la realidad histórica y de ofrecer un juicio de valor sobre ella.
* En el ámbito de la tradición de la Iglesia (cf. EE pp. 478-480).
Existen, según Claret, tres formas o niveles de acercamiento a la Palabra de Dios:
- La lectura espiritual asidua y atenta, vivificada por el soplo del Espíritu.
- El estudio fiel y esmerado, obligación grande e imprescindible para el misionero.
- La meditación, sin descanso, de quien entrega el corazón al texto sagrado, y, sobre todo a Dios, que habla en lo profundo.
La de Claret es una lectura que, bajo la acción del mismo Espíritu Santo que inspiró la Escritura, busca y encuentra en ésta su espíritu; esto es, la verdad salvífica que ilumine, mueva y modele concretamente la vida y conducta personal del lector en la situación en que se encuentra.
Respecto de Jesucristo, su lectura está caracterizada por lo que se llama el "literalismo evangélico", copiándolo e imitándolo, a fin de salir un perfecto discípulo suyo (EE p. 298). Pero su literalismo evangélico, fijo en la imagen de Jesús Misionero, va más allá de la simple imitación exterior, tendiendo a hacer realidad el texto paulino: "Es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20). La imitación brota de la comunión de vida con Cristo, a la que todo cristiano debería llegar (cf. Aut. 398, 429, 430, 432).
Este tipo de lectura, que supera el nivel crítico-textual para ser una lectura hecha en el Espíritu e impulsada por Él, tiene para Claret estos efectos:
- interpelante: "Había pasajes que me hacían tan fuerte impresión, que me parecía que oía una voz que me decía a mí mismo lo que leía" (Aut.114);
- estimulante: "Lo que más me movía y excitaba era la lectura de la santa Biblia" (Aut. 113);
- llena de impulso misionero: "En muchas partes de la Santa Biblia sentía la voz del Señor que me llamaba para que saliera a predicar..." (Aut. 120).
8.1.3. La metodología claretiana
Observando la lectura de la Biblia que hace Claret, encontramos unas constantes que podríamos interpretar como unas líneas metodológicas sencillas para leer la Escritura:
a) Con una fe profunda: para alcanzar la sabiduría del Espíritu y una mayor eficacia apostólica: "proponer y explicar el sagrado texto con simplicidad en la manera que es útil para enseñar, reprender, corregir e instruir en la justicia" (Miscelánea..., p. 301).
b) Con humildad: porque Dios se revela a los humildes y sencillos y se oculta a los soberbios (cf. Lc 10,21): "La voz de Dios es para los sencillos y humildes. El Señor pone los ojos en las criaturas humildes y mira como lejos de sí a los altivos" (Colegial instruido, I,2,4,1). Ejemplo de ello es la Virgen María (cf. EE, p. 365).
c) Con devoción y ánimo de aprovecharse de su lectura (Prólogo de la Biblia Vulgata): La devoción es el don de piedad, la estima del tesoro de la Palabra de Dios, mientras que el ánimo es la disposición interior, la acogida desde la fe, que lleva al creyente a ser tierra blanda para que la Palabra produzca fruto centuplicado.
d) Con recogimiento y silencio interior. "En el silencio y en la paz adelanta el alma devota y aprende los misterios de los libros sagrados (Kempis, lib. 1, c. 20)" (Propósitos, 29 octubre de 1860: EA p. 557). La ciencia del corazón sólo se consigue en el recogimiento interior. Claret pedirá a los llamados al ministerio de la divina palabra que, a ejemplo de Jesús, se retiren antes a orar.
e) Sobre todo con amor de Dios: "El que es de Dios oye la Palabra de Dios (Jn 8,47)" (Memoria Academia de San Miguel, p. 5). El amor es la fuente de la humildad para aceptar la voluntad del Padre y llegar a la obediencia de la fe, que consiste en reconocer y acoger la voz de Dios transmitida por aquellos que han hablado en su nombre.
f) Superando la letra y entrando en el espíritu, que es la caridad, núcleo central del mensaje bíblico. La mejor manifestación de ese amor y, por lo mismo, la garantía de una profunda sintonía con el espíritu del Evangelio, es la fidelidad a Dios y la entrega a los hermanos: si algunos no entienden las Escrituras, o no quieren entenderlas, es porque no quieren obrar el bien (cf. EA p. 492).
g) Aprenderlo de memoria. Claret recomienda que, si es posible, se aprendan los textos de memoria. Con ello pretendía dos objetivos fundamentales: alimentar la propia vida espiritual con la evocación de frases bíblicas o evangélicas, que vayan marcando la orientación de la propia vida y que pueden convertirse en breves plegarias, e incrementar continuamente el bagaje necesario para la evangelización con los textos de la Biblia.
La asimilación contemplativa del Evangelio transforma al misionero, engendra en él la caridad apostólica, lo habilita y lo empuja al ministerio de la Palabra: "verás por propia experiencia cómo por este medio te favorece el Señor con sus gracias, y te comunica aquellos auxilios que tanto has de menester para cumplir tus obligaciones y llenar debidamente las funciones del sagrado ministerio" (Prólogo Biblia Vulgata).
Los que se preparan para el ministerio de la evangelización, "con la lectura de la santa Biblia, que deben leer detenidamente y meditar sin descanso", saldrán "buenos discípulos y fervorosos predicadores, que no predicarán a sí mismos, sino a Jesucristo crucificado, como dice San Pablo" (Miscelánea..., p. 154).
Las Constituciones y los documentos congregacionales traducen hoy, para nosotros, esta vivencia y estas enseñanzas del Fundador: "La Palabra de Dios que debemos proclamar, escuchémosla antes en asidua contemplación y compartámosla con los hermanos, para que nosotros mismos nos convirtamos en Evangelio, nos configuremos con Cristo y seamos inflamados por su caridad que nos ha de apremiar" (CC 34). "El estudio, la meditación y la contemplación de la Palabra ocuparán un lugar fundamental en la vida de quienes tenemos como vocación en el Pueblo de Dios ser ministros de la Palabra. Alimentemos en nosotros la actitud de dejarnos interpelar por ella, escuchémosla como invitación a una vida nueva; leámosla en clave vocacional a la luz de los desafíos que reclaman nuestro servicio misionero" (CPR 54). Hemos de hacer "del estudio bíblico una de nuestras preocupaciones centrales" (SP 14.1). Y, además, se nos señala el contexto que nos va a hacer posible una comprensión auténtica de la Palabra y nos va a preparar para anunciarla "Identifiquémonos con los pobres, sin lo cual es difícil entender y anunciar la Palabra de Jesús" (SP 16.4).
8.2. Limitaciones
En el siglo XIX existían toda una serie de limitaciones en la lectura e interpretación de la Palabra de Dios, debidas fundamentalmente a un hecho advertido por Claret: la desidia en el uso de las Escrituras, que él procuró contrarrestar con sus iniciativas. La escasa preocupación del clero por la evangelización hacía que escasearan hombres preparados en el campo bíblico. Por otra parte, el estudio de la Escritura en los seminarios, o en las facultades de teología, se limitaba a acudir a comentarios tradicionales, más de carácter ascético que exegético.
Además, tanto el nivel hermenéutico como el exegético dejaban mucho que desear, pues los grandes adelantos en este campo -al menos en la Iglesia católica- han tenido lugar ya dentro de este siglo y a lo largo de él.
Todos estos factores influyen en la lectura que Claret hace de la Biblia. Su interpretación está frecuentemente limitada por estos condicionamientos. Nosotros estamos llamados a asumir el puesto que la Palabra de Dios ocupó en su espiritualidad, la actitud con la que se colocaba frente a la misma, y el lugar que la Biblia tuvo siempre en su acción apostólica. Pero deberemos saber distinguir igualmente aquello que es fruto de su tiempo y que no constituye, en manera alguna, para nosotros criterio orientativo.
No cabe duda, sin embargo, que Claret contribuyó notablemente, sobre todo gracias a la formación que recibió en el seminario de Vic donde se daba una importancia muy grande a la Biblia, a promover el acercamiento de los sacerdotes y agentes de evangelización a la Palabra de Dios. A nosotros concretamente, a través de su experiencia, nos dejó una clave "vocacional-misionera" de lectura.
9. CONCLUSIÓN
Claret es para nosotros "modelo de identificación e inspiración en nuestra vida misionera" (CPR 9). Su vida y misión nos siguen interpelando, así como su rica experiencia del Evangelio, del que hizo vida y testimonio, celebración y anuncio. Su espíritu apostólico se nutre especialmente en la lectura de la Palabra de Dios, convirtiéndose, también en este aspecto, en modelo para todos los que comparten su carisma.
Sin la familiaridad con la Palabra de Dios, el claretiano corre el peligro de vivir anclado en la mediocridad, y de convertirse en un evangelizador incapaz de comunicar la fuerza del Evangelio. En cambio, el contacto vivo con ese manantial nos hace "personas seriamente capacitadas para comunicar con competencia el Evangelio al hombre de hoy, y para dar seguridad, al mismo tiempo, a nuestra búsqueda de respuestas nuevas" (CPR 30).
La lectura asidua de la Palabra de Dios, hecha personalmente y en comunidad, nos llevará a ser los "evangelizadores del todo centrados en Dios-Padre, urgidos por la caridad de Cristo, guiados por su Espíritu y apasionados por sus hermanos" (SP 4.5), que nos pide el último Capítulo General.
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