joánicos X
Tema 10:
LA IGLESIA PERSEGUIDA DA TESTIMONIO
TEXTO: Apocalipsis 8,1 - 15,4
CLAVE BÍBLICA
1. NIVEL LITERARIO
1.1. Vigorosa mezcla de diversos elementos narrativos
Una primera lectura descubre en esta parte del libro la existencia de múltiples visiones, llenas de dramatismo. Unas detrás de otras se precipitan sin apenas dejar respiro o calma al lector. Pero contempladas con más atención, dejan transparentar desde dentro, más allá de detalles pintorescos, una trabazón profunda que las unifica. Son las fuerzas del mal, hasta ahora contenidas, que irrumpen con violencia en la historia. Todas estas fuerzas atentan contra el designio de Dios, que hace presente la comunidad de los testigos de Jesús. Esta se ve alterada, combatida e, incluso, perseguida hasta la muerte. Dios, sin embargo, la asiste y la protege. Vamos a contemplar a grandes rasgos estas visiones, de confrontación radical entre el mal y la comunidad cristiana, que es perseguida porque no deja de dar testimonio de Jesús ante el mundo.
1.2. Septenario de las trompetas
Los capítulos 8-9 nos devuelven al Éxodo. Este paralelismo se acentúa en el c.8, del que ofrecemos someramente una lectura global. La primera trompeta provoca una colosal tormenta de granizo y fuego, con sangre; es una acentuación de la plaga del cuarto caballo de color verde-amarillo (Ap 6,8) y recuerda la séptima plaga de Egipto (Ex 9,22-26). La segunda alude a una convulsión volcánica de dimensiones cósmicas: un gran monte ardiendo se precipita sobre el mar, que convierte en sangre sus aguas; recuerda la primera plaga de Egipto (Ex 7,20s). La tercera es una catástrofe astral, una estrella ardiendo se precipita sobre la tierra y empozoña las aguas, volviéndolas amargas (cf. Ex 15, 22-25). La cuarta trompeta alude a un eclipse simultáneo de planetas y satélites (Ex 10,21; Jl 3,4).
El Ap ha realizado toda una evocación poético-dramática, teniendo como referencia principal las plagas de Egipto. Ahora estas plagas se abaten sobre la naturaleza: la tierra, el mar, las aguas y la luz. Se trata del poder del mal, que realiza una obra antidivina, a manera de una anti-creación. Lo que Dios había hecho bueno (repárese con cuidado en el orden inverso del Génesis: la luz, las aguas, la tierra), ahora se desnaturaliza y pierde su bondad original.
Igual que las plagas fueron una llamada para que no se endureciera el corazón, las catástrofes actuales siguen siendo una apremiante interpelación al "faraón" y a todos sus secuaces, para que se conviertan y dejen de oprimir con la esclavitud a los hombres libres. Por otra parte, estas catástrofes son señales de liberación para el pueblo elegido, como aconteció en Egipto.
1.3. Descripción "surrealista" de los "horrores de la guerra"
e trata de una pintura, de algo que entra por los ojos e impresiona como una sacudida nuestra pupila (c.9). El Ap ofrece una variada simbología que permite vislumbrar el dominio de las fuerzas del mal, en donde los animales se metamorfosean en figuras cada vez más siniestras (9,2-12). Así aparecen las plagas de langostas, que oscurecen el cielo y presagian calamidad (9,7-9). Es un cuadro verdaderamente lúgubre. Aparecen amenazantes, como caballos dispuestos para la guerra. Se mudan en escorpiones (9,10). Habrá tan intenso dolor, tan insoportable que ni la misma muerte ansiada será lenitivo suficiente para calmar el sufrimiento (9,6). Se trasmutan en caballos voladores, con corazas de hierro y el "estruendo de sus alas, como el ruido de carros que corren a la batalla" (9,9). Inhumano resulta el panorama ofrecido, y los personajes tienen coronas de oro y "caras como de hombres", sus cabellos son de mujer y sus dientes de león (9,7-8). Se sintetizan en breves pinceladas algunos males endémicos de la perversión: se alude a la arrogancia del poder, que se sirve de su soberbia ("coronas de oro") para oprimir. Se evoca lo negativo de la mujer: su capacidad de embrujo y seducción fatal. Se insiste en el maligno instinto del león: capacidad insaciable de matar.
El cuadro siguiente sigue siendo alucinante: es el de la caballería infernal (9,13-21). Se despliega un ejército colosal de doscientos millones de caballos. Surgen caballos en estampida -como en la apertura de los primeros sellos-, y dotados de una enorme ferocidad; pues luego se convierten en leones, y sus hocicos braman fuego, humo y azufre. Los jinetes son apenas entrevistos. Ambos, caballos y caballeros, formando una unidad destructiva, casi como centauros, llevan el color rojo de la sangre derramada, y la devastación del fuego, el humo y el azufre. Están hechos para destruir, pues tienen colas como de serpientes venenosas (9,19). Actúan a manera de ramificaciones del Demonio, denominado en el libro la "Serpiente (o Dragón) primordial" (Ap 12,3.14.15; 20,2). Esta caballería infernal matará la tercera parte de la humanidad (9,15).
Las atrocidades de la guerra, la injusticia del planeta, las calamidades naturales, los terremotos, el hambre del mundo, la enfermedad, las epidemias, la mortandad, las incontables plagas y penas de la humanidad..., todo cuanto, en fin, ha servido para acuñar esa frase por la cual "el hombre es para el hombre un lobo", queda evocado en el libro con la pintura simbólica de la plaga de las langostas y la caballería infernal
Pero el Ap intenta que el lector sea capaz de ver más adentro de los hechos tristes y pueda comprender con inteligencia ("intus-legere": leer dentro) espiritual (guiado por la luz del Espíritu) cuál es el origen de donde proviene tanto sufrimiento en el mundo. Por ello ha creado, para darle un nombre a ese pozo del abismo de donde brota el mal, las figuras, con variadas alusiones bíblicas, del gran Dragón, de la primera Bestia y de la segunda Bestia o falso profeta. Son designaciones simbólicas, apelativos crueles, nombres de fiera. La primera Bestia recurre a la violencia para provocar la apostasía de los fieles; es la imagen de la persecución. La segunda utiliza la persuasión: es la seducción.
1.4. Enigmático relato de los dos testigos
La lectura de Ap 11,1-13 manifiesta las características de ser una extraña alegoría, un sueño nocturno, denso de imágenes enigmáticas e incluso contradictorias. Muy poco se explicita acerca de estos dos testigos-profetas, cuya identificación aparece sugerida por una acumulación de rasgos indefinidos pero nunca claramente descubierta. Relato profético, provisto de una sobrecarga de reminiscencias veterotestamentarias. Se pierde el normal sentido del tiempo, pues en él están presentes, de manera rotativa, los tres tiempos verbales (pasado, presente, futuro). El lugar de la acción cambia de repente; ciudades muy distintas parecen ser simultáneamente escenario luctuoso de la muerte de los dos testigos, cuyos cadáveres son arrojados irreverentemente en la plaza pública. En tales circunstancias las palabras corrientes asumen un aspecto fascinante o amenazador. El cuadro referencial de esta visión onírica no establece directamente la situación, sino que la manifiesta por medio de metáforas, que al principio no se pueden comprender, pero que dejan entrever una riqueza simbólica plena de sugerencias para abrirse al misterio de la Iglesia. El dinamismo del relato es bien elocuente, los verbos son numerosos; puede afirmarse que su frecuencia configura toda una trama de acción vertiginosa. La presencia constante de la conjunción copulativa "y" no sólo da al texto un tono de cierto primitivismo, sino también la angustia existencial que aporta este clima de honda pesadilla, aunque el final sea feliz. Pero se hace preciso mantener el lenguaje duro e incluso paradójico de Ap para tratar de indagar qué se oculta debajo de tal rudeza idiomática. Porque el presente relato, redactado con tan acusados relieves -donde se patentiza la original escritura de Ap-, ofrece un admirable compendio del testimonio de la Iglesia. "Todas las ideas primitivas acerca del testimonio se concentran en la alegoría de los dos testigos" (Cerfaux). A este relato debemos referirnos más adelante y con detención, para obtener los destacados perfiles del nivel teológico.
1.5. Tres signos (semeia)
1.5.1. Los signos de la mujer y del dragón
Existen en Ap 12 los dos elementos configuradores del relato: las dos grandes "señales" (semeia). Aparecen en incesante contraste la mujer y el dragón. La mujer es mencionada en ocho ocasiones (12,1.4.6.13. 14.15.16.17); el dragón se encuentra asimismo -sorprendente semejanza- ocho veces (12,3.4.7bis.9.13.16.17). Ambos elementos, además, son introducidos con marcadas afinidades: el mismo verbo ("fue visto"), idéntica característica identificadora ("signo") y el mismo lugar ("en el cielo").
Se subrayan otras circunstancias contrapuestas: el cielo y la tierra, que conforman espacialmente el hilo narrativo. Hay una rápida sucesión de lugares a lo largo del relato. Siguiendo estas marcas referenciales y atendiendo el devenir de la acción narrada, puede dividirse el capítulo en tres escenas fundamentales.
La primera escena (1-6) se desarrolla primordialmente en el cielo. Los personajes son la mujer, el dragón y el hijo/varón; pero con ligeras modificaciones espaciales, que es preciso señalar. En el v.4b se alude a la tierra (adonde el dragón arrastra una enorme porción de estrellas). En el v.5 el niño es arrebatado al trono de Dios (que se sitúa idealmente en el cielo). En el v.6 la mujer huye hacia la tierra (exactamente al desierto). Conforme a estas características, puede titularse: "Presentación y actuación de los personajes".
La segunda escena agrupa los vv.7-12. Se inicia en el cielo, con la descripción de un combate entre Miguel y el dragón (7-8); prosigue en la tierra, adonde es arrojado el dragón (9); y retorna al cielo, en donde se escucha un himno celebrativo (10-12). Hay un mutuo alternarse entre cielo y tierra. Puede ser denominada: "Combate y doxología".
La tercera y última escena se localiza claramente en la tierra, contiene los vv. 13-17. Se resume con este breve epígrafe: "Persecución de la mujer y de su descendencia por el Dragón".
Se destaca un elemento, vitalmente desvalido, pero literariamente central, que actúa como verdadero resorte dramático y que constituye el desencadenante de toda la historia, ante quien los otros personajes definen su verdadera personalidad, y que moviliza la estrategia de este combate a muerte: la mujer que va a dar a luz a un niño. La misteriosa mujer siempre aparece en referencia a su hijo. Grita, debido a los dolores del parto, porque va a dar a luz (2); nuevamente es descrita como la que va a dar a luz (4); por fin, da a luz un hijo varón (5); y más tarde, al resto de su descendencia (17). La silueta de la mujer queda recortada desde el trasfondo de este hijo (individual y colectivo), a saber, considerada fundamentalmente como madre. La aparición del dragón está en confrontación perenne con la mujer, porque ésta va a ser madre de un niño. Se sitúa frente a la mujer que va a dar a luz, con una intención amenazadora: devorar al niño (4).
Parece congruente, pues, afirmar que el tema de fondo del relato lo constituye la mujer-madre, que provoca la amenaza y la lucha encarnizada del gran dragón. El niño que es dado a luz por la mujer es providencialmente puesto a salvo por Dios. Pero el combate prosigue. Ante las acometidas del dragón, la mujer-madre es asistida con la ayuda del cielo y de la tierra; resulta victoriosa, y un himno celebra en el cielo este triunfo. Se hace ahora patente que esta mujer-madre y el hijo abren su significación singular a una colectividad, como claramente se expone en la tercera escena. La misma lucha persiste, incluso con redoblada saña por parte del dragón, contra los descendientes de la mujer, los cristianos.
Ap 12 ha creado una secuencia narrativa, que oscila intermitentemente entre el cielo y la tierra, con un clima descriptivo excesivo: sorprende su magnitud, casi todo en él es "grande". Este adjetivo acompaña a los personajes y también a sus gestos: el signo de la mujer (v.1), el dragón rojo (2.9), la voz que se oye en el cielo (10), el furor del dragón (12), el águila (14). Pero especialmente ha insuflado en el relato un creciente clima de suspense que sólo al final se desvela, merced al último verso "Y se llenó de ira el dragón contra la mujer, y se fue a proseguir el combate contra el resto de su descendencia, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús" (17). Este verso ofrece la clave eclesial-cristiana, para acceder al contenido; pues en él explícitamente aparece la mención de los nombres de Dios, de Jesús, de la mujer y su descendencia que alude a quienes guardan la palabra divina, testimoniada por Jesucristo. Y concede, sobre todo, el sentido teológico y la oportunidad histórica de la lectura.
La mujer es figura de la Iglesia, la que históricamente da a luz a Cristo por su testimonio (cf. Ef 4,12; Gal 4,19). Y también es figura de María, la Madre de Jesús y de su descendencia.
Este relato apocalíptico quiere fortalecer a una Iglesia combatida a muerte por unas fuerzas negativas, tan corrosivas como idolátricas, cuyo origen abisal es demoníaco, y que en el colmo de su desesperación, se llenan de ira, para perseguir cruelmente a la Iglesia.
La Iglesia, pueblo de Dios, da a luz al Mesías, y éste con el triunfo de su resurrección derrota estrepitosamente al dragón, quien, humillado y resentido, va a perseguir ahora a la comunidad de los cristianos, los que siguen el testimonio de Jesús. Pero ya ha llegado el triunfo y el reinado de Dios y de Cristo; sólo es preciso completarlo, queda poco tiempo. El ataque del dragón se hará más cruel, pero la asistencia de Dios será mucho más poderosa.
1.5.2. El paso del mar Rojo
De nuevo Juan se sitúa proféticamente en el cielo, y allí le es dado mirar otra señal -la tercera-, tras las señales o signos prodigiosos de la mujer (12,1) y del gran Dragón (12,3). Ve siete ángeles que tienen siete plagas; se indica que éstas son “las postreras”, porque en ellas se va a consumar la ira de Dios. Esta tercera señal pretende fortificar la fe de la comunidad cristiana, tras la adversidad sufrida, y la calamidad de las plagas que se avecinan. Nada tienen que temer los cristianos fieles. Como siempre, el Ap sigue siendo el libro de la consolación.
La visión muestra la suerte de los que no han dado culto a la Bestia ni han cedido a sus hechizos. Aparece un mar cristalino, mezclado con fuego. Se trata de un símbolo para referirse al mar Rojo (Ex 15.1-9; Sab 19,2-21). Lo mismo que siguieron los israelitas tras las huellas de Moisés, a pie enjuto, así marchan los cristianos vencedores tras la senda abierta por el Cordero.
Se había indicado (véase el amplio contexto polémico del c.13) que a la primera Bestia se le permitió hacer la guerra a los santos y vencerlos; que también se le dio poder sobre la humanidad (v.7). Todos los que moran en la tierra adoraron a la Bestia, excepto unos pocos, aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero degollado (v.8). La segunda Bestia prosigue la misma acción corrosiva de su antecesora; pretende que todos adoren la imagen de la primera Bestia y quienes rehúsen este reverencial servicio serán reos de muerte (v.15); exige también que se ponga una marca en su mano derecha o en su frente a fin de hacerlos esclavos por siempre, sin posibilidad ya de escapatoria o de rendición (v.16). Los vencedores son quienes han tenido la libertad y el coraje de desafiar a las Bestias, no prestarles pleitesía ni adoración. Algunos de ellos han pagado con el precio de sus vidas su inquebrantable lealtad a Dios. Pero han resultado a la postre vencedores, están de pie y cantan.
1.6. Función
El objetivo crucial de estos capítulos es reanimar a la Iglesia perseguida, inculcándole la certeza firme de que el plan de Dios se realiza en medio del sufrimiento y la cruz. Hay en el curso de la historia de la salvación fuerzas incontroladas, desmedidas en su cantidad y en su malicia de hacer radicalmente daño. Actúan como una anti-creación. Recuérdese lo dicho a propósito de las plagas. Cuando se desbocan, se muestran irresistibles. Se ceban con especial virulencia en la Iglesia, la atacan a muerte. Como el gran Dragón que, apostado, quiere devorar al niño; como las aguas torrenciales que quieren ahogar a la mujer en el desierto. El "mundo" (acepción joánica) se levanta y mata a los testigo de Jesús, y sus habitantes se alegran perversamente con la afrenta de su muertes. El poder del mal atacará a la Iglesia, pero no prevalecerá.
A pesar de tanta persecución, el designio de Dios se va a realizar. Lo anuncia vigorosamente el ángel, el que pone un pie en la tierra y otro en el cielo, abarcando la humanidad entera, y que jura tomando por testigos a cuanto hay en ellos. Su juramento, situado en el centro irradiante de estas narraciones, reviste gran solemnidad: el misterio de Dios se va a cumplir, tal como los había anunciado a sus siervos los profetas (10, 7). Dios es fiel a su designio de salvación y se va a llevar a cabo perfectamente (verbo de perfección: teleo). Nada ni nadie va a torcer su designio.
Pero antes es preciso que la Iglesia pruebe los agridulces sinsabores de su tarea. El libro que "devora" el vidente sabe amargo como la hiel pero dulce como la miel, es decir, la comunidad sentirá el gozo de anunciar el evangelio de Dios y también la amargura que conlleva la ardua tarea de la profecía, cuando ésta es rechazada (léase la confesión de los profetas Amós 3,3-8, y Jeremías 20,9). La Iglesia, alertada, debe conocer que le espera el sufrimiento y la persecución durante la misión de su testimonio de Jesús.
2. NIVEL HISTÓRICO
2.1. Comunidad cristiana perseguida en Asia Menor
En estas narraciones se hace alusión directa a la Iglesia cristiana perseguida, en Asia Menor, tal como se vio con cierto detalle en la introducción, cuyos pormenores no vamos a repetir. Por los años 95 d.C. surgió una hostigamiento cruel contra la Iglesia. Ap delata estas persecuciones y profetiza un enfrentamiento mortal del imperio para acabar con la Iglesia. Estos son los primeros datos del nivel histórico que es preciso considerar, pero no los únicos.
2.2. Nivel "metahistórico": presente, pasado, futuro
Se ha pensado que el relato de los dos testigos (11,1-13), se refiere directamente a los acontecimientos de la gran guerra judía. De esta manera se cae en la pura interpretación historicista, que parte del apriorismo de que Ap refleja como una crónica los sucesos bélicos de la gran guerra judía. Más acorde con la escritura de Ap, es preciso buscar una interpretación simbólico-eclesial. En esta Iglesia universal están los verdaderos adoradores, que son cristianos y también los judíos convertidos; ambos constituyen el definitivo Israel verdadero. Dentro de la Iglesia, único pueblo de Dios, confluyen las aspiraciones del AT y los logros del NT. En la Iglesia se encuentra el judaísmo étnico que -siguiendo su impulso más innato- reconoce a Cristo, pero no los judaizantes que se mantienen aferrados a la ley de Moisés, contraponiéndola salvíficamente a la de Cristo, y que persiguen con saña a los cristianos. Este problema, que con tanta virulencia se desató en los albores del cristianismo, estaba ya doctrinalmente zanjado; y el Ap refleja el postrer estertor del judaísmo más recalcitrante, designa peyorativamente a los judíos, ya del todo desligados de la Iglesia y delatores y perseguidores de los cristianos, llamándolos con la peor expresión con que podían ser motejados, mediante esta unidad de contrarios: "los judíos, sinagoga de Satanás" (2,9; 3,9).
El problema de la historia lo resuelve Ap de manera magistral, aunque una somera lectura constata anómalos fenómenos gramaticales, que han sido diversamente calificados por los exégetas. El peculiar empleo del tiempo verbal resulta sumamente llamativo en Ap. Aparecen en el relato de los testigos los tres tiempos verbales entremezclados: presente (vv.4.5.6.9.10), aoristo o pasado (vv.11.12.13) y futuro (vv.3.7bis).
Tan extraño empleo gramatical se ciñe no sólo al c.11, sino que abarca a todo el libro del Ap. Se verifica ya en la primera designación divina ("El que es, era y ha de venir": 1,4). Aparece idéntico procedimiento en la doxología que los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos tributan al Cordero a causa del misterio de su redención, origen de la Iglesia (5,9-10); también en el cántico de Moisés y del Cordero, que entonan los vencedores, los que han pasado el mar de la prueba (15,4), y en el macarismo acerca de los cristianos que mueren en el Señor (14,13).
Los tres tiempos verbales actúan en rotación continua dentro de la misma narración; presente, pasado y futuro se complican y se mezclan fundiéndose y creando una especial línea cronológica que califica el tiempo del Ap con el apelativo de "metahistórico". Hay saltos hacia atrás y anticipación de acontecimientos; existe una liberación del determinismo del tiempo continuo que suele marchar irremediablemente hacia su fatal desenlace. Para el Ap, en cambio, lo que fue pasado puede volver a suceder ante nosotros y convertirse en un presente, y el futuro puede adelantarse y acontecer hoy.
Esta manera de concebir la temporalidad, deliberadamente escogida y requerida por el tema que trata, no significa un juego de azar, sino que posee una relevancia teológica. Existe, pues, una cierta supertemporalidad con respecto a los hechos que se describen; no son éstos meras contingencias que se agotan en su transitoriedad, sino que constituyen una constante temporal que sucede. Tan extraña singularidad manifiesta que los elementos descritos en Ap, visiones simbólicas y palabras proféticas, recobran una validez perdurable para la comunidad cristiana.
Por ello, la experiencia martirial de la iglesia, iluminada siempre por la resurrección de su Señor, no se circunscribe a hechos pasados (guerra judía, persecuciones por parte del imperio romano,...), ni tampoco a lo que acontecerá en el futuro (los últimos avatares de la historia), sino que se da en todos los tiempos (el siglo XX ha sido un tiempo de mártires). La Apocalipsis ha sido capaz de despojar al tiempo de su fugaz temporalidad y de dotarlo de una capacidad perenne: “metahistórica”. Esto mismo se puede decir respecto a las grandes calamidades de la historia que se insinúan en estos capítulos. Siguen siendo recreadas en todos los tiempos y lugares por la ambición criminal de los hombres.
2.3. ¿En qué lugar histórico es perseguida la Iglesia testimoniante?
El Ap considera cada acontecimiento en su más profundo significado; por eso no le importa reunir -aun rompiendo los esquemas lógicos del ámbito real- varias ciudades, porque todas ellas coinciden en su respuesta negativa al mensaje de Dios y son merecedoras del juicio divino. En estas ciudades han sido perseguidos y ejecutados los dos testigos, figuras de la Iglesia (Ap 11,8). Y, así, mencionando cinco ciudades (Sodoma, Egipto, Babilonia, Jerusalén, y Roma, las que persiguieron al pueblo fiel y a los cristianos) se refiere a una sola; narrando cinco historias está contando, en el fondo, la aventura de siempre, la que se repite, a lo ancho del mundo y en el devenir de la Iglesia.
El Ap relata la historia que ha vivido el pueblo de Dios en el pasado (Sodoma, Egipto, Babilonia, Jerusalén), la actualiza (Roma) y la proyecta hacia el futuro (futuro que cada comunidad cristiana, con la ayuda del Espíritu, debe asimismo actualizar en los acontecimientos que está padeciendo). Resulta imposible limitar los contornos de la gran ciudad a una sola ciudad o acotar la identidad de los dos testigos en dos figuras concretas. La gran Ciudad no queda confinada en ninguna ciudad de este mundo -el simbolismo del Ap va más allá de cualquier exclusivismo parcial-, sino que se abre a las amplias coordenadas de la historia, porque puede realizarse -se verifica de hecho- en cada tiempo y en cada lugar. En la época del autor de Ap esa gran Ciudad era Roma; pero la metrópolis del Ap no se reduce sin más a ella, sino que la supera por la fuerza desbordante del mal en la historia, que tiende a reproducirse fatalmente bajo formas múltiples, como centros de poder absoluto o estructuras sofocantes que prolongan en el tiempo y en la geografía universal las mismas condiciones negativas y demoníacas de las cinco ciudades mencionadas.
Ap se refiere como lugar de persecución a todo prototipo de ciudad secular, cerrada en sí misma, pagana e idólatra de su sistema de corrupción, autosuficiente, llena de lujo y despilfarro, socialmente insolidaria, cuya pormenorizada descripción se hace en Ap (c.18), y en donde -resume el verso final- "fue hallada la sangre de los profetas y de los santos y de todos los degollados sobre la tierra" (18,24). Esa ciudad, "donde también su Señor fue crucificado" (11,8), sigue crucificando a los testigos de Jesús, el Cordero degollado (5,6.9.12).
2.4. Referencia histórica de las visiones de Ap
Contra los dos testigos -imagen de la iglesia testimoniante- se desencadenan no unas fuerzas cualesquiera, sino unas potestades que deben su maldad a una fuente ciega (abismo o aguas subterráneas) que las empozoña, el Dragón y sus emanaciones maléficas. En el profeta Daniel la visión onírica de las bestias se aplicaba a la persecución de Antíoco contra los judíos fieles; pero el libro de Ap rescata de la concreción particular estas figuras, y las eleva a categoría de símbolos fatídicos.
Los dos testigos-profetas de la Iglesia sucumben víctimas de una fuerza de origen diabólico, que se encarna fácticamente en el estado absoluto que se hace adorar.
El gran Dragón del Ap no es un mito, ni una invención de leyendas. No puede invocarse el falso recurso de la fantasía o del mito, pues el mito no descansa en la historia.
Hay que insistir con fuerza en la dimensión histórica y constatar el espesor de la realidad. Con el apelativo sangriento de "dragón" han sido de manera sistemática catalogados los enemigos y perseguidores del pueblo de Dios: Nabucodonosor (Jer 51,34) y especialmente el faraón de Egipto (Sal 74,13-14; Ez 29,3). También Pompeyo (Salmos de Salomón 2,29).
Estas designaciones son simbólicas, pero su realidad no tiene nada de invención fantástica. En la original formulación del Ap constituyen el soporte último de cuantos personajes y acontecimientos negativos se han verificado y no dejan de propagarse en la historia de la salvación.
3. NIVEL TEOLÓGICO
3.1. La Iglesia vista en los dos testigos (Ap 11,1-13)
Estos dos testigos son presentados "sin ninguna introducción, como si ésta hubiese sido hecha antes". La presencia del artículo en el texto griego hace pensar que eran dos figuras conocidas para el autor y los oyentes del libro, no así para nosotros, lectores tardíos del Ap. La iniciativa en la aparición de estos dos testigos, sigue siendo, como en las anteriores acciones, atribuida por completo a Dios.
El Ap se fija -como expresión más visible de su presencia- en su extraño atuendo. Se dice que van "vestidos de saco". Este sobrio detalle de su indumentaria los coloca en la extensa fila de los profetas del AT, que culminarán en Juan Bautista, calificándolos asimismo de profetas. Su negro "uniforme" es un signo que caracteriza su deber de predicar el castigo como fue el caso del precursor de Jesús. Además, su burda ropa tipifica la sombría naturaleza de su mensaje. Son testigos-profetas penitentes. La única vez que sale el vocablo "saco" en Ap -durante la apertura del sexto sello subrayando los efectos del terremoto-, sirve para ilustrar la primera de las señales: es el eclipse del sol ("el sol se quedó negro como un saco" 6,12). Ir cubiertos de saco indica su tarea de profetas, y también el lado oscuro de su profecía, pues la vestidura de saco significa una actitud de duelo y penitencia (Gn 35, 34; Is 22,12; Jer 4,8; Jon 3,6-8; Mt 11,21). Estos dos testigos-profetas no ejercitarán un oficio glorioso ni brillante, su voz será "un tormento para los habitantes de la tierra" (11,10), una insistente y no bien acogida llamada al arrepentimiento.
¿Quiénes son estos dos testigos-profetas?
Las respuestas de la exégesis resultan dispares; ofrecemos las más conocidas explicaciones, siendo conscientes de sus dificultades de interpretación.
- Personajes reales del AT: Elías y Henoc, pues según el AT los dos fueron llevados al cielo. Elías y Jeremías, puesto que la muerte de este último no se conoce y llegará un día en que será profeta entre las naciones (cf. Jer 1,5-). Elías y Moisés, ya que a éste se le interpretó según el apócrifo la "Asunción de Moises".
- Personajes representativos del AT: A saber, "La ley y los profetas"; especialmente la apocalíptica judía esperaba para el final de los tiempos la aparición de dos figuras semejantes a Moisés y Elías que no iban a morir (cf. 4 Esdras 6,26).
- Personajes reales del NT: Se deja la referencia al AT, puesto que los personajes aludidos de la antigua economía no podían ser en riguroso sentido mártires. Pedro y Pablo. La exégesis ha oscilado después entre diversas asignaciones cristianas: Santiago y Juan o dos judíos convertidos al cristianismo y martirizados.
- Dos personajes futuros, que tienen que venir y cuya identificación resulta ahora imposible de establecer.
- Esteban y Santiago. Así lo indica la más reciente explicación afirmando que se trata de estos dos mártires cristianos muy conocidos en Asia Menor y en Jerusalén.
Intentar proseguir por esta senda resulta exegéticamente una simple conjetura. Es avanzar por un camino que no conduce a ninguna meta fiable; porque los dos testigos se sustraen de toda aplicación restringida y asumen la categoría de símbolos de la Iglesia profética. Representan el conjunto de los profetas de la Iglesia, su misión de testimoniar el evangelio de Jesús ante el mundo.
3.2. La Iglesia "tiene que" testimoniar
Cristo quiere que sus testigos cumplan su misión pronunciando una palabra profética, purificadora -prolongación de la misma palabra que sale de la boca del Señor-. Al mismo tiempo asegura a los profetas cristianos que, a pesar de las amenazas y peligros, Dios vela por ellos y garantiza la realización de su testimonio. Es la orden que había impartido el Señor a Juan, el vidente del Ap: "Es preciso que profetices de nuevo a muchos pueblos, razas, naciones, lenguas y reyes" (Ap 10,11).
Se trata de la necesidad urgente, teológica, del testimonio cristiano de la Iglesia. Como mensaje nuclear, hay que señalar que ningún impedimento la puede hacer desistir del cumplimiento de su misión testimoniante. Se subraya la ineluctabilidad del testimonio profético. La Iglesia "tiene que predicar el evangelio", y nada ni nadie (aunque quiera causarle daño y de hecho lo realice) va a ser capaz de obligarla a abdicar de su esfuerzo evangelizador. En su tarea testimoniante la Iglesia es invencible, inquebrantable.
Este testimonio se calca sobre el testimonio de Jesús histórico, quien frente a las amenazas de muerte de Herodes y las razones disuasorias de los fariseos (cf. Lc 13,31-32), afirma de manera resuelta: "Es preciso que hoy y mañana y pasado siga caminando" (13,34). La Iglesia tiene que decir una palabra y ofrecer un testimonio al mundo, que será, según su rechazo o su acogida, de condenación o de salvación. Su palabra y su testimonio (ambos estrechamente unidos) sólo recobran sentido cuando ofrecen un contenido cristológico: el misterio pascual de Jesús, su muerte y resurrección.
Según Ap, absolutamente hablando, sólo existe un testigo fiel y digno de crédito; Jesucristo (1,5; 3,14). Para mantener vivo su testimonio en la historia, Jesús cuenta con el testimonio de la Iglesia. Esta misión testimoniante constituye para la Iglesia su gloria y tarea indeclinable. Los cristianos son llamados en Ap los "testigos de Jesús" (2,13;11,3; 17,6): de él dependen, hacia él se remiten en su vida y en su palabra. La Iglesia de los testigos se modela sobre el testimonio de Jesús; lo reproduce y lo actualiza.
Desde el momento en que la comunidad cristiana toma como guía y referencia suprema de su vida la existencia misma de Jesús, que culmina en la cruz, como Cordero degollado, no encuentra ya un ajuste cómodo en ninguna sociedad, y entra en conflicto con ella. Ningún apóstol cristiano puede extrañarse ya de la persecución y tiene que contar siempre con ella. Se cumple a rajatabla la palabra de Jesús: "El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15,20).
Este empeño misionero de la Iglesia reviste un carácter de urgencia y de necesidad imperiosa. Es preciso que la Iglesia dé testimonio de Jesús a la humanidad. Por eso, la misión testimoniante de la Iglesia -vista en la imagen de los dos testigos-profetas-, se ubica justamente aquí (11,1-13) conforme a la estructura dinámica del Ap, como hito imprescindible dentro de la historia de la salvación. Sólo cuando la Iglesia haya "cumplido plenamente" su obra testimoniante, tocará el ángel la séptima y última trompeta (11,15a). Entonces se oirán fuertes voces en el cielo, que pregonan el tiempo de la consumación final: "Ha llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y de su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos" (11,15b). Pero antes de que se oigan estas voces postreras, la Iglesia tiene que cumplir su misión: anunciar al mundo la palabra viva del evangelio.
3.3. El poder del mal se ensaña contra la Iglesia
Pocos escritos del NT hablan con tanto realismo como el Ap de la fuerza corrosiva del mal, que invade la humanidad, deshumanizándola y apartándola de su meta de salvación.
La colectividad humana se opone con violencia al mensaje de la salvación. Este poder demoníaco se ensaña con la Iglesia, se hace violento contra los testigos. La misma presencia de los testigos en cuanto testigos de Jesús -su sola existencia- está elocuentemente señalando lo que el mundo tiene de mundano y pecador; y esta muda provocación le resulta insufrible. No puede soportarlos, por eso los matan y rematan de manera real y figurada, pues se dice que los eliminan con muerte física, los deshonran no dándoles el descanso de la tierra, después se alegran exultantes ante la visión de unos cadáveres insepultos, pensando que Dios está de su parte. Ya Jesús había avisado proféticamente: "Llegará la hora en que todo el que os mate pensará que está dando culto a Dios" (Jn 16,2).
En la plaza de la gran Ciudad son expuestos los cadáveres de los dos testigos (Ap 11,8). La "plaza" (plateia) es un espacio tan público que hace imposible no tener noticia de cuanto allí sucede. Lugar, por tanto, muy poco apropiado para el reposo de unos difuntos. Ya la frase muestra un contraste hiriente: el respeto íntimo que merece un cuerpo muerto y la platea pública donde reposan los cadáveres de los dos testigos.
La victoria de las fuerzas enemigas se hace palpable a todos, mediante la extrema humillación de los dos testigos-profetas, al quedar éstos sin sepultura. Dejar un cadáver insepulto representa una suprema injuria (cf. Sal 79,2-3; Jer 8,1-2; 16,4; 25,33; 2 Mac 5,10; injuria que le fue ahorrada a Jesús (Mt 27,57-61; Mc 15,42-47; Lc 23,50-55; Jn 19,38-42).
En pocos textos de la Escritura se habla con tanta crudeza de las consecuencias que debe arrostrar el testimonio cristiano. El mundo "se alegra, se regocija y hace fiesta" (11,10; (contrapartida de las fiestas litúrgicas judías, de Purim; cf. Est 9,19.22; Ne 8,10.12)). Se trata ahora de una fiesta macabra. ¡Cómo es posible regocijarse por la muerte y afrenta de los testigos de Jesús!
Como telón de fondo de esta escena apocalíptica resuenan las palabras proféticas, que Jesús había dicho a sus discípulos: "En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará" (Jn 16,20).
La razón esgrimida para tal vejación -según Ap- es que el mundo dice de los testigos-profetas cristianos que eran un tormento (Ap 11,10). Ajab llamó al profeta Elías -del cual el relato ha hecho repetidas alusiones-, "tormento de Israel" (1 Re 18,17). Y así, la trágica suerte de todos los profetas parece repetirse en una historia interminable.
Hay que decir, en sintonía con el Ap, que los cadáveres de los dos testigos no son la imagen de una Iglesia muerta, sino el reflejo último de la fidelidad de la Iglesia al testimonio de Jesús. Así lo dice el Señor a la Iglesia de Esmirna: “sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap 2,10). Así lo confirma en el cielo una fuerte voz, que entona un canto del que una estrofa reza así: “despreciaron su vida hasta la muerte” (12,11).
3.4. El mal tiene raíces demoníacas y actúa contra la Iglesia
El mal no se debe sólo a la "malicia" de los hombres, sino a una fuerza suprahumana, que corroe y corrompe la bondad original de los hombres. El vidente del Ap está sufriendo él mismo el destierro en la isla de Patmos y presiente proféticamente la magnitud de la persecución que se cierne sobre la Iglesia; por eso habla con radicalidad, como un dilema existencial: o se sigue a Cristo, el Cordero, o se es secuaz del Dragón y de sus Bestias.
Utiliza una siniestra simbología, no para convertir su escrito en una fábula de animales, sino para tratar de ahondar en el enigma del mal, que profana la historia y combate la Iglesia. Ningún autor bíblico ha profundizado con tanta audacia y clarividencia en las oscuras raíces del mal.
Así ha contemplado en visión profética tres jinetes a lomos de tres caballos desbocados, que simbolizan las tres grandes plagas de la humanidad (la violencia: el caballo de color rojo; la injusticia social: el de color negro; la muerte: el verde/amarillo; Ap 6,3-8), la plaga devastadora de las langostas (Ap 9,1-12) y la caballería infernal (Ap 9,13-21).
Pero el mal aparece fundamentalmente encarnado en tres animales que configuran una caricatura burlesca de la Santa Trinidad. Frente a Dios-Padre, a Cristo y al Espíritu Santo; el gran Dragón, la primera Bestia, la segunda Bestia o falso profeta representan la total antítesis.
Frente a frente, como en el campo de batalla de la historia, se apostan el bien y el mal. El bien pertenece a la Sta. Trinidad. El mal proviene del gran Dragón, la primera Bestia, la segunda Bestia o falso profeta. Son una trinidad infernal, las fuerzas primordiales del mal, que combaten durante todo el arco de la historia de la salvación contra Dios, especialmente contra su presencia activa en la tierra: Cristo‑el Cordero y su Iglesia. Tratan de pervertir la historia, deshumanizar a la humanidad, disgregar la Iglesia y borrar del mundo las huellas de Dios y del Cordero. La esencia de esta triga satánica es la corrupción; su pretensión es ir directamente contra Dios, combatir a la Iglesia utilizando todos los recursos a su alcance, mediante la ferocidad de su persecución o el halago de su captación y engaño. Están permanentemente en pie de guerra y su acoso se muestra en la historia de manera incesante.
3.3.1. El gran Dragón
El gran Dragón se presenta como un símbolo primordial (12,9), recargado con innumerables alusiones nefastas que los profetas asignaron a los peores enemigos del pueblo, al Faraón y a Egipto (Is 51,9, Ez 29,3; 32,2). La Biblia lo ha descrito con cuantos trazos negativos encontró en su haber. Se llama y es la "serpiente antigua" (la que había seducido a Adán y Eva, Gn 3,1‑7); es designado también el "Diablo" o "Satanás" (Diablo es la traducción griega de la palabra hebrea Satanás), a saber, el que "acusa" (Job 1,6; Zac 3,1; 1 Cro 21,1), y continúa ahora en su empeño, tratando de engañar a toda la tierra y acusar a los cristianos (Ap 12,9‑10).
El gran Dragón representa, según la clave interpretativa de Ap, el origen invisible y último del mal que bulle y se reproduce en la historia humana, la vitalidad del mal. Sólo una fuerza viva -como el gran Dragón- es capaz de hacer emerger tantas ramificaciones maléficas como se manifiestan y propagan en la historia de la humanidad.
Es el gran Dragón quien da poder a la primera Bestia (13,2) y, mediante ésta, a la segunda Bestia que habla, sin embargo, como el Dragón (13,11).
Frente al poder de Dios y a su designio de salvación eterna, el gran Dragón tiene instinto de perdición y de acabamiento; su esencia es la corrupción. Igual que existe una comunión entre los cristianos -unión entre el cielo y la tierra-, a saber, la "comunión de los santos"; existe, como contrapartida, una comunión en el mal, hecha por la triga satánica y sus emisarios, los poderes tiránicos de la tierra.
3.4.2. La primera Bestia
La primera Bestia (Ap 13, 1-10) surge del mar, del oscuro mundo del caos (Gn 1,2; Sal 88,10-11), como las cuatro bestias que ve el profeta Daniel (Dan 7). El mar personifica las potencias hostiles a Dios. El aspecto de la Bestia es híbrido, cruce de varios animales; en ella se congregan las bestias anunciadas por el profeta Daniel. Tiene diez cuernos y siete cabezas. Hay que indicar que tanta cornamenta y cabeza, representa también la suma de las cuatro bestias entrevistas por Daniel; es la concentración de todos los imperios que habían oprimido históricamente al pueblo de Dios. El Ap lo ve proféticamente encarnado en el anticristo o imperio romano. Busca la adoración; ataca a Dios y a los santos, que habitan en el cielo. El Ap exhorta a mantener la paciencia, ante la adversidad que espera a todos los cristianos: el sufrimiento, el destierro y la espada. Pero la realidad profunda de esta primera Bestia, sólo se descubre cuando se compara con la realidad de Cristo, del cual no es sino una sombra siniestra.
El mismo libro del Ap nos ofrece el contraste entre el Cordero y la Bestia. Recogiendo pormenores diseminados a lo largo de sus páginas, puede obtenerse un resultado eficiente. Sólo entresacamos estos elementos literarios antagónicos y los ponemos juntos. Una visión atenta del conjunto se revela ya elocuente. A la luz del Cordero, se recorta la silueta grotesca de la Bestia. Su existencia es como una burla hecha a la persona divina, que es el Cordero, Cristo, el Señor. Sus muecas, que no son sino imitaciones torpes de la presencia del Cordero, la delatan como una contrafigura ridícula.
El Cordero (-) y la primera Bestia (*). Presencias antagónicas
- El Cordero es, según el oráculo mesiánico, el león de la tribu de Judá (5,5).
* La Bestia es animal híbrido, cruzado indistintamente en una mezcla de leopardo, oso y león (13, 2)
- El Cordero ha sido muerto, pero vive (1,18; 2,8); ha sido degollado pero está de pie (5,6).
* La Bestia ha sido herida en una de sus cabezas, pero la llaga de su cabeza ha sido curada y trata de remedar al Cordero, llevando como él los estigmas de sus heridas (13,3).
- El Cordero, que es Cristo muerto y resucitado, tiene siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra (5,6).
* La Bestia tiene siete cabezas (13,1) y diez cuernos que son diez reyes (17,12).
- El Cordero degollado ha sido digno de recibir el poder y la fuerza de parte del que está sentado en el trono (5,7.12).
* La Bestia recibe su poder y fuerza del Dragón (13,2) y la ejerce sobre la tierra (13,7).
- El Cordero, junto con el Padre, es adorado por toda la creación viviente de manera grandiosa y solemne: "Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición..." (5,13).
* La Bestia y el Dragón -el que da poder a la Bestia- son adorados por toda la tierra que ha quedado fascinada (13,3‑4).
- El Cordero está de pie (5,6); sigue estando de pie sobre el monte Sión, símbolo de la victoria final (14,1).
* La Bestia, en cambio, surge del mar (13,2); emerge del abismo y va a la perdición (17,8).
- Quienes siguen al Cordero llevan una señal indeleble de pertenencia a él, un "sello" sobre sus frentes (7,3) o la inscripción del "nombre" de Dios y del Cordero (14,1).
* Los adoradores de la Bestia, que han sido engañados por ella llevan también una "marca" en su mano o en su frente (19,20).
- El Cordero tiene su tropa de leales, ciento cuarenta mil que le siguen a dondequiera que vaya (14,1.3). Con el Cordero combaten sus "llamados, elegidos y fieles" (17,14).
* La Bestia cuenta con sus emisarios, los reyes de la tierra y "reyes con la Bestia" (17,12‑14).
Finalmente, el Cordero vence a la Bestia y a sus secuaces, porque es Señor de señores y Rey de reyes, y con el Cordero también vencen los suyos, "los llamados, elegidos y fieles" (17,14).
En definitiva, aquí se está dilucidando: ¿Quién es más poderoso, Cristo o el imperio?; ¿dónde hay que situar la victoria: entre los mártires, que son humillados y que derraman sangre, o entre los verdugos que aparentemente triunfan? ¿Quién es el Señor, Cristo o el emperador? El Ap, a través de este refinado paralelismo, ofrece una clave de solución, responde al grito del arcángel Miguel: ¡Quién como Dios! Y afirma: Cristo es el Señor; es el que es, era y ha de venir; la Bestia era, pero ya no es. El Ap contesta también con consuelo. Los cristianos tienen un destino glorioso, están inscritos en el libro de la vida del Cordero degollado.
La primera Bestia, pues, simboliza todo imperio o estado -o su representante, emperador o jefe absoluto- que va contra Dios, en contra de su designio de salvación universal, de justicia para todos, y que se hace adorar. Para lograr su objetivo idolátrico recurre a cualquier tipo de persecución. Ésta, como símbolo permanente que debe ser descifrado por la comunidad cristiana, no se agota en el imperio romano. Roma es como su emblema característico. Tiende inexorablemente a reproducirse en otros sistemas cerrados, en centros de poder absolutos, que atentan contra Dios y que pretenden esclavizar la imagen de su vida y libertad, que es el hombre.
3.4.3. La segunda Bestia
La segunda Bestia (Ap 13, 11-18) sube de la tierra, que significa el horizonte donde se desarrolla la historia humana. Viene identificada y señalada por el mismo libro en tres ocasiones distintas con la misma designación: es el falso profeta (Ap 16 13; 19,20; 20,10). Su realidad profunda emerge cuando es puesta en parangón con el Espíritu Santo, que es designado con predilección en Ap como Espíritu de profecía (19,10).
Es el Espíritu quien habla a la Iglesia, interpretando la palabra de Jesús (Ap 2,7.11.17.29; 3,6.13.22; 14, 13; 22 17). Y ésa es la pretensión de la segunda Bestia: que la imagen de la primera Bestia hable (Ap 13,15).
El profetismo bíblico está representado en Elías, que realizó el portento de hacer bajar fuego a la tierra (1 Re 18,38; 2 Re 1,10.12); el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego (Hch 2,3). También la segunda Bestia ejecuta portentos, pero su finalidad es engañar (Ap 13,14; cf. 2 Tes 2,9), y hace descender fuego sobre la tierra (Ap 13,13).
El Espíritu de Dios da vida a los a los dos testigos-profetas (Ap 11,11); la segunda Bestia infunde aliento de vida sobre la imagen de la primera Bestia (Ap 13,15).
La segunda Bestia es el espíritu de la mentira, el falso profeta. Representa todo el poder de persuasión y de propaganda del imperio. Es la "intelligentzia", puesta al servicio del estado totalitario a fin de obtener de los hombres un sometimiento y adoración idolátrica. Su fuerza de captación y de halago es más eficaz a veces que la directa persecución. Marca la frente -es decir, la decisión-; marca la mano -a saber, la iniciativa-; forma adeptos y fanáticos; crea grupos completamente cerrados e impide el libre comercio de las ideas y el intercambio de las personas.
Significa la propaganda del Estado que se hace adorar; toda forma de promoción y engaño que consigue que ese estado totalitario exista. Representa toda ideología que anula la capacidad de decisión religiosa y autónoma de los hombres, a fin de lograr un culto idolátrico y antihumano. Esta fuerza de la propaganda hace que los hombres acepten sin discusión los valores o pseudovalores que sostienen el poder del estado: el lujo, el orgullo, la prepotencia económica y política, el vivir sin Dios (cf. 13,16s). Una red de propaganda va anulando la libertad. Como comenta C.Mesters "el control de la policía era total; nadie podía escapar a su vigilancia (13,16). Quien no apoyaba el régimen del imperio, no podía vender ni comprar nada (13,17). El emperador era presentado como si fuera un nuevo Jesús. Hasta decían que él era un resucitado (13,3.12.14). La tierra entera le adoraba como si fuera un dios y apoyaba su régimen" (13,4.12-14). La situación, pues, para los cristianos, que querían mantenerse fieles a Jesús y a los valores del reino, resultaba muy difícil. Eran tentados doblemente: por la persecución cruenta y mediante el halago de la propaganda.
En este momento, el Ap hace una llamada a la reflexión sapiencial. Pide a los lectores cristianos "sabiduría" y que cuenten el número de la Bestia. Su número es, según cifra humana, 666 (Ap 13,18). Conforme a las reglas de la "gematría" o del valor simbólico de los números, leído en caracteres hebreos da como resultado "Nerón César". Ese poder demoníaco y bestial se encarnó en el personaje de Nerón, tan aborrecido por los cristianos, cuyo espíritu parecía encarnarse en sucesivos emperadores; el actual era Domiciano, un ejemplar que en nada desmerecía la fama de su antecesor. Pero la cifra es de 666, no 777; por tanto, se refiere a una persecución cruenta, mas no total. Este símbolo, al mismo tiempo, anuncia la persecución e indica su parcialidad. Siempre, aun en medio de las más duras realidades, el Ap ilumina con una palabra de consuelo. La comunidad cristiana debe vivir en estado de alerta, pero nunca venirse abajo. A pesar del carácter satánico de la persecución, ésta no será más que parcial y deficiente; no ha llegado al siete, es decir, a la plenitud.
3.5. La Iglesia, en cuanto Iglesia profética, es asistida por Dios
Dios vela para que la Iglesia permanezca confesante en su fe y en su testimonio, no contagiada por las enseñanzas depravadas de las Bestias, ni aniquilada por la feroz persecución de sus enemigos.
La Iglesia es presentada a la vez como santuario de Dios y como atrio entregado a los gentiles (Ap 11,1-3). La aportación original del Ap es que extrema -más allá de cualquier escrito bíblico- con toda la carga expresiva de sus imágenes las dos dimensiones de la Iglesia: lo más santo (el santuario de Dios) y lo más abyecto (patio externo echado fuera, dado a los gentiles, ciudad pisoteada). La Iglesia posee al mismo tiempo estas dos dimensiones: la protección concedida por Dios, y también el aspecto kenótico, humilde, oprimido hasta la vejación, profanado hasta el rechazo y la execración. Desde la óptica de Dios (o de la fe), es gloriosa; desde la mirada humana (a ras de tierra, es decir, según las apariencias) se manifiesta como humillada. Y esta ambivalencia (que no ambigüedad) se da en la única Iglesia. Ap supera la concepción apocalíptica judía de la realidad histórica, según la cual vige una dualidad. No existe dualidad ontológica, no hay dos Iglesias, sino una sola Iglesia que durante su marcha por la historia reúne en sí estos dos elementos de gloria y de humillación que la crucifican.
Esta certidumbre reconfortante para el grupo eclesial -saberse continuamente bajo la protección divina-, queda también confirmada dentro del libro del Ap por algunas imágenes y dichos.
Cristo es el que tiene en su mano derecha las siete estrellas, según se muestra en la aparición inicial (1,16) y en la presentación a la comunidad de Sardes (3,1). La Iglesia se siente a salvo descansando en la mano poderosa de su Señor -"en su mano diestra", llena con toda la omnipotencia divina y poderío que asigna el AT a la mano derecha de Yahvé-. Cristo asegura la plena realización del testimonio de la Iglesia y su cumplimiento escatológico.
El Señor promete a los cristianos vencedores colocarlos como columnas en el santuario de Dios (Ap 3,12a), garantizando su permanencia (imagen sólida y estable de una "columna") en lo más sagrado ("santuario de Dios"). Ya nadie ni nada podrá echarles fuera, y grabará en su frente el nombre de Dios (3,12b).
Los 144.000 -imagen numérica de la Iglesia como nuevo pueblo mesiánico- escapan del daño de las plagas; los cristianos son marcados con el sello de Dios (7,3-4), como señal de protección divina. Lo mismo que un sello impreso en la frente era señal de esclavitud (el estigma que se graba en el cuerpo de los esclavos indica su total pertenencia al amo), los signados con el sello divino están destinados a servir sólo a Dios. Y así, el final del Ap muestra la realización de su destino: los siervos de Dios darán culto a Dios, verán su rostro y llevarán por siempre el nombre de Dios en la frente, convirtiéndose éste en su único horizonte mental (22,3-4).
La misma Iglesia es asistida durante los duros años de su persecución: la mujer (imagen de la Iglesia en su gloria y menesterosidad, la que da a luz en la historia a Cristo) huye al desierto porque el Dragón está a punto de devorar a su hijo (12,4), pero en el desierto Dios le prepara un lugar para ser alimentada mil doscientos sesenta días (12,6). El Dragón persigue a la mujer, y se le dan a la mujer las dos alas de águila grande para volar al desierto, a su lugar, lejos del Dragón (12,13). Persiste la persecución del Dragón, que vomita de sus fauces un río de agua para arrastrar a la mujer, pero ésta es ayudada por la tierra (12,16). Se trata de repetidas referencias que muestran, de manera simbólica, la protección continua -más poderosa cuando más arrecian las acechanzas del enemigo-, de la Iglesia por parte de Dios.
La Iglesia descansa en la providencia de su Señor; constituye esta íntima certeza -que no le ahorra las persecuciones-, un misterio que le concede fortaleza en medio del combate por mantener viva su fe y ofrecer su testimonio ante el mundo que la acosa. Vendrán persecuciones a causa del evangelio -Ap las narrará con veracidad-. Estas persecuciones no son señales del abandono divino -aunque la Iglesia parezca olvidada, aparentemente incluso "dejada de la mano de Dios"-, sino los estigmas, infligidos por el mundo, que cubren su cuerpo para que así se realice en ella la pasión entera de Cristo y se cumpla el tiempo del testimonio.
3.6. El testimonio profético es fecundo: crea vida
La Iglesia que parecía derrotada y abatida se levanta victoriosa. El testimonio cristiano renace, misteriosamente, desde su propias cenizas; o -dicho sea con palabras escogidas del texto bíblico-, desde los huesos secos de unos cadáveres, así convertidos los testigos por causa de Jesús, surge vida para la Iglesia. Lo mismo que desde la dura "plaza" (plateia) -dura e infecunda por cuanto es de "oro puro, translúcido como el cristal": Ap 21,21- de la ciudad de la nueva Jerusalén crece el árbol de la vida para la curación de todas las naciones (22,2), así, desde la plaza (plateia) de la gran ciudad -donde están los cadáveres de los dos testigos- brota impetuosamente nueva vida para salvación del mundo. Cuando todo parece acabado -¿existe acaso una estampa de mayor desolación que unos cadáveres insepultos y un montón de huesos secos?-, Dios, mediante su Espíritu, comunica vida a su Iglesia, levantando una multitud de testigos.
Más allá de cualquier modelo inspirativo (Génesis, Ezequiel, etc.), Ap piensa en la muerte, resurrección y ascensión del Señor, modelo de los testigos cristianos. Toda la trama del relato compuesta con rasgos evocativos, a veces muy sutiles y, por tanto, difíciles de ser interpretados, adquiere perfecta unidad con la mención explícita de Jesús "donde también su Señor fue crucificado" (11,8). La presencia de Jesús llena por completo todo el relato, que se configura conforme al supremo testimonio de Jesús. La palabra profética de la Iglesia, el rechazo violento del mundo, la muerte, resurrección, ascensión y triunfo de la Iglesia están modelados siguiendo el ejemplo de Jesucristo.
Este protagonismo indiscutible del Señor subraya con energía que la Iglesia justifica su existencia cuando reproduce la vida misma de Jesús sobre la tierra, el destino de la Iglesia se calca sobre el destino mismo de Jesús. La existencia de la Iglesia consiste en dar testimonio de Jesús.
Después de cada persecución, la Iglesia sale purificada y rejuvenecida. Tal fortalecimiento acontece a escala universal y a nivel histórico. La cruz cristiana ya es inicio de salvación universal. Esta misteriosa resurrección alude a la fecundidad del testimonio cristiano, prolongación del sacrificio de Cristo ("si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto", Jn 12,24).
Los testigos, que siguen de cerca a Jesús, identificándose con su vida, mueren y resucitan con él y como él. Una nube -precisa el texto, 11,12- los lleva al cielo. Es menester señalar que esta nube, al igual que la nube que aparece en la ascensión del Señor (Hch 1,9), no es sólo vehículo que transporta a los dos testigos a la transcendencia, sino velo que cubre su grandeza indescriptible; los testigos-profetas alcanzan el nivel de su realización cristiana óptima, la plenitud de su victoria. Es el desenlace de toda su vida testimoniante -igual que la de Jesús, subido al cielo y sentado a la derecha del Padre-; representa, por consiguiente, el remate glorioso de su carrera. También se dice, durante la ascensión de Jesús que una nube los quitó de su vista. Pero entonces la visión última de Jesús ascendiendo al cielo fue contemplada por un número limitado de hombres, "los galileos" (Hch 1,10-11); ahora en cambio los espectadores, que contemplan el prodigio de la Iglesia renacida, son los representantes de todo el mundo.
Este acontecimiento de victoria eclesial supone, por una parte, la manifestación de cumplimiento de los designios de Dios, su dictamen último, que es a favor de los dos testigos-profetas; y por parte de éstos significa la conclusión de una historia que se ha identificado del todo con el testimonio, muerte y resurrección de Jesús; y que ahora alcanza su cenit, como Jesús glorificado, vencedor de la vida y de la muerte.
El relato acaba mostrando que los hombres supervivientes, convertidos, dan gloria a Dios. Tal parece ser la razón última de una Iglesia testimoniante. En Ap 14,7 el ángel anuncia el evangelio para todos los que están en la tierra, y "todos" (semejante expresión en Ap 11,9 "toda nación, raza, lengua y pueblo") son llamados mediante el juicio de Dios a convertirse. Los dos testigos-profetas y la iglesia testimonian ante el mundo entero el evangelio eterno de la conversión, cuya finalidad exclusiva consiste en dar gloria a Dios. El objeto de la Iglesia testimoniante es proclamar la palabra de Jesús, vivificada por el Espíritu, y así buscar en todo la gloria de Dios.
3.7. Dios cuenta con las oraciones de los cristianos
Ap muestra visionariamente, mediante atrevidas imágenes simbólicas, cómo las oraciones de los cristianos, hechas en comunión con Cristo, son necesarias, y aun indispensables, dentro del plan de salvación, querido por Dios. Esta eficacia soteriológica de la oración cristiana reviste tres momentos, coherentemente engarzados en la compleja estructura del libro: subida, perfeccionamiento, operatividad.
3.7.1. Dios acoge como un perfume nuestras oraciones
Existe un momento solemne en el Ap. Cuando el Cordero toma el libro y lo interpreta, hay una reacción litúrgica, ligada a esta acción del Cordero: "Cuando lo tomó los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno de ellos una cítara y copas de oro llenas de perfumes que son las oraciones de los santos" (5,8). Estas oraciones aparecen estrechamente relacionados con Cristo-Cordero. Ya no se trata de las oraciones de los ángeles situados en la transcendencia o de los mártires en el cielo, son las oraciones de los santos; y los "santos", según la terminología proverbial del NT, aluden directamente a todos los bautizados. No existe ni una sola oración, hecha por los cristianos, que sea rechazada; todas son acogidas plenamente por Dios quien hace avanzar la historia de la salvación.
3.7.2. Dios perfecciona las oraciones de los cristianos
¿Cómo nuestras oraciones pueden ser aceptadas por Dios? El Ap responde: "Otro ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono. Y por mano del ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos" (8,1-4).
Las oraciones de los cristianos se depositan en el altar de Dios. Para Dios no existe una oración cristiana, que sea superflua o infecunda. Estas oraciones, aun contando con su debilidad humana, en su aparente sin sentido, son perfeccionadas. El incienso que les viene añadido por el ángel expresa, simbólicamente, una acción de integración y de perfeccionamiento. Nuestras oraciones, mediante este incienso misterioso, llegan hasta Dios, son mejoradas, se convierten en aroma que Dios acepta gratamente.
También Pablo había tenido la misma dificultad. El experimentaba que el cristiano, sometido al influjo de la vanidad, gime y clama por su liberación. ¿Cómo lo logrará, si pesan sobre él la debilidad y la carne? El apóstol había encontrado la respuesta. El atribuye al Espíritu Santo esta acción de santificación: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios" (Rom 8,26-27)
3.7.3. Efecto salvífico de nuestras oraciones
Una vez que nuestras oraciones han sido aceptadas en la presencia de Dios, despliegan unas consecuencias salutíferas. El Ap lo refiere con sus peculiares imágenes simbólicas. Aquel ángel misterioso arroja las brasas del altar sobre la tierra, y se dejan sentir los fenómenos naturales y cósmicos -como una teofanía-, de truenos, relámpagos y temblor de tierra (Ap 8,6). Dios se acerca, va a intervenir activamente en la historia.
Más adelante en Ap 15,7 se narran estos efectos. Uno de los cuatro vivientes entrega a los siete ángeles las siete copas de oro, llenas de la ira de Dios; y los siete ángeles derraman sobre la tierra las siete copas (16,1). De aquellas mismas copas de oro, cuyo perfume se elevaba hasta el cielo, ahora baja a la tierra un efecto de ira. La ira de Dios es una manera antropomórfica de hablar; indica que a Dios le irrita el mal; no es insensible al dolor ni a la injusticia de los hombres, le duele en lo más intimo, y va a combatirlo eficazmente hasta eliminarlo. Para ello cuenta con nuestras oraciones. Las necesita.
He aquí un profundo misterio que Ap revela. Su peculiar manera de contarlo con símbolos no debe ser rémora para no insistir en las grandísimas consecuencias que esta revelación tiene para la vida cristiana y misionera. Su insistencia, a lo largo del libro, pretende que la comunidad cristiana sea consciente de él y participe solidariamente. Es el tremendo poder de intercesión de la oración cristiana, que los santos (un paradigma lo constituye Sta. Teresa de Lisieux, religiosa de clausura y patrona de las misiones) han descubierto y practicado con fidelidad.
Existen dos testigos bíblicos que ilustran esta oración de intercesión: Moisés y Aarón, tal como nos presentan Ex 17,8-16 y Sal 18,21. Moisés es pastor que guía a su pueblo y por él intercede continuamente (Ex 5,22-23; 8,4; 9,28; 10,17; 32,11-14.30-32; Nm 11,2; 14,13-19; 16,22; 21,7; Dt 9,25); Aarón es sumo sacerdote no porque ofrezca sacrificios de animales, sino prevalentemente porque ora por su pueblo. Ambos son figuras de Cristo, Cordero-Pastor, que guía a las fuentes de la vida a través de un largo éxodo (Ap 7,17), y Sumo Sacerdote que no cesa de orar por su pueblo: vive para interceder por nosotros (Heb 7,25). A esta tarea sacerdotal incorpora a los cristianos, a quienes ha convertido en asamblea sacerdotal (Ap 1,6; 5,9), para ofrecer, en unión con él y con todos los que sufren, la ofrenda de la propia vida entregada y la súplica de las oraciones. Así, misteriosamente, porque Dios lo ha querido, avanza el ritmo positivo de la historia de la salvación.
Nada debiera hacer desistir al cristiano de esta tarea eminentemente misionera. Mientras haya fuerzas de vida, no queda sino "trabajar, sufrir y orar" para que el Reino de Dios se extienda a todos los confines de la tierra, y la humanidad conozca el evangelio de Jesús.
3.8. Dios conduce a la Iglesia del éxodo a la vida
Todos estas visiones están impregnados por alusiones continuas al Éxodo. Las plagas de Egipto se actualizan al sonar las trompetas (8,6-13). La Iglesia sufre en el desierto, que es lugar inhóspito de la prueba, como lo fue para el pueblo de Dios; es el escenario de la lucha de la mujer contra el dragón (12,6.14). Los dos testigos hacen milagros como Moisés con las plagas (11,6). El dragón (como el faraón egipcio) persigue con ferocidad a la Iglesia (12,13).
Se descubren con atención innumerables marcas que quieren alentar a la comunidad cristiana, que lee el Ap, a no desistir de su empeño de predicar y de dar testimonio, sea en el desierto (como la mujer), sea en la plaza pública (como los dos testigos). El Ap pide a los cristianos resistir a los ataques y solicitaciones de la Bestia, no cabe ningún compromiso con ella. La virtud requerida es hypomone: resistencia perseverante en el sufrimiento (Ap 13,10).
Este espíritu de Éxodo permanente debe mantener a la Iglesia en una actitud de itinerancia, de rechazo frontal a las acechanzas de la Bestia, de confianza en la providencia de Dios que la asiste, de proclamación de la Palabra y de espíritu de servicio, para evitar un peligro real: convertirse, cuando las circunstancias cambien, en perseguidora, como la historia tristemente ha mostrado, al hacerse garante de una ideología dominante.
El desierto del éxodo, en donde peregrina la Iglesia, significa el lugar de la máxima cercanía con Dios y también el de la máxima tentación. Esta ambigüedad existencial acontece durante la persecución, cuando pueden incubarse en el ánimo de la víctima sentimientos de resentimiento, venganza y odio, legitimados teológicamente cuando se ve en el perseguidor al enemigo mismo de Dios. Da la impresión de que el Ap demoniza al perseguidor, lo anatematiza, lo conjura al exterminio, sin permitirle posibilidad de diálogo. Esta visión teológica debe ser corregida por la palabra y vida de Jesús, quien ha dicho: "Amad a vuestros enemigos, orad por los que os persiguen" (Mt 544). Jesús murió en la cruz perdonando a sus enemigos (Lc 23,34). Este ejemplo lo supo imitar Esteban, el protomártir de la Iglesia, que murió asimismo pidiendo perdón para sus verdugos (Hch 7,60).
Todo el extenso pasaje culmina con la visión de una victoria y de una proclama (15,1-4). Quienes no han cedido ni se han doblegado al dominio de la Bestia, pasan victoriosos, a pie, el mar Rojo y entonan el canto de Moisés y del Cordero.
Ser vencedor significa participar de la misma victoria de Cristo (12,11), que venció merced a su muerte sacrificial (5,6). "Estar de pie" es una alusión a la resurrección, como el Cordero degollado pero siempre de pie (5,6; 14,1). Estos no hacen fondo en el mar, símbolo de la muerte, y actualmente pueden unirse a la liturgia celeste. Cantan con cítaras de Dios, es decir, con instrumentos casi sobrehumanos, que no pueden tocar sino los hombres transformados. Proclaman el cántico de Moisés y del Cordero. No son dos cantos distintos, sino el de Moisés que ha sido retomado por el Cordero. La liberación que entonces -en el AT- se anunciaba, ahora ha sido hecha realidad plenamente cumplida por la victoria de Cristo y de los cristianos fieles.
DOCUMENTACIÓN AUXILIAR
MARÍA EN EL CORPUS JOÁNICO
Es preciso considerar la mención de “la mujer” de Ap dentro del gran contexto vital, que le vio nacer: la escuela teológica de Juan, que creó unos escritos dotados del mismo aliento apostólico.
La presencia de María se destaca en el primero de los signos que hizo Jesús (Jn 2,1-11) y junto al Calvario, acompañando a Jesús crucificado (19,25-27) y, por fin, en Ap 12.
Hay que decir, con suma brevedad, que las dos primeras escenas forman una gran inclusión, que encierra la vida pública de Jesús. María, la mujer, aparece al principio y también al final del ministerio de su Hijo, estrechamente asociada al misterio de Jesús. En Caná, culmina la primera Semana inaugural de su actividad, y en el Calvario culmina la última de su vida terrestre. En ambos relatos se encuentra de manera privilegiada María.
María, aparece delineada en Caná como representante del pueblo de Dios, creyente en Jesús, preocupada por la situación de los hombres. Y, aunque germinalmente -Caná es el principio de los signos- aparece también como madre espiritual de estos discípulos.
En la escena del Calvario se subraya la dimensión de la maternidad espiritual de María. María es madre de la vida de Cristo, generándola en todo discípulo, a quien Jesús ama. Es designada mujer, porque realiza la misión del nuevo pueblo de Dios, que es con frecuencia contemplado alternativamente como mujer y pueblo (cf. Is 26,17; 43,5-6; 49,18; 56,6-8; 60,4; Jer 31,3-14; Bar 4,36-37; 5,5). En los textos citados, la mujer designaba al pueblo elegido. Al llamarla ahora Jesús con esta palabra "mujer", la señala como la personificación del nuevo pueblo que nace, es decir, la Iglesia. Si el profeta decía a la Jerusalén de entonces: "he ahí a tus hijos reunidos juntos" (LXX Is 60,40), ahora Jesús dice a María: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19,26).
En los dos pasajes se acentúan estrechamente las dimensiones mesiánica, eclesiológica y mariológica. Creemos que Ap 12 debe interpretarse de manera eclesial y mariológica, y siempre las dos en sintonía con Cristo y sus testigos de todos los tiempos. Ambas lecturas se apoyan: una interpretación mariológica sin referencia eclesial dejaría a la Virgen en una soledad vacía. Una interpretación eclesiológica sin referencia a María, haría de la Iglesia tal vez un concepto demasiado vago, proclive de tan dispares y míticas explicaciones como la historia ha contemplado. Ambas dimensiones se fecundan mutuamente, se necesitan para subsistir armónicamente.
Para los cristianos -no se olvide que la clave de todo el c.12, la constituye el v.17-, esta interpretación mariológica ayudaría a ver en la Iglesia no un modelo remoto, sino una realidad, que se ha verificado históricamente en ese "hijo varón", Jesús, y en la mujer concreta, que le dio a luz en el dolor, su madre, la Virgen María. Esta continúa dando a luz, en un alumbramiento incesante, a los cristianos, hermanos de Jesús. Así cumple su misión materna. Se trata de un alumbramiento en el dolor, continuación de aquel dolor junto a su Hijo moribundo. Es la fecundidad del misterio pascual. La Iglesia se mira en María. La Iglesia sigue dando a luz a Cristo al mundo, tiene una función materna: cooperar a la regeneración de los hombres.
La presencia de María, la mujer, muestra la gran unidad de la historia de la salvación querida por Dios. En los hitos fundamentales de la historia de la salvación, siempre se encuentra cabalmente la presencia de la "mujer". Aparece al inicio una promesa de victoria, pronunciada por Dios, y dirigida a la descendencia de la mujer (Gen 3,15). Esta victoria se recuerda y también se anuncia, anticipativamente, en Caná, mediante la abundancia del vino, signo hecho por Jesús y solicitado por una mujer, que era su madre (Jn 2,1-11). Se realiza la victoria en el momento del Calvario (Jn 19,25-27), donde Jesús moribundo da su propia madre al discípulo amado y a éste le confía su madre, formando la Iglesia (lugar de salvación, donde ya para siempre se encuentran en comunión íntima María y los discípulos). Jesús muere y derrama desde su costado abierto la plenitud del vino anunciado en Caná, el agua y la sangre, la sacramentalidad de la Iglesia, animada por la vida del Espíritu Santo.
Esta victoria se cumple escatológicamente en Ap 12, con el definitivo triunfo sobre el Dragón del hijo/varón de la mujer, y también de su descendencia. Toda la Iglesia (la mujer y sus hijos) es ya, merced a la victoria de Cristo, un Iglesia vencedora. Y así, el arco de la historia de la salvación se abre, se centra, y se cierra, con la presencia de la mujer, junto a su Hijo.
Esta presencia maternal de María, la mujer, continúa también indefectiblemente en la Iglesia, la que es prolongación en el tiempo del misterio de la salvación del Señor para todos los hombres.
Nos situamos en la óptica eclesial y de perenne actualidad de Ap 12. Para infundir aliento vital a una Iglesia perseguida se escribió el libro del Ap. La Iglesia de hoy -los cristianos, los hijos de la descendencia (12,17)-, leyendo Ap 12, puede contemplar en esta visión conjunta de Cristo y de la mujer -su madre-, un estímulo entusiasmante que le ayuda a superar el combate de la fe, combate que ambos ya han librado victoriosamente.
La Iglesia de todos los tiempos tiene en María una presencia maternal y también una referencia segura, que le acompaña en su camino, sellado repetidamente por la persecución, hacia la victoria final con Jesús (Ap 3,21). Esa meta se revela en la mujer revestida de la vida del mismo Dios, luminoso símbolo de la salvación escatológica, que ha pasado por todos los trances de una existencia entregada por completo a Cristo. Ella es también madre de la Iglesia (del resto de los hermanos de Jesús, de todos los cristianos testigos), y modelo de discípula fiel del Señor, inspiración perpetua para la Iglesia.
CLAVE SITUACIONAL
1. Testigos de la vida. Para los primeros cristianos el martirio era un modo de sentirse configurado con Cristo, que en ellos continuaba su pasión. Podemos decir que era una concepción mística del martirio. Un ejemplo: el verdugo se burla de Felicidad, que está de parto en la prisión y no sabe lo que ocurrirá cuando salga a la arena. “Ahora soy yo la que sufre estos dolores; pero entonces habrá en mi otro que sufra por mi, ya que sufriré yo por él”. Los cristianos son la prolongación del testimonio de Cristo, porque están adheridos a él. Por tanto, es condición indispensable para ser testigo la adhesión al Señor. Esta adhesión es la que clama por la vida y no por la muerte, ya que es adhesión al Resucitado. Posiblemente el perdón a los verdugos es la máxima expresión de una muerte llena de esperanza. Esto nada tiene que ver con los martirios que levantan odios ¿Contemplamos así los cristianos el testimonio de nuestros mártires?
2. Las oraciones de los santos. Tradicionalmente el pueblo cristiano acude a la intercesión de Dios. En muchos casos se trata de un recurso para cambiar la realidad, a pesar del proceso de secularización. No cabe duda que, de todos modos, está en crisis la oración de intercesión, que es considerada por muchos como una forma de evasión inútil, una especie de infantilismo espiritual. Pero existen problemas que superan el ámbito de control del hombre: el sentido de la vida y de la muerte, de la felicidad y de la necesidad de ser definitivamente alguien. El Apocalipsis invita a interceder por el pueblo cuando la desasistencia solidaria es total, cuando ya no hay esperanza porque han desaparecido todas las oportunidades para vivir con dignidad. Esa oración, unida a la de Cristo y con una disposición personal de entrega, ¿podrá dar un giro positivo a la historia, en muchos casos aberrante, del hombre de hoy?
3. Del diagnóstico a la acción. En la producción literaria religiosa divulgativa de los últimos tiempos se encuentra con frecuencia un minucioso análisis de la realidad, con sus causas y sus posibles consecuencias. Explicar la realidad está siendo objeto de amplios estudios. Pero muy pocos se aventuran por el camino de la trasformación. También las ideas transforman, también la literatura provoca el cambio. Pero ¿quién se atreve a afrontar el reto de buscar nuevos caminos? Nuevos caminos para acercar el evangelio al hombre de hoy, nuevos caminos para ponerse al lado de los más desfavorecidos, nuevos caminos para crear esperanzas estimulantes y objetivas. La iglesia tiene que predicar el evangelio, pero no parada, sino caminando (cfr. Ap 13,34), es decir, con la palabra y con el testimonio. ¿Crees que la iglesia, como sierva, está dispuesta a no ser más que su Señor?
4. En las raíces del mal. La segunda bestia que sube de la tierra, el falso profeta, se expresa en la mentira. Utiliza el poder de la propaganda. Halaga y promete bienestar. Situarse frente a ella es situarse frente a lo moderno, lo humano, lo placentero, lo apetecible. Este modelo de prepotencia obliga a estar alerta ante las posibilidades que los medios de comunicación social nos dan para resistir al mal. El modelo debe ser alternativo tanto en su contenido como en su talante y dinámica interna. En este caso el criterio que debe prevalecer ¿es el de una iglesia que controla el medio directamente o una iglesia que promueve laicos comprometidos capaces de hacerse un espacio en ellos?
CLAVE EXISTENCIAL
1. ¿Qué es lo que oscurece hoy más nuestro testimonio de la fe y nuestro anuncio de la Palabra? ¿Cómo contempla hoy la sociedad nuestro compromiso con el hombre?
2. El profetismo ¿qué nos exige, como grupo y a cada uno de nosotros? ¿Qué es lo que puede paralizar nuestro compromiso con el hombre de hoy? ¿Está la clave en nuestra orientación carismática o en nuestro estilo de vida personal?
3. ¿Crece nuestro compromiso con la Palabra? ¿Es la base de nuestro alimento espiritual? ¿Consigo disfrutar con su lectura y meditación?
4. ¿He conseguido encontrar en mi mismo las raíces del mal? ¿Cómo lo combato, con qué