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Luz de la humanidad
Buscando la luz...

joánicos V







TEMA 5:

 

LA GLORIA DEL CRUCIFICADO


TEXTO: Jn 18 - 20


 

CLAVE BÍBLICA


 

INTRODUCCIÓN


Los relatos evangélicos de la pasión y las informaciones dispersas tanto en las cartas paulinas como en el libro de los Hechos de los Apóstoles son los únicos documentos del s.I que nos refieren el proceso de Jesús, ya que no existe un informe oficial que Pilato hubiera hecho llegar a Roma. Sólo hay algunas noticias fragmentarias de este suceso provenientes del mundo pagano (Tácito).


 

1. NIVEL LITERARIO


Los relatos de la pasión son el material evangélico que tomó más pronto una forma consistente en el conjunto orgánico de los evangelios. A la base de estos relatos podría estar el kerygma primitivo atestiguado por 1 Cor 15,3-5, considerado como núcleo primero del relato de la pasión; a continuación se habría formado un relato corto que comprendía arresto, proceso, muerte, sepultura y aparición; más adelante una ampliación habría comprendido la entrada de Jesús en Jerusalén y los recuerdos de Pedro (cf. Mc 14,26-42.53-54.66-72). Este esquema, conservado en Mc, es seguido a grandes rasgos por Jn. Los relatos de la pasión, bien diversos de las otras unidades literarias evangélicas, tuvieron su origen en la predicación primitiva que superaba el escándalo de la cruz con la reflexión del designio de Dios expresado en las escrituras y en la celebración de este misterio en la comunidad primitiva. Por lo mismo el objetivo de estos relatos no era aportar un informe historizante de lo acontecido sino presentar una “anámnesis” (memoria) teológica de la última semana del Redentor. Allí el dato histórico es leído y transfigurado por la visión de fe para dejar entrever un acontecimiento salvífico.


El lenguaje impregnado por la fe adquiere un nivel mayor de significación y evocación, mientras la crónica y la psicología retroceden a un plano secundario. Así, pues, en los relatos de la pasión encontramos acontecimientos iluminados por la luz de la Pascua, acompañados del testimonio de la fe bíblica y llenos de motivos, ya sea dogmáticos, litúrgicos o apologéticos. Recordemos que los sinópticos habían realizado antes, no menos que Juan, un trabajo de reflexión e interpretación teológica sobre todo en sus relatos de la pasión; cada uno a su manera había presentado la realeza de Jesús durante los momentos dolorosos del proceso y crucifixión, haciendo de esta temática uno de los elementos más seguros de la tradición. Es precisamente en los evangelios donde encontramos la reflexión sobre la realeza de Jesús. Los relatos evangélicos son elocuentes cuando expresan que tal realeza no puede ser entendida partiendo de una concepción mundana de la misma sino de la historia que Jesús ha vivido. Es clara, además, la conexión que ellos hacen entre cruz y realeza; ya no se trata de que Jesús conquiste un reino a través de la cruz, más bien la cruz revela el tipo de realeza que a Jesús compete; la cruz muestra los contenidos de esa realeza e indica su orientación fundamental. Si esto vale para los cuatro evangelios, la reflexión joánica es la más audaz y profunda.


 

1.1. Visión de conjunto de Jn 18-20


Queda claro que para Juan la pasión de Jesús se convierte en un solemne ceremonial real en el que el Redentor muestra su dignidad regia y su soberanía sobre los acontecimientos. Su crucifixión llega a ser una auténtica entronización real que tiene carácter de definitiva, por lo que podemos decir que con ello el evangelio logra su punto culminante; tanto es así que, para Juan, Jesús envía el Espíritu a la naciente comunidad desde la cruz y desde allí “atrae a todos hacia sí” (12,32). Su exaltación en la cruz es simultáneamente su glorificación definitiva en el cielo. Sin embargo, las tradiciones existentes sobre el sepulcro vacío y las apariciones del resucitado (claras en Mt y Lc, menos en Mc por el carácter secundario de su conclusión) se imponen a Juan de tal manera que éste no puede sustraerse al hecho de referirlas, aunque éstas sólo confirmarán el sentido de la glorificación anterior. Juan las reformula de una forma muy personal y trata de enmarcarlas, en lo posible, en su cristología propia de la glorificación y exaltación. Se nota de todas maneras una cierta fractura entre la teología expresada en los capítulos 18-19 y la presente en el 20: no se resuelve bien la tensión entre muerte y resurrección de Jesús; y, además, la manifestación intermedia del resucitado, entre su muerte y su subida definitiva al Padre (“Suéltame, porque todavía no he subido al Padre”), no termina de calzar con la visión teológica anterior. No obstante, los relatos del cap. 20 contienen afirmaciones útiles para la comunidad futura ya que refieren acontecimientos sucedidos en presencia de los primeros discípulos, por lo que tienen carácter de testimonio fundamental para la iglesia de finales del siglo I.


 

1.2. Las estructuras


 

1.2.1. Estructura de Jn 18,1 - 19,42.


Este relato es compacto. Luego de los discursos de despedida de los capítulos 14-17 se produce un deplazamiento hacia el torrente Cedrón (18,1) con que se inicia el relato de la pasión. Al final tenemos la sepultura real con que se cierra el relato (19,42) y se inicia otra temática: el sepulcro vacío y las apariciones del resucitado. Por lo tanto los límites son claros. La distribución interna de los contenidos están estructurados de forma concéntrica teniendo como criterio los lugares en que se desarrolla la acción:


 

A) En el jardín. Arresto de Jesús (18,1-11)

- El encuentro (18,1-3)

- Primer diálogo: Jesús y sus adversarios (18,4-8)

- Reflexión del evangelista (18,9)

- Segundo diálogo: Jesús y Pedro (18,10-11)


 

B) En el palacio de Anás. Proceso judío - negación de Pedro (18,12-27)

- Jesús trasladado a casa de Anás (18,12-14)

- Presencia de Pedro y el otro discípulo (18,15-16)

- Primera negación de Pedro (18,17-18)

- Jesús es interrogado y golpeado (18,19-23)

- Jesús es conducido a casa de Caifás (18,24)

- Segunda y tercera negación de Pedro (18,25-27)


 

C) En el pretorio. Proceso romano (18,28 - 19,16a) (ver 1.2.2.)


 

B’) En el Gólgota. Crucifixión y muerte de Jesús (19,16b-37)

- Jesús lleva la cruz (19,16b-17)

- Crucifixión de Jesús y otros dos (19,18)

- Título de la cruz y discusión con Pilato (19,19-22)

- Reparto de la ropa de Jesús (19,23-24)

- Jesús y su madre (19,25-27)

- Ultimas palabras de Jesús (19,28-30)

- La lanzada (19,31-37)



 

A’) En el jardín. Sepultura de Jesús (19,38-42)

- José de Arimatea retira el cuerpo de Jesús (19,38)

- Nicodemo trae los aromas (19,39)

- Sepultura de Jesús en el jardín (19,40-42)


Podemos advertir en esta estructura concéntrica el relieve que adquiere el relato del proceso ante Pilato (18,28 - 19,16a). Haciendo flanco al relato del proceso están las escenas que se realizan en el jardín. La escena A, que muestra a Jesús durante el arresto lleno de poder y dotado de una condición trascendente, se pone en paralelo con la escena A’ que describe los honores regios que con piadosa veneración tributan al cuerpo de Jesús dos discípulos procedentes del judaísmo. Por otra parte, la escena B combina dos perícopas: el interrogatorio en la casa de Anás y las negaciones de Pedro. Jesús es maltratado y negado por uno de sus discípulos; no obstante manifiesta claramente su condición de Revelador universal. La escena B’ es una serie de pequeñas perícopas que muestran a Jesús como rey sereno y majestuoso en su pasión y muerte: camina libremente hacia el lugar de la crucifixión, allí es entronizado y proclamado rey a todo el mundo; da sus últimas instrucciones a la nueva comunidad representada por María y el discípulo amado. Jesús decide el momento de su muerte, a la que le da sentido salvífico sacramental para la vida de la iglesia y como cumplimiento de las antiguas predicciones. Ambas escenas, B y B’ ponen de manifiesto la gloria y realeza de Jesús en medio de la pasión. Al centro de todo C: el proceso romano.


 

1.2.2. Estructura del proceso (18,28 - 19,16a)


El proceso ante Pilato es el corazón de la pasión joánica por lo cual ha recibido del autor un tratamiento y estructura particulares. El texto de Jn 18,28 - 19,16a está distribuido en siete escenas que tienen al centro la escena de la coronación real:


I Escena (18,28-32) Fuera (Pilato y judíos)

II Escena (18,33-38a) Dentro (Pilato y Jesús)

III Escena (18, 38b-40) Fuera (Pilato y judíos)

IV Escena (19,1-3) Dentro (Jesús y soldados)

V Escena (19,4-6) Fuera (Jesús, Pilato y judíos)

VI Escena (19,7-12) Dentro (Jesús, Pilato y judíos)

VII Escena (19,13-16a) Fuera (Jesús Pilato y judíos)


Las escenas no son determinadas por la cifra simbólica siete, sino por el deseo del autor de hacer resaltar nítidamente sobre las demás la escena de la coronación, que condensa la pasión y muestra de una forma palpable la realeza de Jesús, tema de todo el proceso. Por otra parte, teniendo en cuenta la estructura cíclica de la narración, adquieren relieve las escenas de la presentación de Jesús ante el pueblo, ambas íntimamente relacionadas y complementarias. Los desplazamientos de Pilato entre el interior y el exterior del pretorio nos proveen de un criterio bastante claro de distribución de las escenas: salió (18,29), entró (18,33), salió (18,38b), salió (19,4), entró (19,9); en 19,13 se rompe la homogeneidad pues aparece la expresión “condujo afuera a Jesús”. Aunque es Jesús el personaje central de todo el relato, es Pilato el que está presente en todas las escenas. Al centro, la escena de la coronación no conserva el mismo ritmo pero queda claro el esquema que sitúa la acción en dos escenarios diferentes.


 

1.2.3. Estructura concéntrica de 19,16b-42


El cuarto evangelista, que durante el proceso se había sentido libre y había obrado con extrema independencia, retorna ahora a la tradición de la que selecciona materiales y los transforma. Además, añade unos y omite otros siguiendo, como siempre, el dictamen de su interés teológico y el impulso de su personalísima interpretación de los acontecimientos. Aparte del motivo fundamental de la realeza de Jesús, el evangelista nos recuerda a cada paso que la voluntad de Dios se realiza en el cumplimiento de las Escrituras, (cf. 19,24.28.36) describiendo la muerte de Jesús como una misión salvadora y presentándola no como un oprobio sino como el cumplimiento de un designio divino y como la exaltación del Mesías-Rey en el trono de la cruz. Por eso se eliminan intencionalmente todos aquellos elementos sinópticos que hacían ver la cruz como un patíbulo y no como un trono: las burlas, las tinieblas, el grito desesperado de Jesús, el velo rasgado del templo. En un ambiente solemne el Jesús joánico da sus últimas instrucciones. La crucifixión es, por lo tanto, un momento cumbre de la revelación (cf. 8,28). Juan detiene reiteradas veces la narración para comentar la muerte de Jesús e informar a la comunidad sobre el sentido profundo de lo que está sucediendo, haciéndose él mismo el hermeneuta del texto, denso de simbolismos y alusiones veladas, donde el trasfondo veterotestamentario es mencionado tanto en forma explícita como implícita (cf. 19,23-37). Aquí todo trasunta una majestuosa serenidad como corresponde a una entronización. En efecto, el tema de la realeza, que había dominado el proceso, logra en este momento un punto alto excepcional, de forma que la crucifixión es a los ojos del evangelista la entronización real de Jesús y el título de la cruz la proclamación urbi et orbi de su dignidad regia.


El relato, que antes había tenido largo respiro, toma ahora la forma de seis breves escenas que el autor organiza en paralelismo concéntrico, dando pie a tres dípticos:


I Escena (19,16b-22) Realeza de Jesús

II Escena (19,23-24) Cumplimiento

III Escena (19,25-27) Dones escatológicos

IV Escena (19,28-30) Dones escatológicos

V Escena (19,31-37) Cumplimiento

VI Escena (19,38-42) Realeza de Jesús


No es difícil advertir la correspondencia de las escenas I y VI: ambas están relacionadas con la temática de la realeza, la primera en forma abierta, con el informe del título de la cruz; la segunda en forma implícita, a través de la descripción del suntuoso funeral de Jesús. Por otra parte, las escenas II y V, en relación al cumplimiento de las escrituras, están en paralelo: la escena II se centra en la ropa repartida y la túnica inconsútil de Jesús (cf. Sal 22,19); la V se extiende en la narración de la lanzada que recuerda acontecimientos del AT (cf. Ex 12,46; Za 12,10). Las escenas III y IV, refieren los efectos de la muerte de Jesús en la comunidad: en la III Jesús entrega a María como madre de la nueva comunidad representada en el discípulo amado y en la IV Jesús revive la sed que indicaba el Sal 22,16 y, luego de probar el vinagre, entrega el Espíritu haciendo de la escena un verdadero Pentecostés.


 

1.2.4. Estructura de Jn 20


Esta capítulo se puede distribuir en cinco perícopas bien delimitadas, provistas de elementos análogos y dispuestas concéntricamente:


 

A) 20,1-10: a) Tiempo. Al amanecer del primer día

 

b) Lugar. Dentro del sepulcro

 

c) Personas. Pedro, Discípulo amado, Jesús ausente

 

d) Acciones. ir, correr, entrar, “ver y creer”


 

B) 20,11-18: a) Tiempo. Al amanecer del primer día

 

b) Lugar. Fuera del sepulcro

 

c) Personas. Magdalena, ángeles, Jesús presente

 

d) Acciones. Llorar, buscar, ver, volverse

 

C) 20,19-23: a) Tiempo. Al atardecer del primer día

 

b) Lugar. En un lugar cerrado

 

c) Personas. Los once Discípulos, Jesús presente

 

d) Acciones. Miedo, alegría, ver, recibir


 

B’) 20,24-29: a) Tiempo. Al atardecer del octavo día

 

b) Lugar. En un lugar cerrado

 

c) Personas. Los once Discípulos, Tomás, Jesús presente

d) Acciones. No ver, no creer, ver y creer, proclamar


 

A’) 20,30-31: a) Tiempo. Cualquiera

b) Lugar. Cualquiera

 

c) Personas. Creyentes, Mesías Hijo de Dios

 

d) Acciones. “creer sin ver”, tener vida.


 

1.2.5. Teología de Juan 20


Esta disposición estructural de la perícopa nos hace caer en la cuenta de lo cuidada que ha sido la redacción y de lo preciso que podría ser el mensaje encerrado en ella. Juan nos quiere afirmar que el Jesús histórico es el Hijo de Dios unido al Padre, sometido al tiempo y sin embargo permanente. Es el Verbo de Dios que deviene Hijo de Dios en el tiempo y que en la muerte “vuelve al Padre” de donde procede. Este paso a la eternidad es escenificado en el tiempo de las apariciones del resucitado a los discípulos. Allí Jesús se manifiesta a la vez sensible y glorioso, puede ser captado por los ojos y acogido por la visión de fe. Todo esto se desarrolla en el capítulo 20.


En las escenas A y A’ se aprecia cómo Jesús desaparece de la tumba y de la dimensión terrena pero sigue “visible” para la fe. La Magdalena se queda en la visión sensible de Cristo, no entiende la tumba vacía ni los ángeles, ni “ve” al Señor como el que sube al Padre; sin embargo, prepara la comprensión de los discípulos, es mediadora entre la tumba y los Once, tal como éstos lo serán respecto de Tomás y el texto respecto de todos nosotros. La comprensión del discípulo amado es incompleta, hace falta leer el hecho a partir de la Escritura y esto sólo es posible a través del contacto con el resucitado y el don del Espíritu; pero su intuición, animada por el amor, le hace estar más cerca de Jesús. Para el fiel futuro, el signo de la presencia eterna no será la tumba vacía sino el evangelio que cuenta los signos obrados por Jesús.


La escena C es el centro unificante: Jesús es a la vez sensible y glorioso, visto con los ojos y por la fe, ambos aspectos se presentan entremezclados. Cristo se define en relación al Padre y al Espíritu y las misiones trinitarias se prolongan en la misión de los discípulos. Esta presencia del Señor y del Espíritu les hace pasar del miedo a la alegría, del encierro a la misión.


En las escenas B y B’ nos encontramos con dos personajes: la Magdalena y Tomás. A ambos les falta el equilibrio unitario: Magdalena busca el cuerpo muerto y al Rabbuní del pasado. Jesús la hace “volverse”, cambiar de actitud, y se le manifiesta como aquel que sube al Padre y constituye hermanos a los discípulos. Tomás no acepta el testimonio de la comunidad, pone condiciones de estricta continuidad porque no entiende la resurrección. Jesús condesciende y le hace acceder a una visión nueva suscitando en él la confesión de fe más plena de la comunidad primitiva. Juan, que escribe para una comunidad de fines del siglo I, cuando ya los testigos oculares del evento Cristo han desaparecido, pone en la boca de Jesús la felicitación para aquellos que creen sin haberlo visto. En todo el capítulo se respira la seguridad de la fe que supera el miedo, el encierro, la tristeza, la duda, la falta del apoyo sensible, y se describe la naturaleza de la adhesión post-pascual como una nueva creación por obra del Espíritu.

 

1.3. El lenguaje y estilo de Jn 18 - 20


 

1.3.1. Tradición-redacción de Jn 18,1 - 19,42


Juan se distanciaba mucho de los sinópticos en la narración del ministerio de Jesús, pero al iniciar la pasión parece depender de una fuente antigua común, sustancialmente similar en los cuatro evangelios, que constaba de los relatos de despedida, arresto, juicio y condenación por Pilato, muerte y sepultura. El relato de la pasión según Juan es con mucho el más largo de todos. Esto se advierte en forma más clara si se cuentan como introducción a ella los discursos de despedida (14,1 - 16,33) y si se tiene en cuenta que Juan preludia la pasión de Jesús ya en los caps. 11-12. Los puntos de contacto verbales entre Juan y los sinópticos son pocos; de todos modos se pueden descubrir ciertas afinidades tanto entre Jn y Mc como entre Jn y Lc sin que de ello se pueda concluir algún tipo de dependencia directa. En efecto, el cuarto Evangelio es una nueva y original interpretación del dato tradicional; presenta un número tan subido de omisiones y agregados propios que lo hacen único en orientación y estilo. En otras palabras, el trabajo redaccional de Juan es tan vasto y su interpretación teológica tan abundante que es difícil discernir entre su narración y la tradición subyacente.


 

El cuarto Evangelio presenta tanto una serie de omisiones respecto a los sinópticos: la agonía en el huerto, sólo discretamente aludida en 12,27; la denominación de Judas como uno de los Doce y el beso del traidor; la huida de los discípulos; la acusación de blasfemia durante el proceso judío; la ayuda del Cireneo camino al Calvario; las burlas a Jesús crucificado y el grito desesperado de Jesús; los milagros sinópticos que acompañan la muerte y resurrección de Jesús. También se dan acentos propios joánicos: la revelación de Jesús con el solemne “Yo soy”; el protagonismo y la elocuencia de Jesús en los procesos judío y romano; el relieve que toman los temas de la realeza y la inocencia política de Jesús durante el proceso romano; la autosuficiencia de Jesús que lleva por sí mismo la cruz; la solemnidad de la muerte de Jesús expresada en el “todo está cumplido” y “entregó el Espíritu” y la disputa de los judíos sobre el título políglota de la cruz; la presencia de Nicodemo y la unción real del cuerpo de Jesús; la sepultura en un jardín cerca del Gólgota.


 

1.3.2. Estilo y lenguaje de 20,1-31


Se advierte una clara distribución de los materiales:

a) Anuncio del sepulcro vacío por Magdalena y visita al mismo por Pedro y Juan (20,1-10);

b) María en el sepulcro y encuentro con el resucitado (20,11-18);

c) Aparición de Jesús a los discípulos (20,19-23);

d) Aparición de Jesús a los discípulos estando Tomás (20,24-29);

e) Conclusión del cuarto Evangelio (20,30-31).


A pesar de las incoherencias y falta de unidad que presenta este conjunto, podemos apreciar el recurso que ha hecho Juan a tradiciones orales o escritas preexistentes y en circulación en las comunidades sobre visita de mujeres al sepulcro, inspección del mismo por parte de los discípulos, aparición de ángeles, aparición de Jesús a Magdalena, encargo a las mujeres o a Magdalena de llevar el anuncio a los discípulos, etc.



 

2. NIVEL HISTÓRICO


 

Jesús de Nazaret fue juzgado y condenado a morir en la cruz: son datos históricos que atestiguan autores romanos, judíos y cristianos en documentos existentes. Como hechos, son tema de investigación histórica en lo que se refiere a la acusación por la que se le juzgó, las bases de su procesamiento y el curso del proceso (P. Winter). No obstante, en la Judea del siglo I, una condena a muerte mediante la crucifixión debía ser aprobada por la autoridad romana. En efecto, en el año 6 a.C. Judea ya es provincia romana; con esto se le quita al Sanedrín el derecho sobre las penas capitales. El ius gladii(derecho de espada) queda reservado a la autoridad romana. Hay excepciones: si un pagano franquea el recinto del Templo puede ser ajusticiado por los Judíos, ya que se trata de algo relacionado con el culto, asunto vital que Roma debe proteger. Otras muertes posteriores al año 70 d.C. no fueron seguramente en Jerusalén y otras, a los ojos de Roma, fueron consideradas como linchamientos al margen de la legalidad, como los casos de Esteban y Santiago.


Juan nos aporta indicaciones históricas que no debemos tomar a la ligera: Nos habla del Pretorio, palacio del prefecto romano en Jerusalén. El prefecto tenía su residencia ordinaria en Cesarea marítima, la capital política. Allí había construido Herodes el Grande un suntuoso palacio que servía de Pretorio (Hch 23,35), pero para las grandes celebraciones multitudinarias de la Pascua el procurador se trasladaba a Jerusalén, la capital religiosa, para disuadir cualquier brote de insurrección. También tenemos en el informe de Juan indicaciones cronológicas: el día del proceso y crucifixión de Jesús es el 14 de Nisán, día muy especial: víspera de la fiesta de la pascua. Por ello, el proceso y la ejecución tendrán cierta prisa para terminar antes del crepúsculo que daba inicio a la fiesta.


A propósito de la sepultura de Jesús debemos recordar que la restitución del cadáver de un ajusticiado a sus familiares o amigos para ser sepultado sucedía raramente entre los romanos, pero podía ser concedida, sobre todo en relación a días de fiesta, a no ser que se tratase de algún ajusticiado por sedición. El proceso colocaba a Jesús entre estos últimos, pero Pilato concede la autorización pedida ya que está convencido de la inocencia. A esto se añadía la ley judía que no permitía que los cuerpos de los condenados permanecieran expuestos durante la noche (Dt 21,23; Jos 8,29; 10,26).



 

3. NIVEL TEOLÓGICO


 

3.1. La pasión gloriosa de Jesús en el Cuarto evangelio


 

Es precisamente en el relato de la pasión donde Juan ha querido concentrar su reflexión sobre la realeza mesiánica del Salvador. En efecto, podemos advertir fácilmente que en el relato joánico de la pasión el tema principal es la realeza de Jesús. El vocabulario real se hace aquí mucho más denso y significativo: de 16 usos de basileus (rey) a lo largo del evangelio, 12 se encuentran acumulados en los caps. 18-19. Aquí nos encontramos con escenas claramente reales: el diálogo con Pilato que tiene como tema central la realeza de Jesús, la investidura con la corona de espinas y el manto púrpura, la solemne escena del Litóstrotos con la presentación de Jesús como “Rey de los Judíos”, la entronización en la cruz, el título y la sepultura real, todo lo cual transforma el conjunto en una auténtica “epifanía” de Jesús Rey. Este ceremonial estaría compuesto de estos pasos:

-Proclamación real hecha por Jesús ante Pilato;

-Coronación real por obra de los soldados;

-Epifanía real ante el pueblo;

-Aclamación real hecha por el pueblo;

-Subida de Jesús al trono de la cruz.


A lo largo del evangelio Jesús había sido llamado rey (1,49; 6,15; 12,13.15) y en cada una de esas ocasiones Jesús hacía un gesto o una declaración en orden a redimensionar e iluminar la concepción de realeza; ahora, en el momento de la pasión, Jesús hace una clara proclamación de su condición de rey y los contenidos de su realeza. Es interesante, además, recordar que en cada una de esas ocasiones Jesús aludía a la glorificación del Hijo del hombre, así en 1,51; 6,62; 12,23-24, de lo cual se sigue que la verdadera realeza de Jesús se manifestará plenamente sólo en el momento de su glorificación, y esto sucede, para Juan, en la cruz, ya que la exaltación de Jesús en el trono de la cruz es el punto culminante hacia el cual tiende todo el cuarto Evangelio en una progresión bien pensada.


3.1.1. Culmen de reflexión teológica


El relato joánico de la pasión representa el momento más reciente y alto de la reflexión de la primitiva comunidad cristiana sobre la muerte de Jesús. Esta muerte, como acontecimiento fundamental para la fe, conservaba su aspecto doloroso. En efecto, el aparente fracaso del Maestro, con todo lo que tenía de escándalo y de derrota, parecía contradecir abiertamente toda promesa veterotestamentaria y atentaba con apagar toda esperanza mesiánica de la naciente comunidad. Se trataba de un “trauma” que sería superado gracias a una progresiva teologización. Muchos, iluminados por Pentecostés, habían intentado superar ese momento oscuro del desenlace de Jesús iluminando el sentido de su muerte con la experiencia de Pascua. Habían recurrido a las Escrituras para encontrar en ellas una explicación a la misteriosa “necesidad” de la cruz y ver en ésta el cumplimiento de los antiguos oráculos, y lo habían logrado a su manera. Pero Juan aventajó a todos sus predecesores. Sólo él, a fines del siglo I, fue capaz de transformar el mismo momento doloroso de la pasión en una verdadera “apoteosis” y la crucifixión en un auténtico Pentecostés, lo cual revela un desarrollo considerable respecto de los escritos paulinos y sinópticos y, además, una superación definitiva de la tradicional antítesis humillación-exaltación. Juan realiza la sobreposición de los dos aspectos: el Jesús resucitado muestra los signos de su pasión y el Jesús que muere entrega el Espíritu como resucitado. Si la tradición prejoánica unía ya la resurrección y la exaltación (Flp 2,9-11), Juan va más allá: incluye en la victoria de Jesús el relato de su pasión. El cambio es tan radical que para Juan el evento de la resurrección apenas si confirmará el sentido de triunfo dado a la crucifixión. Juan representa así la etapa más elaborada de la reflexión teológica al respecto. Para el cuarto Evangelio el signo va siempre unido a la palabra que lo explica y comenta. Pues bien, a este “signo final y globalizante” (Dodd) que es el relato de la pasión gloriosa de Jesús, Juan dedica los capítulos 13-17 como interpretación de su sentido y alcance. El evangelista profundiza el hecho histórico de la muerte de Jesús a la luz de la gloria y lo amplía para hacerlo accesible a posteriores generaciones de cristianos. Esta intención del autor nos exige leer la pasión atentamente para no descuidar ninguno de los dos niveles: el histórico y el teológico.


 

3.1.2. La exaltación


El cuarto Evangelio integra otros temas teológicos que recorren el evangelio y que ahora tienen como fin subrayar la entronización de Jesús en la cruz. Estos temas son claves hermenéuticas que nos ayudan a entender la misma pasión de Jesús como el momento de la exaltación del Hijo del hombre a manera de un nuevo signo de salvación que ejerce atracción sobre la humanidad (12,-32-33). Los tres anuncios sinópticos de la pasión, presentada como humillación del Hijo del hombre, tienen su paralelo en Juan; sólo que para éste la pasión anunciada es exaltación. La elevación en la cruz es para Juan el acontecimiento salvífico-revelador que, por una parte, manifiesta al máximo el amor del Padre por la humanidad (3,14b-16) y, por otra, la verdadera identidad de Jesús (8,28), ya que lo muestra dotado de una categoría divina, vencedor sobre el Maligno y el Mundo. Si para los sinópticos Jesús comienza a mostrar su gloria a partir de su resurrección, el Jesús joánico lo hace desde el inicio de su ministerio, “el Jesús exaltado debía ser también el Jesús penetrado de gloria de la vida terrena” (J. Oriol Tuñí).


 

3.1.3. La hora de Jesús


La pasión de Jesús es entendida como la llegada de la “hora” anunciada y esperada durante el ministerio. Es cierto que también los sinópticos hacen referencia a la “hora” aplicada a la pasión, pero es Juan el que desarrolla este tema. La “hora” se cierne sobre la actividad de Jesús ya desde los inicios y la divide de dos períodos: la espera de la “hora” (2,4; 7,30; 8,20) y la legada de la “hora” (12,23.27; 13,1; 17,1). Vemos que todos estos textos, a excepción de 2,4 hacen constante alusión a la muerte de Jesús. Jesús vive consciente de esa “hora” final, de forma que evidentemente la pasión no lo tomará por sorpresa; al contrario, él sabe que para esto ha venido (12,27), que esa hora supondrá para él exaltación y gloria, que no será ya la hora del poder de las tinieblas (Lc 22,53) sino la hora de su triunfo sobre ellas.


 

3.1.4. La majestad de Jesús


Un momento importante de la manifestación del misterio de Jesús en la pasión se da en la escena de Getsemaní con la expresión “Yo soy”, que toma su fuerza enlazándose con el nombre divino de Yahveh en el AT. Esta condición divina de Jesús, fundamento de su realeza, es lo que le permite ser el dueño de la situación en cada momento. Su epopeya no es fruto de mezquinos intereses provinciales sino que tiene proporciones cósmicas ya que es el enfrentamiento de dos poderes de dualismo escatológico, la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Consciente de esto Jesús no actúa como víctima sino como un soberano cuya dignidad nada ni nadie puede eclipsar. Esta expresión de la majestad real de Jesús deja en claro la gloria del que camina hacia la cruz y prepara la escena de la autoproclamación real ante Pilato.


 

3.1.5. Conocimiento de Jesús


Otro elemento que tiene especial incidencia en este momento de la pasión, es el conocimiento sobrehumano de Jesús. Siempre “sabe” lo que sucederá (13,1.19; 14,29; 16,1.4.33 18,4; 19,28), anuncia su muerte (12,24.27; 18,32), pues para él no es un misterio angustiante sino el paso hacia su Padre; tiene una lúcida comprensión del designio de Dios y encara su destino con máxima serenidad pues se trata de un regalo de Dios (18,11), destino que es también el resultado de su ministerio como Testigo de la verdad en abierta escisión respecto al judaísmo oficial.


 

3.2. Epifanía de Jesús en el jardín


 

Juan omite la oración y agonía de Jesús en Getsemaní que no cuadran en su visión teológica particular y subraya en cambio la grandeza y majestad de Jesús en el prendimiento. Jesús, poseedor de un conocimiento sobrehumano, no se sorprende de la acción organizada contra él y sale al encuentro de la cohorte y los guardias y les pregunta a quién buscan. Ante la respuesta: “A Jesús Nazareno” Jesús responde: “Yo soy”. Estas palabras de Jesús que podrían ser un simple modo de identificación tienen para el cuarto Evangelio un valor especial: Jesús ha pronunciado el nombre divino de Yahveh por lo que la gente armada retrocede y cae por tierra. Están ante el mysterium tremendum que se trasluce en la persona de Jesús y se impone con toda su fuerza y su poder. Con esta escena Juan expresa la condición divina y soberana del que se entrega a sí mismo voluntariamente. De hecho Jesús pregunta de nuevo para invitar a los soldados y criados a que lo prendan, mostrando en esto su superioridad. Jesús se muestra como pastor de los suyos a los que protege de todo mal y rechaza toda defensa armada, ya que lo que sucederá es un plan preestablecido por el Padre.


 

3.3. Epifanía de Jesús rey en el juicio y muerte


 

3.3.1. Los diálogos


 

Una de las más típicas creaciones joánicas la constituyen los diálogos de Jesús con el procurador Poncio Pilato durante el proceso romano (18,33-38a; 19,7-12). Pilato, consciente de los motivos políticos del arresto, inicia la conversación con el acusado convirtiendo el título en causa de la acusación: “¿Eres Tú el Rey de los Judíos?”, pregunta que nos centra en lo esencial del proceso: la realeza de Jesús. Pilato llama repetidas veces a Jesús con este apelativo, lo que para Juan es de suma importancia: el representante más alto del poder imperial en Palestina proclama a Jesús Rey ante los ojos del mundo representado por los Judíos. De todas maneras la acusación de los judíos comporta una contradicción dictada por su envidia: en realidad habían rechazado a Jesús porque el mesianismo que predicaba era apolítico, religioso, interior, lleno de exigencias radicales, sin despliegue de fuerzas; ahora lo acusan ante Roma por supuestas reivindicaciones de tipo nacionalista. Jesús, dejando de lado todo “secreto mesiánico”, revela en forma explícita e inequívoca su condición de rey, pero declara que “su Reino suyo” (h basileia h emh) no procede de este mundo. No es un reino de tipo político, como lo esperan los judíos o lo puede temer Roma, sino una realidad que viene de arriba, que se fundamenta en la condición divina de Jesús y se despliega en su función reveladora en el mundo. El Reino de Jesús, espiritual, absoluto e imperecedero, está por encima de Israel y de Roma, procede de Dios y de Él toma su fuerza, por eso Jesús rehuye toda investidura que viene de los hombres. Consecuentemente, este Reino no se impone por la fuerza como los reinos humanos sino que se implanta a través del servicio y donación de su Jefe. No obstante, el Reino de Cristo no está “contra el mundo” ni es pura interioridad, ni tendrá lugar sólo como evento escatológico. El Reino de Jesús tiene su radio de acción sobre el mundo a través de la revelación salvífica, por eso puede entrar en conflicto con los poderes terrenos en cuanto pone en crisis todo mesianismo terreno y desvela en ellos toda falta de verdad. Finalmente, aunque la pregunta de Pilato acerca de la verdad no es contestada por Jesús, el lector joánico sabe que la verdad es el mismo Jesús.


 

3.3.2. El origen de Jesús


 

Los judíos, que no han impresionado a Pilato con la acusación de sedición que imputan a Jesús, ahora lo acusan de blasfemo: “según nuestra ley debe morir porque se hace hijo de Dios”. En esta segunda parte del diálogo (19,7-12) Pilato pregunta a Jesús acerca de su origen: “¿de dónde eres tú?”. En el lenguaje joánico la pregunta del procurador es más profunda, apunta al misterio personal de Jesús, tema que había recorrido todo el ministerio público (cf. 7,27-28.40-42.52; 8,14; 9,29-30). Jesús no responde inmediatamente por lo cual el procurador lo amenaza con echarle encima la fuerza de su imperium. Jesús relativiza el poder del procurador haciéndole caer en la cuenta que su autoridad, el poder de crucificar, no le viene de Roma sino de Dios, cuya voluntad es actuada a través de la competencia del procurador convertido en agente histórico de la economía de la salvación. La actuación de Pilato posibilita que Jesús, en plena obediencia, lleve a cabo el plan de Dios. Esta previsión divina, sin embargo, no despoja a Pilato de su libre albedrío ni lo libera de la responsabilidad de optar. Por eso se puede hablar de un pecado de Pilato: no ha oído realmente la voz del Testigo de la verdad; actúa en contra de sus convicciones, condena a Jesús para defender su posición.


 

3.3.3. La investidura real


 

Los Judíos han abandonado la acusación de blasfemia y de nuevo hacen sentir el cargo político: Jesús con su pretensión mesiánica no sólo contradice sino que se opone al César. Ante esto Pilato decide ridiculizar esa pretensión de Jesús vistiéndolo de rey por obra de los soldados (19,1-3). Esta escena es el centro de la estructura septenaria del relato del proceso y, por lo mismo, es el corazón del completo relato de la Pasión. Jesús, a pesar de haber sido reconocido inocente por Pilato, es sometido a la flagelación romana que, en contraste con la judía, rigurosamente regulada (Dt 25,3; 2 Cor 11,24), no tenía número limitado de golpes. Jesús es coronado con un casco de espinas, envuelto en un manto púrpura -verdadera insignia real- y es saludado: “Salve, el Rey de los Judíos”. Los soldados revisten a Jesús con un ornato regio y le rinden un homenaje de burla, pero en este escarnio Juan ve una auténtica investidura real. Además, el evangelista quiere honrar a Jesús con un título ya conocido que hace recordar el saludo a los emperadores: Ave Cæsar.


 

3.3.4. “Aquí tenéis al Hombre”


Así vestido, Jesús es llevado afuera por Pilato y presentado al pueblo (19,4-6). Esta escena está fuertemente marcada por el tema de la inocencia de Jesús, reconocida tres veces por el procurador (18,38b; 19,4.6). Pilato se muestra lleno de contradicciones: declara públicamente no encontrar en Jesús delito alguno pero lo hace azotar y escarnecer, y terminará eliminándolo ante la presión de los Judíos. Pilato presenta a Jesús con las palabras: “Aquí tenéis al Hombre”. Con estas palabras el procurador hace un llamado a la cordura de los Judíos: este hombre no presenta peligro político alguno para el Imperio y, por lo tanto, no es necesario seguir adelante con más humillaciones. De paso, Pilato expresa su desprecio por las esperanzas mesiánicas judías y su espíritu nacionalista presentándoles un rey en estado lamentable. Pero no todo se resuelve en esta lectura. La expresión “Aquí tenéis al Hombre” en la pluma de Juan apunta a otro nivel: Jesús es el “varón de dolores” de que habla Is 52,13 - 53,12; pero aún más, es el hombre histórico en el cual se realiza la revelación y la redención que Dios había prometido; es en su humanidad donde el Logos manifiesta la densidad y lo concreto de su encarnación y donde deja traslucir su gloria divina. Aquí “Hombre” es un título equiparable al de “Hijo de Hombre”, designación que va paralela a la de “Rey” en las perícopas reales joánicas.


 

3.3.5. “Aquí tenéis a vuestro Rey”


 

En paralelo a esta escena, está la escena del Litóstrotos (19,13-16a) en la que Jesús es presentado por segunda vez al pueblo por Pilato. Los Judíos acaban de amenazar a Pilato: si deja libre a Jesús no es digno de llevar el título de Amicus Cæsaris (amigo del César) ya que estaría protegiendo a un subversivo. El magistrado romano se rinde: no quiere arriesgar su carrera con tal denuncia ante el César ni desea hacer más ásperas las relaciones con la autoridades religiosas del país. Condesciende, aunque esto signifique cerrarse a la verdad. Pero antes hace un signo que llenará de estupor e ira a los Judíos: conduce afuera a Jesús y lo sienta en el tribunal y dice a los Judíos: “Aquí tenéis a vuestro Rey”. Este gesto de Pilato completa lo que iniciaron los soldados: la parodia de la realeza de Jesús. Ahora Pilato presenta a Jesús como el verdadero Rey y Juez, con lo que la progresión dramática del relato logra su clímax. Para Juan este momento es tan decisivo que nos da una detallada descripción del lugar (es un lugar prominente) y la datación precisa (es la Parasceve, en que se hacen todos los preparativos para la Pascua judía). Para Juan Jesús es crucificado el mismo día y a la misma hora en que los corderos pascuales eran inmolados en el Templo. Son evidentes los rasgos de tipología que utiliza el evangelista haciendo de Jesús el verdadero Cordero pascual. En las palabras de Pilato: “Aquí tenéis a vuestro Rey”, Jesús no es ningún rival del emperador; pero, además, estas palabras logran su sentido entendidas como un complemento al gesto de sentar a Jesús en el tribunal y suenan para la comunidad cristiana como la proclamación oficial de la realeza mesiánica de Jesús. Ante este gesto de Pilato los Judíos expresan su blasfemia final: “No tenemos otro rey que el César”. Con ella abdican de su condición de pueblo elegido y se ponen al mismo nivel de los pueblos paganos.


 

3.3.6. El trono de la cruz


 

La escena de la crucifixión (19,16b-22) ha sido elaborada por Juan de una forma mucho más cuidadosa y amplia que las versiones sinópticas. Aunque la responsabilidad es de los Judíos, a los cuales Jesús ha sido entregado (19,16a), la ejecución de este servile supplicium (humillante suplicio) está a cargo de los soldados, brazo largo de Pilato. En contraste con los sinópticos, Juan nos dice que Jesús lleva personalmente la cruz, porque, según su propia visión cristológica, Jesús tiene hasta el fin plena conciencia y libertad. En este momento hace un gesto soberano, toma la iniciativa para llevar a término la pasión y carga sobre sí el instrumento de la redención de la humanidad y de su propia exaltación. La crucifixión, considerada “la más miserable de las muertes” (Flavio Josefo), no sólo conllevaba los dolores más atroces sino que además significaba en un ambiente hebreo una maldición de Dios, según el lapidario texto de Dt 21,23. Juan se distancia de los sinópticos al describir a los acompañantes de Jesús en el suplicio. Están allí haciéndole silenciosa compañía uno a cada lado y Jesús al medio. Juan no les da el apelativo de sediciosos o malhechores, sino que para él son dos asistentes al trono del Rey mesiánico.


 

3.3.7. El título de la cruz


 

Si el Via Crucis es descrito con prisa, Juan se detiene en el relato del título de la cruz (porque para Juan no se trata de una escritura o causa, sino de un título). Según el cuarto Evangelio es Pilato el responsable de la redacción y la colocación del título “Jesús Nazareno, el Rey de los Judíos”, título que ha aparecido ya cinco veces en boca del procurador. Juan describe con detalle la repercusión popular de este título: como el lugar de la crucifixión está cerca de la ciudad y la inscripción está redactada en tres lenguas, el escrito puede ser entendido por todos los transeúntes y por la muchedumbre de los peregrinos que han acudido a la ciudad de Jerusalén para celebrar la Pascua (19,20). El título de la cruz ha sido escrito en hebreo, que es el dialecto local y el idioma propio de la religión; en latín, la lengua de la política e idioma oficial del imperio y, por último, en griego, la lengua de la cultura común del mundo mediterráneo. La realeza de Jesús es ahora evidente a todos los pueblos. Pilato es convertido en testigo principal de la realeza de Jesús. Declara, insiste y ratifica su veredicto ante las naciones: Jesús es verdaderamente Rey. El título de la cruz testimonia esa verdad, afirmada por Pilato, rechazada por los Judíos, pero efectiva y universal.


 

3.3.8. Una sepultura real


La sepultura de Jesús (19,38-42) despertó muy pronto un gran interés en la primitiva comunidad. Argumentos apologéticos insistían en el aspecto de una tumba conocida, cercana, única. Juan pone el énfasis en el sepelio de Jesús realizado por dos judíos importantes cuyo testimonio era indiscutible sobre el lugar y las circunstancias. Pero además el cuarto Evangelio resalta de una forma especial los honores tributados al cuerpo de Jesús; en cada uno de los detalles es posible advertir un deseo de poner de manifiesto la soberanía y la grandeza del crucificado. Pilato accede a la petición de José de Arimatea y éste procede al descendimiento del cadáver de Jesús. En esta tarea aparece un discípulo secreto de Jesús, Nicodemo, que trae una mezcla de resina perfumada y madera olorosa de subido precio y en cantidad equivalente a 32,7 kilos. Con esta generosa unción Juan pone a Jesús en la línea de los reyes de Israel. Si Judas Iscariote se había escandalizado en Betania porque María derrochaba una libra de ungüento para perfumar los pies de Jesús (12,3-7), ahora se utiliza una cantidad ¡cien veces mayor! Si en los sinópticos se advierte cierta prisa por terminar el funeral de Jesús antes de la caída del sol para respetar la norma litúrgica de la fiesta, en el relato joánico se aprecia un funeral meticuloso y definitivo que hará innecesaria la visita de las mujeres en la mañana de Pascua. Jesús es colocado en una tumba nueva e incontaminada y que está ubicada en un jardín cercano al sitio de la crucifixión. En esto podemos advertir una mención a los sepelios reales del AT, cuando los reyes de Judá eran enterrados en sus propios jardines, como Manasés y Amón (2 R 21,18.26), ahora Jesús también puede reposar en su propio jardín como lo había hecho el rey David.


De esta manera el evangelista concluye en sintonía con el tema de fondo que ha compenetrado el relato: Jesús ha sido coronado y proclamado rey en el proceso, es entronizado y constituido rey en la cruz, y ahora es sepultado como rey, con el máximo decoro y con los honores de dos personajes importantes del judaísmo oficial. Podemos decir, pues, que la Pasión gloriosa de Jesús, en el cuarto Evangelio, es una verdadera “epifanía de Jesús Rey”.



 

CLAVE SITUACIONAL


 

1. La Cruz de Jesús. Nos ayudan en nuestra reflexión y diálogo sobre este tema unos versos de Mons. Pedro Casaldáliga. Es un poema que titula “Maldita sea la cruz”:

Maldita sea la cruz

que cargamos sin amor

como una fatal herencia.

Maldita sea la cruz

que echamos sobre los hombros

de los hermanos pequeños.


Maldita sea la cruz

que no quebramos a golpes

de libertad solidaria,

desnudos para la entrega,

rebeldes contra la muerte.


Maldita sea la cruz

que exhiben los opresores

en las paredes del banco,

detrás del trono impasible,

en el blasón de las armas,

sobre el escote de lujo,

ante los ojos del miedo.


Maldita sea la cruz

que el poder hinca en el Pueblo,

en nombre de Dios quizás.

Maldita sea la curz

que la Iglesia justifica

-quizás en nombre de Cristo-

cuando debiera abrasarla

en llamas de profecía.


¡Maldita sea la cruz

que no pueda ser La Cruz!


La cruz es el símbolo con el que se acostumbra a identifcar a las personas, instituciones, lugares... relacionados con el cristiaismo. “Cruz” es una palabra con la que expresamos diversas experiencias dolorosas de la vida, de la situación de la sociedad, etc. Podríamos dialogar sobre el sentido y la razón de ser de tantas cruces con que nos enocntramos cada día. ¿Cuáles son signo de la Cruz de Jesús y están verdaderamente unidas a ella? ¿Cuándo, por el contrario, constituyen una blasfemia contra la Cruz de Jesús?


 

2. La realeza de Jesús y el Reino de Dios. La Iglesia celebra cada año la fiesta de Cristo Rey como conclusión del año litúrgico. Sabemos muy bien cómo se ha venido manipulando a lo largo de la historia del cristianismo ese título, poniéndolo al servicio de los más variados intereses y escudándose a veces en él para cometer barbaridades contra pesonas y pueblos. La realeza de Jesús solo se puede comprender en el marco del Reino de Dios, Reino de justicia y de verdad, de paz y misericordia, lugar de fraternidad verdadera. Si el más grande en el Reino de los cielos es el que sirve y da la vida por los demás, entonces Jesús es el Rey. El Evangelio de Juan nos ha presentado a Jesús-Rey en su trono, la Cruz. Desde él entregó su espíritu para la vida de todos. Celebrar la realeza de Jesús es poner el Reino en el centro de nuestras vidas. El diálogo entre Pilato y Jesús nos invita a reflexionar sobre algunos aspectos de este Rey y de su Reino. Pero, deberemos hacerlo en nuestro contexto histórico particular. ¿A qué nos invita a los cristianos confesar a Jesús como Rey en el contexto social en que vivimos? ¿Qué exigencias comporta para la Iglesia la misión de ser signo de este Reino?


 

3. El riesgo de decir la verdad y el valor de vivir según ella. Con frecuencia tenemos la impresión que la verdad no interesa. Parece que en la escala de valores la verdad ha perdido terreno, especialmente como punto de referencia de la conducta de las personas. Las decisiones se toman desde otros criterios y las relaciones entre las personas y los pueblos se construyen desde otros principios. Cuesta decir la verdad y cuesta más todavía configurar la vida a partir de ella. La pregunta de Pilato a Jesús: “y ¿qué es la verdad?” sigue resonando como manifestación despectiva hacia el que hizo de su testimonio la razón de su vida. Pilato aparece como uno de aquellos que supeditan la verdad a la defensa de su posición; no tiene reparo en condenar a un inocente. Nosotros conocemos a muchos testigos de la verdad; algunos han confirmado con la entrega de su vida su fidelidad a ella. Conocemos también seguramente muchos casos en que la verdad es supeditada a intereses egoistas. Podríamos comentar el testimonio de esos “tesigos de la verdad”. Compartamos también la reacción que provoca en nosotros el descubrir a personas y situaciones que pisotean la verdad supeditándola a otros intereses. ¿Cómo ilumina el testimonio de Jesús, “camino, verdad y vida”, estas realidades?




 

CLAVE EXISTENCIAL


1. El Crucificado, ¿es verdaderamente nuestro Rey? ¿Cómo vive y expresa nuestra espiritualidad esta realidad?


2. ¿Cómo integramos la dimensión contemplativa en nuestra vida misionera? ¿Qué resonancia encuentra en nuestro corazón la contemplación de la pasión, muerte y resurrección de Jesús?


3. ¿Qué nos pide hoy a cada uno de nosotros dar testimonio de la Verdad?






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