joánicos VI
Tema 6:
EL VERBO SE HIZO CARNE PARA DARNOS VIDA
Texto: Juan 1,1-18 y 20,30 - 21,25
CLAVE BÍBLICA
1. NIVEL LITERARIO
1.1. Por qué el prólogo y capítulo 21 juntos
El prólogo del evangelio y el capítulo final son probablemente obra de la última redacción de este escrito. Forman así un marco literario -y teológico- de todo el conjunto, presentando la apertura y el cierre de su larga meditación teológica y espiritual antes de confiarlo a la iglesia universal.
El prólogo es como la clave de lectura de su penetración del misterio de la persona de Jesús, el Verbo encarnado, dándonos así desde el inicio una apretada síntesis de su teología y de esa cristología tan elevada que caracteriza todo el resto del evangelio de Juan.
El capítulo final, después de tratar el primado pastoral de Pedro en la iglesia, reafirma la importancia y la primacía del Discípulo Amado para la comunidad joánica y para toda comunidad cristiana. Así nos da su visión de una eclesiología de comunión de fe y amor, previa y primordial a toda institución.
Como un intento de síntesis de esas dos claves vamos a presentar estos versículos iniciales y finales, después de haber leído todo el evangelio. Por eso los abordamos al final y juntos, correspondiendo a la función que desempeñan en el escrito final y a nuestra lectura sintética del mismo.
1.2. Prólogo
1.2.1. Relación del prólogo con el evangelio. Terminología propia y común
En el prólogo del evangelio se nos da la clave teológica para leer el resto de la obra, y muy especialmente su cristología. Desde siempre ha admirado la iglesia esa altura de visión que parece llevarnos a la interioridad de Dios, pero sobre todo a la comprensión más profunda de Jesús como Verbo del Padre, encarnado para revelar su Gloria y darnos su Amor fiel como Gracia definitiva.
Se puede decir que el resto del evangelio es una exégesis de este prólogo, como Jesús mismo es la exégesis del Padre. Sin embargo, más bien se trata de una síntesis apretada, y con un vocabulario en gran medida novedoso, con respecto al resto de la obra. Esto prueba el carácter de reflexión última y de clave interpretativa final que tiene esta solemne obertura.
Hay una serie de términos que recogen lo dicho en otras partes con más detalle : Dios, Padre, Vida, Luz, Juan, mundo, gloria, testimonio, creer, venir... junto a otros más secundarios. Pero hay otros términos novedosos y casi peculiares de esta obertura, tales como Verbo, Unigénito, Jesucristo, principio, gracia y verdad, hacerse carne, poner la tienda, hijos de Dios.
1.2.2. Género literario
Se ha escrito mucho sobre el género literario de este prólogo. No es ciertamente un relato de infancia, ni un discurso de revelación puesto en boca de Jesús, como tantas veces ocurrirá en el resto de la obra. Quien está haciendo esta confesión de fe aparece en los vv.14 y 16 en forma de un nosotros que ha visto la gloria del Verbo encarnado y que ha recibido de la plenitud de la gracia derramada por él, muy por encima de la ley mosaica.
Antes de proclamar la encarnación o el “acampar del Verbo entre los hombres”, esta comunidad de creyentes confiesa haber recibido la capacidad de ser hijos de Dios, por el don de la Vida que brilla en el Verbo e ilumina “a todos los hombres”, aun antes y fuera de la revelación mosaica y del testimonio del Bautista, si bien se les concede gran importancia a ambas revelaciones.
En un primer momento la mirada de fe se confronta con el Génesis para ver al Verbo antes de toda creación, realiazada precisamente por Él. En Él estaba la Vida que es la Luz de los hombres, manifestada plenamente en Jesucristo pero que estaba desde siempre cabe Dios, de donde ha venido y adonde nos conduce graciosamente, superando las tinieblas.
1.2. 3. Origen
Se ha supuesto que este prólogo pudo ser originariamente un himno de los discípulos de Juan Bautista, precisamente por la enorme importancia que tiene éste en el mismo, sobre todo si se omite el v. 8: "No era él la Luz...". Pero parece muy extraño que una comunidad cristiana, por más que provenga de discípulos del Bautista, llegue a dar tal importancia a Juan, y menos que utilice un himno de esa secta glorificando tanto a su maestro.
Otros suponen un influjo del judeohelenismo, sobre todo por la importancia del Verbo en los escritos del judío Filón de Alejandría. Pero esto nos aleja de la hipótesis más normal sobre la comunidad joánica, que surge en Palestina y se va arraigando en Samaría y en el sur de Siria (y acaso en Éfeso); pero no en Egipto, ni en comunidades judeohelenistas.
Tal vez la mejor hipótesis es ver aquí una reflexión judeocristiana sobre el lenguaje de la Sabiduría veterotestamentaria, tal como aparece en Prv 1-9, Sir 24 y Sab 7-9. Es verdad que utiliza Logos (Palabra) en vez de Sofía (Sabiduría); pero eso se explica muy bien porque aquí se trata de la Sabiduría encarnada en las palabras y obras, en la vida y la persona del Mesías y Profeta definitivo del Padre. Para expresar esto el autor echa mano de esa Palabra de Dios que se había revelado parcialmente en el AT y había llegado potente hasta Juan y su testimonio.
Como el AT había puesto la Sabiduría de Dios en la Ley, especialmente en los últimos escritos (Sir 24,23 y Bar 4,1), así la comunidad joánica la pone en Jesús, pero en la línea de la Palabra profética, como hace la Carta a los Hebreos de otra forma (Hbr 1,1). Por eso le llama Verbo del Padre, pues en Jesús se nos reveló ese Nombre y se nos regaló la filiación (Jn 1,12.14.18)
1.2. 4. Estructura
Se han propuesto diversas estructuras del prólogo y no vamos a intentar exponerlas ni justificar la elegida aquí. Más bien presentarla como una pista de lectura, que toma sus opciones exegéticas por verlas ahí mejor reflejadas.
La cuestión más fundamental es si todo el prólogo trata ya de Jesucristo, o sólo desde el v.9 o el 14 en que se habla del Verbo encarnado. Antes se trataría del Hijo eterno junto al Padre, principio de toda la creación junto con Él. Según eso la división principal estaría en esos versículos centrales del 9 al 14.
Rodeando al Verbo encarnado estaría el testimonio del Bautista, en los vv 6-8 y luego en el 15. Antes se trata del Verbo en la creación, como previo a ella y agente de la misma en los vv.1-5. Y al final del Verbo resucitado, fuente de gracia para todos, superior a la dada en la creación y la Ley mosaica.
Tenemos así los tres tiempos de la economía divina, antes de la Ley, bajo la Ley y bajo la Gracia, pero vistos desde la Cristología del Verbo. Primero del Verbo eterno creador, luego del Verbo encarnado redentor y al fin del Verbo resucitado y santificador.
Son también tres modos de presencia de la Sabiduría eterna de Dios, mediada por la Creación, la Ley y los Profetas, y definitivamente encarnada en el Verbo del Padre para convidar a los hombres a ser sus hijos. Son tres grandes símbolos: primero la Vida, don primordial y fundamental; luego la Luz de la revelación y la fe; y finalmente la Gracia que brilla en el Hijo y en los hijos.
1.3. Epílogo: 21,1-23
Este capítulo final del evangelio bien puede llamarse epílogo del mismo, ya que en 20,30s se había puesto punto final a la obra. Lo que se añade a continuación no le parecía necesario ni siquiera al último redactor, que dejó intacta esa conclusión, más completa que la que él mismo pondrá luego. También aquí, como en el prólogo, hay términos que resultan comunes con el escrito anterior (Jesús, Señor, Pedro, discípulos, mar, barca, amar, conocer, seguir), y otros que son peculiares de esta escena (pez, red, pescado, cordero, apacentar, pastorear y, en parte, el Discípulo Amado y el "hijo de Juan" para designar a Simón Pedro), lo que refleja la mano distinta que añadió este capítulo por razones peculiares.
1.3.1. Redacción y estructura.
El relato se compone de dos partes, claramente definidas, cada una con dos escenas. La primera parte se presenta como un relato de aparición, haciendo inclusión entre el v.1 y el 14. La segunda parte se abre con claras alusiones a la última cena (negaciones de Pedro y el Discípulo reclinado en su pecho) y se cierra con dos versículos conclusivos, que parecen remitir a la conclusión previa de la obra en 20,30s.
La primera parte se abre con una escena de pesca milagrosa (vv.1-8) seguida de otra que presenta una comida con el Resucitado (que abarca los vv. 9-14). El primer personaje es Simón Pedro, pero el personaje principal es el Señor resucitado, presente y orientador en la pesca y anfitrión en la comida.
La segunda parte tiene también dos escenas: la primera ocurre entre Jesús y Pedro, preguntándole tres veces sobre su amor por él (vv.15-19); a continuación reaparece la figura del Discípulo Amado y se entabla un diálogo acerca de él, que no termina sino con la propia conclusión del libro, al hacerlo testigo y garante de la verdad de todo el escrito.
Si Jesús y Pedro son las figuras principales, seguidas por los discípulos en conjunto (15 veces, 12 veces y 5 veces respectivamente), la figura más significativa es la del Discípulo Amado, presente en la primera escena, dando la clave de la segunda, al reconocer al Señor (v.7), y reapareciendo en la cuarta y última, con una precedencia clara sobre Pedro, ya que a éste Jesús lo invita a seguirlo mientras que aquél ya lo está siguiendo (v.19s)
1.3.2. Comparación con Lc 5,1-11
La escena de la pesca milagrosa, y la consiguiente confesión de fe del Discípulo Amado, aceptada por todos en la comida con el Resucitado que le sigue (21,7 y 12), recuerda otras escenas sinópticas de Jesús en la barca con sus discípulos, como la de Mc 4,35-41 o 6,45-52 y paralelos; pero sobre todo la escena de Lc 5,1-11, por tratarse también de una pesca milagrosa.
En ambos casos se trata de la barca de Simón, que está pescando junto con otros compañeros, entre ellos los hijos del Zebedeo (5,10 y 21,2). El resultado de la faena durante la noche entera ha sido infructuoso en ambos episodios (5,5 y 21,3). Al lanzar de nuevo las redes, fiándose de la palabra de Jesús, logran una pesca extraordinaria.
Todavía cabe señalar entre los paralelos el hecho de que está ligada en ambos a una escena de seguimiento (5,11 y 21,19s.22); y tal vez la función similar del pastoreo en Juan y el encargo de ser "pescador de hombres" en Lucas.
Sin embargo, hay notables diferencias. La primera de todas es que en Lucas pertenece al Jesús de la historia, mientras que en Juan se trata de una aparición del Señor resucitado. Junto a ello está la reacción de temor y el primer seguimiento de discípulos en el relato lucano, mientras que hay una aceptación creyente y un seguimiento pospascual hasta la muerte en el relato joánico.
Más importante aún es la presencia del Discípulo Amado en Juan, como el personaje que da la clave de la pesca extraordinaria y de la aceptación creyente del Señor en la comida que ofrece a los discípulos. Y junto a ello el papel preponderante -después del Señor- que tiene en todo el relato.
Así pues, más allá de la posible transformación lucana de un relato de aparición del Resucitado en un episodio de la vida de Jesús, lo que diferencia en profundidad a ambos relatos es la eclesiología subyacente en Juan y apenas presente en el relato lucano.
1.4. Dos conclusiones: 20,30-31 y 21,24-25
Ya hemos señalado que el capítulo 21 puede tomarse como un epílogo al evangelio ya concluido, pues efectivamente los vv. finales del capítulo 20 son una clara conclusión teológica de todo el escrito. Ahí se expresa la finalidad de todo el libro: suscitar la fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios y lograr por esa fe tener Vida en su Nombre.
En la propia conclusión del redactor final, que no ha querido borrar la anterior ni cambiarla de lugar, el peso se concentra en el testimonio del Discípulo Amado, tenido por verdadero por la comunidad joánica que él mismo representa. La finalidad del testimonio, como la del escrito que lo refleja -y antes la de las propias obras o signos de Jesús-, es suscitar una fe en él, capaz de comunicar la Vida de hijos de Dios a los creyentes.
Comparación con Lc 1,1-4
En estas conclusiones, entrelazadas y mutuamente referidas, podemos ver un esquema similar al proemio de Lucas a su obra. Ciertamente son mayores las diferencias que las semejanzas, pero no faltan tampoco éstas, ya que en ambos casos los autores nos dejan entrever la complejidad de su tarea.
En Lucas aparecen los tres tiempos de la tradición evangélica: los hechos acaecidos con Jesús de Nazaret, incluyendo la Pascua y las apariciones; los testimonios de los testigos oculares y predicadores posteriores de esos acontecimientos; y la cadena de escritores o redactores primeros de esos testimonios apostólicos sobre los hechos acaecidos con Jesús. Por fin el evangelio propio de Lucas, fruto de su propia selección y redacción teológicas.
En el caso del prólogo de Juan aparece la Palabra previa de Dios en el AT y en el testimonio del Bautista, pero su centro es el Verbo encarnado en Jesús, del que va a ocuparse amplia y profundamente. Lo hará desde la experiencia de su Espíritu, cuyo fruto experimenta la propia comunidad de testigos, ese nosotros que toma la voz ya en 1,14 y 16 en su actual realidad de hijos de Dios.
En el epílogo, hay una distancia mayor, ya que el grupo de hermanos que ha aceptado el testimonio del Discípulo amado es una comunidad cristiana de la segunda generación, como Lucas se presentaba en su breve introducción. Más aún, representa una visión y una vivencia comunitaria con una clara conciencia de superioridad frente a la mera estructura institucional
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Sobre la finalidad de la obra de Juan volveremos al terminar el nivel teológico. Ya ahora cabe señalar que con su escrito pretende dejar testimonio de la fe transmitida por el Discípulo Amado y de su propia fe vivida, para comunicar esa misma fe y vida a los lectores. Lucas, por su parte, pretende fundamentar la firmeza de la fe recibida en la catequesis primera, a través de un estudio crítico y de una exposición ordenada de su origen y su transmisión apostólica.
2. NIVEL HISTÓRICO
El prólogo del evangelio, por ser de la última redacción de la obra, refleja en sus breves líneas todo el desarrollo de la comunidad joánica a lo largo de los años que van desde la vida pública de Jesús de Nazaret hasta la expulsión de los judeocristianos por parte de la institución sinagogal farisea, por los años 90. Por eso no es extraño que la mirada atenta descubra indicios de tantos influjos y contactos con otros grupos humanos y sus creencias y opiniones.
2.1. "Logos": Filón de Alejandría, judaísmo y helenismo
Ha llamado poderosamente la atención el uso peculiar del concepto de "Logos" o Verbo exclusivamente en el prólogo. En las primeras décadas del siglo I d.C. el autor judío Filón de Alejandría había escrito profundas reflexiones sobre este concepto, tratando de compaginar su fe tradicional judía con las ideas filosóficas del mundo helenista, platónicas y estoicas. El Logos de Filón es casi un mediador entre Dios y su creación y, a la vez, tiene que ver con la racionalidad del mundo y su expresión en la revelación mosaica y profética.
No cabe duda de que hay cierta afinidad entre esa conceptualización y la que se desprende del prólogo joánico. Pero aquí se trata de algo más que una mediación, ya que "el Logos era Dios". Además se identifica también con la figura histórica de Jesucristo, cuando "el Verbo se hizo carne". Y la racionalidad humana no alcanza este misterio del Unigénito Hijo de Dios encarnado, cuya Gloria se reveló en Jesús, si no es por el don de la fe.
Además, ese misterio no es un problema de la inteligencia, sino una comunicación de vida y amor, que hace "nacer de Dios" por medio de la fe en la persona de Jesús, como Hijo del Padre que ha venido a darnos la Vida por puro amor gratuito de Dios al hombre. Todo esto es ajeno al mundo conceptual del Logos de Filón.
Habrá que buscar sus raíces en otra parte, pero sin descartar un cierto influjo del lenguaje filoniano, coon el que se conecta no tanto directamente cuanto a través del judeohelenismo que conocía el intento de Filón y podía emplear ese lenguaje. La comunidad joánica sabe de contactos de Jesús (y sus discípulos) con el mundo judío de la diáspora y con los griegos, bien cercanos en la decápolis palestina (7,35; 12,20-32).
2.2. Prólogo y literatura sapiencial
Es evidente que el AT está a la base de toda la reflexión cristiana del NT; y esto es particularmente válido en todo el cuerpo joánico, aunque no abunden las citas explícitas y directas. El mundo de las realidades históricas, personajes y acontecimientos, instituciones y figuras o símbolos, está presente en todo el evangelio. Por eso es natural buscar allí la clave del prólogo.
A lo largo de varios textos Jesús es presentado como la Sabiduría que sale al encuentro de los hombres y les ofrece la Vida, tal como aparecía ya en los libros sapienciales del AT (Pr 8,22-9,6; Si 24,1-22; Sab 6,12-14; 7,25ss; 9,9ss.16ss; Jn 3,12ss; 6,35; 7,37-39; 8,12ss; 9,5.39ss; 14,21-26).
Tanto la preexistencia de la Sabiduría, como su papel en la creación y hasta su proximidad a Dios, del que parece a veces una hipóstasis o personificación, apuntaban ya en esos textos. Y también su acercamiento a los hombres, ofreciéndoles el camino de la vida y su enraizamiento concreto en el pueblo de Israel, hasta llegar a identificarse con la Ley mosaica o toda la Palabra de Dios a su pueblo, especialmente por medio de Moisés y los profetas.
El autor del prólogo ha visto esa Sabiduría eterna de Dios acercándose a todo hombre en la historia, y esa Palabra permanente del Padre dirigida cada vez más claramente al pueblo creyente y encarnada definitivamente en su Unigénito Jesucristo. Este lenguaje y este mundo conceptual están más cerca del lenguaje joánico que no las especulaciones filonianas.
No fue tanto el género femenino del vocablo “Sabiduría” lo que llevó a esa preferencia por el “Verbo” (que es en griego "Logos", masculino), sino que aquella simbolizaba mejor el don del Espíritu de verdad y de agua viva, que no la Palabra del Padre que tomó carne en Jesús de Nazaret. Este realismo de la Palabra humanizada y el sentido profundo de relación que expresa toda palabra, divina y humana, es lo que debió mover a nuestro teólogo a preferir este término al de Sabiduría
2.3. Iglesia joánica y grupo bautista
Hoy día nos puede parecer exagerada la importancia dada al testimonio de Juan el Bautista en un prólogo de tanta altura teológica. Pero, por un lado, no es exclusivo de nuestro texto, ni del evangelio joánico. Baste recordar Jn 1,19-34; 3,22-36; 5,31-36; 10,40-42; además del testimonio de los sinópticos (Mc 1,1-11; 6,14-29; 11,27-33; Mt 11,2-15; 17,9-13; Hch 1,22; 10,36s; 19,1-7).
Pero en el caso de la comunidad joánica hay razones peculiares ya que se sabe emparentada inicialmente con ese testimonio del Bautista (Jn 1,19-34; 3,22-36), y tiene conciencia de que fue el precursor quien los encaminó hacia Jesús. La comunidad joánica conoce expresamente la relación primera de Andrés y su hermano Simón con el Bautista, así como otros compañeros de Betsaida, como Felipe y Natanael (probablemente el Bartolomé de las listas sinópticas) y sin duda los hijos del Zebedeo (1,40-51 y 21,2).
Por otro lado Jesús mismo enlazó su ministerio con el de Juan, y se remitió a su autoridad profética, frente al cuestionamiento de las autoridades judías (5,31-36; Mt 11,2-15; Mc 11,27-33).Y casi concluye el ministerio de Jesús con una retirada al mismo territorio donde bautizaba antes Juan y el propio Jesús o sus discípulos primeros (1,28; 3,22-4,4; 10,40).
Esto puede reflejar muy bien los pasos de la comunidad tras la Pascua, cuando rehace su camino de fe. Por eso en el prólogo aparece el testimonio del Bautista enmarcando la encarnación del Verbo (1,6-8 y 15). Su reflexión ahonda en el misterio de la profecía, que culmina en Juan, que anticipaba el acercamiento de la Palabra de Dios al lenguaje y a la historia de los hombres.
Curiosamente la tradición de los discípulos de Juan aparece en los Hechos y en el Apocalipsis ligada al territorio de Éfeso. Aunque ésta no sea la patria del evangelio, es posiblemente uno de sus lugares de redacción o, al menos, lugar de expansión de comunidades joánicas (Hch 19,1-7).
2.3. Confrontación con el gnosticismo doceta
No sabemos aún con seguridad el origen del fenómeno gnóstico, que para muchos es posterior al cristianismo. Pero ciertamente apareció muy pronto una lectura "cristiana" de Jesús que negaba su encarnación, precisamente para salvar su valor revelatorio y divino. Se le ha llamado "docetismo", o doctrina que afirma la mera apariencia de la humanidad del Revelador divino, aparecido en Jesús.
El punto extremo de esta corriente lo vamos a encontrar en el siglo II d.C. en la gnosis cristiana que se apoya también en el Cristo del evangelio joánico para negar la humanidad plena del Hijo de Dios. Sólo en apariencia sería Jesús un hombre real, y por tanto ni la encarnación ni la cruz se habrían dado históricamente, sino como símbolos para el conocimiento y ocasión de revelación del ser divino que anida en todo hombre.
Esta corriente está fuertemente combatida en las cartas joánicas (1Jn 2,18-22; 4,1-3; 2Jn 7). Pero lo está también en el evangelio, sobre todo en esa frase central y clave del prólogo que afirma rotundamente que "el Verbo se hizo carne" (1,14). La humanidad de Jesús, por más que deje traslucir la Gloria del Unigénito del Padre, se refleja de mil modos. Tiene un lugar de habitación (1,38s); se fatiga caminando y tiene hambre y sed (4,6ss31ss); lava los pies a discípulos (13,4-15); intentan prenderlo y matarlo (5,18; 7,1.19.25.30.32.44; 8,40.59; 10,31ss.39) y al fin lo logran (11,53; 18,12ss).
Se muestra sobre todo en su dolor y lágrimas (11,32-38); en su turbación ante la proximidad de su muerte (12,27) en la bofetada del guardia y los azotes de los soldados y la coronación de espinas y la carga de su cruz (18,22; 19,1-3.17); y definitivamente en la crucifixión y sepelio de Jesús, por más que se trate de la Hora suprema de su glorificación (19,18-34 y 38-42).
A Dios no lo ha visto nunca nadie (Jn 1,18; 6,46; 1Jn 4,12) excepto el Hijo que ha venido de Él y lo conoce. Cualquier pretensión humana de conocimiento directo de Dios es orgullo y autodivinización
2.5. Testimonio de la iglesia joánica: 21.24-25
La comunidad joánica, que ya hizo su primera aparición en el "nosotros" del prólogo (1,14 y 16), reaparece en el epílogo otra vez en primera persona para afirmar que sabe que el testimonio del Discípulo Amado es verídico y digno de crédito, invitando al lector u oyente a dar su propio asentimiento.
No se refiere a la mera materialidad de los sucesos, sino a la experiencia vivida por los testigos de aquellos acontecimientos y revivida por la propia comunidad de fe. La comunidad, que ha encontrado en esa experiencia la confirmación de su fe, invita a otros a experimentar en el seguimiento de Jesús la novedad de Vida que Él anunció y dio plenamente en la Pascua (19,35).
Lo importante para la comunidad joánica no es el número de hechos realizados por Jesús, sino su calidad de "signos" que revelan el profundo significado de su misión, y, en definitiva, el misterio de su Persona, cumplimiento de las esperanzas veterotestamentarias (Mesías) y gracia inaudita y novedosa de la filiación divina a todo el que se abre a ese don por la fe (Hijo de Dios que da el Espíritu para que nazcan los hijos de Dios). Así este breve colofón final no sólo nos remite al anterior de 20,30s, sino al prólogo (1,12-18) y a todo el escrito.
2.6. De las diversas comunidades a la gran iglesia
A lo largo del evangelio de Juan van apareciendo diversos grupos humanos que se acercan a Jesús y lo aceptan con una fe inicial que va creciendo en muchos hasta la plena aceptación. Esto responde en parte a la historia de Jesús; pero, a la vez, a los grupos y etapas de la propia comunidad joánica.
Están primero los discípulos de Juan Bautista que se pasan a Jesús, con una fe que lo proclama ya Mesías e Hijo de Dios (1,41 y 49); aunque sea con un alcance judío limitado, esos títulos ya tienen ahora una amplitud cristiana de la primera comunidad de discípulos (Pedro, Andrés, los Zebedeos, etc).
Hay también judíos fariseos, incluso pertenecientes a los círculos influyentes del Sanedrín, que entran en relación positiva con Jesús y acaban aceptando su misterio. La figura de Nicodemo aparece casi al inicio del evangelio (3,1-21), reconociendo que Jesús es Maestro venido de Dios, y que en sus obras se muestra la presencia de Dios (3,2). Jesús le habla ya como Hijo enviado por el Padre para salvar al mundo (3,16-18). Aunque oculta su discipulado inicialmente, no deja de enfrentarse a sus colegas enemigos de ese Profeta y de estar al pie de la cruz en el momento decisivo (7,45-52; 19,38-42).
Aparecen bien pronto, en la figura de una mujer, los grupos samaritanos que aceptan a este judío del que viene la salvación (4,22). No sólo le reconocen como el Mesías o Profeta que había de venir (4,19.25.29). Esa fe inicial se hace más firme con la presencia prolongada de Jesús, al que llegan a confesar como el Salvador del mundo (4,42). Más adelante el mismo Jesús será descalificado por los judíos como "samaritano" (8,48), cosa que ni siquiera se molesta en rebatir, pues no lo debe considerar incompatible con su persona y su misión universal.
Aunque los judíos interpreten como una fuga la ida de Jesús a la diáspora judeohelenista o directamente al mundo griego (7,35), en el segundo nivel de lectura (típico de la ironía joánica) se acepta este paso de la comunidad de fe cristiana al mundo helenista. Sobre todo cuando se habla de la mediación de los discípulos relacionados con el mundo de la decápolis helenista vecina al lago de Galilea (12,20ss y Mc 5,1-20).
Aludiendo claramente a su muerte en la cruz, con la elevación y glorificación del Hijo del hombre como un grano de trigo que muere para fructificar, Jesús afirma: "atraeré a todos hacia mí" (12,32). El autor ha dado un alcance profético a las palabras de Caifás, interpretándolas en sentido de muerte redentora no sólo por el pueblo judío, sino "para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (11,52).
En el epílogo final volverá sobre esta iglesia universal, formada por gran variedad de peces (21,6.11), por ovejas de distintos rediles (10,16), que formarán un sólo rebaño y no romperán la red (21,11.15-17); como no se rompió la túnica inconsútil en el reparto de los cuatro soldados del imperio (19,23s).
Presenta un episodio simbólico de la iglesia en misión (pesca) con objeto de señalar cuales son las condiciones para el fruto y lo que significa Jesús en ella. Los discípulos ya no están dentro de la casa (c.20), sino que salen a trabajar. Jesús se les manifiesta en pleno día, en la mañana, y les prepara luego el alimento. El episodio trata de la pesca y del rebaño; y del tema de la hostilidad del mundo (muerte de Pedro) y la necesidad del seguimiento (21,18s).
Aquí confluyen varios temas importantes iniciados antes: En la Cena Jesús anunciaba su vuelta y presencia en la comunidad, como apoyo y prenda de la eficacia en la misión. Aquí se verifica con la presencia del Resucitado. La Eucaristía, explicada en el capítulo 6, se presenta aquí como el punto culminante de la vida comunitaria en medio de la misión.
El tema de la misión como un trabajo de amigos y no de siervos, se muestra aquí en el encuentro con Jesús, que después de ayudarles en la pesca les prepara El mismo la comida y se la distribuye. Y no deja de estar Pedro y su función decisiva, aunque sea menos importante que la del Discípulo Amado.
3. NIVEL TEOLÓGICO
3.1. Prólogo: Grandes temas y símbolos
3.1.1. “El Verbo se hizo carne”. El Cristo preexistente. La luz, la gloria y la vida.
El prólogo de Juan es ante todo un prólogo teológico. Es un remontar la mirada de fe y el pensamiento reflexivo sobre la experiencia, vivida hasta el fondo, de lo sucedido en Jesús de Nazaret y en el don del Espíritu de la Verdad y de la Vida, que él vino a derramar sobre la humanidad, desde su consumación en la Pascua hasta que este prólogo se escribe.
Por eso el punto clave está en la afirmación: "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". La encarnación de la Palabra eterna de Dios en la figura humana de Jesús es la afirmación central de la cristología de Juan. Se discute entre los autores si está hablando todo el tiempo de este Verbo encarnado, pero no se duda de que, al menos lo hace desde el v.9, en que se dice que esa Luz verdadera estaba viniendo al mundo. Por eso lo hace preceder del testimonio del Bautista, testigo de esa Luz aunque él mismo no lo fuera, y que, al reconocerlo ya presente, dijo que era anterior a él, aunque hubiera venido después.
Esta Palabra, superior a todas las palabras anteriores, incluida la de Moisés que no ha sido aceptada por los suyos, ilumina de algún modo a todo hombre: es decir, da razón del plan de Dios sobre toda su obra creada y especialmente de su proyecto sobre la humanidad. Por eso Juan se remonta al Verbo creador, que está en ese principio genesíaco que no conocía aún el AT y que se ha revelado en Jesús. Por eso afirma que la gracia y la verdad se realizan en Jesucristo, el Unigénito de Dios, que está de nuevo en el seno del Padre como lo estuvo desde la eternidad.
Ésta es la Gloria de Dios revelada en el rostro humano de Cristo, que Juan reflejará a lo largo de su evangelio. Juan nos permite vislumbrar el misterio de amor del Hijo y del Padre, que desde el inicio proyectó hacer de todo hombre un posible "hijo de Dios" por la fe en su Hijo unigénito. Esta revelación muestra el proyecto primigenio del Padre que se realiza en Jesús, el Cristo preexistente a la historia y al mundo creado por y hacia él. Porque toda vida está en función de esa Vida que ilumina a todo hombre, destinado por Gracia a la filiación divina.
Esta potestad de ser hijos de Dios se le otorga al hombre por la fe en el Verbo encarnado, por su carne y su sangre voluntariamente entregadas por los hombres, y no por cualquier sangre ni por la voluntad de cualquier carne o cualquier varón (1,12). Esta es la Gloria de Dios, que el hombre viva su misma Vida divina otorgada por la Gracia de Jesucristo; algo que no podía lograr la Ley de Moisés, aunque manifestara también ella parcialmente la gracia y la verdad de Dios. Este nuevo comienzo, que culmina todo el proyecto creador de Dios, es el que su Hijo Unigénito, Luz reveladora de la verdad última de Dios y del hombre, nos ha revelado. El resto del evangelio nos lo va a narrar maravillosamente.
3.1.2. Jesús revelador definitivo: gracia sobre gracia
Juan nos dice claramente que el Nombre de ese Verbo eterno junto al Padre y Palabra creadora de todo cuanto existe es Jesucristo, el Verbo encarnado y Luz de los hombres, que Juan el Bautista había testimoniado. Pero lo revelado en Jesús es la culminación de un largo proceso de comunicación de Dios al mundo, que, arrancando en el seno de Dios, ha manifestado su Gloria y su Gracia cada vez más plenamente.
Ya la Creación entera está realizada por el Verbo de Dios. Y, dentro de ella, la Vida es de un modo especial la clave luminosa de esa obra divina superadora de toda tiniebla. En toda vida se refleja la verdad del plan de Dios; pero de un modo especial la vida humana es la luz frente a toda la tiniebla producida por el hombre a causa de su rechazo de la Luz que traía al mundo el Verbo encarnado.
Esa Luz, testimoniada antes y después de su manifestación por la voz del Bautista, ya había comenzado a hablar a los hombres por la Revelación del AT, cristalizada en la Ley de Moisés. Es verdad que ni la humanidad en general, ese mundo humano al que Dios siempre se ha manifestado, ni el propio pueblo israelita, en el que acontece la encarnación del Verbo definitivo del Padre, lo han reconocido ni recibido. Pero nunca ha faltado a los hombres la Palabra de Dios en la hondura de la conciencia y hasta en la exterioridad de las palabras proféticas de todos los pueblos y peculiarmente de Israel.
Con la Encarnación del Verbo en Jesucristo llega a su plenitud la revelación de Dios y el don pleno de su Gracia. El Dios revelado en el AT ya se había mostrado como gracia y verdad, como amor fiel o fidelidad amorosa, pues su definición es la de "Yahveh, Dios misericordioso ...rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6). Pero la plenitud de ese Amor fiel, la revelación plena de esa Gracia divina o Misericordia constante sólo se ha manifestado en Jesucristo. No niega la misericordia de Dios revelada en el AT, sino que la revela como lo más hondo y último del corazón del Padre revelado por Jesús. Éste es tal vez el alcance de la frase "y Gracia sobre gracia": más allá del Dios cuya Misericordia supera su Ira, se revela ahora el Dios enteramente bueno y misericordioso.
A primera vista Juan no habla en este prólogo de la Pascua de Jesús, o al menos de su cruz redentora. Es verdad que en todo su evangelio, incluido el relato de la Pasión, lo que recalca siempre es la Gloria de Dios que se ha revelado en toda la vida de Jesús y especialmente en su Hora final. Por eso mismo, al nombrar aquí ya la Gloria del Unigénito del Padre, aunque se refiera a la que tenía "antes que el mundo fuese" (17,5), no deja de aludir a esa Hora de la glorificación por la cruz (7,39; 12,23; 13,1.31; 17,1); porque es la Gloria que la comunidad joánica ha visto ya en Jesucristo, Verbo encarnado (1,14).
En esa Hora que consuma su misión es cuando Jesús entrega el Espíritu en plenitud y cuando llega la Gracia divina a mostrarse más Gracia y más divina que nunca, para que todo el que crea tenga Vida eterna y se salve (3,15-17; 12,47; 1Jn 3,16; 4,9s). A partir de esa consumación y de ese don del Espíritu comienzan los hombres a nacer de Dios y a hacerse sus hijos, nacidos del Agua viva que sale de su Costado (3,5; 7,39; 19,34; 20,17). Pero también se manifestó ahí, como nunca, el desconocimiento y el rechazo de Dios y de la Luz de su Palabra por parte del mundo humano y del pueblo judío en particular.
Después de este prólogo el lector tiene ya unas claves que le permiten leer el resto de la obra en un doble plano: el de la historia de Jesús que testimonia en primer lugar, y el de la comprensión pospascual de la comunidad joánica de ese Hijo de Dios cuya gloria han visto brillar en Jesús y cuya Vida se les ha comunicado por el don de su Espíritu. Así los títulos "el Cordero de Dios, el Elegido de Dios, el Mesías (= Cristo), el Hijo de Dios, el Hijo del hombre" (1,29.34.41.49.51) adquieren una profundidad que no tuvieron ni podían tener en el momento de su primera proclamación.
3.1.3. Aceptación y rechazo (1,12-13)
Por muy alto de miras que sea el prólogo -o tal vez precisamente por eso- no deja de aparecer la tiniebla junto a la Luz. Pero puede afirmar triunfalmente que la tiniebla no logra sofocar la Luz, sino que ésta pareciera brillar más clara sobre un fondo de tinieblas. Esa Luz es la Vida, incluso la vida humana como don primero y fundamental del Creador; y esa luz de la vida ilumina a todo hombre. Así hay una primordial aceptación del plan de Dios sobre la creación entera; pero Juan no ignora que los hombres han rechazado la vida y han buscado muchas veces la muerte antes de tiempo, la muerte violenta, la muerte injusta del hermano (7,44; cf. Gn 2,17 y 3,1ss). Verdaderamente "el mundo no lo ha conocido" (1,10) a ese Verbo de Dios, creador y encarnado.
Afirma que la Luz de la Palabra de Dios siempre ha estado llegando al mundo, sobre todo en la Ley de Moisés y últimamente en la voz de Juan el Bautista, y sabe que muchos hombres de su propia historia comunitaria han aceptado esa revelación. La experiencia de la comunidad joánica es la de aquellos que sí han recibido a Cristo, que sí han creído en su Persona, que sí han aceptado la Luz de Dios revelada en él. Por esa fe han nacido de Dios y han llegado a ser "hijos de Dios" por obra de su Gracia. Esta experiencia de filiación es la que lleva a creer en el Padre de Jesús y a ver en el Verbo encarnado al Hijo de Dios eternamente en relación con el Padre, del que ha venido y en cuyo seno se halla (1,1s.12s.14.18; 20,30).
Sin embargo sabe que el mundo humano, en gran parte, no ha querido reconocer al Dios que se manifiesta en su creación y más claramente en las palabras proféticas. Ni siquiera el propio pueblo de Dios ha recibido de veras a sus profetas; y menos aún ha querido oír el testimonio del Bautista sobre la Luz plena que anunciaba, aunque su función era lograr que el pueblo judío llegara a la fe en Jesucristo. Tristemente, aunque Dios ha venido a los suyos de mil maneras y últimamente ha plantado su tienda en medio de ellos, "los suyos no lo han recibido" (1,11). En este claroscuro de aceptación y rechazo por parte de los hombres, que crean así la tiniebla, va aconteciendo la revelación de la Luz del Verbo (8,12; 9,4s39; 12,46ss).
3.2. Epílogo: 21,1-23
El capítulo final del evangelio toca unos aspectos que no parecen haber interesado mucho anteriormente. Ha estado tan centrado en la Gloria del Padre que se ha revelado en Jesús y en la experiencia del creyente por la fe y el agua viva del Espíritu, que no parecía interesarse apenas por el lado institucional de la comunidad, ni casi por la Cena del Señor.
Ni siquiera la concentración en Jesús de las grandes fiestas e instituciones del AT parecen justificar una visión institucional, litúrgica o sacramental de su obra, con la excepción del capítulo 6, en que ciertamente se refiere también a la Eucaristía. Al bautismo parece aludir en más de una ocasión, pero en su aspecto interior de un "nacer de nuevo" para ser "hijos de Dios" por el Espíritu.
3.2.1. Institución y carisma
En estas cuatro breves escenas hay muchas alusiones a la comunidad eclesial, en una clara aceptación de la figura de Pedro, como líder indiscutido del grupo, o mejor como Pastor universal del rebaño de Cristo resucitado, a pesar de su condición de pecador que negó tres veces al Maestro. En su tarea pastoral o pescadora de hombres hay una enorme cantidad de peces diversos, pero no se rompe la unidad simbolizada en la red (21,11).
Hay además alusión a la Eucaristía pospascual, en la que el Señor se hace presente y es el huésped auténtico de ese banquete (21,9.12). La confesión de fe y amor la protagoniza Pedro, del que se anticipa (sin duda por conocimiento de lo ya acaecido) su fidelidad hasta el martirio (13,36-37; 21,19), con el que también él daría gloria a Dios. Sin duda su "seguimiento" de Jesús fue de fidelidad hasta el fin, hasta dar de veras la vida por el Maestro .
Pero, a la vez, como ya ocurriera en la Cena y más tarde ante la Tumba vacía (20,8) es el Discípulo Amado el que penetra antes y más profundamente en el misterio de Jesús. Aquí se recuerda la Cena (21,20) y el amor preferencial de Jesús por este discípulo (21,7), pero sobre todo reconoce antes que Pedro al Señor resucitado en esta su aparición tercera.
Además este Discípulo, el único que estuvo junto a la cruz de Jesús (19,26), ya seguía a Jesús antes que Pedro escuche la invitación otra vez (20,20). La comunidad joánica, que redacta el epílogo final, sabe que el testimonio de este Discípulo Amado es verdadero, pues ha captado la realidad última del misterio de Jesús y se la ha transmitido a la comunidad, que ahora, a su vez, la escribe para toda la iglesia cristiana.
Si hizo falta poner este epílogo para que el resto de las comunidades cristianas o la iglesia universal aceptaran el evangelio joánico, no cabe duda que la comunidad joánica piensa que no tiene que renunciar a nada de su testimonio carismático para hacerse aceptar; más bien es muy consciente de que el resto de las comunidades ganan mucho con recibir su testimonio.
Es el Discípulo Amado, que tiene esa visión de fe capaz de captar el misterio de la Cena, la Cruz y la Resurrección del Señor, el que ha transmitido a la comunidad joánica la perspectiva más honda sobre la vida y las obras, las palabras y los signos del Jesús de la historia; y el que ha penetrado hasta descubrir la Gloria de Dios en el rostro de ese Cristo que es el Hijo enviado del Padre para Vida del mundo.
Esta fe es fruto de un amor previo de Dios mostrado en Jesús: de ahí esa designación de "Discípulo al que Jesús amaba". Y, sin duda, es también fruto de la respuesta de amor a ese amor primero: de la capacidad de descubrir el amor como el mandato nuevo de Jesús (13,34; 15,12-14; 1Jn 3,23), como el resumen de toda su vida hasta la entrega final por las ovejas (10,10.17s; 13,1;17,26). El Discípulo amado ha captado que Dios es Amor y que la Vida que da a los nacidos por su Espíritu es amor mutuo (1Jn 2,8-11; 4,8-21).
Por eso, también con respecto a Pedro, lo que Jesús busca asegurar es su amor fiel, más que ninguna cualidad de mando u organización. Tres veces le pregunta sobre ese amor. Y sólo tras su humilde confesión se le confía la tarea pastoral sobre los hermanos, y sobre todo se le invita a seguir los pasos del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas.
El Discípulo amado está enteramente en ese ámbito y por eso se dice que le seguía ya. Por estar en el camino esencial del discípulo, tiene esa penetración de la fe para descubrir al Señor presente en las palabras y los signos, en los acontecimientos y los sacramentos (21,7.12). Porque es en el amor previo de Dios experimentado y en el amor consecuente a los hijos de Dios y hermanos de Jesús que se pasa ya de la muerte a la Vida (1Jn 3,14ss; 4,10ss).
3.2.2. Misión universal
Ante esta profundidad radical de la fe y el amor que la comunidad joánica ha logrado captar y vivir por el carisma peculiar del Discípulo Amado, todo lo que pertenece a las mediaciones institucionales (ministerios, sacramentos, organización) le resultan obviamente secundarios. Este capítulo resalta su necesidad y su valor, pero sin quitar un ápice al valor primordial que ella y toda comunidad cristiana debe dar a la fe y al amor.
Por eso este capítulo final es como un gesto de comunión con toda la iglesia, aceptando su organización y sus sacramentos y ministerios. Y sobre todo es un acto de particpación de su riqueza al resto de los hermanos, al comunicarles el testimonio peculiar del Discípulo Amado del que son discípulos. Si el pastoreo primordial corresponde a Simón Pedro, la primacía comunitaria no está en esa función tan necesaria, sino en la hondura de la fe y la fuerza del amor mutuo.
Este testimonio forma parte necesaria y primordial de la fe cristiana universal, como la experiencia y vivencia de la fe y el amor son el fondo último de la Vida cristiana, de ese don de Dios que la comunidad joánica ha aprendido a captar y expresar gracias a la penetración de su maestro, o mejor, gracias a la obra del Espíritu que les ha ido llevando a la Verdad completa (14,26; 16,13-15).
Si relacionamos el pastoreo de Pedro con el del Buen Pastor, nos encontramos con un rebaño amplio, universal y ecuménico, capaz de recibir ovejas de otros rediles y no sólo de Israel (10,16; 20,23s y 21,11). Una iglesia capaz de abarcar en una rica y compleja unidad a distintas corrientes de judíos que se abren a la fe, como pueden ser las comunidades petrinas, joánicas, samaritanas y las jerosolimitanas de Santiago y otros hermanos del Señor, y otras comunidades provenientes de otros pueblos y credos, como samaritanos y griegos (4,1ss; 7,35; 11,51s; 12,20-32)
3.3. Finalidad del evangelio: 20,30-31
Todo el evangelio de Juan se presenta como un escrito sobre los "signos" realizados por Jesús: los siete signos que ha seleccionado de entre las obras realizadas por él durante su vida pública, desde Caná hasta Betania, y sobre todo el último y gran signo de la Hora de la entrega de su vida por amor a la misión encomendada por el Padre: dar vida a todos los hijos de Dios dispersos por el mundo (10,10-18; 11,50-52; 12,23-27).
La finalidad del escrito es suscitar la fe en los lectores u oyentes de este testimonio. Esa fe que es a la vez don del Padre que atrae hacia Cristo (6,44s; 17,2.6ss) y respuesta libre del hombre a la revelación previa de Dios en Jesús (1,18; 3,11-18; 9,35-41; 10,24-38; 11,37-50). Sólo desde esa fe, suscitada por los signos y palabras de Jesús y por su vida entera, se capta lo que el evangelio joánico quiere decir cuando le llama Cristo y, sobre todo, Hijo de Dios.
La finalidad última del escrito es suscitar y acrecentar la fe, no ofrecer simplemante una información sobre unas verdades, ni siquiera teológicas; ser trata de promover la misma Vida de hijos de Dios que el Padre encargó al Hijo comunicar a los hombres por el don de su Espíritu (1,12s; 3,15-17; 6,48-51; 7, 37-39; 10,10-18; 11,25; 14,6; 1Jn 1,1s; 3,1s.; 5,11-13).
Esta breve fase final del evangelio, antes de añadirle el capítulo 21, quedó intacta en manos del último redactor. Sin duda porque era una síntesis magnífica de su escrito testimonial y, más profundamente, porque correspondía a la visión de fe sobre todo el proyecto de Dios manifestado en su Hijo. Vamos a concluir la reflexión teológica explicando sucintamente esos vocablos clave: los signos escritos para suscitar la fe que conduce a la Vida.
3.3.1. Conceptos fundamentales: los "signos" para la fe
Se ha supuesto que Juan utiliza una "fuente de los signos", similar a la de los relatos milagrosos de los Sinópticos. Pero ciertamente ha sido muy creativo con esa supuesta fuente. Ha seleccionado sólo siete episodios, y les ha dado un valor simbólico muy explícito, a veces con su presentación y comentario y otras con un largo discurso de Jesús.
Para captar el valor de "signo" del milagro hay que dar fe a la pretensión de Jesús en sus palabras. A la vez las "obras" de Jesús deben llevar al hombre a aceptar sus palabras. Hay una relación entre los signos y la fe, entre las obras y la revelación más explícita de las palabras. Los signos y obras son parte de su "Obra", pero en ésta entran sus palabras y acciones, toda su vida y muy especialmente su entrega a la muerte. Las palabras aclaran el sentido de las obras y éstas muestran que aquellas no son una pretensión vana; así se vuelven plenamente "signos" para la fe.
La postura del hombre ante los "signos" puede ser muy diversa, desde el rechazo más radical hasta la aceptación creyente y obediente, pasando por la superficialidad:
a) no creer, rechazar los signos y hasta eliminar a su Autor (9,41; 11,47; 12,37; 15,24)
b) ver sólo lo maravilloso del caso y a Jesús como taumaturgo (9,16s; 2,23s; 4,45ss; 6,26)
c) percibirlos como "signos" de la presencia de Dios obrando en Jesús. Sólo así apuntan a lo que sus palabras revelan: el misterio de su Persona y su unidad con el Padre que lo ha enviado.
Esta designación del Padre como el que envía a su Hijo Jesús aparece varias veces en el evangelio, pero sobre todo en estos capítulos (4,33; 6,69; 9, 35-38; 10,24-38 y aún14,11). Así cabe decir que el signo por antonomasia es el propio Jesús, el Enviado del Padre, a quien manifiesta en todas sus obras, pero decisivamente en la Obra culminante de su Pascua, esa Hora para la que ha venido al mundo y en la que vuelve al Padre (13,1-3; 17,1-8).
Esta fe plena sólo es posible tras la revelación de la Pascua, pero ya sabemos que Juan está relatando la historia de Jesús desde la luz pascual y para la visión creyente eclesial. Por eso cabe señalar una última y superior postura humana ante los signos. Se trata de una fe que ya no necesita "signos" para alcanzar lo significado por ellos. Así se dice expresamente en 10,38; 14,11 (donde la fe por las obras es un mínimo); 17,20ss; 20,29s (donde se prefiere la fe basada exclusivamente en la palabra, sin ver signos).
La palabra de Jesús, el testimonio del Antiguo Testamento y del Evangelio, y la experiencia de su presencia en el Espíritu posibilitan este nuevo tipo de fe, característico del Nuevo Testamento. De ahí posiblemente la ampliación del "signo" del ciego con la "parábola" de las ovejas que escuchan la Voz, siguen y conocen al Buen Pastor, que dio su vida para darles Vida.
3.3.2. La fe que lleva a la Vida
Junto al gran tema de la fe y sus signos está también el problema del mal y el pecado; el de la libertad y responsabilidad del hombre, que llega a su formulación más dura en 8,44 y reaparece en 10,26: "Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad... " ."Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mi; pero vosotros no me creéis porque no sois de mis ovejas".
Ya en el capítulo 6 habla Juan de la fe como la única obra del hombre, ofrecida y pedida como su apertura libre a Dios que se revela en Jesús. Luego Jesús enviará sus discípulos al mundo para que éste crea; y, de hecho, a través de su ministerio muchos se abren a la fe (8,30; 10,42; 17,8.20; 20,31). Esta misión al mundo, incluso fuera de Israel (10,16; 11,52), hace que la elección del Padre, tan acentuada en Juan (6,37-45; 8,42-47), no vaya nunca separada de la decisión de hombre; ambas ideas aparecen juntamente en nuestro capítulo y otros (9,39-41; 12,37-48).
Para Juan el pecado mayor y casi único del hombre es la incredulidad. El mal físico, incluso en su forma definitiva de muerte, queda superado por la Vida que recibe el creyente y llega hasta la resurrección ( 6,39s.44.54; 10,28). La ceguera sirve para la manifestación de Dios como salvador de la tiniebla del hombre en Cristo. La misma Ley, como fijación histórica de la Voluntad de Dios y sofocadora de su manifestación suprema en Jesús, queda superada (9,16). Pero el que no cree permanece en su pecado y es reo en el Juicio (8,21-24; 9,39-41; 15,22-24). La incredulidad llega a identificarse con el mundo que no acepta la Luz y salvación traídas por Cristo (3,16s; 8,12; 9,5; 12,46s), sino que se queda cerrado en su mundanidad tenebrosa bajo su príncipe satánico. Éste será juzgado y vencido por la Muerte y Resurrección de Cristo y por la fe suscitada por el Paráclito (12,31; 16,8-11; 1 Jn 5,4s).
Frente al pecado de incredulidad aparece muy subrayado para el creyente el tema de la Vida o salvación, que equivale en Juan al tema del Reino de Dios en los sinópticos. Esta Vida no es sólo la salvación definitiva más allá de la muerte (que está presente en muchos pasajes de Juan, entendidos por algunos como interpolación del último redactor: 6,39s.44.54; 8,51s; 10,28), sino que es también una realidad actual en el creyente. A esto se le llama "escatología realizada" o presencia actual de la salvación gratuita de Dios en esta vida.
La Vida tiene su origen en Dios y la da Cristo; es participación de la propia Vida de Dios y lleva a un conocimiento y una unión permanente con Él; pero a la vez responde a la aspiración más profunda de hombre y es una respuesta a la pregunta del hombre por el sentido de su existencia. Como Don de Dios, transcendente al hombre, no es algo de lo que éste pueda disponer, sino que es algo dado en Cristo al que se abre a Él por la fe. Pero como realidad poseída por el hombre es a la vez una tarea que se realiza en el comportamiento moral, especialmente en la práctica del amor fraterno.
La fe en Cristo es saberse y vivir como hijo de Dios por la gracia recibida del Padre por medio de su Hijo encarnado, presente en su Espíritu en el interior de cada creyente. Eso es tener Vida en su Nombre (20,31): tener la misma Vida del Hijo de Dios, encarnado en Jesucristo, que nos reveló al Padre y nos dio su Espíritu.
CLAVE SITUACIONAL
1. Vigencia de las “semillas del Verbo”. Los Santos Padres hablaron de la presencia luminosa del Verbo de vida en la humanidad entera antes de encarnarse en la humanidad de Jesús; y el Vaticano II rescató esa luz para la Iglesia de hoy y sus situaciones de misión en un mundo descolonizado. Merecen leerse unas palabras del Concilio, para preguntarnos por su vigencia y su futuro en el escenario multicultural y plurirreligioso de nuestro siglo XXI:
Gaudium et spes 57: “Antes de hacerse carne, el Verbo de Dios estaba ya en el mundo como ‘luz verdadera que ilumina a todos los hombres’ (Jn 1,9-10); ‘el Verbo que vive en Dios, por quien todo fue hecho y que siempre estuvo presente en la humanidad’ (S. Ireneo)”.
Lumen gentium 16: “La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que en todos los pueblos ( ) es dado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan vida”.
Ad gentes 11: “Descubran con gozo y respeto las semillas del Verbo que laten en las tradiciones humanas y religiosas de los pueblos en que viven”.
¿Qué vigencia está teniendo eso en la práctica pastoral de nuestra Iglesia y en nuestra acción evangelizadora? ¿Qué servicios puede prestar la práctica fiel de esa actitud, frente al peligro de que hoy muchas culturas y tradiciones pierdan sus valores con las “semillas del Verbo” cuya luz enriquece la vida de toda la humanidad?
2. La Encarnación del Verbo de vida, espejo para la Iglesia de hoy. Si nuestra Iglesia se mira en el espejo de la Encarnación del Verbo de Dios como está en el prólogo de Juan, ve las actitudes esenciales de su vida y misión en el mundo de hoy: vida y misión de “testimonio” de esa Palabra en que ha venido la vida y habita entre los humanos, en sus situaciones de muerte.
Vida y misión de acercamiento, de presencia, de saber plantar la tienda en cada pueblo; de habitar entre ellos compartiendo y “testimoniando” para que cada cultura vea la luz del Evangelio del Verbo de Dios y se lo inculture haciendo crecer sus propias “semillas del Verbo” en vida humana plena, digna de los hijos e hijas de Dios... Misión eclesial de promover la vida inculturadamente.
¿Responde así a la Encarnación de la Palabra de vida, el “testimonio” que hoy da nuestra Iglesia y nuestra misión? ¿Qué falta, qué sobra?...
¿En qué grado se inculturan nuestra Iglesia, nuestras vidas y nuestros servicios pastorales? Pasos, logros, vacíos, dificultades, esperanzas...
Hay también hoy situaciones, mentalidades y poderes (personas o sectores y estructuras) que son “tinieblas” que no reciben la luz y la rechazan, pero no pueden ofuscarla; oponiéndose, purifican el “testimonio” y a veces fuerzan su consumación en el “martirio”. Existen también esas “tinieblas”, pero, sobre todo hay situaciones y necesidades que reclaman con urgencia el “testimonio” de la luz de la vida verdadera. En los lugares y ambientes donde vivimos, ¿qué situaciones, mentalidades, poderes y circunstancias (qué “tinieblas”) rechazan y obstaculizan el “testimonio” de nuestra Iglesia y de nuestra misión? Y ¿qué situaciones, necesidades y circunstancias lo están reclamando?
3.Estado actual de la primacía del amor. La comunión de fe y de amor (con el Señor y entre los hermanos) es el secreto de la identidad de cada discípulo, de cada comunidad y de toda la Iglesia. En las situaciones actuales de vida, según las diversas culturas, costumbres y modas de hoy, ¿qué aprecio o rechazo y qué necesidad se tiene de ese valor primero que la Iglesia debe vivir y aportar en su evangelización o testimonio de la Palabra de vida?
En la Iglesia universal y en las Iglesias particulares, y en la Congregación de misioneros, ¿tiene la comunión de fe y de amor la primacía que le corresponde?; ¿son suficientes y eficaces los medios que empleamos para expresarla y promoverla?...Habríamos de revisar si la eucaristía alcanza su vigor de signo culminante de la comunión y de la vida comunitaria en la misión.
CLAVE EXISTENCIAL
1. Oyentes y servidores de la Palabra de vida. El prólogo de Juan es un texto formidable para meditar y medir con hondura espiritual nuestra vocación claretiana. Nos lleva a la escucha de la Palabra que es la luz de la vida encarnada para “iluminar a todo hombre”; nos lleva a su escucha para el servicio testimonial y profético de esa Palabra, a fin de que hoy también puedan creer y tener vida los hombres y mujeres de este tiempo, nuestros hermanos y hermanas “que nacen de Dios”... Nos centra en el corazón de nuestro carisma de “oyentes y servidores de la Palabra”, y nos pone ante su objetivo evangelizador. Asimilándolo bien, podemos hacer con el prólogo una excelente profesión de fe vocacional.
2. Para personalizar la condición de “testigo” de la luz de la Palabra. El perfil del Bautista en el prólogo como “testigo de la luz”, me dice: No soy la luz, sino un hombre que viene como testigo... Testigo de una luz que resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no pueden sofocarla... Y Aquel de quien soy testigo, está delante de mí porque vino antes que yo... ¿Saben mis palabras comunicar la Palabra que es luz “que ilumina a todo hombre”? Mis palabras y obras, mi presencia, mi silencio y hasta mi muerte (mi “última” obra y palabra y silencio) son los medios de expresión de mi “testimonio”...
3. No hay “testimonio” sin encarnación e inculturación. Encarnación en las situaciones reales de vida y de muerte de las gentes de nuestro tiempo; inculturación en las culturas y tradiciones de los pueblos y sectores de nuestros lugares de misión. ¿Qué nos falta en esto, a mi comunidad claretiana y a mí? Tomemos el indicador, mínimo pero certero, del Vaticano II en Ad gentes 11: “¿descubrimos con gozo y con respeto las semillas del Verbo que laten en las tradiciones humanas y religiosas del pueblo en que vivimos”?
4. El nos pregunta sobre el amor. Sabemos las razones que tiene el Señor para hacernos a cada uno de sus discípulos, a cada testigo suyo, la pregunta que le hace a Pedro en el epílogo joáneo; y sabemos que El tiene razones para repetirnos esa pregunta a lo largo de toda la vida, y para ampliarla con variaciones sobre la misma pregunta: ¿Me amas?... ¿Amas a tus hermanos? ¿Amas a todo ese pueblo?..