joánicos III
TEMA 3:
"SI EL GRANO DE TRIGO NO MUERE..."
TEXTO: Jn 11 ‑ 12
CLAVE BÍBLICA
1. NIVEL LITERARIO
1. 1. Transición en el Evangelio de Juan
Los capítulos 11 y 12 del Evangelio de Juan son como una transición, que concluyen el relato de la vida pública de Jesús, la primera parte del evangelio llamada libro de los signos (1,19 ‑ 12,50), e introducen la segunda del ministerio de Jesús, llamado libro de la gloria (13,1 ‑ 20,31); por eso, nuestro texto ocupa un lugar central dentro del cuarto Evangelio. Podemos afirmar que es como una bisagra entre la primera y la segunda parte del Evangelio. En la primera parte, libro de los signos, se describe la actividad kerigmática de Jesús, que Juan caracteriza a partir de algunos gestos milagrosos ("signos") explicados por los "discursos (diálogos) de revelación". En la segunda parte (cap. 13,1 ‑ 20,31) tenemos el "libro de la gloria", que muestra la "hora" de Jesús y su elevación en la cruz y en la Gloria. Por tanto, el texto realiza una transición entre el relato de la vida pública de Jesús y el de la semana que lleva a la pasión.
La resurrección de Lázaro es el último de los siete signos en Juan. Todos los relatos de los signos hacen aparecer éste o aquel aspecto de la salvación ofrecida a los creyentes. El relato de Lázaro toca el culmen de la fe; quiere mostrar la victoria sobre la muerte. Al lector esta salvación se le propone en Cristo, que es para todos los hombres la "resurrección y la vida" (11,25). Él vino a liberar al ser humano de todo lo que le oprime. Con este signo Jesús lleva a su ápice el tema de la vida, iniciado en el prólogo (1,1‑18): "En la Palabra estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (1,4); esta temática se ha ido evocando varias veces a lo largo del Evangelio y alcanzó su pleno desarrollo en el capítulo 10 de San Juan.
1.2. Aspectos literarios
La narración de la resurrección de Lázaro ilustra de una forma clara la paradoja entre vida y muerte. Jesús parece esperar que su amigo Lázaro esté realmente muerto (11,17.39); de este modo quiere revelar el dominio sobre la muerte en el momento en que se va a acercar a Lázaro. Otra paradoja es que el hecho de haber restituido la vida a un muerto, acelera la llegada de la propia muerte de Jesús (11,47.53).
1.2.1. El género "resurrección"
El término "resurrección", utilizado para este género de milagros, es impropio. Según los datos de la Sagrada Escritura, este término está reservado al paso de la muerte ya ocurrida a la vida que no termina nunca. No puede designar la vuelta a la vida de este mundo. Para expresar esta restitución a la vida terrena sería mejor hablar de "retorno a la vida".
1.2.2. Términos judiciales y de doble sentido
El capítulo 12 está marcado por la temática judicial, puesto que el signo hace que las personas tomen una opción. Hay un juicio: "juzgar" (12,47.48), "juicio" (12,31), "dar testimonio" (12,17), "confesar" (12,42). Encontramos también términos de doble sentido, tales como "duerme" (11,12), "resucitará" (11,23), "ser elevado" (12,32).
1.2.3. Cuadro cronológico
Se acerca la última Pascua y el final de la vida pública de Jesús. Dentro de este marco, el autor dispone de una especie de cronología: "Seis días antes de la pascua" (12,1), "el día siguiente" (12,12), "antes de la Pascua" (13,1).
1.2.4. Paralelismos de la muerte de Lázaro con la de Jesús
La resurrección de Lázaro anticipa de manera más inmediata la propia resurrección de Cristo. Existe una gran preocupación por prefigurar el drama pascual en el fallecimiento de su amigo Lázaro: es la muerte que se presenta a Jesús. Los signos de la resurrección de Jesús ya están presentes en el relato de Lázaro: las lágrimas de María en el túmulo (11,33, cf. Jn 20,11), el sepulcro y la piedra pesada (11,38‑40; cf. Jn 20,1); las fajas (11,43, cf. Jn 20,5) y sobre todo el hecho de haber "dejado" a Lázaro marcharse (11, 44, cf Jn 20,17).
1.2.5. Géneros literarios
Aquí encontramos diversos géneros literarios; de ellos quisiéramos destacar los dos más importantes:
a) Diálogos. En el cuarto Evangelio encontramos una serie de diálogos: con Nicodemo (2,23 ‑ 3,21), con la Samaritana (4,7‑42), con personas de Cafarnaún (6,24‑59) y con las hermanas de Lázaro (11,17‑44). En estos diálogos son importnates los interlocutores y la temática del diálogo. En primer lugar los interlocutores: el diálogo de Jesús con las hermanas de Lázaro, que precede "el retorno a la vida" (resurrección) de éste, es el diálogo con los creyentes que explicitan su fe (11,27). En segundo lugar, la temática de este diálogo con las hermanas de Lázaro terminará en la fe de los judíos (11,45). Recordemos que en 12,42 se dice que muchos de los magistrados creyeron en Jesús. Por tanto, la temática es llevar a la fe. La gran característica de los diálogos es su vinculación con los signos. La temática de los diálogos es una profundización de lo acontecido en el signo. Es preciso subrayar que en estos diálogos existe un trabajo de instrucción y de catequesis. Hay una pedagogía de la fe en Jesús (por ejemplo, 4,7‑42), o pedagogía para la comprensión de la resurrección (por ejemplo, 11,17‑44), o una profundización sobre el bautismo (3,1‑15).
b) Signos. El cuarto Evangelio nunca utiliza el término dynamis, que es propio de los Sinópticos, para referirse a los hechos poderosos de Jesús que acompañan la presencia del reino entre los hombres. San Juan no habla del reino (excepción en 3,3.5), ni describe el proceso de la implantación del reino entre los hombres a través de la expulsión de los demonios y la curación de los enfermos. San Juan no narra ningún exorcismo de Jesús, pero habla de los hechos poderosos de Jesús como signos. Los relatos de los hechos prodigiosos de Jesús en San Juan están acompañados, antes o después, por diálogos o discursos que dan sentido al gesto de Jesús. El principal objetivo de los signos es dar gloria a Dios y llevar a las personas a la fe en Jesús, su Hijo, enviado para realizar la obra del Padre.
1.3. Paralelismos con los Sinópticos
1.3.1. La temática del "retorno a la vida"
Leyendo la Sagrada Escritura, encontramos seis "retornos a la vida". La vida es devuelta por Elías al hijo de la viuda de Sarepta (1Re 17,17‑24); por Eliseo al hijo de la sunamita (2Re 4,18‑37); por Jesús a la hija de Jairo (Mc 5,22‑43 par.) y al hijo de la viuda de la Naím (Lc 7,11‑17); por Pedro a Tabita (Hech 9,36‑42) y por Paulo a Eutico (Hch 20,9-12).
En todos estos relatos se percibe la misión espiritual del taumaturgo, que es reconocida por los testigos, y este acontecimiento ("retorno a la vida") suscita la alabanza a Dios. El retorno a la vida de un hombre muerto desde hace cuatro días y sepultado, no tiene paralelismo en la tradición bíblica y debe derivar de la perspectiva simbólica del relato. Esta duración no es escogida al azar; corresponde a la creencia según la cual, a partir del cuarto día, el alma, que aún volaba alrededor del cadáver, ya no podía regresar al cuerpo. Por tanto, era preciso que realmente estuviese muerto y la corrupción ya hubiera comenzado, para manifestar la victoria de Cristo.
Estos "retornos a la vida" muestran no sólo el poder de Jesús sobre la muerte, sino sobre todo el preanuncio de su propia resurrección. Jesús actuó de esta forma porque él es la "resurrección y la vida" (Jn 11,25). Él vino a traer la Vida, que es eterna porque tiene su origen y su fuente en el Dios de la Vida. Jesús tiene la vida en sí mismo como su Padre: "Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo" (Jn 5,26). La intención joánica es mostrar que este momento presente se vive en el Hijo. Esta vida no es sólo promesa para el último día, sino don actual.
1.3.2. Reunión del Sanedrín
A lo largo del Evangelio encontramos con frecuencia dos reacciones ante los signos realizados por Jesús: muchos judíos abrazaron la fe, mientras que otros relatan a los fariseos lo sucedido. Inmediatamente después del signo de Lázaro, las autoridades judías, convencidas desde hacía mucho tiempo de que Jesús merece la muerte (5,18; 7,1.19.25; 8,37.40), se reúnen y deciden acabar con Él.
Juan no relata la sesión del Sanedrín, sino que la hace remontarse al inicio del Evangelio de Juan, en el que encontramos escenas muy cercanas: Jesús en el Templo discute con los judíos respecto de su persona y de su misión. El decreto de la muerte de Jesús es presentado como consecuencia del "retorno a la vida" de Lázaro.
1.3.3. Unción en Betania
Este episodio está tan enraizado en la tradición evangélica, que corresponde, sin duda, a un recuerdo histórico. Marcos, Mateo y Juan narran la Unción en Betania, y lo sitúan en el marco de la última semana (Mc 14,3‑9; Mt 26,6‑13; Jn 12,1‑11). En Marcos y Mateo la escena se desarrolla en Betania, con ocasión de una cena ofrecida en homenaje a Jesús, mientras que en Juan los invitados mencionados son Lázaro y sus hermanas. El relato está estructurado por dos oposiciones: comida y unción, Jesús y Judas. Comida y unción están ciertamente vinculadas al hecho de que esta última sucedió durante la comida, pero lo esencial se encuentra en otro lugar: la comida significa la alegría de la resurrección, mientras que Jesús pone la unción en referencia a la sepultura. Sería bueno que el lector leyera estos relatos.
1.3.4. Entrada en Jerusalén
El relato de la entrada de Jesús en Jerusalén entre los aplausos del pueblo es familiar a los cristianos, gracias a la liturgia del Domingo de Ramos, cuando se lee la versión sinóptica. Jesús mismo preparó el acontecimiento pidiendo a dos discípulos que le trajeran el asnillo que ellos encontrarían, según sus indicaciones. Él va montado como Mesías de la paz, mientras la multitud extiende a su paso ropas o ramos de palmas y lo aclama con las palabras de un salmo del Hallel (nombre designado para los Salmos 113‑118).
Los Sinópticos concuerdan en lo que se refiere al desarrollo del hecho; Juan, en cambio, modificó las características esenciales del relato respecto a la tradición sinóptica. El episodio sucede a la unción de Betania y su secuencia es invertida: habiendo sabido que Jesús se iba a acercar a Jerusalén, la multitud va a su encuentro aclamándolo, y es en este momento cuando Jesús monta en el asnillo, que Él simplemente "encontró". A continuación no se describe ninguna marcha triunfal. El evangelista cita la Escritura y añade un comentario (Jn 12,17‑18); el autor procura justificar el entusiasmo de la multitud a causa del signo de Lázaro, confirmado por numerosos testigos.
Después de la entrada triunfal del Mesías en la ciudad de Jerusalén, el cuarto Evangelio presenta una perícopa dramática, en la que proclama la eminente glorificación de Jesús con su exaltación sobre el trono de la cruz (Jn 12,20‑36). Los Sinópticos, después de la entrada de Jesús en Jerusalén, presentan la purificación del templo (Mc 11,15 par). Juan ya presentó este acontecimiento al comienzo del Evangelio, en el primer viaje de Jesús a Jerusalén (Jn 2,13ss).
1.4. Estructura y unidad literaria
La estructura se desarrolla en dos partes. La primera parte es el capítulo 11. Este capítulo puede ser estructurado de esta forma:
11,1‑17: Jesús y los discípulos: el tema de la muerte
11,18‑27: Jesús y Marta: la resurrección y la vida
11,28‑38a: Jesús y María: el dolor por causa de la muerte
11,38b‑46: Jesús y Lázaro: de la muerte a la vida
11, 47‑57: Las reacciones ante el signo: la sentencia de muerte contra Jesús.
A través de esta estructura se percibe que hay un orden. Lázaro está "enfermo" y después llega su muere. Ante este hecho se desarrollan dos diálogos: uno entre Jesús y los discípulos que presenta un comportamiento extraño de Jesús, que es amigo de Lázaro y no corre para curarlo; y el otro entre Jesús y las hermanas de Lázaro. Este episodio quiere mostrar que la vida comunicada por Jesús a los suyos, vence la muerte y lleva en sí la resurrección. Sobresale la fe de Marta y María; fe que podemos calificar como madura, pero que no deja todavía de desconcertar al Maestro; le falta algo más para poder llegar a su plenitud cristiana. La angustia ante la perspectiva de la muerte revela la falta de comprensión del mesianismo de Jesús. La enfermedad de Lázaro se debe a su condición de ser humano, que entraña en sí la muerte física, pero está rodeada por el miedo de la propia muerte. Es este miedo la gran esclavitud de la que Jesús vino a liberar. Toda esta perícopa del "retorno a la vida" (resurrección) de Lázaro está orientada a este signo: la gloria de Dios. Al principio Jesús dice a los discípulos que la enfermedad de Lázaro está en función de la gloria de Dios (Jn 11,4), y en la escena final el Maestro, ante el túmulo, recuerda a Marta que si cree, verá la gloria de Dios (11,40). Después de la resurrección de Lázaro, se presenta la reacción de las supremas autoridades judías, que condenan a muerte a Jesús; de esta forma se prepara la pasión y la crucifixión de Jesús. Aquí hay un profundo significado teológico y se insinúa el efecto de la muerte de Jesús. Él debe morir para reunir a los hijos de Dios dispersos. El conflicto iniciado abiertamente al comienzo del Evangelio (Jn 5,16.18) llega a su hora crítica. La actividad de Jesús es insoportable para la institución judaica, que ve en Él un peligro y una amenaza para sus intereses. Se perfila el dilema que se presenta ante el pueblo: Jesús terminó su actividad como dador de vida y las autoridades al condenarlo manifiestan claramente su verdadera condición de agentes de muerte. El Mesías y la institución son incompatibles. El pueblo debe hacer ahora su opción: Jesús o la institución judaica. La causa próxima de la condena a muerte de Jesús, para el cuarto Evangelio, está representada por el signo de Betania, es decir, el "retorno" de Lázaro "a la vida". Los sumos sacerdotes y los fariseos se reúnen y toman la decisión solemne y drástica de impedir que Jesús continúe su misión: debe morir. De ahí la gran importancia de este texto (Jn 11,45‑57) que contiene un mensaje cristológico, soteriológico y eclesiológico. Éste es uno de los pocos textos del Evangelio de Juan que habla del valor salvífico de la muerte de Jesús con sus implicaciones de carácter universal y eclesial.
El capítulo 12 del Evangelio podemos estructurarlo de esta forma:
12, 1‑11: La comunidad celebra la vida
12,12‑19: Aclamación mesiánica nacionalista y la reacción de Jesús
12,20‑26: Se dirige a los discípulos, introduce el tema de la misión universal y las condiciones para realizarla
12,27‑36: El Mesías crucificado y repudiado
12,37‑43: Las causas de la incredulidad
12,44‑50: El último reto.
El capítulo 12 nos lleva a una escena de la vida de Jesús relatada también por los Sinópticos. Este capítulo no es sólo resumen de la primera parte del Evangelio: el libro de los signos (1,19 ‑ 12,50), sino que sirve también de conexión para la segunda parte del Evangelio: el libro de la pasión (13,1 ‑ 20,31). La unción en Betania (12,7), donde la comunidad celebra la vida, es la prefiguración de la sepultura de Jesús (19,38‑42). La entrada en Jerusalén (12,12‑19) corresponde al proceso ante Pilatos (18,28ss), donde la realeza de Jesús es simultáneamente afirmada y ridiculizada. El discurso de Jesús sobre el significado de su muerte (12,20‑36) evoca los acontecimientos de la crucifixión. La doble mención del "retorno a la vida" (resurrección) de Lázaro (12,1.9) y la observación sobre la fe de muchos judíos en Jesús (12,11) sitúa este relato en la gran manifestación final de Cristo ante el mundo. La mención del signo realizado en Betania (12,17) indica el motivo de la colocación del ingreso triunfal del Mesías en la ciudad santa después de la resurrección de Lázaro. Jesús ya estuvo varias veces en Jerusalén (2,13ss; 5,1ss; 7,10ss), pero sólo ahora, al final de su revelación al mundo, después de haberse manifestado como Cristo, Hijo de Dios, obrando prodigios extraordinarios, entra en Jerusalén como rey de Israel.
El final del capítulo 12, más exactamente 12,37‑50, constituye el epílogo de toda la obra del cuarto Evangelio. Contiene una reflexión sobre el misterio de tanta dureza de corazón. ¿Cómo se explica tanta incredulidad después de haber hecho Jesús tantos signos? Y la respuesta se encuentra en 12,37‑43. En el capítulo 11, tras la resurrección de Lázaro, muchos de los jefes del pueblo no quisieron abrir los ojos a la luz de Cristo. La perícopa 12,37‑43 forma una inclusión con el prólogo del Evangelio (1,1‑18). Aquí encontramos las tres grandes temáticas del Evangelio:
a) la manifestación del Verbo de Dios,
b) la acogida o el rechazo de esta revelación a través de la fe o de la incredulidad,
c) el don de la vida eterna o el juicio de condenación.
2. NIVEL HISTÓRICO
2.1. Comunidad perseguida
Nos situamos en Betania, cerca de la entrada en Jerusalén y próximos a la Pascua (11,55; 12,1). Esta situación explica la presencia de personas de fuera, judíos helenistas y "griegos", simpatizantes del judaísmo o prosélitos del mundo greco‑latino, que llegaron a Jerusalén para participar en la peregrinación de la fiesta de la Pascua.
La vida de Jesús y su muerte no fueron indiferentes para el poder romano. Y, por otro lado, el imperio romano no dejó a Jesús indiferente. Podemos afirmar que Jesús no puso en marcha una guerrilla contra el imperio, pero, por otro lado, podemos pensar que Jesús no excluía el imperio romano de sus contundentes críticas ante el poder tal como era ejercido contra la población pobre y oprimida de la Galilea y de la Judea. Tenemos aquí diversas reacciones ante la revelación de Jesús, enmarcadas en una división muy radical: los creyentes y los incrédulos.
2.1.1. Conflicto con los judíos
La expresión "los judíos" aparece más de 70 veces a lo largo del Evangelio de Juan (mientras que en los sinópticos la encontramos 5 veces en Mt, 6 en Mc y 5 en Lc); es una expresión típicamente joánica. Y más de la mitad de las veces aparece en sentido hostil en relación a Jesús.
Los judíos no aceptan a Jesús a causa de su sistema religioso. El culto es sagrado y no puede ser cuestionado (Jn 2,18‑20). El precepto del sábado viene de Dios y es intocable (5,16; 9,16). Jesús no puede ser un enviado, si no se acomoda a este sistema y a estas prescripciones. Jesús procura cambiar la imagen de Dios; de ahí que los judíos afirmen que no puede venir de parte de Dios. Por eso procuran matarlo, porque transgredió el precepto del sábado, decía que Dios era su propio Padre, se hacía igual a Dios (5,18; 10,30).
Esta hostilidad "de los judíos" expresa más bien el conflicto de la comunidad del discípulo amado después del año 70. Por tanto, la expresión "los judíos" designa en el Evangelio de Juan el judaísmo rabínico de hegemonía farisaica posterior al año 70. Éstos son los enemigos de la comunidad del discípulo amado.
En Juan, en el capítulo 11, tenemos la comunidad de Jesús (la familia de Lázaro: Marta y María en Betania). Lázaro, habiendo ya vuelto a la vida, es condenado a la muerte por los sumos sacerdotes (Jn 12,10). Esta comunidad judaica no cree en Jesús (Jn 7,3‑5). Es la concretización de lo que se dijo en el prólogo del Evangelio: "Vino a su casa y los suyos no la recibieron" (Jn 1,11).
Está suficientemente claro que en el cuarto Evangelio los judíos y los fariseos procuran matar a Jesús y lo consiguen. El grupo de los judíos y de los fariseos está relacionado con "el mundo" representante máximo de la oposición y del odio contra Jesús. La incredulidad es presentada como un rechazo de la Luz y de la Palabra. La predicación pública de Jesús es objeto de rechazo agresivo por parte de los judíos y fariseos:
11,46: "algunos judíos le acusan ante los fariseos”.
11,53: el sanedrín decide la muerte de Jesús.
11,54: Jesús no se atreve a andar en público entre los judíos.
12,37: aunque había hecho tantos signos en su presencia, los judíos no creían en Jesús".
2.1.2. Conflicto con los cristianos ocultos
El conflicto con "los judíos" y también con la sinagoga (cap. 9) es tan fuerte y violento que muchos de los que creen en Jesús no pueden confesarlo abiertamente. El miedo a las autoridades judaicas impide crecer en la fe. Los prototipos de estos creyentes inconsecuentes son: Nicodemo (Jn 3,1‑21), personas de la multitud (Jn 7,13), José de Arimatea (19,38), otras personas cuyos nombres ignoramos (Jn 12,42‑43). Este texto es muy significativo: "entre los magistrados muchos creyeron en él; pero por los fariseos, no lo confesaban, para no ser excluidos de la sinagoga, porque preferían la gloria de los hombres a la gloria de Dios".
2.2. Apertura a los gentiles
Al comienzo del capítulo 12 encontramos a los peregrinos de lengua griega, es decir, a un grupo de extranjeros que se habían convertido a la religión judaica, habían oído hablar de Jesús y querían encontrarlo. Éstos recurrieron a Felipe, éste habló con Andrés y los dos fueron a pedírselo a Jesús (Jn 12,20‑22). Ellos no se dirigen directamente a Jesús, sino que pasan por sus discípulos, porque ésta es la única posibilidad que existe para poder encontrarse con Él. Y no recurren a cualquiera de los apóstoles, sino que se dirigen a Felipe y Andrés, los únicos entre los Doce que tienen nombre griego y por eso los consideran más apropiados para servir de mediadores. Es un rasgo de la sensibilidad de la comunidad del Discípulo Amado en relación a los que eran de otras culturas. La exclamación de Jesús "Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado" adquiere un nuevo sentido de manifestación universal al mundo, lo cual queda reforzado por estas palabras: "Todo el mundo se ha ido detrás de él" (12,19). Los líderes político‑religiosos se afianzan en la posición de que Jesús debe morir (12,19.37).
Existe un grupo de personas a las que podemos clasificar como los creyentes: son aquellos que aceptan a Jesús, le siguen (12,26). En 12,42 se dice, no obstante, que también muchos de los jefes creyeron en él. Y para aquellos que creen en él hay una promesa que acompaña a la fe: "el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá" (11,25). "El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado, y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas" (12,44‑46).
2.3. ¿Cuál es el valor histórico de la resurrección de Lázaro antes del proceso de la condenación de Jesús, sabiendo que los Sinópticos la silencian?
Para San Juan el retorno de Lázaro a la vida es ocasión y motivo inmediato de la condenación definitiva de Jesús por el Sanedrín. ¿Por qué entonces los Sinópticos ignoran esta relación? La respuesta no es nada fácil. La opinión general de los exégetas sería que Juan disponía de recuerdos de la permanencia de Jesús en Judea desconocidos por los Sinópticos. Dos motivos explican la elección del episodio de Lázaro por el autor del cuarto Evangelio entre los "signos" de Jesús:
a) En Lc 19,37 hay un gran entusiasmo de la multitud en el momento en que Jesús entra en Jerusalén, y ello se explica "por todos los milagros que habían visto".
b) En Jn 11,47 los fariseos deciden la condena de Jesús a la muerte por sus milagros.
No se puede determinar el fundamento histórico del episodio de Lázaro; es legítimo admitir la existencia, como substrato del relato, de una tradición judaica sobre un hecho de retorno a la vida. Juan utilizó y transformó una tradición existente en función de una perspectiva teológica.
3. NIVEL TEOLÓGICO
3.1. Jesús, verdadero agente de vida
La vida es el bien más precioso al que el hombre aspira. Pero este bien es frágil y está continuamente en peligro por la muerte. Por eso el hombre procura por todos los medios escapar de la muerte.
El Dios de Israel es un Dios que se caracteriza por la vida; es un Dios que quiere la vida, que hace volver a la vida al que ya está muerto; un Dios que no se alegra con la muerte de nadie. Este Dios se manifiesta interviniendo en los acontecimientos y guía soberanamente a su pueblo a través de los acontecimientos de una historia muy concreta, en la que todo es epifanía divina: éxitos y fracasos, felicidad y desgracia. La vida es un don totalmente gratuito. El hombre recibe este don, pero no es su propietario; es un regalo de Dios.
Jesús llora la muerte de su amigo Lázaro, pues siente el drama de la muerte. Dios no quiere la muerte sino la vida. La preocupación por la vida es legítima y necesaria. El cristiano no debe mantener una actitud pasiva ante su hermano amenazado por la muerte. El deseo humano es vivir con dignidad. Este deseo queda frustrado muchas veces en la vida ordinaria. Con nuestro trabajo buscamos condiciones de vida más humanas, más dignas, aunque no siempre lo conseguimos, frecuentemente a causa de la injusticia institucionalizada.
3.1.1. Jesús es aquel que trae la vida en plenitud: relación con el Padre
Jesús habla muchas veces de Dios y con Dios, llamándole "mi Padre". Cada vez revela más abiertamente su filiación divina. Jesús vino a revelarnos el rostro paterno‑materno de Dios. Un fuerte lazo de amor le une con el Padre. Este amor de Dios no queda encerrado en sí mismo. La encarnación y la entrega del Hijo amado es la manifestación máxima del amor de Dios: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).
"Los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios" (5,18). Si, por una parte, Jesús proclama su divinidad: "Yo soy la resurrección y la vida" (11,25), y lo demuestra con el signo de mayor relieve que es dar la vida a un muerto, por otro lado, nos revela su aspecto humano: se conmueve, llora.
Toda esta narración es para ilustrar el último elemento de la síntesis de 20,30‑31: "para que creyendo, tengáis vida en su nombre". Esta narración culmina en la profesión solemne de Marta: "Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo" (11,27). Y por parte de Jesús llega al ápice en su auto‑testimonio: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás" (11,25s).
3.1.2. Jesús humano: relación con la familia de Lázaro
Los cuatro evangelios presentan numerosos datos del gran amor que Jesús tenía a las personas, de un modo preferencial a los pobres y a los pequeños (Mc 6,30‑44; Lc 10,21‑24). Este amor de Jesús no se expresaba en una relación neutra y genérica, sino que estaba cargado de sentimientos de amistad: "Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro" (Jn 11,5). La reacción de Jesús se expresa con tres verbos: "conmoverse" (11,33.38), "conturbarse" (11,33) y "echarse a llorar" (11,35). Era una relación de amor que marca una presencia solidaria de fidelidad en la alegría y en el sufrimiento: "Viéndola llorar Jesús..., se conmovió interiormente y se turbó y dijo: ¿Dónde le habéis puesto? Le responden: Señor, ven y lo verás. Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: Mirad cómo le quería" (11,.33‑36).
Los tres hermanos, Lázaro, Marta y María, representan la comunidad del discípulo amado y las comunidades que se adhirieron y se adhieren a Jesús en todos los tiempos. El clima que caracteriza a esta comunidad es de fraternidad. Por eso el relato insiste en las palabras: hermano y hermana. Entre Jesús y las comunidades circula un amor recíproco. Varias veces se dice que Jesús ama a Lázaro, a Marta y a María, y el mismo Jesús llama Lázaro amigo: "Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle" (11,11).
3.2. Respuestas de fe
La finalidad de la realización del signo por parte de Jesús es insistir en la temática de la fe. Poco antes de ponerse en camino, después de esperar dos días, declara a los discípulos: Lázaro ha muerto. "Me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis" (11,15). Ya en Betania, llama de nuevo a la fe, en el diálogo con Marta: "Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo" (Jn 11,27). Pero como su fe vaciló en el momento de quitar la piedra del sepulcro, al cuarto día, Jesús le recuerda: "¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?" (11,40). La oración que Jesús pronuncia no es una súplica, como aparece en 12,27, sino una acción de gracias. Esta acción de gracias es por haber sido escuchado: "Padre, te doy gracias por haberme escuchado" (11,41). Después de pronunciar esta oración de acción de gracias al Padre, Jesús dice: "Lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado" (11,42c).
El capítulo 12 del Evangelio resume toda la primera parte del Evangelio de Juan. Además, muestra cómo las personas reaccionan ante la praxis de Jesús. Lázaro representa a los discípulos de todos los tiempos, pues él lleva a muchos a Jesús (12,10). Marta resume todos los servicios en la comunidad: sirve a la mesa (12,2). María es la figura de la humanidad‑esposa del Cordero, aquella que, mediante la unción del cuerpo de Jesús con el perfume, responde con amor al esposo que da la vida porque ama (12,3.7).
3.2.1. Diálogo de Jesús con Marta
Marta se quejó de que Jesús llegara tarde para curar a su hermano (11,21). Juan subraya la veracidad y la credibilidad, tanto del auto‑testimonio como del signo, puesto que siguen algunas afirmaciones bien claras sobre Lázaro: que él murió realmente: "Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro" (11,17.39). Y con el mismo fin se repite la queja de las hermanas del fallecido: "Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano" (Marta 11,21 y María 11,32).
Jesús le promete la resurrección de su hermano (11,23). Marta responde conforme a la creencia judaica de su época (aunque no la compartían todos, por ejemplo, los saduceos): "Ya sé que resucitará el último día" (v.24). Marta representa el tipo de discípulo de Jesús que necesita superar el prejuicio de la muerte en cuanto desenlace final. Ella cree en la resurrección del último día (escatología futurista). Aquí Jesús corrige a Marta. Y en esta corrección revela una nueva dimensión de su presencia salvífica entre los hombres. Jesús identifica la resurrección y la vida consigo mismo, con su propia persona, "Yo soy la resurrección y la vida" (11,25). Esto es la escatología realizada.
La resurrección para la nueva vida se realiza a través de la fe en la persona de Jesús. Él es resurrección y vida aquí y ahora. Este es el gran desafío hecho a las dos hermanas y a todos nosotros: Jesús no es vida sólo después de la muerte, sino vida en abundancia para esta vida y para más allá de ella: "El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás". Después de esto Jesús espera una respuesta de Marta y de todos nosotros, los fieles: "¿Crees esto"? En otras palabras: ¿crees que lo único que importa es la fe y la confianza en Mí? ¿Aceptas que en esta fe y confianza en Mí los conceptos humanos de vida y de muerte serán rebasados por una realidad nueva que está al alcance de todos los hombres en Jesucristo? Marta da la respuesta de fe: "Sí, Señor, yo creo...." (11,25‑27). Superando este prejuicio ante la muerte, Marta se convierte en misionera: va a llamar a su hermana María.
La actitud de Marta nos muestra esta apertura a la Palabra del Señor, por la cual se deja conducir hasta llegar a su aceptación total. La fe de Marta va creciendo cada vez más hasta alcanzar la madurez del verdadero discípulo. Para llegar a este ideal es preciso superar ciertos conceptos anclados en el pasado. Como primer momento descubre que no es suficiente su fe en Jesús como aquel que tiene el poder de realizar milagros (11,22). También su fe está encerrada en el mundo judaico, que considera la resurrección como una realidad futura (11,24). Es preciso ir más allá de estas concepciones arraigadas en el pasado. Es preciso ir sin reservas al núcleo de la fe cristiana: la resurrección comienza a realizarse en el mismo Jesús, ("Yo soy"), porque Él es la resurrección y la vida. Y a partir de esto Marta se convierte en verdadero modelo de discípulo de Jesús, en contraste con los miembros del Sanedrín, que se negaban a creer en los signos que Jesús realizaba y por eso buscaban su muerte (11,46‑50).
El elemento más importante de este signo y la clave para interpretarlo se encuentra en la confesión de fe de Marta: "yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios" (Jn 11,27). Una confesión que encuentra su paralelo en Mt 16,16‑17. Esta profesión de fe de Marta expresa casi literalmente la finalidad del Evangelio de Juan: anunciar "que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios" (Jn 20,31b). Por dos veces se afirma explícitamente que Jesús realiza este signo de la resurrección de Lázaro para suscitar la fe: "para que creáis” (Jn 11,15); "para que crean" (Jn 11,42; cf. 20,31ac).
3.2.2. Gesto profético de María
El gesto de María encuentra la clave de interpretación en Jn 12,7: "Jesús dijo: Déjala que lo guarde para el día de mi sepultura". El gesto de María anuncia de una forma anticipada la sepultura de Jesús. Tenemos aquí la descripción de la celebración que la comunidad cristiana hace de la vida que Jesús comunica. La comunidad, que se sitúa en Betania, celebra sirviendo (actitud de Marta) y demostrando el amor para con Jesús (actitud de María). Entre los discípulos, Judas no comprende ni el servicio ni el amor.
Aquí no hay diálogo entre Jesús y María. Sólo nos queda el gesto realizado por ella como palabra reveladora. Lo que sabemos de María es que Jesús la amaba (Jn 11,5) y que era hermana de Marta y de Lázaro (Jn 11,1). María encarna a todos los que aman a Jesús con corazón sincero y agradecido. Este gesto es tan profundo, que anticipa el hecho fundante de la fe de la Iglesia: la muerte y la resurrección del Hijo amado del Padre. Al secar con sus cabellos los pies de Jesús, queda imbuida del mismo perfume, es decir, queda envuelta en ese misterio de amor que ha de ser Buena Nueva para todos los que creen.
3.3. La muerte preferida a la vida. Las autoridades judaicas deciden la muerte de Jesús
En el prólogo de Juan encontramos dos afirmaciones fundamentales para esta temática: la primera "la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron" (Jn 1,5); y la segunda: "vino a su casa, y los suyos no la recibieron" (Jn 1,11). Estas dos afirmaciones del prólogo comienzan aquí a ser profundizadas y desarrolladas. Es la primera vez que en el Evangelio de Juan se habla abiertamente del Sanedrín; éste está reunido para determinar la muerte de Jesús. Los miembros del Sanedrín tienen miedo de Jesús y de lo que hace. Están desorientados; sienten que pierden el poder de influencia sobre el pueblo: "Si le dejamos que siga así, todos creerán en él" (Jn 11,48). Intentan encontrar una salida, con el objetivo de mantener sus privilegios y de continuar controlando al pueblo. La praxis de Jesús constituye un peligro: "Vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación" (Jn 11,48). Con la excusa de que el Templo y la nación podrían ser destruidos, encuentran un modo "legal" de condenar a alguien a muerte.
La intervención del sumo sacerdote es decisiva: “¿No caéis en cuenta que es mejor que muera uno sólo por el pueblo y no que perezca toda la nación?” (Jn 11,50). Estas palabras de Caifás tienen dos aspectos: por un lado, a través de la decisión de que Jesús muera, muestran qué tipo de "teología" o "religión" produce el Sanedrín: la teología de la muerte de los inocentes para garantizar el "orden" y la "paz". Es el profeta de la muerte de los inocentes, que tienen que pagar con la vida la manutención de los privilegios de los poderosos. Y, por otro lado, representan el modo como la comunidad del Discípulo Amado entendió la muerte de Jesús: "Esto no lo dijo por su propia cuenta... no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,51‑52). Jesús, siendo rechazado por el representante máximo del pueblo (sumo sacerdote), se convierte en el mediador entre Dios y la humanidad. Él es el punto de encuentro de los que buscan al Dios vivo y verdadero. El dador de la vida es condenado a la muerte por defender la vida.
3.4. La "hora" de Jesús ha llegado (Jn 12,23)
La hora aún no había llegado, puesto que habían fracasado diversos intentos de apresar a Jesús (Jn 7,30; 8,20), "porque todavía no había llegado su hora". San Juan denomina este momento como la "hora de Jesús". Cuando sea elevado de la tierra, atraerá a todos a Él (12,32). En la descripción de San Juan, "la hora de Jesús" es una mezcla de terror y de gloria. Si, por un lado, el Getsemaní de Juan (Jn 12,27‑29) habla de angustia, de miedo, de agonía; por otro, señala el cumplimiento de la voluntad del Padre. Es el momento de la gloria, del reconocimiento del poder salvífico de Dios. Así se puede entender el sentido del grano de trigo (Jn 12,24). Su muerte significa vida. La muerte de Jesús no es fracaso de Dios y fin de la humanidad entregada a las fuerzas del mal, sino el poder salvífico para todos los que creen en él. La hora es la glorificación del Hijo del Hombre por medio de la muerte. El lector sabe que la hora incluye la muerte. La hora habla no sólo del paso pascual, sino también de su resultado.
3.5. Muerte y Vida. El grano de trigo muere y renace (Jn 12,24)
Los Sinópticos hablan varias veces de la semilla. La semilla cae en varios lugares (Mt 13,3‑8), crece por sí misma (Mc 4,26‑29), es el grano de mostaza, pequeño, que produce un árbol enorme (Mt 13,31‑32). Mientras los Sinópticos comparan la semilla a la Palabra y al Reino de Dios, Juan afirma que la semilla es el mismo Jesús. Como el grano de trigo que cae en la tierra y muere para dar el fruto, Jesús se entrega en la cruz para rescatar a la humanidad del poder del mal.
Para Jesús la muerte no es el fin. Los discípulos de Jesús viven sumergidos en la incomprensión. Cuando Jesús afirmó que Lázaro dormía, entendieron el sueño de su amigo en sentido real, puesto que Jesús había comparado la muerte de su amigo con un sueño. Son dos modos de ver la muerte: para unos, es una barrera insuperable; y para Jesús es como un sueño del que será fácil despertar. Marta y María creen que la muerte ha determinado para siempre el fin de su hermano.
La parábola del grano que muere se encuentra en la tradición sinóptica (Mt 16,25 par. y Mt 10,39 par.). Para ganar la vida es preciso perderla. La vida que tenemos ahora no es una morada definitiva, sino una ocasión para que la persona pueda mostrar cuál es su verdadero compromiso; y éste se revela cuando se da la vida por el bien supremo, que es la participación del amor de Dios. Quien hace de su vida en este mundo el objeto último de su compromiso, pierde la vida eterna. Quien gasta su vida para realizar la entrega hasta el fin, está con Jesús, aquí y para siempre (Jn 12,26).
La resurrección de Lázaro nos invita a profundizar en el tema de la victoria de la vida sobre la muerte. La realidad de la muerte está presente en el hombre y en sus relaciones sociales. La muerte física es inevitable, a pesar de todos los progresos de la medicina. La muerte no es sólo el último acontecimiento de nuestra peregrinación en la tierra; es el punto culminante, el momento que no se puede escapar a nuestra mirada; un desafío que al hombre se le impone constantemente. No es el final del camino, sino la puerta que se abre para la liberación definitiva con Cristo resucitado. El cristiano debe encarar la muerte de frente, pues para la fe es el aprendizaje más exigente. En el corazón del cristianismo se encuentra el Misterio Pascual, es decir, la victoria definitiva sobre la muerte, alcanzada una vez por todas en Jesucristo.
El hombre no es un ser para la muerte, sino para la vida con Cristo resucitado. Nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). La auto‑definición de Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida", significa que la última palabra de Jesús no es de muerte, sino de Vida.
CLAVE SITUACIONAL
1. La familia de Betania, modelo de comunidad de discípulos. La familia de Betania es un modelo de comunidad de discípulos: rica en relaciones, centrada en Jesús. Aparece como un modelo de las comunidades eclesiales y humanas que deberíamos esforzarnos en construir y desarrollar, en una síntesis de Marta y María, de servicio y de amor, dejándonos penetrar de su perfume. Sin embargo, esa familia no está situada en un contexto idílico. Está de luto. Será incluso objeto de persecución por sus relaciones con Jesús y su grupo. Ante ella nos sentimos motivados a repensar las características de nuestra propia comunidad eclesial en este tiempo en que está vivo el conflicto y más aún la indiferencia. En este momento histórico, nos preguntamos sobre nuestra capacidad de leer las intervenciones de Dios en la historia de la salvación, de asumir el hecho de ser minoría, de tomar decisiones valientes, de mirar críticamente la modernidad, de saber recoger los valores de la tradición sabiéndonos llamados a superarla, de asumir un compromiso por la formación de las comunidades cristianas procurando que sean conciencia crítica y que promuevan la acogida y el respeto hacia todos.
2. Matar a Jesús porque estorba. Los jefes de los judíos decidieron matar a Jesús porque “estorbaba”. Todavía hoy la sangre sigue marcando muchos conflictos y situaciones: las cárceles inhumanas, los campos de exterminio, las regiones sometidas a la limpieza étnica, los caminos recorridos por filas interminables de prófugos... nos hacen escuchar los ecos del tribunal de Pilatos, del patio de los soldados... Nuestras sociedades procuran eliminar a los que estorban a causa de sus denuncias explícitas o simplemente porque con su sola presencia causan problemas. Intentemos identificarnos con aquellos que “estorban” en nuestra sociedad y examinemos las distintas actitudes que se dan frente a ellos. Eliminar a quien estorba, a quien contesta, a quien nos muestra algo que supera las propias posiciones ha sido la praxis de todos los poderes violentos.
3. El valor de la vida. El precio de la vida de Lázaro es la muerte de Jesús. Jesús es aquel que quiere saber dónde han colocado al hombre que ha muerto, aquel que se desplaza para conocer el lugar y que entra en él. Asume sobre sí mismo las consecuencias de esa solidaridad hasta sufrir él mismo la muerte y sepultura. Dios se conmueve ante el dolor humano; los profetas ya lo habían expresado bellamente. Compartamos acerca de las actitudes de los miembros de la comunidad y de la sociedad en general frente al misterio de la muerte.
4. Siempre habrá pobres entre vosotros. La frase de Jesús nos invita a reflexionar sobre nuestra actitud hacia los pobres. ¿Qué pensamos, sentimos y hacemos? Nuestras sociedades se defienden de la presencia de los pobres y excluidos ignorando su situación. ¿Qué significa convertirnos en alternativa en este contexto? Liberar a Lázaro desatando las bendas que envuelven sus pies y sus manos es el acto de caridad que completa la obra del Creador: Dios le ha devuelto la vida, el hermano le libera de los impedimentos para vivirla plenamente. El hermano desata y libera al hermano para que éste pueda moverse por la vida que le ha sido otorgada. Frente al hermano que ya “huele mal”, por un lado lloramos su ausencia, pero por el otro lado no deseamos suficientemente su presencia como para soportar el mal olor que desprende cuando nos acercamos a él. ¿No será verdad que las iglesias, las comunidades, la sociedad tienen un miedo excesivo a ese “mal olor”?
CLAVE EXISTENCIAL
1. “Tú no estabas”. “¿Por qué no viniste cuando te llamamos?” ¿Cómo experimentamos la “ausencia de Dios” en los momentos difíciles? ¿Qué resonancia tiene en nuestra vida esta experiencia?
2. La cercanía que nos han ofrecido otras personas en momentos difíciles o la que hemos mostrado nosotros mismos a los demás es, con frecuencia, el único modo de anunciar la Palabra en esas ocasiones. ¿Cómo vivimos esta dimensión del servicio misionero de la Palabra?
3. El lenguaje religioso tiene el riesgo de ocultar la realidad en vez de revelarla (nos lo demuestran las palabras de Judas acerca del ungüento y de su costo). ¿Cuáles son las características de nuestro lenguaje? ¿Es capaz de comunicar y revelar?
4. Nuestra vida, ¿está llena de aquella compasión y amistad que nos hace llorar con quien llora y compartir la alegría del que se siente gozoso, o bien se limita simplemente a “solucionar problemas”?